No se puede sacar al fascismo con votos… ¡hay que sacarlo del poder!
Perry Hoberman, reimprimido de& Counterpunch
25 de julio de 2018 | Periódico Revolución | revcom.us
Perry Hoberman es un artista y activista con base en
Los Ángeles, un profesor de investigación en la Escuela de Artes Cinemáticas de
la Universidad del Sur de California, y un portavoz de un portavoz de
RefuseFascism.org [Rechazar el Fascismo]. El siguiente artículo es reimprimido
de Counterpunch y RefuseFascism.org.
He notado un fenómeno que viene cobrando fuerza en MSNBC y otros medios
establecidos: al mismo tiempo que el régimen de Trump y Pence recurre a un
comportamiento cada vez más ultrajante, los varios críticos —cuando se les pide
explicar una u otra acción o declaración monstruosa— mueven la cabeza y admiten
que simplemente no entienden por qué alguien haría una
cosa tan irracional, tan despistada, tan contra productiva, tan cruel. Hay una
implicación sobreentendida que no es posible que el régimen entienda lo que
está haciendo — lo que en turno sugiere que esto no puede continuar para
siempre, que todo va a implosionar a causa de su incompetencia tan patente y/o
su inconsciencia.
Lo primero que hay que señalar es que las palabras y acciones del régimen, por
descabelladas que parezcan a cualquier ser humano racional, no son arbitrarias,
y no son fanfarronadas nada más. Estos tipos quieren decir exactamente lo que dicen.
Desde el principio, nos han dicho que tomemos las palabras de Trump “con seriedad, pero
no de manera textual”, que él simplemente está “comunicándose con su
base”, y que le pondrá rienda los “adultos
en el lugar”, y quizás por nuestros “controles y contrapesos” (cada vez más
míticos). Esta línea de razonamiento parte de la premisa de que Trump sea
solamente otro político corrupto de la derecha extrema, que hace uso de una
retórica exagerada simplemente para llamar atención, y que en realidad obedece
los límites de las normas acordadas del comportamiento civilizado. Si hemos
aprendido algo en el año y medio pasado, es que este régimen no tiene vergüenza, ni escrúpulos, ni límites.
Las tendencias fascistas en la política derechista no son nada nuevo, por supuesto;
lo que pasa es que por lo general las encubrían (levemente) con un lenguaje
codificado y de “silbato para perros”, que permitía que esos políticos y sus
seguidores racistas y xenófobos negaran creíblemente lo que son. Pero este
régimen es diferente. Ya no se encubren. Esto permite que sigan subiendo la
apuesta. Una consecuencia de esto es que elimina el punto medio: esto se debe a
que cualquier cosa que no sea sacarlos del poder significa, en esencia, aceptarlos
y consentirlos, y allana el camino para más atrocidades.
La falta de reconocer estos hechos obvios por parte de los medios de comunicación
hace patentes las limitaciones y los tapaojos autoimpuestos de su punto de
vista: no pueden entiender, porque no pueden permitirse entender.
Si lo hicieran, tendrían que lidiar con dos hechos sencillos: primero, que el
país está encaminado inexorablemente al pleno fascismo; y segundo, que lo único
que podría terminar esta pesadilla es un levantamiento público masivo y sostenido.
Ya sé, ya sé: que sólo faltan cuatro meses para las elecciones a mitad de mandato, la
ola azul, que apoderémonos de la Cámara de nuevo, que concentrémonos en eso. Lo
siento, pero eso es una estupidez. Hay ocho palabras sencillas
que refutan ese camino: No se puede sacar al fascismo con votos. Si
bien algunos de los comentaristas por fin están reconociendo que, caray, quizás
estos tipos realmente seafascistas, ninguno de ellos, al parecer, pueden
hacer el salto mental a lo que eso podría implicar en términos de una estrategia viable.
Den un vistazo, y háganse la pregunta: ¿qué son dispuestos a hacer estos cabrones para
quedarse en el poder? La respuesta es obvia: cualquier cosa.
¿Cómo ascendieron al poder en primer lugar? Con trucas: manipulando
la circunscripción electoral, fraude, piratería por internet, privación del
derecho a votar, etc. Ahora tienen casi dos años en el poder. Los Demócratas
ganaron la elección de 2016 con tres millones de votos, y miren donde estamos;
¿realmente creen que 2018 nos vaya a salir mejor? (Ni siquiera
abordaré lo inefectivo que ha sido la camarilla Demócrata; eso es otra caja de Pandora.)
Saben lo que es un trinquete, ¿verdad? Es una rueda dentada que sólo permite
movimiento en una sola dirección. Si uno tratara de mover en otra dirección, no
pasa. Así funciona la política fascista. Siempre y cuando todo anda en la
dirección que ellos quieren, pueden seguir fingiendo que nada ha cambiado,
que esto es lo de siempre. Pero en el momento que empiezan a perder —en
las cortes, en los medios, en las elecciones, lo que sea— recurren a todos los
trucos posibles — y nada está fuera de los límites.
Esto lo vemos en todas partes: en la batalla en la Suprema Corte (¿Merrick
Garland? Jamás. ¿Gorsuch y Kavanaugh? Sería injusto demorar la confirmación ni un
segundo), la Prohibición a los musulmanes, la inmigración, la EPA (Agencia de Protección Ambiental), en todas
partes. Cualquier batalla que ganen, por más feo y mortal el resultado, por más
impopular, ya estuvo, adelante, a seguirle. ¿Pero perdieron algo?
No va a quedar así.
Acuérdense: un trinquete solo mueve en una sola dirección.
Si bien es alentador ver un nuevo nivel de disentimiento y protesta, no perdamos
de vista el hecho de que a los fascistas les vale cacahuate lo que ustedes piensen o lo que piense el
público — ni para quién y para qué voten.
Continuarán hasta que les obliguemos a detenerse. Y eso no va a lograr por los canales normales.
¿Entonces, qué hacemos? ¿Cómo ponemos alto a esta pesadilla? Incluso, ¿es posible?
No quiero dorar la píldora: no va a ser fácil, y no hay ninguna garantía del
éxito. Pero, es posible. Millones de personas —casi seguramente la mayoría de
los estadounidenses— odian esto y se angustian por lo que este régimen
está haciendo a nuestro país, al mundo, y al propio planeta.
Imagínense si todas esas personas —todas— se
lanzaran a las calles y permanecieran allí, exigiendo que el régimen
sea expulsado del poder. ¿Qué pasaría? Nada sabe de ciencia cierta, pero hay
varios ejemplos históricos que nos pueden dar unas claves. Aunque cada
levantamiento tiene sus propias circunstancias particulares, cada uno nos
presenta una instancia en que esta estrategia —donde un número cada vez mayor de personas se lanzaban
a las calles y no regresaban a casa— funcionó concretamente.
En Egipto en 2011, Hosni Mubarak, que había permanecido en el poder durante
treinta años, fue obligado a dejarlo después de menos de un mes de protestas
masivas, desobediencia civil y huelgas generales. En
Corea del Sur en 2016, la presidenta Park por fin fue sometida a un juicio
político y condenada cuando tomaron las calles, primero cientos de miles, y
después millones de personas. En el año en curso, en Armenia, la
desobediencia civil masiva y una huelga nacional obligaron a Serzh Sargsyan a
marcharse después de un arrebatamiento corrupto del poder.
¿Qué tienen en común estos levantamientos? Eran masivos, diversos, no violentos,
sostenidos, y determinados. Cada uno creció hasta ser suficientemente grande
que los poderes fácticos se vieron obligados a
responder a sus demandas. Obviamente, esa no es la estrategia de primer
recurso; en tiempos más normales, sería difícil movilizar a suficientes
personas para crear una crisis de ese tipo. Pero, estos no son
tiempos normales. Lo que este régimen anda haciendo le está sacudiendo a la
gente profundamente; podemos ver la evidencia de eso en las protestas masivas,
en enormes expresiones de apoyo y donaciones a la ACLU (Unión Americana de
Libertades Civiles), Planned Parenthood, y otros grupos.
La repugnancia e indignación que siente la gente es auténtica. En este momento, la mayor parte
de eso se canaliza hacia las elecciones a mitad de mandato. Pero, hagámosle
frente: los Demócratas no van a detener esto. La dirección Demócrata ha
puesto trabas a su ala progresista; ha despreciado a los pocos congresistas con
principios, tachándolos de inconformistas indisciplinados, sin “civilidad”. Ni
siquiera contemplarán un juicio de destitución — aunque semejante juicio debe
ser obvio dado los crímenes monstruosos del régimen. Claro, quizás nos iba a ir
mejor si los Demócratas controlaran la cámara y el senado (aunque es improbable
que lo hagan). Pero ni eso solucionaría esta situación — y si canalizan la
energía popular hacia caminos que casi seguramente fallarán, podría resultar en
el desastre. Simplemente, esto ha avanzado demasiado. La
estrategia inevitable de los Demócratas de “buscar puntos en común”, de
transigir y capitular —ante el fascismo— es inadmisible.
Los políticos solamente hacen lo correcto si se les obliga a hacer lo
correcto. Si bien tenemos que reconocer
que hasta la fecha nada de la oposición ha llegado ni tantito a
lo que se requerirá, sí existe un potencial profundo — pero solamente si se
la transforme y se la imbuya de un entendimiento sombrío y honesto de lo
profundo que es lo que nos confronta en realidad, además de un camino concreto para expulsarlo.
Para eso es el grupo Rechazar el Fascismo RefuseFascism.org). Es el único grupo que ha planteado la demanda única y
unificadora de que ¡El régimen de Trump y Pence tiene que marcharse! Yo les recomiendo
urgentemente a que lean su llamamiento, que ingresen, que donen, que hablen con sus amigos, familiares, y colegas, que sean una de las miles de personas ahora, que
lleguen a ser decenas y luego cientos de miles, y al final millones, que se lancen a las calles —y
permanezcan en las calles— hasta que se cumpla la demanda: En nombre de la humanidad, esta pesadilla tiene que
terminar: ¡El régimen de Trump y Pence tiene que marcharse!
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