Spencer Ackerman: La crisis en Afganistán es resultado directo de décadas
de guerra y desestabilización por parte de EE.UU.
Democracy
NOW!
20 DE AGOSTO DE 2021
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Mientras miles de personas siguen intentando huir de Afganistán tras la llegada de los
talibanes al poder, analizamos las raíces de la guerra estadounidense más larga
de la historia y dedicamos el programa de hoy a conversar con Spencer Ackerman,
periodista especializado en seguridad nacional y ganador del premio Pulitzer.
“Esta no es la alternativa a la guerra en Afganistán; es el resultado de la
guerra en Afganistán”, dice Ackerman. Su nuevo libro, “Reign of Terror: How the
9/11 Era Desestabilized America and Produced Trump” (El reino del terror: Cómo
la era del 11-S desestabilizó EE.UU. y creo a Trump), se basa en parte en su
cobertura periodística de Afganistán, Irak y Guantánamo.
Transcripción
Esta transcripción es un borrador que puede estar sujeto a cambios.
AMY GOODMAN: Esto es Democracy Now!,
democracynow.org, el informativo de guerra y paz. Soy Amy Goodman.
La ONU ha instado a los países vecinos de Afganistán a mantener sus fronteras abiertas
mientras miles de afganos intentan huir por tierra o por aire, luego de que los
talibanes tomaran control del país el 15 de agosto en vísperas de la retirada
de las tropas estadounidenses. Esa misma semana, el presidente Biden defendió
su decisión de retirar las tropas como parte de un acuerdo alcanzado entre el
Gobierno de Trump y los talibanes.
PRESIDENTE JOE BIDEN: Cuántas generaciones más de
hijas e hijos de EE.UU. quisieran que envíe a combatir la guerra civil de
Afganistán mientras los soldados afganos no están dispuestos a hacerlo?
¿Cuántas más vidas estadounidenses vale la pena perder? ¿Cuántas filas
interminables de lápidas en el Cementerio Nacional de Arlington? Mi respuesta
es clara: no voy a repetir los errores que hemos cometido en el pasado.
AMY GOODMAN: Pasamos ahora a analizar los
orígenes de la que se convirtió en la guerra más larga de EE.UU. EE.UU. invadió
Afganistán el 7 de octubre de 2001, menos de un mes después de los ataques de
al-Qaeda contra el World Trade Center y el Pentágono. A los pocos días de
iniciados los bombardeos de EE.UU. en Afganistán los talibanes ofrecieron
entregar a Osama bin Laden, el líder de al-Qaeda, pero el Gobierno de Bush
rechazó cualquier negociación con los talibanes. Ari Fleischer, el secretario
de Prensa de la Casa Blanca de Bush, respondió así a una pregunta al respecto
en octubre de 2001.
REPORTERO: ¿Se atrevería a afirmar que
no importa qué digan los talibanes en este momento ya que eso no cambiará nada?
¿El Gobierno está ignorando sus mensajes, sean los que sean?
SECRETARIO DE PRENSA ARI FLEISCHER: El presidente no pudo haber
sido más claro hace dos semanas cuando dijo que no habría ninguna conversación
ni negociación. Y lo que digan no es tan importante como lo que hagan. Así que
es hora de que actúen, porque ya han tenido tiempo de hacerlo.
AMY GOODMAN: En diciembre de 2001, solo
dos meses después, los talibanes ofrecieron entregar el control de Kandahar a
cambio de que a su líder, el mulá Mohammed Omar, se le permitiera “vivir con
dignidad” bajo custodia de la oposición. El secretario de Defensa de EE.UU.
Donald Rumsfeld rechazó la oferta.
SECRETARIO DE DEFENSA DONALD RUMSFELD: Si la pregunta es si un
acuerdo con Omar, según el cual él pueda “vivir con dignidad” en el área de
Kandahar u otro lugar de Afganistán, es coherente con lo que ya he dicho, la
respuesta es no, no sería coherente con lo que he dicho.
AMY GOODMAN: Ese era Donald Rumsfeld
hablando el 6 de diciembre de 2001. La guerra de EE.UU. en Afganistán
continuaría durante casi 20 años más. Según el proyecto de investigación Costs
of War, EE.UU. ha gastado más de 2,2 billones de dólares en Afganistán y
Pakistán. Su estimación es que al menos 71.000 civiles afganos y paquistaníes
han muerto debido al conflicto. Afganistán se enfrenta ahora a una profunda
crisis humanitaria, y los talibanes han vuelto al poder. Aunque el mulá
Mohammed Omar murió en 2013, su cuñado, el mulá Abdul Ghani Barádar, parece
estar ad portas de convertirse en el nuevo presidente de Afganistán.
En el programa de hoy tenemos como invitado al periodista
Spencer Ackerman, ganador del premio Pulitzer, autor del nuevo libro “El reino
del terror”, donde argumenta que el 11-S y que lo que después desestabilizó a
EE.UU. y creó a Trump. El libro se basa en parte en su trabajo periodístico
sobre Afganistán, Irak y Guantánamo.
Spencer, es un placer tenerlo de nuevo en el programa.
Felicidades por su libro. Al mismo tiempo que hablamos con usted estamos viendo
como Kabul se sume en el caos, con miles de afganos, estadounidenses y personas
de otras nacionalidades intentando huir de Afganistán. Los talibanes han tomado
el control del país. Para iniciar, vayamos atrás 20 años, pero no me referiré a
ello como “el comienzo”, pues [la intervención estadounidense] se remonta a
mucho más atrás. Hable sobre ese momento en que EE.UU. comenzó a bombardear y a
ocupar Afganistán, cuando los talibanes dijeron que se rendirían y que
entregarían a Osama Bin Laden y EE.UU. lo rechazó. El presidente Bush rechazó
ambas ofertas.
SPENCER ACKERMAN: Ese fue un aspecto central de
los inicios de la guerra contra el terrorismo y un presagio de cuáles serían
sus implicaciones. Una vez que aceptamos el planteamiento que ofreció Bush de
una guerra contra el terrorismo, nos vimos enfrascados en una lucha no solo
contra al-Qaeda, el grupo responsable de los ataques del 11-S, sino en una
lucha mucho más amplia contra un enemigo que cualquier presidente podría
redefinir a su voluntad y plantarlo en el imaginario colectivo, valiéndose del
discurso de un desafío civilizacional para EE.UU. en un futuro, un desafío que
ponía en riesgo al país en sí mismo.
Hablemos sobre lo que ocurrió en ese momento en Kandahar.
La Alianza del Norte, aliada de EE.UU., había expulsado a los talibanes de
Kabul. El Emirato Islámico de Afganistán había caído, después de cinco a seis
años en el poder, y reconocieron, tras una última batalla que intentaron librar
en Kandahar y que no salió como esperaban, que el fin estaba cerca para ellos.
Los talibanes le propusieron a Hamid Karzai, a quien EE.UU. designó como líder
de Afganistán en la era postalibán, que siempre y cuando el mulá Omar pudiera
vivir en una especie de arresto domiciliario, es decir, que no lo mataran ni
que lo sometieran a juicio, ellos estarían dispuestos a entablar negociaciones
sobre cuál podría ser su papel en un Afganistán postalibán. Algo así como un
acuerdo político.
Karzai, a pesar de todos sus defectos, en los que EE.UU.
contribuyó para luego criticarlo durante los años siguientes, conocía la
historia afgana y reconoció que, a menos que hubiera algún tipo de futuro
político para los talibanes, estos optarían por un futuro violento. Y ellos
tenían una capacidad comprobada no solo para librar una insurgencia, sino para
ganarla. Así que Karzai aceptó el trato.
Fue entonces cuando el Gobierno de Bush dijo que tal
acuerdo era inaceptable, no para los afganos, sino para un EE.UU. que se
atribuyó el poder, como lo ha hecho tan a menudo a través de su historia en
muchas partes del mundo, de decirle a los afganos cómo iban a ser el futuro de
su país. Todo lo que pasó en los siguientes 20 años de guerra ha contribuido,
tal vez no de manera lineal, sino en una especie de descenso nauseabundo, al
horror abyecto que hemos visto en el aeropuerto de Kabul: la gente desesperada
por huir, al punto de aferrarse a aviones de carga C-17 y morir en la caída.
Esta no es la alternativa a combatir en Afganistán; es el resultado de combatir
en Afganistán.
AMY GOODMAN: Quiero pedirle que vaya aún
más atrás, a los muyahidines respaldados por EE.UU. y a Osama bin Laden,
también respaldado por EE.UU. Hable sobre lo que sucedió cuando EE.UU. decidió
financiar a los muyahidines en la lucha contra la ocupación soviética de
Afganistán y cómo los muyahidines volvieron sus armas, armas estadounidenses,
contra EE.UU., así como del surgimiento de los talibanes a partir de eso.
SPENCER ACKERMAN: Sí, es importante porque una
objeción a esto siempre va a ser que nosotros caracterizamos a los muyahidines
afganos de los 80 como los talibanes. Pero ellos no eran los talibanes. Ellos
fueron los precursores de los talibanes.
Lo qué pasó en la década de 1980 fue que la Unión
Soviética invadió Afganistán y EE.UU. vio una oportunidad para infligir una
derrota a la Unión Soviética, su gran adversario geopolítico. Una derrota tan
humillante y tan devastadora psicológicamente como la que EE.UU. sufrió en
Vietnam por su propia soberbia imperialista. En el transcurso de los siguientes
10 años, EE.UU. y los servicios de Inteligencia pakistaníes y saudíes
financiaron y dotaron de armamento a extremistas islámicos, rebeldes
provenientes de Pakistán, entre ellos alguien que se convertiría en una figura
profundamente familiar como aliado de los talibanes: Gulbuddin Hekmatyar, una
persona particularmente brutal. A lo largo de la década de 1980, ellos
infligieron daños importantes a los soviéticos, e hicieron que la ocupación, la
brutal ocupación brutal soviética, fuera cada vez más violenta y prolongada,
hasta que eventualmente los soviéticos se retiraron y, un par de años después,
el régimen instalado por los soviéticos colapsó, de la misma manera en que
estamos viendo colapsar el régimen que EE.UU. instaló.
El caos y la guerra civil subsiguientes fueron
devastadores para Afganistán. Y de esas cenizas surgieron los talibanes, un
grupo extremista que utilizó mecanismos extremos de sufrimiento y represión
contra un pueblo, el afgano, con una larga historia de sufrimiento. Algo que
EE.UU. nunca reconoció a lo largo de todo este período fue su propia
responsabilidad en la desestabilización de Afganistán, no simplemente como una
consecuencia de la lucha contra la Unión Soviética. Ese era el costo del
enfrentamiento entre EE.UU. y la Unión Soviética, que todo un país, millones de
personas, sufriera tremendamente, que fueran tratados como títeres de EE.UU.,
que sus aspiraciones, sus deseos de libertad y estabilidad, en el fondo, no
eran importantes para EE.UU., como tampoco lo eran para la Unión Soviética.
Los talibanes tomaron el poder gracias al caos que
resultó de todo eso. Ellos le dieron protección a Osama bin Laden. Pero no eran
lo mismo que al-Qaeda. Y, después del 11 de septiembre, EE.UU. decidió que no
había una distinción relevante entre al-Qaeda, los talibanes y lo que ellos
denominaron “grupos terroristas de alcance global”. Básicamente, esto significa
que a pesar de que la versión asentada de las políticas del Gobierno de Bush ya
incluía un concepto extremadamente expansivo sobre quién podía ser un objetivo,
desde grupos terroristas como al-Qaeda hasta regímenes enteros —de hecho el
subsecretario de Defensa de Bush, Paul Wolfowitz, habló justo después de los
atentados del 11-S sobre “terminar con Estados”—, en el sentido político y
periodístico más amplio, y en el concepto popular, el enemigo podría ser todo o
casi todo el Islam. A partir de ahí la población pasó a temer, de manera
bastante inmediata, a los musulmanes estadounidenses, pasó a temer a sus
vecinos. Pensaban que sus vecinos eran una amenaza, no toda la maquinaría
bélica y la represión.
AMY GOODMAN: Spencer, algo que no ha
tenido mucha cobertura en los medios es que, a medida que los talibanes tomaban
control de Afganistán en las últimas semanas, también ejecutaron a un hombre
clave que se encontraba en prisión: Abu Omar Khorasani, el exlíder del Estado
Islámico en el sur de Asia. ¿Qué nos puede decir al respecto?
SPENCER ACKERMAN: Sí. Es una situación muy
compleja que ha surgido en los últimos dos años de negociaciones entre EE.UU. y
los talibanes, las cuales considero, en gran parte, negociaciones
extraoficiales. No debería decir “extraoficiales”. Para ser un poco más
específico, se realizaron sin autorización, hasta que fueron autorizadas. Fue
algo así como una labor independiente de un coronel retirado del Ejército de
EE.UU., Chris Kolenda, y de una exembajadora estadounidense en Pakistán llamada
Robin Raphel.
Lo que descubrieron en sus conversaciones con líderes
talibanes en Doha fue que los talibanes estaban bastante preocupados por la
creciente presencia de una célula del Estado Islámico en Afganistán, que se
autodenominó, o que EE.UU. denominó, Estado Islámico de Jorasán, o ISIS-K. En esencia, los
talibanes temían una especie de nueva generación de entidades insurgentes
extremistas que usarían la justificación del Islam dentro de Afganistán. Un
temor bien fundamentado, se podría decir, dada la forma en que ISIS luchó y desplazó
a al-Qaeda, la organización y entidad de la cual había surgido. Durante los
últimos dos años vimos incluso, y sobre esto hubo un excelente reportaje realizado
por Wesley Morgan, que los talibanes han sido los beneficiarios de los ataques
aéreos de EE.UU. contra ISIS-K, al punto de parecer que… en realidad nunca llegaron a establecer una especie de
modus vivendi [con EE.UU.] en que dijeran: “¿Saben qué? De hecho, tenemos un
enemigo en común”. Pero esa era una dinámica a la que tanto los talibanes como
EE.UU., particularmente los miembros más pragmáticos del Ejército de EE.UU.,
eran receptivos. Los talibanes veían a ISIS no como una nueva vertiente de
al-Qaeda a la que había que patrocinar y permitirle un escenario para atacar a
EE.UU. o a sus aliados o a sus intereses, etc., sino como un enemigo al que
había que enfrentar, un enemigo al cual había que dominar y derrotar. Y cuando
escuchamos todos estos comentarios apresurados sobre la necesidad de regresar a
la guerra en Afganistán para que no se convierta en un escenario para más
ataques contra EE.UU., vemos que no se ha captado aún o no se ha comprendido
del todo ni se ha confrontado el hecho de que los talibanes están mostrando
señales muy tempranas de ver a ISIS como una amenaza.
AMY GOODMAN: A Abu Omar Khorasani lo
mataron. Lo ejecutaron, lo sacaron de una prisión en Kabul ese último día, el
domingo 15 de agosto, mientras tomaban el control del país. Spencer Ackerman,
hable sobre cómo influyeron la guerra y la ocupación estadounidenses, la
brutalidad de los ataques aéreos de EE.UU., las torturas en la base de Bagram,
las incursiones nocturnas, en la capacidad de los talibanes para reclutar
nuevos combatientes.
SPENCER ACKERMAN: EE.UU. tiende a evitar
atribuir su brutalidad a cualquiera de las circunstancias que pretende lamentar
cuando se manifiestan en el mundo. Afganistán es ciertamente un trágico
ejemplo. Tras los ataques del 11-S, las élites políticas, periodísticas e
intelectuales de EE.UU., hablando en sentido general, se negaron a reconocer
las consecuencias históricas directas, terribles y trágicas de la
desestabilización que EE.UU. causó en Afganistán en los 80, a tal punto que,
gracias al apoyo de los talibanes a Osama bin Laden en el país, se pudieron
planear y llevar a cabo los ataques del 11-S. Hay que resaltar que los ataques
no fueron perpetrados por afganos, no provinieron de Afganistán y ni siquiera
se planearon en Afganistán. Se planearon en mayor medida en Alemania. Sin
embargo, ese fue un presagio inicial de lo que veríamos durante los siguientes
20 años, no solo en Afganistán, sino a lo largo de la guerra contra el
terrorismo: una desconexión y una falta de voluntad por parte de EEUU para reconocer
que sus acciones violentas e imperialistas dan origen a nuevas generaciones de
sus propios enemigos. Eso fue evidente en el momento en que EE.UU. regresó a
Afganistán.
A lo largo de la guerra en Afganistán, incluso en
momentos en que las campañas de contrainsurgencia, al menos en teoría, servían
para vender la idea de que proteger las vidas afganas y la propiedad, entre
otras cosas, iba a ser determinante para la guerra, [EE.UU.] nunca actuó de esa
manera. Nunca actuó como si la finalidad de la guerra fuera la protección de
vidas afganas. Pero sí actuó, más a menudo, de tal forma que no había una
distinción entre las vidas afganas y los enemigos afganos. Una de las
principales razones de esto es que los ataques contra civiles afganos no eran
necesariamente fruto de una decisión específica sino de la falta de capacidad
para entender el país, para entender su dinámica y ser conscientes de las
complejas relaciones que, de muchas formas, existían entre quienes luchaban
junto a los talibanes y los talibanes mismos, o quienes ayudaban a los
talibanes bajo amenazas a su propia vida o amenazas a su familia, o que
simplemente trataban de sobrevivir como lo ha hecho tanta gente a lo largo de
tantas guerras, absteniéndose de cometer actos que perjudicaran a los talibanes,
porque entendían las consecuencias que podrían padecer. Con el tiempo, todas
estas cosas fortalecieron a los talibanes y los convirtieron, una vez más, en
una alternativa aparentemente viable a EE.UU.
Por otro lado, la contribución estadounidense, aunque en
realidad no fue solo contribución de EE.UU., a la miseria en afganistán se dio
a través de la corrupción que siempre se atribuía a los afganos, pero que en
gran medida se alimentaba a sí misma. Los supuestos expertos en desarrollo. la
ayuda y el dinero para el desarrollo inundaron Afganistán sin tener en
consideración lo que una devastada economía como la afgana podía absorber.
Parte de ese dinero fue enviado de manera deliberada por la CIA para pagar a los
señores de la guerra y asegurarse de que, a la larga, fueran sensibles a los
intereses estadounidenses, que a menudo eran intereses violentos e incluían
cosas como las acciones del Mando Conjunto de Operaciones Especiales durante la
guerra en Afganistán, y en particular de las Fuerzas Especiales del Ejército,
cuando irrumpían en las casas de personas sospechosas de ser talibanes o
colaboradoras de los talibanes. De nuevo, los talibanes, ni siquiera al-Qaeda,
ni siquiera el grupo que atacó a EE.UU., mucho menos el núcleo de al-Qaeda que
conspiró, planeó y ejecutó los ataques del 11-S. EE.UU. estaba ahora en una
guerra prolongada con quienes una vez dieron refugio y formaron alianza con
al-Qaeda, en lugar de con la propia al-Qaeda. EE.UU. era responsable de lo que
pasara en Afganistán pero nunca actuó de manera responsable hacia el pueblo
afgano.
AMY GOODMAN: Quiero pasar a enero de 2015,
durante el mandato de Obama. Un ataque de EE.UU. con aviones no tripulados mató
accidentalmente a dos rehenes, un estadounidense y un italiano, en la frontera
entre Afganistán y Pakistán. Estas son las palabras del entonces presidente
Obama disculpándose por los asesinatos.
PRESIDENTE BARACK OBAMA: Esta mañana quiero expresar
nuestro dolor y condolencias a las familias de dos rehenes: un estadounidense,
el Dr. Warren Weinstein, y un italiano, Giovanni Lo Porto, que murieron
trágicamente en un operativo de contraterrorismo estadounidense […] Desde el 11
de septiembre, nuestros esfuerzos de contraterrorismo han prevenido ataques
terroristas y han salvado vidas inocentes, tanto aquí en EE.UU. como en el
resto del mundo. Y esa determinación para proteger vidas inocentes hace que la
pérdida de estos dos hombres sea particularmente dolorosa para todos nosotros.
AMY GOODMAN: Ese era el expresidente Obama
disculpándose. Spencer, usted ha pasado mucho tiempo en Afganistán. Estuvo
“empotrado” con las tropas allí, pero también hizo reportajes de manera
independiente. ¿Podría hablar sobre la importancia de ese momento?
SPENCER ACKERMAN: Ese fue un momento significativo. Es la única vez en que Estados Unidos, en particular el
presidente de Estados Unidos, no solo reconoció que los ataques con drones han
causado la muerte de civiles, sino que se disculpó por ello. Y la razón por la
que es un momento tan significativo en su particularidad, tiene que ver con el
trabajo que realicé, tanto en mi libro como en una serie de reportajes para The
Guardian en 2016, en los que entrevisté principalmente a paquistaníes y
yemeníes, que habían sobrevivientes a ataques con drones o que tenían familiares
asesinados en ataques con drones. Una de las historias que relato en “El reino
del terror” es la de un joven paquistaní llamado Faheem Qureshi.
Faheem Qureshi tenía 13 años cuando Obama lanzó su primer
ataque con drones. Los misiles impactaron en la casa de Faheem, donde vivía con
su familia. En ese momento estaban reunidos celebrando el regreso de uno de sus
parientes que había estado en un exitoso viaje de negocios en los Emiratos
Árabes Unidos. Faheem despertó tras 40 días en coma. Tenía quemaduras en la
mayor parte de su cuerpo. Había perdido un ojo. Y se enteró de que la mayoría
de las personas que mantenían a su familia habían muerto en el ataque, por lo
que, al salir del hospital, su responsabilidad inmediata sería la de mantener a
su familia, tanto como se lo permitiese su cuerpo destrozado.
Yo hablé con él sobre las dificultades que enfrentó desde
el ataque hasta el momento de la entrevista, unos siete años. Entre las
experiencias que compartió dijo que había intentado, por medio de las autoridades
paquistaníes y de la Embajada de EE.UU., hacer que se reconocieran de alguna
manera que lo que le había pasado era algo real, que simplemente no sucedió
como un acto de Dios, sino que fue perpetrado por Estados Unidos de América.
Nunca lo logró. Lo que sí recibió fue dinero manchado de sangre, una
compensación con la que básicamente parecían decirle: “Bueno, esto deberá
contar como indemnización y así queda saldada la deuda. No te vamos a ofrecer
un reconocimiento público ni mucho menos una disculpa”.
En mis entrevistas escuchaba una y otra vez, no de
Faheem, sino de otras personas cuyas vidas cambiaron para siempre debido a
ataques con drones, cómo Obama se había disculpado cuando había matado personas
blancas, pero nunca cuando los muertos eran gente como ellos. Nunca se disculpó
cuando mató a sus seres queridos o cuando las consecuencias de sus actos
dejaron a alguien mutilado o en una situación en que tuviera que abandonar su
sueño de ser químico para trabajar en lo que pudiera, con la esperanza de que,
como [Faheem] me contó, algunos de sus primos más jóvenes y sus hermanos
tuvieran la oportunidad de llevar vidas felices y prósperas. Luego le pregunté:
“¿Qué piensas sobre Barack Obama?”. Y él respondió: “Si hubiera una lista de
tiranos en el mundo, Barack Obama estaría en ella por sus ataques con drones”.
AMY GOODMAN: Spencer Ackerman, vamos a
hacer una pausa y regresaremos en un momento. Spencer es el autor de “El reino
del terror”, donde argumenta que lo que pasó tras el 11-S desestabilizó a
EE.UU. y creó a Trump. Spencer cubre temas de seguridad nacional y publica su
boletín electrónico Forever Wars en la plataforma Substack.
Luego de la pausa hablaremos sobre lo que él llama “el
reino del terror”. Además, hablaremos sobre el auge del extremismo de derecha
en Estados Unidos, algo que todas las agencias de Inteligencia de los Gobiernos
de Trump y de Biden han calificado como la principal amenaza terrorista
interna, mientras que varios congresistas republicanos ahora dicen que su
preocupación más grave es la amenaza de terroristas extranjeros. Quédense con nosotros.
Traducido por Iván Hincapié.
Editado por Igor Moreno Unanua.
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