Adviento subversivo para un mundo mejor
A la memoria histórica de Dennis de León, amigo y compañero, quien siempre
nos dijo con acciones una manera de hacer un mundo mejor.
Hoy es el cuarto domingo de Adviento —tradición Cristiana— en donde
celebramos la creencia que es posible la creación de un mundo mejor.
De frente a esta realidad de un mundo diferente pero mejor, tengo que
reconocer que no tengo la menor duda de que la maldad existe y la misma tiende a
manifestarse en nuestro diario vivir de diferentes maneras.
En nuestros medios existen personas y estructuras, las cuales están poseídas
por los demonios de la egolatría, el individualismo, el narcisismo y el
materialismo, por sólo mencionar algunos. Algo así como lo que George W. Bush
hacia, y ahora Barack Obama continúa haciendo, en su genocidio contra el pueblo
iraquí y afgano.
La narrativa bíblica del Evangelio de Marcos, nos dice que el compañero y
hermano Jesús le hizo frente, con autoridad, a la maldad manifestada en un ser
humano. En nuestro Adviento subversivo somos llamados a confrontar con autoridad
toda clase de maldad que atenta contra la preservación de la humanidad, sea esta
a un nivel personal o a uno estructural.
Cuando nos emprendemos en este Adviento subversivo, es necesario tener muy
claro, por un lado, que no se busca privilegios; de lo contrario, pasa a ser un
negocio en el que revendemos lo que se supone sean derechos inalienables de todo
ser humano: la libertad y la felicidad.
Este asunto ha provocado división en las prácticas de movimientos de
liberación, ya sean culturales, políticos, religiosos, de género, sociales, etc.
Una pregunta diabólica, que mancha y contamina cualquier proceso de
emancipación, es la siguiente; ¿qué beneficios me tocan a mí en todo esto?
Por otro lado, y sin sonar vacilante, me parece que también es posible que,
si reorientamos y reorganizamos la adquisición de esos beneficios, pudiéramos
encontrarles mayor cabida dentro de la emancipación.
Por ejemplo, ¿Qué tal si en vez de buscar beneficios personales, como la
compensación monetaria y el reconocimiento social, buscamos los beneficios
comunitarios?
O sea, socialicemos los beneficios a tal grado que, al saber que personas o
estructuras han sido emancipadas, me produce una satisfacción personal.
Véalo en esta narrativa bíblica del Evangelio de Marcos (1:23-26): En una
ocasión se encontraba en esta sinagoga un hombre que estaba en poder de un
espíritu malo. Y se puso a gritar: ¿Qué quieres de nosotros, Jesús de Nazaret?
¿Has venido a derrocarnos? Yo te he reconocido. Tú eres el Santo de Dios. Jesús
le hizo frente con autoridad: ¡Cállate y sal de ese hombre!
Por otro lado, no tengo la menor duda de que el sacrificio es necesario. Esto
es como un deber divino.
Ahora bien, y aquí es que está la solución al problema —me parece a mí—, si
el sacrificio personal no tiene la capacidad de transformarse en un deber
colectivo que produzca satisfacción personal, entonces se transforma en enojo y
llega hasta el extremo de dirigir esos sentimientos negativos y de frustración
hacia uno mismo y/o hacia la colectividad.
La integridad, así como el sacrificio personal, son virtudes morales que no
debemos perder en ningún momento. Por otro lado, hace mucho tiempo que aprendí
de gente muy buena cómo convertir el deber o el sacrificio, en felicidad.
Recordemos siempre: en el Adviento subversivo, la mejor manera de hablar es
construyendo la paz con justicia.
Lbarrios@jjay.cuny.edu
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