El libro de Mansoor
Adayfi “No nos olvides aquí”: un recuento devastador de la crueldad de Guantánamo, pero uno cargado de esperanza, humor y
humanidad
Por Andy Worthington
17 de agosto de 2021
Imagínate ser secuestrado en Afganistán o Pakistán,
ser brutalizado en prisiones estadounidenses en Afganistán y después ser
enviado al otro lado del mundo a Guantánamo, una base naval estadounidense en
Cuba en donde estás detenido indefinidamente, sin cargos ni juicios, en un
centro de detención que fue específicamente escogido por estar más allá del
alcance de los tribunales y en donde todas las reglas normales en relación a la
detención y tratamiento de los prisioneros no aplicaban.
Imagínate estar detenido por años, en confinamiento
solitario por periodos, pudiéndote comunicar únicamente con la persona en la
celda junto a la tuya acostándote en el piso gritando a través de pequeños
hoyos en la pared.
Imagínate ser castigado con violencia física que a
veces te rompía los huesos por reusarte a cooperar o porque creyeron que
infringiste una lista de reglas constantemente cambiantes diseñadas para
deshumanizarte de manera permanente y para “ablandarte” con implacables y
muchas veces violentas interrogaciones.
E imagina ser llevado, a todas horas del día o de la
noche, a estas interrogaciones, en donde aquellos cuestionándote y a veces
atacándote, están convencidos de que eres un líder terrorista, que sabías de los
ataques del 11/9 antes de que sucedieran, que conociste a Osama bin Laden o que
sabes su paradero o el del líder talibán Mullah Omar, como resultado de las
valoraciones basadas en testimonios poco confiables extraídos de tus compañeros
prisioneros o incluso dichos por ti cuando ya no podías soportar el castigo que
recibías cuando fracasabas en decirle a tus secuestradores lo que querían escuchar.
¿Cómo reaccionarías? ¿Obedecerías o te resistirías?
Algunos prisioneros, entendiblemente, tomaron el camino
anterior, pero la obediencia no era garantía alguna de seguridad, porque los
interrogadores todavía exigían que les dieras información útil, aunque no la tuvieras.
Mansoor Adayfi, un yemení que tenía sólo 19 años
cuando llegó a Guantánamo en febrero del 2002, un mes después de la apertura de
la prisión, escogió el camino de la resistencia y pagó un precio muy alto por
ello, tanto psicológica como físicamente, como explica en su asombrosamente
poderoso libro “No nos olvides aquí: perdidos y encontrados en Guantánamo” ("Don't Forget Us Here: Lost and Found
at Guantánamo"), que se publicó el día de hoy.
Y mientras Mansoor extrae de su propia experiencia
para contar su historia, deja claro, en su prefacio, que, como lo describe
“nunca quise escribir un libro acerca de mí. Quise, en lugar de eso, contar la
historia de Guantánamo y de todos los hombres encarcelados ahí” — “hombres de
todo el mundo, representando cincuenta nacionalidades y hablando más de veinte
idiomas” que eran “doctores, periodistas, cantantes, profesores, estudiantes,
maestros, paramédicos, poetas, herreros, ex espías y asesinos de la CIA,
campesinos, ancianos de tribus y mucho más”.
Como explica Mansoor, él quería “mostrarle al mundo lo
que la vida era en realidad. Mostrarle al mundo quiénes realmente estaba ahí.
Pensé que si podía capturar los pequeños momentos de felicidad y belleza, de
amistad y hermandad, de la dureza y la lucha por sobrevivir— todos los momentos
que nos unieron y nos vincularon — que podría tal vez cambiar la manera en la
que la gente piensa sobre Guantánamo”.
Muchos de estos individuos, como Omar, un libio con
una pierna, quien anima la exhuberante resistencia de Mansoor con la voz de la
experiencia o Zakaria, el amable yemení secuestrado
en Georgia quien, tristemente, todavía se encuentra encarcelado —
aparecen en el libro de Mansoor, aunque el principal foco, inevitablemente, es
sobre quienes fueron sus compañeros de resistencia; principalmente los otros
jóvenes yemeníes, hombres adolescentes o en sus veintes, que tenían la energía
e independencia de la juventud para sostenerlos en su implacable resistencia a
la implacable violencia e injusticia de sus captores a través de huelgas de
hambre, por ejemplo y la persistente desobediencia.
Mansoor nos dice que a cierto punto, en total, “había
alrededor de setenta hombres íntegros en el campamento”, apodo que les daban a los rebeldes, pero había sólo once en su
grupo particular, y es particularmente serio darse cuenta, mientras progresa la
narrativa del autor, que cinco de estos hombres murieron en Guantánamo, suicidándose, según la versión
de las autoridades, aunque estas conclusiones han sido robustamente
cuestionadas en los últimos años.
Si todo lo mencionado anteriormente suena
insoportablemente desolador, como Mansoor describe verazmente las profundidades
de la perversidad del régimen en Guantánamo, y aun así, tan fundamentalmente
lleno de Esperanza, la humanidad y el extraordinario humor en la obscuridad
está persistentemente puntualizado por observaciones cortantes y surreales, por
cuentos encantadores de hermandad y bromas hacia los guardias e incluso a los
comandantes de la prisión, como momentos de optimismo arrebatados de las mandíbulas
de la desesperación.
No por nada Mansoor fue conocido como el “alborotador
sonriente” para las autoridades de la prisión, un apodo que perfectamente
cuadra con el encanto audaz de su resistencia.
Afortunadamente, en el 2009, la historia de Mansoor cambió
de golpe, cuando le asignaron, por primera vez, un abogado — Andy Hart, un
defensor público federal de Ohio, cuya llegada le ayudó a ver más allá de la
lucha sin fin con las autoridades que lo había consumido por siete años.
Fue en este momento en el que empezó a escribir sus
historias de Guantánamo y a enviárselas a Andy, historias que, junto con otras
que le mandó a su nueva abogada Beth Jacob, después de la muerte de Andy, se
convirtieron en la base de "Don’t Forget Us Here", su libro, sobre el
cual Mansoor trabajó de cerca con el escritor y editor Antonio Aiello.
Además, en este momento, el libio Omar, negoció la conversión
de un bloque, el Campamento 6, a un bloque comunal si Mansoor y sus amigos terminaban
su última huelga de hambre y se mudaron todos al bloque en donde Mansoor
conoció a otro mentor, Saifullah Paracha, el prisionero más viejo de
Guantánamo, que sigue detenido (y sobre
el cual escribió para nosotros en el 2018) y en donde, finalmente, las
autoridades les permitieron, maravillosamente, a los prisioneros expresarse a
través de arte en un breve periodo de creatividad en el cual prisioneros como Moath al-Alwi, que
tristemente también sigue encarcelado, armaron de manera detallada barcos a
escala hechos de materiales de desecho.
El periodo de tolerancia y creatividad no duro, por supuesto, pero eventualmente Mansoor fue liberado después de que su Juntas de revisión
periódica, proceso establecido por Obama, concluyera que era seguro
dejarlo ir, después de todos esos largos y absurdos años en los que las
autoridades estadounidenses creyeron que él era alguien importante en círculos
terroristas y no solo un estudiante secuestrado por error, que rechazó aceptar la
exhaustiva y completa injusticia del experimento maligno que es Guantánamo.
Mansoor fue finalmente enviado a vivir a Serbia, porque el establecimiento estadounidense ha persistentemente rechazado regresar
a los yemeníes a su país, echándole la culpa a la situación de seguridad y
mientras que no podemos negar que en Serbia él ha
tenido una razón para regresar a su hábito de desobediencia aprendido en
Guantánamo, también se ha crecido
mucho en un talentoso escritor cuyo poderoso y único libro fue publicado
hoy.
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