El artista del hambre
Cómo un simple malentendido llevó a años de golpizas y alimentación forzada
en la prisión estadounidense en bahía de Guantánamo.
Lauren Walker
Newsweek en español
13 de septiembre de 2015
SIN DÓNDE ESCONDERSE: El personal militar supuestamente
inspecciona cada celda ocupada en el Camp 5 de Guantánamo cada dos minutos.
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“¿Tienes alguna conexión con Al-Qaeda?”, preguntó el hombre. Era la primavera de 2002, y
Emad Hassan estaba sentado en una silla en una tienda de campaña pequeña, con
las manos esposadas a su espalda. Parado frente a él estaba un joven soldado
estadounidense y su intérprete de árabe. El soldado le ladró en inglés, un
idioma que Hassan apenas entendía, y el intérprete sus palabras en un árabe
chapurreado.
Por semanas, Hassan, un joven bajito, de voz suave y 22 años, piel oscura y cabello
rizado, había sido cautivo de los estadounidenses en Afganistán. Nacido y
criado en Yemen, viajó a Faisalabad, Pakistán, en el verano de 2001 para
estudiar el Corán en una universidad pequeña. Pero una tarde de la primavera
siguiente, autoridades pakistaníes irrumpieron en la casa que compartía con
otros 14 estudiantes extranjeros y los llevaron a una prisión cercana. Después
de dos meses de golpizas e interrogatorios, los pakistaníes lo entregaron a los
militares estadounidenses.
Finalmente, Hassan se halló frente al joven estadounidense en lo que luego supo que era la
prisión militar estadounidense en Kandahar. Confundido y asustado, dice su
abogado, Hassan decidió que era mejor seguir diciendo la verdad. “Sí”, dijo
Hassan, según sus abogados, él tenía una conexión con Al-Qaeda. Esperó la
siguiente pregunta, pero el soldado y el intérprete parecían satisfechos. El
interrogatorio había terminado. Lo que se perdió en la traducción, dice el
abogado de Hassan: el soldado pensó que él hablaba de Al-Qaeda, el mortífero
grupo terrorista. Hassan en realidad se refería a Al-Qa’idah, un poblado a 115
millas de donde creció en Yemen.
Semanas después, guardias carcelarios entraron a la celda de Hassan. Le
quitaron sus ropas y le pusieron un pañal. Luego le vendaron los ojos, le
pusieron orejeras sobre la cabeza y lo metieron en un avión. Cuando la aeronave
aterrizó, pronto supo que estaba en la prisión estadounidense en bahía de Guantánamo,
Cuba. Lo que había empezado como un malentendido cómico se convirtió en una
odisea surrealista por el lado oscuro de la guerra de EE UU contra el terrorismo.
“Lo peor de lo peor”
En su novela satírica,From the Memoirs of a Non-Enemy Combatant, el escritor Alex
Gilvarry cuenta la historia de Boy Hernandez, un diseñador de modas confundido
con un terrorista. Como Hassan, Hernandez es enviado a bahía de Guantánamo.
Pero mientras que la travesía ficticia de Gilvarry tiene oscuros giros humorísticos
(el agente de relaciones públicas de Hernandez se llama Ben Laden), no hay nada
de gracioso en el calvario que los prisioneros —algunos de los cuales son
presuntamente inocentes— han soportado tras las rejas de la instalación estadounidense.
Después de los ataques del 11 de septiembre, el gobierno de EE UU usó partes de la
antigua base de la armada estadounidense en Guantánamo para mantener
prisioneros que el secretario de defensa, Donald Rumsfeld, llamó “lo peor de lo
peor” en la lucha contra Al-Qaeda. Algunos de los detenidos como Khalid Sheikh
Mohammed, el supuesto cerebro detrás del 11/9, son considerados ampliamente
como terroristas endurecidos. Sin embargo, en años recientes nueva información
ha socavado las afirmaciones de Rumsfeld e indica que pocos detenidos en Guantánamo
fueron actores importantes en la guerra contra EE UU.
Pero las palabras de Rumsfeld pegaron, tanto en las mentes del público como en la
gente que trabajaba en la prisión. “Especialmente en los primeros días, todos
estaban cabreados”, dice Brandon Neely, un guardia cuando llegaron los primeros
detenidos el 11 de enero de 2002. “La gente sabía que habían muerto personas en
las torres gemelas. Teníamos amigos en Afganistán. Queríamos hacer lo que pudiéramos
para vengarnos”.
Años después, cuando Joseph Hickman llegó para servir como guardia en 2006, la visión
de Rumsfeld todavía era la norma entre el personal de Guantánamo. “Sólo nos
metieron en la cabeza que ellos eran lo peor de lo peor, y que si les dabas la
espalda por un segundo, te matarían”, dice Hickman, autor deMurder at Camp
Delta, que investiga las muertes de tres prisioneros de Guantánamo.
Los dos ex guardias dicen que vieron a estadounidenses tratando a los prisioneros
con crueldad, desde golpizas hasta humillación pública. Pero quizá la evidencia
más perturbadora proviene deGuantánamo Diary, un libro de memorias de Mohamedou
Ould Slahi, un mauritano aprisionado allí desde 2002. Publicado en enero después
de una larga batalla legal, el libro censurado tremendamente retrata al
personal en la instalación estadounidense como torpe, burocrático y brutal. En
el recuento de Slahi, los interrogadores encargados de descubrir información
para salvar vidas estadounidenses parecían más preocupados en cubrir sus
propios errores, complacer a sus jefes y confirmar sus propias suposiciones
inapropiadas. El Pentágono se negó a declarar sobre la veracidad del libro.
Pero en una declaración, el comandante Gary Ross, un portavoz del Departamento
de Defensa, dice: “La sugerencia de que personal del Departamento de Defensa,
del que la abrumadora mayoría sirvió honorablemente, están o alguna vez
estuvieron involucrados en el maltrato sistémico de los detenidos es falsa y no
soporta el escrutinio”.
Newsweek no pudo hablar con Hassan directamente, y el gobierno de
EE UU ha evitado que los reporteros hablen con los 779 que han sido
aprisionados en Guantánamo. “Nuestra política es no comentar en la condición
específica [o] los detalles del detenido”, dice a Newsweek una portavoz
del ejército, la coronela Lisa Garcia del Comando del Sur, el
cual es responsable de las actividades militares en Centro y Sudamérica y el
Caribe, una frase repetida por el Pentágono y el Departamento de Estado. Pero
la historia de Hassan —armada a partir de documentos públicos, transcripciones
de sus conversaciones y entrevistas con ex funcionarios de inteligencia y el
equipo legal de Hassan— da un vistazo a las vidas de decenas de hombres que
dicen haberse visto atrapados accidentalmente en la guerra contra Al-Qaeda como
delfines en una red de arrastre.
Por años, la Casa Blanca ha tratado de cerrar Guantánamo, pero los críticos en el
Congreso tienen miedo de que los ex detenidos sean una amenaza para EE UU y sus
aliados. A principios de septiembre, 52 de los 116 prisioneros que permanecen
en la instalación estadounidense han sido franqueados para ser liberados, una
admisión tácita, dicen los críticos, de que nunca debieron ser aprisionados.
Una causa del retraso, dice un representante del Departamento de Estado, es
hallar países que estén dispuestos y capacitados para aceptar a los detenidos.
Ninguno ha sido acusado de un crimen. Algunos han pasado años en huelga de
hambre, alimentados por la fuerza por el personal médico de la prisión,
esperando en el purgatorio por una liberación que temen nunca vaya a llegar.
Otros, como Hassan, nunca perdieron por completo la esperanza.
Una recompensa de $5,000 dólares
La base militar de EE UU en bahía de Guantánamo se ve extrañamente suburbana. Hay
un Pizza Hut y un pub irlandés, una tienda Blockbuster y otra de regalos que
vende protector labial “Yo amo Guantánamo”. Camine unos pocos minutos fuera del
campamento y la isla se ve como un paraíso caribeño: escarpados acantilados de
coral e iguanas tendidas al sol, atardeceres de un rojo purpúreo y olas azules
quebrando en la costa.
Pero desde el momento en que Hassan llegó allí en junio de 2002, su experiencia fue
dura, dicen sus abogados. Los guardias alternaban entre golpearlo,
engrilletarlo por horas, obligarlo a desvestirse y hacerlo gatear en el frío
peso de metal. Le dieron un número —680— y a veces lo metían al Bloque Romeo
una parte infame del Camp Delta, ubicado en el borde más al este del
campamento. Allí, los guardias a menudo mantenían a los detenidos desnudos por
días y a veces los acosaban sexualmente con la esperanza de hacerlos confesar,
según los recuentos de varios detenidos. (Los abogados de Hassan en Reprieve,
una organización internacional no gubernamental, dicen que él no habla de esta
parte de su aprisionamiento; es demasiado terrible para él.)
Esos primeros días fueron nefastos para Hassan. “Me interrogaban de las 9 p.m. a las
4 a.m.”, dijo él a sus abogados. De nuevo, los interrogadores de Hassan le
preguntaban sobre sus nexos con Al-Qaeda. Esta vez, los intérpretes de árabe
fueron capaces de aclarar el malentendido anterior, dicen sus abogados, pero
los interrogadores de Hassan no le creyeron. Aun cuando nunca fue acusado de un
crimen, notas clasificadas del Departamento de Defensa obtenidas por WikiLeaks
muestran que el gobierno pensaba que Hassan estaba asociado con una célula
terrorista que trataba de atacar soldados estadounidenses en Afganistán. En
ellas se afirma que él visitó el campo de entrenamiento Al-Faruq de Al-Qaeda en
Afganistán y viajó a la región que rodea Tora Bora, donde creen que peleó con
fuerzas estadounidenses que perseguían a Osama bin Laden. Él luego
supuestamente huyó a una casa de seguridad cruzando la frontera, donde los
pakistaníes lo capturaron y entregaron a los estadounidenses.
Los archivos del gobierno vinculan esa captura con otra emboscada realizada en
Faisalabad esa noche, que llevó a la aprehensión de Abu Zubaydah, otrora
pensado como un reclutador de alto nivel de Al-Qaeda. Sin embargo, lo que los
documentos no aclaran es que estas emboscadas fueron parte de una redada,
grande y coordinada, encabezada por autoridades estadounidenses. “Fue la redada
más grande en la historia de la CIA”, dice John Kiriakou, un ex oficial de la
CIA y uno de los colíderes de la misión. (Él luego fue encarcelado por casi dos
años por enviarle vía correo electrónico el nombre de un colega oficial a un
reportero.) Cuatro casas fueron allanadas y 52 personas fueron hechas
prisioneras esa noche, recuerda él. En cada ubicación, fuerzas de seguridad
iraníes irrumpieron e hicieron los arrestos, mientras un representante de la
CIA y el FBI esperaba afuera. El oficial de la CIA luego llevó a los hombres a
una casa de seguridad estadounidense para cuestionarlos mientras el agente del
FBI reunía evidencia.
La casa de Hassan, dice Kiriakou, fue una adición de último minuto. Cada casa fue
marcada porque había estado en contacto electrónico frecuente con un afiliado a
Al-Qaeda. Pero la de Hassan sólo tenía una llamada breve registrada. El día
previo a la redada, un gobierno extranjero anónimo llamó para darle una pista a
la CIA; un informante dijo que era una casa de seguridad de Al-Qaeda.
Esa noche, Kiriakou y un oficial de policía pakistaní manejaron frente a la casa,
la cual está ubicada en un vecindario de clase media. Querían asegurarse de que
no serían emboscados al día siguiente. “Puedo decirte que algo malo está
sucediendo dentro de esa casa”, le dijo el oficial pakistaní a Kiriakou. “Estamos
a 105 grados hoy, y todas las ventanas y postigos están cerrados; tiene que
estar hirviendo allí dentro. Tienen algo que esconder”.
La CIA permaneció en Faisalabad sólo lo suficiente para enviar a sus cautivos a su próxima
ubicación. Kiriakou concede que le perdió el rastro a los “tipos de más bajo nivel”.
Pero sí recuerda una serie de errores en la víspera de la redada. La razón:
inteligencia incorrecta. Una de las casas de seguridad sospechosas resultó ser
un puesto deshish kabob con teléfono de paga (la agencia se percató del error
antes de entrar en él). Otra era una escuela de mujeres. El equipo encabezado
por la CIA irrumpió y arrestó a un viejo y sus dos hijos. La agencia luego descubrió
que los hombres habían permitido que extraños usaran su teléfono por 5 rupias
por llamada. “¿Había árabes inocentes en algunas de esas casas?”, dice
Kiriakou. “No me sorprendería si la respuesta era que sí”.
Hassan y sus abogados dicen que las afirmaciones del gobierno de EE UU respecto a sus
conexiones con Al-Qaeda son falsas. Las fuerzas pakistaníes que se llevaron a
Hassan de su residencia estudiantil, dicen sus abogados, recibieron $5,000 dólares
de los militares estadounidenses. Esto era típico. Según un análisis de 2006
hecho por el Centro de Política e Investigación de la Facultad de Leyes de la
Universidad Seton Hall, la gran mayoría de los detenidos en bahía de Guantánamo
fueron arrestados por grupos locales ansiosos de beneficiarse con la fiebre del
oro contraterrorista. “Obtén riqueza y poder más allá de tus sueños”, reza un
panfleto mencionando las recompensas. “Esto es dinero suficiente para hacerte
cargo de tu familia, tu poblado, tu tribu por el resto de tu vida”. Entregar a
sospechosos de Al-Qaeda también era lucrativo para el gobierno en Islamabad.
Como escribió el ex presidente pakistaní Pervez Musharraf en sus memorias de
2008,In the Line of Fire: “Nosotros hemos capturado 689 [combatientes enemigos]
y entregado más de 369 a Estados Unidos. Hemos ganado recompensas que totalizan
millones de dólares”.
En cuanto a los campos de entrenamiento terroristas, Hassan dice que nunca había
estado en Afganistán antes de que las fuerzas estadounidenses las llevaran allí.
Sus abogados afirman que mucha de la información incriminatoria del gobierno de
EE UU proviene de un pequeño grupo de informantes en Guantánamo que les dijeron
a los interrogadores lo que éstos querían oír. Muchos vendieron a sus compañeros
detenidos por pequeñas recompensas. Algunos supuestamente recibieron
PlayStations y pornografía por su ayuda. Otros eran enfermos mentales o dicen
que fueron torturados, dicen los abogados de Hassan. “No importaba cuál fuera
la evidencia”, dice Mark Fallon, ex subcomandante de la Fuerza Especial de
Investigación Criminal, una organización creada en 2002 para investigar a los
detenidos capturados en la guerra contra el terrorismo. “Podías tener 10
testigos declarando que el detenido no estuvo en un campo de entrenamiento de
Al-Qaeda. [Pero] si un detenido dijo que él más o menos se parecía a alguien
que estuvo allí, si había alguna sospecha de que alguien podría haber estado
involucrado, no los liberarían”.
Slahi, el autor deGuantánamo Diary, da un recuento similar. Dice que los
interrogadores en Guantánamo lo golpearon, acosaron sexualmente y le impedían
dormir. Al final, dice que ofreció una confesión falsa e implicó a personas en
crímenes que no cometieron, todo para detener el dolor. Sus recompensas
incluyeron una televisión, escribir doquiera que él quisiera y su propio jardín
donde cultivó menta para té.
Sin embargo, Hassan nuca informó sobre otros reos para facilitarse la vida, dicen
sus abogados. “Emad sigue teniendo la esperanza de salir y regresar con su
familia debido a su creencia absoluta en que no ha cometido un crimen contra EE
UU o cualquier otra parte”, dice Sami Al-Hajj, un periodista de Al-Jazeera y ex
reo de Guantánamo, en una carta a Newsweek.
Más bien, a casi dos años de iniciada su estancia, Hassan comenzó a encabezar
huelgas de hambre intermitentes entre los reos. Hacer eso es considerado una
forma de desobediencia en Guantánamo. Según el Departamento de Defensa, a
Hassan se le han impuesto por lo menos 132 infracciones durante su tiempo en la
prisión estadounidense, incluido asalto y lanzar sus heces a los guardias.
Estos actos periódicamente le dieron a Hassan tiempo en lo que se conoce ahora
como Camp 5. Aquí, los prisioneros son mantenidos en confinamiento solitario y
se les da monos anaranjados, una esterilla para orar y un agujero en el suelo
que usar como sanitario. Si los guardias y otros sentían que su comportamiento
mejoraba, lo regresaban a una celda en lo que ahora es llamado Camp 6, un lugar
más cómodo para vivir, donde los detenidos reciben uniformes blancos, colchas,
libros y la libertad de interactuar con otros prisioneros.
Mientras Hassan era transportado entre estos dos campamentos, apareció ante un tribunal
militar y una vez más les dijo a los militares estadounidenses que habían
cometido un error.
“¿Los interrogadores le han preguntado sobre su asociación con Al-Qaeda?”, preguntó
un miembro del tribunal.
“Sí, así lo creo”, dijo Hassan.
“¿Les ha dicho lo mismo que nos está diciendo?”
“Sí”.
“Entonces, ¿por qué cree que está aquí?”
Hassan se rió.
“¿Cómo puede hacerme esa pregunta?”, respondió él. “Esta pregunta deberían hacérsela a
ustedes”.
Cuidados del Dr. Jekyll
Los interrogatorios continuaron. Pero durante los primeros años de Hassan en Guantánamo,
él no tenía manera de disputar su detención. Así fue hasta principios de 2005,
cuando el abogado Douglas Cox, luego un abogado del despacho Allen & Overy,
llegó a la prisión para reunirse con él por primera vez.
Meses antes, la Suprema Corte había dictaminado en contra de la administración de
Bush y decidió que era inconstitucional negarles a los reos de Guantánamo un
abogado y la capacidad de disputar la base de su detención en cortes
estadounidenses. Cox dijo a Hassan que su familia lo había contratado, pero al
principio Hassan no confiaba en él; su experiencia tras las rejas lo hizo
receloso de los estadounidenses. “Después de que te has quemado con sopa
caliente”, le dijo a su abogado, “le soplas a tu yogurt”.
Aunque Hassan era suspicaz, la primera impresión de Cox fue positiva. “Emad es listo…
Discutir las cosas con él fue muy fácil”, dice Cox. “Para él, el mayor problema
era simplemente si era bueno seguir estos casos. Él era escéptico de que algo
fuese a cambiar [y]… no quería legitimar el proceso que lo mantuvo detenido
tanto tiempo”.
Los dos se reunieron de nuevo el 30 de agosto de 2005, pero Hassan estaba en otra
huelga de hambre. Se sentía desamparado y ya no podía soportar los ejotes y las
pastosas croquetas de pollo que los guardias llevaban a su celda. “Traté de
persuadirlo para que parase”, dice Cox. “Estábamos asustados por los efectos a
largo plazo en su salud”. Pero Hassan, como decenas de otros reos que dicen
haber sido enviados arbitrariamente a Guantánamo, se negó. Una semana después,
Cox supo que los guardias habían empezado a alimentar por la fuerza a su
cliente, un proceso que un compañero en la huelga de hambre describió como “tener
una daga metida en la garganta”. Los militares han dicho que alimentan y tratan
humanamente a los reos que se niegan a comer.
Al principio, los guardias llevaron a Hassan al hospital de la prisión, donde la
alimentación forzada se realizaba una o dos veces al día. Para 2007, cuando
Hassan comenzó la que se convertiría en una de las huelgas de hambre más largas
en la instalación, el protocolo había cambiado. Los guardias se paraban fuera
de su celda y le ordenaban que se tendiese bocabajo en el suelo con sus manos
en la espalda. Ellos entraban, le ponían grilletes en brazos y piernas, y lo
ponían en una silla con restricciones extras. Luego un médico o enfermera metía
un tubo lubricado por una fosa nasal, pasándolo por la garganta hasta el estómago
de Hassan. Luego pegaban con cinta la punta del tubo a la frente de Hassan y la
conectaban a una bolsa llena de líquido fortificado con vitaminas, como Ensure.
Hassan fue alimentado a la fuerza más de 5,000 veces, un proceso que Cox y los
abogados actuales de Hassan dicen que se volvió una tortura: Hassan desarrolló
pancreatitis crónica, una de sus fosas nasales se hinchó hasta cerrarse, y
frecuentemente vomitaba y defecaba sangre, a veces mientras el proceso estaba
en marcha. Su peso se desplomó a poco menos de 90 libras.
Pero la relación de Hassan con el personal de la prisión no era del todo negativa. “Había
buenos guardias trabajando hoy”, dijo Hassan una vez a sus abogados en Reprieve,
quienes tomaron el caso de Hassan después de que Cox dejó su despacho. “Estuve
hablando con uno de ellos. Dije que no pedíamos mucho en nuestra huelga de
hambre, sólo nuestros derechos humanos básicos”.
“680, sí nos importa”, dijo el guardia.
“Dígaselo a los superiores, entonces”.
“Lo hice”, respondió el guardia. “Tampoco a nosotros nos escuchan”.
Cuando los guardias son amables con los reos, dice Hassan, a menudo son castigados, no
recompensados por la prisión. “Cuando los guardias dan muestras de que nos
respetan, cuando respetan nuestra humanidad, los respetamos”, dijo él a sus
abogados. “Desgraciadamente, estos guardias son la minoría”. Ross, el portavoz
del Pentágono, dice que “todos los alegatos creíbles de abuso son investigados
cuidadosamente, y se toma la acción disciplinaria apropiada cuando estos
alegatos son corroborados”. El ex guardia Joseph Hickman recuerda una ocasión
en la que un guardia reportó a otro por abusar de los detenidos. “El guardia
que reportó recibió todo tipo de amenazas”, dice Hickman, “pero pocas semanas
después, el guardia al que denunció fue promovido”.
Un médico, a quien Hassan llamó Dr. Jekyll, era ampliamente temido entre los reos. “Si lo
veías de mala manera, él te ponía en disciplina por siete días”, dijo Hassan a sus
abogados en Reprieve, refiriéndose a castigos que incluían golpizas y privación
del sueño. “Nadie hizo tanto daño como él. Él creía que cuanto más duro se
portaba, más rápido lo promoverían”.
Pero muchos han objetado la política de la prisión, incluido un enfermero naval que
recientemente fue reasignado después de amenazas de darlo de baja por negarse a
alimentar por la fuerza a los detenidos. “Había un enfermero bueno. Habrán oído
hablar de él ahora”, dijo Hassan a sus abogados. “Si estabas enfermo, él dejaba
pasar una alimentación forzada, para que no te enfermaras más”. Un oficial médico,
de quien Hassan se refería como Dr. R., una vez se sentó en la cama de Hassan y
lloró por cómo lo trataba el personal. “Me uní a las fuerzas militares para
poder ir a la escuela de medicina”, le contó el médico según Hassan. “Y ahora
he terminado alimentado por la fuerza a hermanos”.
Leer Harry Potter en Guantánamo
El 21 de mayo de 2009, el Presidente Barack Obama se paró enfrente de un podio en los
Archivos Nacionales en Washington, D.C., viéndose calmado y confiado en su
traje oscuro y corbata negra. Apenas era el cuarto mes de su primer período.
Cuando empezó sus declaraciones, Obama explicó por qué estaba presionando para
cerrar Guantánamo y crear un cuerpo especial que revisara los casos de aquellos
atrapados en el limbo legal. “El registro es claro”, dijo él. “En vez de
mantenernos a salvo, la prisión en Guantánamo ha debilitado la seguridad
nacional estadounidense. Es un llamado a cerrar filas para nuestros enemigos.
Como se lo mire, los costos de mantenerla abierta exceden por mucho las
complicaciones que implica cerrarla”.
Ese año, el cuerpo especial de Obama franqueó a Hassan para ser liberado, un proceso que
requiere el que seis agencias federales concuerden en que un prisionero no
presenta una amenaza a la seguridad nacional. “El hecho de que él… [fue]
franqueado para ser liberado hace más de cinco años”, dice Clive Smith, uno de
los abogados de Hassan en Reprieve, “es una admisión de que no [había] razón
para aprisionarlo. Nunca la hubo”. Pero Hassan continuó tras las rejas. El 25
de diciembre de 2009, un nigeriano entrenado en Yemen trató de hacer estallar
una bomba en un avión con destino a Detroit, obligando a Obama a imponer una
prohibición total a la transferencia de yemeníes fuera de Guantánamo.
En mayo de 2014, Alka Pradhan, otra de los abogados de Hassan en Reprieve, se
reunió con él en un pequeño cobertizo metálico con aire acondicionado al otro
lado del camino del Camp 5. El cuarto estaba amueblado con una mesa y sillas,
junto con un lavamanos, un sanitario y un catre. En la esquina había una cámara
para permitirles a los guardias monitorear la reunión. La última vez que
Pradhan vio a Hassan, él se estaba dejando un gran afro como preparación para
una videollamada por Skype con su madre, un privilegio ocasional en la prisión.
“Todos los otros tipos en el campamento se burlaban de él”, recuerda Pradhan. “Pero
él decía: ‘Miren, esto hará reír a mi madre”.
Esta vez, Pradhan dice que Hassan entró al cuarto con trenzas africanas y un mono
anaranjado demasiado grande que colgaba de su pequeño cuerpo. Los guardias habían
puesto grilletes en sus brazos y piernas. Cuando se sentó, Hassan sonrió;
Pradhan le había traído una caja del McDonald’s de Bahía de Guantánamo:
panqueques, bizcochos, jugo y un McMuffin de huevo sin carne. Aun cuando él
todavía estaba en huelga de hambre, Hassan comía durante las reuniones con sus
abogados, las cuales se daban sólo unas tres veces al año. “Él comió un poco”,
recuerda Pradhan. “Definitivamente comió un poco de los panqueques. Probó el
McMuffin de huevo, pero no pudo pasarse mucho de él”.
La comida no era lo único en la mente de Hassan ese día. Pese a todo su odio y
frustración con las alimentaciones forzadas y el largo cautiverio, de lo que él
más quería hablar era de libros, dice Pradhan. Él hablaba con fluidez el inglés,
y en el Camp 5 los detenidos pueden pasar una hora al día solos en un cuarto
sin ventanas, encadenados al piso, sentados en un sillón viejo, ya sea leyendo
o viendo TV. El sillón, dice Pradhan, “se ve como si tu abuelo hubiera fumado y
tosido en él por 40 años”, y la selección de libros es limitada:El mercader de
Venecia, de William Shakespeare, está prohibido, al igual queEl inocente, de
John Grisham, yAn American Slave, de Frederick Douglass, junto con las memorias
de Slahi. Pero en la más de una década desde que entró en Guantánamo, Hassan se
ha inmerso en la cultura estadounidense. Algunos de sus libros favoritos
incluyenCrepúsculo yHarry Potter. “Él se ve a sí mismo en algunos de estos
personajes, y obtiene lecciones sobre la fortaleza”, dice Pradhan. “Él dice: ‘Tal
vez no soy tan diferente de todos los que leen estos libros’.”
“No es lo que somos”
Durante su discurso del Estado de la Unión en enero de 2015, el Presidente Obama renovó
su promesa de cerrar Guantánamo. Algunos prisioneros serán liberados y
reubicados en países que los acepten. Otros —como Khalid Sheikh Mohammed— serán
juzgados por comisiones militares. Decenas son considerados demasiado peligrosos
para ser liberados, pero no hay evidencia suficiente para acusarlos. El Pentágono
actualmente busca una instalación que los acepte en Estados Unidos. “Como
estadounidenses, tenemos un compromiso profundo con la justicia”, dijo Obama. “No
tiene sentido gastar $3 millones de dólares por prisionero para mantener
abierta una prisión que el mundo condena y los terroristas usan para reclutar…
No es lo que somos”.
Algunos legisladores temen que los ex prisioneros de Guantánamo están maduros para el
reclutamiento. Previamente este año, senadores republicanos impulsaron un
proyecto de ley presupuestal que limitaría todavía más la transferencia de los
detenidos de Guantánamo. “La guerra contra el terrorismo ha llegado a una fase
letal”, dijo Lindsey Graham, senador por Carolina del Sur y precandidato
presidencial republicano, a Fox News en enero. “Es demente permitir que esta gente salga de Guantánamo para
volver a la lucha”. Datos de reincidencia de la Oficina del Director Nacional
de Inteligencia indica que 17.9 por ciento de los ex detenidos se involucró
directamente en “actividades terroristas o insurgentes” después de su liberación.
Pero no está claro qué implica el involucrarse. Un reporte de la Facultad de
Leyes de la Universidad Seton Hall de 2012 sugiere que la definición es en
extremo amplia, incluyendo a aquellos que “hablan críticamente de la política
de detención del gobierno”.
En cuanto a Hassan, el 12 de junio de 2015 los guardias de Guantánamo entraron
a su celda de noche. Una vez más le quitaron la ropa y le pusieron un pañal.
Una vez más le privaron de sus sentidos con una venda en los ojos y orejeras, y
una vez más lo metieron a un avión para una larga travesía. Sólo que esta vez,
cuando el avión aterrizó, estaba en Omán. El país lo había recibido con bases
humanitarias. Reprieve y el gobierno de EE UU no comentaron sobre su ubicación
exacta en Omán, y reporteros locales dicen que el gobierno en Mascate les ha
advertido que no traten de entrevistar a ex detenidos de Guantánamo. Pero más
de una década después de que llegó a Guantánamo, Emad Hassan era finalmente
libre, y nada parecía haberse perdido en la traducción.
Lauren Walker @laserlauren
RIGUROSO E INUSUAL: Un tubo de alimentación similar a aquellos usados en Hassan por ocho años durante su huelga de hambre.
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LA SALA DE MEDIOS de la prisión reservada para los
detenidos obedientes.
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LECTURA OSCURA: El Guantánamo Diary de un prisionero,
tremendamente censurado.
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