La verdad no importó nunca en Guantánamo
Voces del Mundo 12 de junio de 2022
Elise Swain, The Intercept, 11 junio 2022
Traducido del inglés por Sinfo Fernández
Un miembro de
las Fuerzas Armadas de Estados Unidos en el interior del bloque de celdas del
Campo 2 en la Bahía de Guantánamo, Cuba, 9 de mayo de 2006. (Mark Wilson/Getty
Images)
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El sargento del Ejército Joseph Hickman estaba de guardia en la Bahía de
Guantánamo, en una torre con todo el complejo penitenciario desplegado bajo él,
cuando vio una furgoneta blanca de transporte de presos salir del Bloque Alfa
hacia la puerta de entrada de la prisión. Era la tarde del 9 de junio de 2006.
Una vez que la furgoneta atravesó la puerta, hizo un giro inusual a la
izquierda. El único destino posible para los detenidos en esa dirección era
un sitio negro de la CIA al que algunos de los guardias se
referían como "Campo No", porque oficialmente no existía. Cuando se puso el
sol, después de que los detenidos hubieran cenado, Hickman observó que la
furgoneta se dirigía dos veces más hacia el centro. Horas después, tres
detenidos fueron declarados muertos.
La explicación oficial que el gobierno ha mantenido durante 16 años es una
versión increíble de los hechos que ha sido desmontada en informes posteriores.
La Marina dice que los hombres se suicidaron por ahorcamiento, en celdas
separadas no contiguas, de la misma manera, al mismo tiempo, bajo vigilancia
por vídeo, sin que los guardias se dieran cuenta y sin que los prisioneros
pidieran a los guardias que intervinieran. Nos dicen que cada uno de los
hombres se había atado las muñecas y los tobillos con telas y que se habían
introducido trapos en la garganta, y luego nos piden que creamos que se
colgaron ellos mismos.
A pesar del explosivo reportaje
de Scott Horton para Harper’s Magazine, en el que múltiples
fuentes, incluido Hickman, refutaron la versión oficial y aportaron pruebas de
que se había producido un encubrimiento, no se ordenó ninguna investigación
oficial independiente del incidente. El Departamento de Justicia, al que se le
pidió que examinara la increíble explicación de los hechos por parte de la
Marina, acabó revisando las acusaciones de encubrimiento y no encontró "ninguna prueba de delito".
Este inquietante episodio no tardó en volverse indeciblemente oscuro: las
autopsias independientes ordenadas por las familias de los muertos fueron
inútiles, ya que los cuerpos, que mostraban signos de tortura, habían sido
enviados a casa con partes perdidas. A los hombres se les había extirpado la
garganta: la laringe, el hueso hioides y el cartílago tiroides. Incluso después
de este impactante hallazgo, la puerta se cerró; no habría investigaciones.
Hickman llegó a publicar un libro titulado "Murder at Camp Delta" ["Asesinato en el Campo
Delta"].
Para el público estadounidense, la pérdida de tres "terroristas"
desconocidos por suicidio en la prisión de Guantánamo fue una historia
pasajera, si es que llegó a registrarse, en el interminable ciclo de noticias
de la "guerra contra el terrorismo" de Estados Unidos. Pero para Mansoor
Adayfi, un inocente yemení atrapado en Guantánamo, fue la noche en que todo
cambió. Conocía a los tres hombres, dijo a The Intercept. Habían protestado juntos, se habían puesto en
huelga de hambre juntos, se habían sometido a un infierno para exigir derechos
básicos y decencia humana.
En sus memorias, "Don’t Forget Us Here”
["No nos olviden aquí"], Adayfi expone su propio relato de aquella noche de
verano. Apenas unas horas después de la muerte de los hombres, un devastado
Adayfi fue interrogado y golpeado por el incidente. Los exdetenidos Mohamedou
Slahi y Ahmed Errachidi dijeron en una entrevista que sus celdas, incluso en
régimen de aislamiento, fueron registradas esa noche. Los muertos -Salah Ahmed
Al-Salami, de 37 años; Mani Shaman Al-Utaybi, de 30; y Yasser Talal Al-Zahrani,
de 22-, todos ellos detenidos sin cargos, fueron atacados por el comandante del
campo. "Son inteligentes, creativos y comprometidos", dijo el
contralmirante Harry B. Harris Jr. "No tienen ninguna consideración por la
vida, ni la nuestra ni la suya. Creo que esto no fue un acto de desesperación,
sino un acto de guerra asimétrica librado contra nosotros." Los guardias y los
interrogadores enfadados, avergonzados por el suceso, se embarcaron en una
campaña de represión que duró un mes.
"Nada tenía sentido", escribe Adayfi. "Ninguno de los hermanos había
hablado de suicidio. Ninguno de nosotros lo había hecho. Acabábamos de
sobrevivir juntos a la huelga de hambre. Las condiciones en el campo habían
mejorado, y nos preparábamos para volver a la huelga para conseguir aún más
cambios”.
En "Murder at Camp Delta”, Hickman escribe que ninguno de sus guardias que tenían una visión clara del
campo y de la clínica médica vio a ningún detenido ser trasladado de sus celdas
a la clínica. El propio Hickman vio cómo la furgoneta blanca regresaba al
campamento y se dirigía directamente a la clínica, aunque no pudo ver lo que se
descargaba de la furgoneta porque su vista estaba bloqueada. Dos guardias que
tenían una vista sin obstáculos de los pasillos que conectan la clínica con los
bloques de celdas confirmaron a Horton que no habían visto sacar a ningún
prisionero de las celdas.
Hickman y Adayfi se mantienen firmes en la conclusión de que era imposible
que estos hombres hubieran muerto suicidándose en sus celdas. "Esto fue un
asesinato", dijo Hickman. "Pienso en ello todos los días".
Adayfi explica que él y sus "hermanos", compañeros de prisión, siempre
hicieron todo lo posible para evitar que se produjera un suicidio. "No puedo
decir exactamente qué pasó", me dijo. "De alguna manera, los mataron".
Un dibujo realizado por Sabry Al Qurashi mientras estaba detenido en la prisión de
Guantánamo en 2014. Foto: Cortesía de Mansoor Adayfi)
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Otras muertes misteriosas se sucedieron a lo largo de los años. En total,
nueve detenidos han muerto en la prisión. Surgieron acusaciones de
encubrimiento, pero las muertes permanecieron envueltas en el secreto.
Con pocas excepciones, nadie se preocupó realmente. Ni siquiera la absurda
historia presentada sobre estos "suicidios" logró conmocionar al público para
que condenara la continua parodia de justicia que representa Guantánamo. La
narrativa de que estos hombres hicieron algo terrible y merecían ser
encarcelados por ello define la naturaleza misma de la respuesta posterior al
11-S. No importa que las acusaciones originales contra muchos de ellos fueran
endebles y fácilmente refutables. El debido proceso y la presunción de
inocencia, los valores que definen el ideal de justicia estadounidense, les
serían negados para siempre. El vago lenguaje de "combatientes enemigos" y
"terroristas" deshumanizó a los hombres de todo Oriente Medio hasta el punto de
que Estados Unidos pudo cometer profundos abusos de los derechos humanos con
impunidad y apoyo público.
En los años posteriores al 11-S, los estadounidenses estaban convencidos de
que los hombres encerrados en Guantánamo -o asesinados en ataques con aviones
no tripulados en el extranjero o torturados en sitios negros de la CIA- eran
enemigos jurados de Estados Unidos que merecían morir antes de que pudieran
causar más muertes sin sentido. Y así siguieron las atrocidades, cometidas a lo
largo de múltiples administraciones en un campo de batalla global en el que las fuerzas estadounidenses
jugaban a ser juez, jurado y verdugo contra "terroristas" y "combatientes
enemigos" que también resultaban ser campesinos, taxistas, madres y niños,
produciendo un insoportable número de víctimas humanas que solo quedó al
descubierto gracias a una minuciosa labor informativa.
Renovar los llamamientos para que se haga justicia a los hombres que
murieron en Guantánamo parece un ejercicio inútil, pero los que han quedado
permanentemente mutilados por Guantánamo se niegan a dejar de buscar justicia.
"Me gustaría que se responsabilizara a las personas que estuvieron detrás, pero
eso nunca va a ocurrir", dice Hickman. "Creo que fue un asesinato, y nunca
debería hacerse desaparecer. Debe investigarse hasta que se resuelva".
El engaño y las mentiras y el encubrimiento de los peores momentos de la
historia posterior al 11-S han creado un escenario interminable de hipocresía
para que todo el mundo lo vea.
Ahmed Errachidi, un chef marroquí encarcelado injustamente durante años en
Guantánamo, dijo que cuanto más tiempo continúe la injusticia en el campo de
detención, más daño hace a la "reputación y al legado de la cultura, los
principios y la moral estadounidenses". Pidió que se permita a los exdetenidos
de Guantánamo testificar por fin ante el Congreso y que se permita a las
víctimas de la tortura de la CIA llevar al gobierno estadounidense a los
tribunales. "Ustedes dicen ser una nación que defiende la libertad, el Estado
de derecho, los derechos humanos", dijo. "El mundo entero está mirando".
Elise Swain es editora de fotografía de The Intercept. Con anterioridad fue productora asociada
del podcast Intercepteda la vez que simultaneaba ese trabajo con la escritura, la fotografía, el
vídeo, la ilustración y el audio. Antes de incorporarse a The Intercept, trabajó como artista independiente y es
licenciada en fotografía y vídeo por la School of Visual Arts. Vive en
Brooklyn, Nueva York.
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