Los “suicidios” de Guantánamo: Un sargento del Campamento Delta da
revelaciones.
Scott Horton Harpers.org 18
de enero de 2010
Traducido del inglés por El Mundo No Puede Esperar 6 de agosto de 2010 -
artículo completa
1. “Guerra asimétrica”
Al tomar posesión de su cargo el año pasado, el presidente Barack Obama
prometió “restaurar las normas del debido proceso y los valores fundamentales de
la Constitución que han hecho grande a este país”. Con ese fin, el presidente
dictó una orden ejecutiva declarando que el campo de prisioneros
anticonstitucional en la base naval de Guantánamo “debe ser cerrado tan pronto
como sea posible, y no más tarde de un año desde la fecha de esta orden”. Obama
ha fallado a la hora de cumplir su promesa. Algunos prisioneros han sido
acusados por crímenes, otros liberados, pero la fecha de cierre del campo parece
retrasarse de forma continua. Además, han surgido nuevas evidencias que pueden
enredar a la joven administración de Obama con crímenes cometidos durante la
presidencia de George W. Bush, pruebas que sugieren que la actual administración
ha fallado al no investigar seriamente un encubrimiento (puede incluso que haya
continuado) de los posibles homicidios de tres prisioneros en Guantánamo en
2006.
En la noche del 9 de junio de ese año, tres prisioneros en Guantánamo
murieron repentina y violentamente. Salah Ahmed Al-Salami, de Yemen, tenía 37
años. Mani Shaman Al-Utaybi, de Arabia Saudí, 30 años. Yasser Talal Al-Zahrani,
también de Arabia Saudí, 22 años y había estado encarcelado en Guantánamo desde
que fue capturado a la edad de 17 años. Ninguna de estas personas había sido
acusada por ningún crimen, aunque los tres habían estado involucrados en huelgas
de hambre para protestar por las condiciones de su encarcelamiento. Estaban
encerrados en un bloque de celdas conocido como Alpha Block, reservado
para prisioneros especialmente problemáticos o de gran valor.
Cuando las noticias de las muertes se conocieron al día siguiente, el campo
confinó a todos sus prisioneros en las celdas. Las autoridades ordenaron a casi
todos los informadores de Guantánamo que abandonaran la base y a aquellos en
camino a ella, a volverse. El comandante de Guantánamo, el contralmirante Harry
Harris, denominó en aquel momento a las muertes como “suicidios”. En un
movimiento inusual también utilizó el comunicado para atacar a los hombres
muertos. “Creo que no fue un acto de desesperación”, dijo, “sino un acto de
guerra asimétrica ejecutado contra nosotros”. Los reporteros aceptaron la
versión oficial e incluso los abogados defensores parecían creer que los
prisioneros se habían matado a sí mismos. Sólo sus familias en Arabia Saudí y
Yemen rechazaron esta idea.
Dos años más tarde, el Servicio de Investigación Criminal de la Marina de los
EE.UU. (NCIS por sus siglas en inglés), que tiene en primer lugar la
jurisdicción para investigar dentro de la base naval, publicó un informe
apoyando la versión originalmente avanzada por Harris, ahora Vicealmirante en
Jefe de la Sexta Flota. El Pentágono declinó hacer público el informe del NCIS y
solo cuando fue presionado con peticiones del Acta de Libertad de Información
reveló ciertas partes del informe, unas 1.700 páginas de documentos toscamente
redactados hasta ser prácticamente incomprensibles. Los documentos del NCIS
fueron cuidadosamente estudiados y descifrados por estudiantes y profesorado de
la escuela de Derecho de la Universidad Seton Hall en New Jersey, y sus
resultados, publicados en noviembre de 2009, dejaron claro porque el Pentágono
no había querido hacer públicas sus conclusiones. La historia oficial de las
muertes de los prisioneros estaba llena de incomprensibles contradicciones, y la
pieza central del informe, una reconstrucción de los hechos, era simplemente
imposible de creer.
De acuerdo con los documentos del NCIS, cada prisionero había formado una
soga con sábanas rasgadas y camisetas y las habían atado a lo alto del muro de
2’5 metros de malla de acero de la celda. Cada prisionero fue capaz, de alguna
forma, de atar sus propias manos y, al menos en un caso, sus propios pies, y
luego introducir más trapos dentro de su propia garganta. Se supone que debemos
creernos que cada prisionero, incluso asfixiándose con esos trapos, escaló hasta
su lavabo, metió la cabeza en la soga, la apretó y saltó desde el lavabo para
quedar colgado hasta que se asfixió. El informe del NCIS también propone que los
tres prisioneros, que estaban en celdas no adjuntas, llevaron a cabo cada una de
estas acciones de forma casi simultánea.
Al-Zahrani, de acuerdo con los documentos, fue descubierto primero a las
12:39 A.M. y llevado por varios guardias del Alpha Block a la clínica del
campo de detención. No encontraron a ningún médico ni sus números de teléfono,
así que el personal de la clínica llamó al 911. Durante este tiempo otros
guardias descubrieron a Al-Utaybi. Otros guardias diferentes descubrieron a
Al-Salami unos minutos más tarde. Aunque el rigor mortis estaba ya
presente, lo que indicaba que los hombres llevaban muertos al menos dos horas,
el informe del NCIS indica que un oficial médico, del que no se menciona su
nombre, intentó resucitar a uno de ellos y, que en un intento de abrir con
fuerza su mandíbula, le rompió los dientes.
El hecho de que al menos dos de los prisioneros tuvieran también máscaras de
tela en sus caras, puestas presumiblemente para evitar la expulsión de los
trapos de sus bocas, quedó sin mención por el NCIS, así como el hecho de que el
procedimiento de operación habitual en el Campo Delta requiere de los guardias
en servicio después de medianoche “llevar a cabo un reconocimiento visual” de
todas las celdas y detenidos cada 10 minutos. El informe indica que los
prisioneros habían colgado sábanas o mantas para esconder sus actividades y
habían colocado más sábanas y almohadas en sus camas para que parecieran
personas durmiendo, pero no explican como fueron capaces de obtener tanta tela
más allá de lote de pertenencias estrictamente controlado que les corresponde, o
porqué los guardias de la marina admitieron un incumplimiento de las reglas tan
obvio e inmediatamente perceptible. El informe tampoco explica como los
cadáveres consiguieron permanecer colgados durante más de dos horas o porqué los
guardias de servicio, habiendo fallado tan claramente en sus obligaciones por la
razón que sea, nunca fueron expedientados.
Un informe independiente, resultado de una “investigación informal” iniciada
por el almirante Harris, descubrió que esa noche se violaron los procedimientos
de operación habituales, pero concluye que las acciones disciplinarias no
estaban justificadas por el “ambiente de permisividad general” del bloque de
celdas y las numerosas “concesiones” que habían sido hechas para el confort de
los prisioneros, “concesiones” que habrían provocado una “confusión general en
los guardias y en el personal del JDG sobre muchas de las reglas aplicadas en el
tratamiento de los detenidos.” De acuerdo con Harris, incluso habiendo seguido
los procedimientos de actuación, “es posible que, de todas formas, los detenidos
hubieran cometido con éxito suicidio”.
Esta es la historia oficial, adoptada por el NCIS y la comandancia de
Guantánamo y reiterada por el Departamento de Justicia en los informes
oficiales, por el Departamento de Defensa en las sesiones de información y
comunicados de prensa y por el Departamento de Estado. Ahora, cuatro miembros de
la unidad de Inteligencia Militar asignados a guardar el Campo Delta, incluido
un suboficial del ejército condecorado que estaba de servicio como sargento de
guardia la noche del 9 de junio, han hecho una declaración totalmente diferente
de la del informe del NCIS, un informe para el que nunca fueron
entrevistados.
Los cuatro soldados dicen que su oficial al mando les ordenó no hacer
declaraciones y los cuatro han dado pruebas de que las autoridades iniciaron un
encubrimiento a las pocas horas de las muertes de los prisioneros. El sargento
del ejército Joseph Hickman y los hombres bajo su supervisión han dado a conocer
pruebas en varias entrevistas con Harper’s Magazine que claramente
sugieren que los tres prisioneros que murieron el 9 de junio habían sido
transportados antes de su muerte a otro lugar. Las declaraciones de los guardias
también revelan la existencia de un centro de detención clandestino en
Guantánamo del que no se tenía noticia con anterioridad donde ocurrieron
supuestamente las muertes, o al menos los acontecimientos que llevaron
directamente a las muertes.
Fotografía de satélite de Terraserver. |
2: Campamento No
Los soldados del Batallón de Inteligencia Militar 629 de Maryland llegaron a
la Base Naval de Guantánamo en marzo de 2006 con el fin de proporcionar
seguridad al Campamento América, el sector de la base que contiene los cinco
recintos de prisiones donde se aloja los prisioneros. El Campamento Delta era el
recinto más grande de todo el campamento, y alojaba en su interior otros cuatro
recintos más pequeños, numerados del 1 al 4, divididos cada uno de ellos en
bloques de celdas. La vida en el Campamento América, como en cualquier prisión,
seguía una rigurosa rutina por la que se habrían de regir tanto prisioneros como
guardianes. Los guardias de la marina patrullan los bloques de celdas y el
personal del ejército controla las zonas exteriores del campamento. Cualquier
incidente ha de quedar registrado. Para los hombres de la guardia nacional,
emplazados en las torres y “puertas de salida” (puntos de acceso), es esencial
conocer quién entra y sale del campamento y en qué momento.
Uno de los guardias recién llegado aquel marzo era Joe Hickman, sargento por
aquel entonces. Hickman se crió en Baltimore, y se enrolaría en los marines en
1983 a la edad de diecinueve años. Cuando lo entrevisté en enero en su casa de
Wisconsin, me contó que la inspiración para enlistarse le vino de Ronald Reagan:
“el mejor presidente de todos cuanto hayamos tenido”. Ejerció en una unidad de
inteligencia militar y con el tiempo sería llamado para el destacamento de la
guardia presidencial de Reagan, una labor reservada a soldados modélicos.
Cumplidos los cuatro años de servicio, Hickman regresaría a su pueblo, donde se
ganaría la vida realizando distintos trabajos relacionados con seguridad:
transporte de prisiones, protección de ejecutivos, y por último, investigaciones
privadas. Después del 11-S, a los 37, decidió enrolarse de nuevo, esta vez en la
Guardia Nacional.
Hickman fue destinado a Guantánamo con su amigo el especialista técnico Tony
Davila, un chico de los alrededores de Washington DC que había ejercido también
de investigador privado. Davila me contó que al llegar al Campamento Delta los
soldados de la unidad de la Guardia Nacional de California, a los tomaban
relevo, estos les pusieron al tanto de las curiosidades de la base. La más
peculiar de entre todas ellas era un recinto sin nombre, oficialmente no
reconocido, situado a cubierto de la vista entre dos mesetas, a una milla al
norte del Campamento Delta, en el exterior del perímetro del Campamento América.
Un día mientras patrullaban, Hickman y Davila se encontraron ante aquel recinto.
Según Davila, era similar a otros campamentos dentro del Campamento de América,
pero sin torres de vigilancia y rodeado con alambre de púas. No notaron
actividad alguna, pero Hickman calculó que el recinto podría cobijar hasta
ochenta prisioneros. Dijo que una parte del recinto se parecía a los centros de
interrogación que había en los otros campamentos.
El recinto no era visible desde la carretera principal, y el camino de acceso
estaba cortado con cadenas. El soldado de la guardia que le había hablado a
Davila del recinto, le dijo: “Este lugar, no existe”, y Hickman, encargado a
menudo de la seguridad del Campamento América, no había recibido instrucciones
al respecto. Decía Davila que de todos modos muchos otros soldados habían
patrullado fuera del perímetro del campamento América y habían visto el recinto,
y muchos de ellos especulaban sobre su propósito. Una de las teorías era la de
que estaba siendo usado por el personal del gobierno vestido de paisano, que a
menudo aparecía por el campamento, y que según la creencia generalmente
aceptada, eran agentes de la CIA.
Un amigo de Hickman se solía referir al recinto con el sobrenombre de
“Campamento No”. La idea viene de que en el caso de que alguien preguntara por
el, le dirían: “No, no existe”. Davila y él se propusieron asomarse por allí en
cuanto tuvieran la mínima oportunidad; una vez, contó Hickman, pudo oír una
“serie de gritos” que parecían salir del recinto.
Hickman y sus hombres también notaron que parecían existir algunas
excepciones extrañas en sus obligaciones: los guardias militares tenían la orden
de inspeccionar y anotar los detalles de todo vehículo que entrara o saliera del
Campamento Delta. “Vino al campamento John McCain, y tuvo que registrarse”, y
sin embargo, Hickman tenía la orden de no registrar los movimientos de un
vehículo específico, una furgoneta blanca, a la que bautizaron con el apelativo
de “ furgón policial”, y que era utilizado por los guardias de la marina para
introducir y sacar del campamento Delta prisioneros fuertemente esposados. La
furgoneta no estaba provista de ventana trasera y contenía una perrera con el
suficiente espacio como para acomodar a un único prisionero. Hickman llego a
comprender que los conductores de marina harían saber que llevaban dentro un
prisionero avisando a los guardias de que hacían “un reparto de pizza”.
El furgón policial se utilizaba para el transporte de prisioneros a las
instalaciones médicas o a la hora de reunirse con los abogados. Sin embargo,
mientras supervisaba los movimientos del furgón policial desde la torre de
vigilancia en el Campamento Delta, Hickman se daría cuenta de que a veces el
furgón tomaba una ruta inesperada. Al alcanzar la furgoneta el primer cruce al
este, en vez de girar a la derecha en dirección hacia los otros campamentos o
hacia alguno de los edificios donde los prisioneros podrían entrevistarse con
sus abogados, viraba a la izquierda. En esa dirección, una vez superado el
control del perímetro conocido como ACP Roosevelt, sólo existían dos destinos
posibles: una, la playa donde los soldados iban a nadar; la otra, el Campamento
No.
3. “Iluminado”
La noche en que murieron los prisioneros, Hickman estaba de servicio como
sargento de la guardia para la fuerza de seguridad exterior del Campamento de
América. Cuando empezó su turno de doce horas a las seis de la tarde, subió la
escalera de mano hasta la Torre 1, situada a unos seis metros sobre la Puerta de
Acceso 1, la entrada principal al Campamento Delta. Desde esa ubicación la
visión sobre el campamento era bastante buena, también podía observarse bien la
mayoría del recinto exterior. A continuación, Hickman haría sus rondas.
Acababa de comenzar su turno cuando pudo ver la furgoneta policial estaba
aparcada cerca del Campamento 1, el que contiene el bloque Alpha. Enseguida
salieron del Campamento 1 dos guardias de la marina escoltando un prisionero.
Metieron al prisionero en la parte trasera de la furgoneta y abandonaron el
campamento por la Puerta de Salida 1, sobre la que se encontraba Hickman. Tenía
la orden de no registrar la furgoneta policial, así que la observó sin más
mientras se dirigía hacia el este. Supuso que los guardias y los prisioneros a
su cargo iban de camino hacia alguno de los otros campos de prisioneros al
suroeste del Campamento Delta; sin embargo, una vez alcanzara la furgoneta el
primer cruce, en vez de girar a la derecha, tomaría la dirección de la
izquierda, hacia ACP Roosevelt y el Campamento No.
Veinte minutos más tarde, aproximadamente el tiempo que se necesita para
llegar hasta el Campamento No y volver, la furgoneta policial regresaría de
nuevo. Esta vez, Hickman prestaría especial atención. No le era posible ver los
rostros de los guardias de marina, pero por su masa corporal y uniforme, parecía
tratarse de los mismos guardias.
Los guardias entraron en el Campamento 1 y salieron poco después con otro
prisionero. Dejaron el Campamento América, de nuevo en dirección al Campamento
No. Veinte minutos más tarde, la furgoneta ya había vuelto. Hickman, despertada
su curiosidad por el inusual flujo de actividad, y pensando que quizá los
guardias pudieran hacer otro viaje, abandonó la Torre 1 para conducir algo más
de un kilómetro hasta ACP Roosevelt y ver a dónde se dirigía exactamente el
furgón policial. Poco después, la furgoneta cruzaría el control por tercera vez,
avanzaría otros trescientos metros, y a continuación torcería hacia el
Campamento NO, con lo que acababa con cualquier duda que Hickman pudiera tener
aún sobre el lugar al que se dirigían. Para las 8 de la tarde, todos los
prisioneros habrían llegado a su destino final.
Hickman dijo que no percibiría nada digno de mención hasta alrededor de las
11:30 de la noche, cuando ascendió otra vez a su posición estratégica en la
Torre 1. Mientras vigilaba, la furgoneta policial volvió al Campamento Delta,
pero esta vez los guardias de la marina no salieron de la furgoneta para entrar
al Campamento 1, sino que hicieron recular el vehículo hasta la entrada de la
clínica, como si fueran a descargar alguna cosa.
Hacia las 11:45 de la noche, esto es, casi una hora antes de la que asegura
el Servicio de Investigación Criminal Naval (NCIS por sus siglas
en inglés) fue la hora del descubrimiento del primer cuerpo, se le acercaría un
suboficial de la marina al especialista Christopher Penvose, preparándose en ese
momento para su turno de noche en la Torre 1. Penvose me contó que dicho
suboficial, que siguiendo las normas estipuladas no portaba tarjeta
identificativa alguna, parecía estar bastante agitado. El suboficial dio órdenes
a Penvose para que fuera de inmediato hacia el comedor del Campamento Delta,
identificara una suboficial jefe allí cenando, y le comunicara una determinada
contraseña. Penvose haría tal como se le indicó. La suboficial salió disparada
del asiento y se fue corriendo del comedor.
Pasaron otros treinta minutos. Es entonces cuando, según Penvose y Hickman,
el campamento Delta se “iluminaría” de repente: se encendieron unos potentes
focos como los de un estadio, y se desencadenaría una actividad frenética en el
campamento, lleno de personal uniformado y de civil. Hickman fue derecho hacia
la clínica, que parecía ser el foco de actividad, para inquirir por la razón de
tanto alboroto. Le preguntó a un miembro del cuerpo médico, bastante alterado,
qué era lo que había sucedido. Le explicó que habían entregado a la clínica los
cuerpos sin vida de tres prisioneros. Hickman recuerda que le dijo que las
muertes se produjeron por los trapos que tenían introducidos en la garganta y
que uno de los cuerpos estaba cubierto de moratones. Davila me contó que había
hablado con guardias marines que le dijeron que aquellos hombres habían muerto
por los trapos que tenían en la garganta.
A Hickman le preocupaba que incidentes tan serios hubieran podido ocurrir en
el Campamento 1 bajo su vigilancia. Les preguntó a sus hombres en la torre de
vigilancia qué era lo que habían visto. Penvose, desde su posición en la Torre
1, tenía una buena visión del pasaje entre el Campamento 1 y la clínica, el
camino por el que sería transportado hasta la clínica cualquier prisionero que
muriera en el Campamento 1. Penvose le dijo a Hickman, y a mí me corroboraría
después, que no vio que se trasladara prisionero alguno desde el Campamento 1
hasta la clínica. En la Torre 4 (aquí debería apuntarse que las designaciones de
las torres de vigilancia del ejercito y la marina varían) otro especialista,
David Caroll, se encontraba a unos 40 metros del Bloque Alpha, el bloque de
celdas dentro del Campamento 1 que albergaba a los tres fallecidos. También
tenía una visión óptima del callejón que conectaba el bloque de celdas con la
clínica. De igual modo, le contó a Hickman, y a mí me volvería a confirmar
después, que no vio que se transfiriera a prisionero alguno a la clínica esa
noche. Ni vivo, ni muerto.
4. “No podría gritar”
El destino de un cuarto prisionero, un saudí de 42 años llamado Shaker Aamer,
puede vincularse al de los tres prisioneros que murieron el 9 de junio. Aamer
está casado con una británica y estaba esperando convertirse en ciudadano
británico cuando fue capturado en Jalalabad, Afganistán, en 2001. Las
autoridades de los Estados Unidos insisten en que llevaba una pistola y que
servía a Osama bin Laden como intérprete. Aamer lo niega. En Guantánamo, la
fluidez en inglés de Aamer le permitió en seguida jugar un papel importante en
las políticas del campo. De acuerdo tanto con el abogado de Aamer como con los
informes de prensa facilitados por el coronel del Ejército Michael Bumgarner, el
comandante del Campo América, Aamer cooperó estrechamente con Bumgarner en sus
esfuerzos por terminar con la huelga de hambre en el 2005. Consiguió persuadir a
varios prisioneros para que cesaran su huelga, pero el acuerdo falló y poco
después Aamer fue enviado a un encierro en solitario. La noche en la que los
prisioneros del Bloque alpha murieron, Aamer dijo que había sido víctima de un
acto de impresionante brutalidad.
Describió con detalle los acontecimientos a su abogado, Zachary Katznelson,
que fue autorizado a hablar con él varias semanas después. Katznelson grabó cada
detalle del relato de Aamer y envió una declaración jurada a la corte del
distrito federal en Washington, estableciendo:
El 9 de junio de 2006, [Aamer] fue golpeado durante dos horas y media. Siete
policías militares de la Marina participaron en el golpeo. El Sr. Aamer confirma
que había rechazado hacerse un escáner de la retina y dar sus huellas
dactilares. Me informó que fue atado a una silla, completamente retenido por la
cabeza, los brazos y las piernas. Los policías militares le provocaron tanto
dolor, que el Sr. Aamer dijo que pensaba que iba a morir. Los policías militares
le presionaron en los puntos de presión por todo el cuerpo: las sienes, justo
debajo de su línea de la mandíbula, en el agujero detrás de sus orejas. Lo
ahogaron. Le doblaron la nariz tan fuerte en repetidas ocasiones que pensó que
se rompería. Le pellizcaron sus muslos y pies constantemente. Le presionaron en
los ojos. Le mantuvieron sus ojos abiertos y le alumbraron directamente con una
linterna durante varios minutos, provocándole intenso calor. Le doblaron sus
dedos hasta que gritaba. Cuando gritó, le cortaron su respiración, y le pusieron
una máscara para que así no pudiese gritar.
El tratamiento que describe Aamer es notable porque produce un agudo dolor
sin dejar marcas duraderas. Sin embargo, el hecho de que le cortaran la
respiración y que le pusieran una máscara en su cara “para que no pudiese
gritar” es alarmante. Esta es la misma técnica que parece haber sido usada en
los tres prisioneros fallecidos.
Gran Bretaña ha presionado agresivamente para la devolución de los súbditos
británicos y las personas de interés. Todas las personas solicitadas por los
británicos han sido entregados, con una excepción: Shaker Aamer. Al denegar esta
solicitud, las autoridades estadounidenses han citado poco elaboradas
“preocupaciones de seguridad”. Nada hace sugerir que los estadounidenses
intenten acusarle ante una comisión militar, o en una corte federal criminal, y,
de hecho, no tienen ninguna prueba significativa que le vincule a algún crimen.
Las autoridades americanas pueden estar preocupadas que Aamer, si es liberado,
pudiera entregar pruebas contra ellos en las investigaciones criminales. Esta
prueba incluiría lo que le ocurrió el 9 de junio de 2006, y durante su detención
en 2002 en Afganistán en el aeródromo de Bagram, donde dice que fue objeto de un
procedimiento en el que su cabeza fue repetidamente golpeada contra la pared.
Esta técnica de tortura, llamada “walling” en los documentos de la CIA, fue
expresamente aprobada en una fecha posterior por el Departamento de Justicia.
5. “Todos los sabéis”
Al amanecer, la noticia de que tres prisioneros se habían suicidado tragando
trapos, había recorrido el Campo América. El coronel Bumgarner convocó a una
reunión a los guardias y a las 7:00 AM, al menos 50 soldados y marineros se
reunieron en el auditorio al aire libre del Campo América.
Bumgarner era conocido como una comandante excéntrico. Hickman se maravilló,
por ejemplo, de la insistencia del coronel para que se alinearan y le saludaran,
de las selección de música que incluía la Quinta Sinfonía de Beethoven y el
éxito reggae “Bad Boys”, al entrar en el centro de comando. Esta mañana, sin
embargo, Hickman pensó que Burgarner parecía inusualmente nervioso y retraído.
De acuerdo con entrevistas independientes a soldados que presenciaron la
charla, Bumgarner dijo a su audiencia que “todos sabéis” que tres prisioneros se
han suicidado durante la noche en el Bloque Alpha del Campo 1 tragándose trapos,
ahogándose hasta morir. Esto no fue una sorpresa para ninguno, incluso los
militares que no habían trabajado esa noche habían escuchado acerca de los
trapos. Pero entonces Bumgarner dijo a los reunidos que los medios de
comunicación dirían algo diferente. Que informarían que los tres prisioneros se
habían suicidado ahorcándose en sus celdas. Era importante, dijo, que los
militares no hicieran comentarios que minasen las informaciones oficiales.
Recordó a los soldados y marineros que sus comunicaciones por teléfonos y correo
electrónico serían controladas. La reunión no duró más de 20 minutos. (Bumgarner
ha rehusado hacer comentarios sobre este asunto).
Esa tarde, el jefe de Bumgarner, el admirante Harris, leyó una declaración a
los periodistas:
Una alerta, los guardias profesionales notaron algo fuera de lo normal en la
celda de uno de los detenidos. La respuesta del guardia fue rápida y profesional
para asegurar el área y comprobar el estatus del detenido. Cuando fue evidente
que el detenido se había ahorcado a sí mismo, la fuerza de guardia y los equipos
médicos reaccionaron rápidamente para intentar salvar la vida del detenido. El
detenido no dio respuesta y no respiraba. La fuerza de guardia comenzó a
comprobar la salud y el bienestar de los otros detenidos. Otros dos detenidos
también se habían ahorcado en sus celdas.
Cuando terminó de alabar a los guardias y a los médicos, Harris, en una
notable desviación del tradicional decoro militar, lanzó su ataque contra las
personas que habían muerto durante su vigilancia. “No tienen respeto por la vida
humana”, dijo Harris, “ni por la nuestra ni por la suya”. Una publicación de
prensa del Pentágono facilitada poco después de describir a los muertos, que no
habían sido acusados de ningún crimen, con Al Qaeda o los talibanes. El capitán
de corbeta Jeffrey Gordon, el jefe de prensa del Pentágono, fue más allá al
decir a David Rose de Guardian “Esos chicos eran fanáticos como los
nazis, los hitlerianos o el Ku Klux Klan, la gente que se juzgó en Nuremberg”.
El Pentágono no fue la única agencia del gobierno en participar en el asalto.
Collen Graffy, un diputado asistente del Secretario de Estado, dijo a la BBC que
“quitarse la vida no era necesario, pero es una buena maniobra de relaciones
públicas”.
El mismo día que los tres prisioneros murieron, el comentarista de la Fox
News Bill O’Reilly completó un viaje para informar desde la base naval,
donde, de acuerdo con su reportaje en The O’Reilly Factor, el
Destacamento Naval en Guantánamo “concedió al reportero acceso total a la
prisión”. Aunque el Pentágono comenzó expulsando a los informadores una vez que
se conocieron las noticias de las muertes, dos periodistas del Charlotte
Observer, Michale Gordon y el fotógrafo Todd Sumlin, habían llegado esa
mañana para trabajar en el perfil de Bumgarner y el coronel les invitó a
seguirle mientras se solucionaba la crisis. Un portavoz del Pentágono dijo más
tarde al Observer que habían esperado un “artículo de alabanza”, que es
por lo que, de acuerdo con Observer, “Bumgarner y sus superiores en la
base” les habían dado el permiso para continuar allí.
Bumgarner volvió rápidamente a sus actuaciones teatreras. Tal y como Gordon
informó el 13 de junio de 2006, tema del Observer, el coronel parecía
disfrutar representando un espectáculo. “Ahora mismo, estamos en la zona cero”
dijo Bumgarner a sus subordinados en la reunión del 12 de junio. Refiriéndose a
los prisioneros de la base naval, dijo, “no hay ni un sólo hijo de puta digno de
confianza en todo ese puñado”. En el mismo artículo, Gordon también dijo lo que
sabía sobre las muertes. Los suicidios habían ocurrido “en tres celdas del mismo
bloque”, informó. Los prisioneros “se habían ahorcado con cuerdas hechas con
sábanas y ropas atadas”, después de colocar sus almohadas y mantas para que
pareciesen cuerpos durmiendo. “Y Bumgarner dijo”, informó Gordon, “cada uno
tenía una bola de ropa en su boca para ahogarse o amortiguar sus gritos”.
Algo en la entrevista a Bumgarner en Observer parecía haber encendido
una alarma en las altas esferas de la cadena de mando. Tan pronto como la
historia de Gordon se imprimió, Bumgarner fue llamado a la oficina del almirante
Harris. Como Bumgarner diría a Gordon en un nuevo retrato 3 meses más tarde,
Harris estaba con una copia del Observer: “Esto”, dijo el almirante a
Bumgarner, “podría hacer que me relevasen”. (Harris no respondió a nuestras
preguntas sobre el tema). Ese mismo día, se lanzó una investigación para
determinar si la información clasificada había salido de Guantánamo. Bumgarner
fue suspendido.
Menos de una semana después de la aparición de las historias en el
Observer, Davila y Hickman oyeron por diferentes fuentes en la Marina y
en la policía militar que agentes del FBI habían registrado las oficinas del
coronel. Los policías militares supieron por sus contactos en el FBI que era
sobre la posibilidad de que Bumgarner hubiera enviado a casa algún material
clasificado y estuviera planeando darlo a la prensa o utilizarlo para escribir
un libro.
El 27 de junio, dos semanas más tarde, el compañero de Gordon en el
Observer Scott Dodd informaba: “Un general de brigada afirmó que alguna
“información sensible no clasificada” se reveló al público días después de los
suicidios del 10 de junio”. Harris, según el artículo, había ordenado ya una
“acción administrativa apropiada”. Bumgarner abandonó pronto Guantánamo para un
nuevo puesto en Missouri. Ahora sirve como entrenador de oficiales en el
Virginia Tech en Blacksburg.
Los comentarios de Bumgarner parecen estar reñidos con la narración oficial
del Pentágono en un único punto: que las muertes incluían telas en las bocas de
los prisioneros. La inclusión del FBI sugería que había algo más.
6. “Un mensaje sin error”
El 10 de junio, investigadores del NCIS comenzaron a entrevistar a los
guardias de la Marina a cargo del Bloque Alpha, pero después de que el Pentágono
comprometiese la tesis del suicidio, parece que fueron parados. El 14 de junio,
las entrevistas se reanudan, y el NCIS informó a al menos 6 guardias de la
Marina que eran sospechosos de haber hecho declaraciones falsas o de haber
desobedecido órdenes directas. Pero nunca se aplicaron sanciones
disciplinarias.
Los investigadores llevaron a cabo entrevistas con los guardias, los médicos,
prisioneros y oficiales. Sin embargo, como aprecian los investigadores del Seton
Hall, nada en el informe del NCIS sugiere que los investigadores garantizaran o
revisaran el servicio de registro, el libro de traslado de prisioneros, el libro
de fallecimientos, las grabaciones telefónicas o de radio, o el metraje de la
cámara que continuamente graba la actividad en los pasillos, todo lo cual podría
haber ayudado a reconstruir de manera fiel los sucesos de aquella noche.
El NCIS, sin embargo, actuó con rapidez para incautar todos los papeles de
todos los prisioneros en el Campo América, alrededor de 1.065 libras de
material, muchas de ellas correspondencia privilegiada entre los abogados y sus
clientes. Varias semanas más tarde, las autoridades buscaron una justificación
para ello. El Departamento de Justicia, reforzado por las declaraciones juradas
del almirante Harris y de Carol Kisthardt, el agente especial a cargo de la
investigación del NCIS, dijo en una corte distrital estadounidense que la
incautación era apropiada porque había habido una conspiración entre los
prisioneros para suicidarse. Justicia declaró más tarde que los investigadores
habían encontrado notas de suicidio y argumentaron que los materiales entre
abogado y cliente habían sido utilizados para pasar comunicaciones entre los
prisioneros.
David Remes, un abogado que se opuso a los esfuerzos del Departamento de
Justicia, explicó el efecto práctico de las maniobras del gobierno. La
incautación, dijo, “envió el mensaje inequívoco a los prisioneros de que no
podían esperar que sus comunicaciones con los abogados permanecieran secretas.
El Departamento de Justicia defendió la gran violación del privilegio entre
abogado y cliente a causa de las muertes del 9 de junio y aseguró que necesitaba
investigarlas”.
Si los “suicidios” fueron una forma de guerra entre los prisioneros y la
administración Bush, como acusó el almirante Harris, fue lo último que
rápidamente cambió la guerra en su favor.
7. “Yasser no podía ni hacer un sándwich”
Cuando pregunté a Talal Al-Zahrani que pensaba que le había ocurrido a su
hijo, fue directo. “Me arrebataron a mi hijo de 17 años para recibir una
recompensa”, dijo. “Le llevaron a Guantánamo y le tuvieron prisionero durante 5
años. Le torturaron. Le mataron y me lo devolvieron en una caja, troceado”.
Al-Zahrani era un general brigadier en la policía saudí. Rechazó las
acusaciones del Pentágono, así como las investigaciones que las apoyaban.
Yasser, dijo, era un joven que amaba jugar al fútbol y que no se interesaba por
la política. El Pentágono dijo que la experiencia de Yasser en la primera línea
de batalla le venía de haber sido cocinero en un campo talibán. Al –Zahrani dijo
que esto era absurdo: “¿Cocinero? Yasser no podía hacer ni un sándwich”.
“Yasser no era culpable de nada”, dijo Al-Zahrani. “Lo sabía. Creía que
volvería a casa pronto. ¿Por qué iba a suicidarse?” Las pruebas apoyan su tesis.
Las hiperbólicas declaraciones del gobierno de los EE.UU. en el momento de la
muerte de Yasser Al-Zahrani cubrieron el hecho de que su caso había sido
revisado y que estaba, de hecho, en la lista de prisioneros para ser enviados a
casa. Le mostré a Al-Zahrani la carta que el gobierno decía que era la carta de
suicidio de Yasser y le pregunté si reconocía la letra de su hijo. No había
visto nunca la nota anteriormente, aseguró, y ningún oficial de los EE.UU. le
había preguntado al respecto. Después de estudiar cuidadosamente la nota, dijo:
“Es una falsificación”.
También regresó a Arabia Saudí el cuerpo de Mani Al-Utaybi. Huérfano en su
juventud, Mani creció en la casa de su tío en el pequeño pueblo de Dawadmi.
Hablé con uno de sus muchos primos con los que compartió casa, Faris Al-Utaybi.
Mani, dijo Faris, había ido a Baluchistan, una zona rural y tribal que se
extiende por Irán, Paquistán y Afganistán, para hacer trabajo humanitario y
alguien allí le había vendido a los americanos por 5.000$. Dijo que Mani era una
persona pacífica que no haría daño a nadie. De hecho, las autoridades
estadounidenses, habían decidido liberarle y enviar a Al-Utaybi de vuelta a
Arabia Saudí. Cuando murió, sólo le quedaban pocas semanas para ser trasladado.
Salah Al-Salami fue capturado en marzo de 2002, cuando las autoridades
paquistaníes emboscaron una casa en Karachi creyendo que había sido usada como
casa segura por Abu Zubaydah y arrestó a todos los que estaban viviendo allí en
aquel momento. Yemení, al-Salami había dejado su trabajo y desplazado a
Paquistán con sólo 400$. Las sospechas de EE.UU. contra él eran casi
exclusivamente que había alquilado apartamento con otros estudiantes, en una
casa de huéspedes que los terroristas podían haber utilizado en algún momento.
No existían pruebas directas que los vincularan ni con Al Qaeda ni con los
talibanes. El 22 de agosto de 2008, el Washington Post informó de una anterior
revisión secreta de su caso: “no existe información veraz que sugiera que
(Al-Salmi) recibiera entrenamiento terrorista o que sea un miembro de la red Al
Qaeda”. Todo lo que se interpuso en la liberación de Guantánamo de Al-Salami
fueron las difíciles relaciones diplomáticas entre los EE.UU. y Yemen.
8. “La extracción de los órganos del cuello”
Patologistas militares conectados con el Instituto de Patología de las
Fuerzas Armadas llevaron a cabo inmediatamente autopsias de los tres prisioneros
muertos, sin asegurarse el permiso de las familias de las víctimas. Las
identidades y las recomendaciones de los patólogos permanecen envueltas en un
extraordinario secreto, pero el ritmo de las autopsias sugiere que el personal
médico estacionado en Guantánamo puede haber realizado el procedimiento sin
haber esperado la llegada de un examinador médico experimentado de los Estados
Unidos. Cada uno de los informes de la autopsia densamente redactados dice sin
género de dudas que “la forma de muerte es suicidio” y, más específicamente, que
el prisionero murió “ahorcado”. Cada uno de los informes describe ligaduras que
fueron encontradas envueltas sobre los cuellos de los prisioneros, así como
surcos de abrasión seca en forma de circunferencia impresos con el patrón de una
tela muy fina de la tela de ligadura y formando una “V” invertida en la parte
trasera de su cabeza. Esta condición, afirman los anónimos patólogos, es
consistente con la de una víctima ahorcada.
Los patólogos establecen la hora de la muerte “al menos un par de horas”
antes de que los cuerpos fuesen descubiertos, lo que sería en algún momento
antes de las 10:30 del 9 de junio. Además, la autopsia de Al-Salami afirma que
su hueso hioides estaba roto, un fenómeno habitualmente asociado con la
estrangulación manual, no con el ahorcamiento.
El informe dice que el hueso hioides se rompió “durante la retirada de los
órganos del cuello”. Una admisión extraña, dado que esas partes del cuerpo (la
laringe, el hueso hioides, y el cartílago tiroideo), habrían sido esenciales
para determinar si la muerte ocurrió por ahorcamiento, por estrangulación o por
ahogamiento. Estas partes desaparecieron cuando las familias recibieron los
cuerpos de las víctimas.
Todas las familias pidieron autopsias independientes. Los prisioneros saudíes
fueron examinados por Saeed Al-Ghamdy, un patólogo instalado en Arabia Saudí.
Al-Salami, de Yemen, fue inspeccionado por Patrice Mangin, un patólogo instalado
en Suiza. Ambos patólogos notaron la retirada de la estructura que habría sido
el foco natural de la autopsia: la garganta. Ambos patólogos contactaron con el
Instituto de Patología de las Fuerzas Armadas, preguntando por las partes del
cuerpo desaparecidas y pidiendo más información sobre las autopsias previas. El
instituto no respondió a sus peticiones o preguntas. (Tampoco respondió a mis
llamadas pidiendo información y comentarios).
Cuando Al-Zahrani observó el cuerpo de su hijo, vio muestras de un homicidio.
“Había un fuerte golpe en la cabeza en el lado derecho”, dijo. “Había pruebas de
tortura en el torso superior y en las palmas de su mano. Había marcas de aguja
en su brazo derecho y en su brazo izquierdo.” Ninguno de esos detalles aparecen
reflejados en el informe de la autopsia en los EE.UU. “Soy un profesional de la
aplicación de la ley”, dijo Al-Zahrani. “Sé lo que hay que buscar cuando se
examina un cuerpo”.
Mangin, por su parte, expresó su particular preocupación sobre la boca y la
garganta de Al-Salami, donde vio “un traumatismo contuso llevado a cabo contra
la región oral”. El informe de la autopsia estadounidense menciona un esfuerzo
por resucitarle, pero esto, según el punto de vista de Mangin, no explica la
severidad de las heridas. También notó que algunas de las marcas en su cuello no
eran las que él asociaría normalmente con un ahorcamiento.
9. “Sé algunas cosas que tú no sabes”
La hoja de servicio del sargento Joe Hickman, que terminó en marzo de 2007,
era distinguida: fue seleccionado como “NCO del cuatrimestre” y se le dio una
medalla de elogio. Cuando regresó a los Estados Unidos, fue ascendido a sargento
del Estado Mayor y trabajó en Maryland como un reclutador del ejército antes de
que se instalara de momento en Wisconsin. Pero no pudo olvidar lo que vio en
Guantánamo. Cuando Barck Obama llegó a presidente, Hickman decidió actuar.
“Pensé que con una nueva administración y nuevas ideas podría avanzar” dijo.
“Aquel momento me estaba persiguiendo”
Hickman había visto un informe de 2006 de la Universidad de Derecho de Seton
Hall explicando las muertes de los tres prisioneros, y siguió su siguiente
trabajo. Después de que Obama inaugurara en enero de 2009, llamó a Mark
Denbeaux, el profesor que había dirigido el equipo de Seton Hall. “Aprendí algo
de tu informe” dijo, “pero hay algunas cosas que tú no sabes”.
Al cabo de dos días, Hickman estaba en Newark, encontrándose con Denbeaux. En
la reunión también estaba el hijo de Denbeaux, Josh, a veces coeditor, y abogado
privado. Josh Denbeaux estuvo de acuerdo en representar a Hickman, que estaba
preocupado por si podía ir a prisión si desobedecía la orden del coronel
Bumgarner de no hablar, lo mismo si esta orden era en sí misma ilegal. Hickman
no quería hablar con la prensa. Por otra parte, sentía que “el silencio estaba
mal”.
Los dos abogados llegaron rápidamente acuerdos con Hickman para hablar con
las autoridades en Washington D.C. El 2 de febrero, tenían reuniones en el
Capitol Hill y con el Departamento de Justicia. La reunión con Justicia fue
extraña. El equipo legal de padre e hijo se encontraron con Rita Glavin, la
cabeza actuante de la División Criminal del Departamento; John Morton, que
pronto sería asistente de secretario en el Departamento de Seguridad Interior; y
Steven Fagell, consejero de la dirección de la División Criminal. Fagell había
sido, junto con el nuevo procurador general, Eric Holder, un socio en la
elitista firma de abogados de Washington Covington & Burling, y era
ampliamente considerado como el “ojo de Holder” en la División Criminal.
Durante más de una hora, los dos abogados describieron lo que Hickman había
visto: la existencia del Campo No, el traslado de los 3 prisioneros, la llegada
de la furgoneta al centro médico, la ausencia de pruebas de que alguno de los
cuerpos hubiera sido sacado del Bloque Alpha, etc. Los oficiales escucharon
atentamente e hicieron muchas preguntas. Los Denbeaux dijeron que podían
entregar una lista con los testigos que corroborarían cada punto de su
declaración. Al final de la reunión, recuerda Mark Denbeaux, los oficiales
agradecieron a los abogados no hablar primero con los periodistas y por “hacerlo
de la forma correcta”.
Dos días más tarde. Otro oficial del Departamento de Justicia, Teresa
McHenry, directora de la Sección de Seguridad Interior de la División Criminal,
llamó a Mark Denbeaux y dijo que estaba llevando a cabo una investigación y que
se quería reunir directamente con su cliente. Fue a New Jersey para hacerlo.
Hickman revisó los hechos principales y entregó a McHenry con la lista prometida
de los testigos que pudieran corroborar y con los detalles de cómo podrían
contactarlos.
Los Denbeaux no escucharon nada de ninguna persona del Departamento de
Justicia por al menos 2 meses. Luego, en abril, un agente del FBI llamó para
decir que no tenía la lista de contactos. Preguntó si le podían entregar de
nuevo el documento. Eso fue todo. Poco después, un oficial de Justicia y dos
agentes del FBI entrevistaron a Davila, que había dejado el ejército, en
Columbia, Carolina del Sur. El oficial preguntó a Davila si estaba preparado
para viajar a Guantánamo para identificar la ubicación de varios lugares. Dijo
que lo estaba. “Parecía que estaban muy interesados”, me dijo Davila. “Después,
no volví a escuchar nada de ellos.
Pasaron varios meses y Hickman y sus abogados se fueron haciendo
progresivamente a la idea de que nada iba a ocurrir. El 27 de octubre de 2009,
comenzaron de nuevo las negociaciones con el Congreso que habían iniciado el 2
de febrero y que habían roto después ante la solicitud del Departamento de
Justicia. También se pusieron en contacto con las noticias de la ABC. Dos días
más tarde, Teresa McHenry llamó a Mark Denbeaux y le preguntó si había ido con
este asunto al Congreso y a ABC Noticias. “Le dije que lo había hecho”, me contó
Denbeaux. Le preguntó “¿Había algo malo en eso? McHenry sugirió entonces que la
investigación estaba terminada. Denbeaux le recordó que todavía no había
entrevistado a alguno de los testigos que podían corroborar las declaraciones.
“Hay algunas pequeñas cosas por hacer”, dice Denbeaux que contestó McHenry.
“Entonces, estará terminada”.
El Especialista Christopher Penvose me dijo que el 30 de octubre, el día
siguiente a la conversación entre Mark Denbeaux y Teresa McHenry, un oficial
apareció en la casa de Penvose en el sur de Baltimore con algunos agentes del
FBI. Tenía “algunas pequeñas preguntas”, le dijo. Otros investigadores que
trabajaban con ella no tardaron mucho en contactar otros dos testigos.
El 2 de noviembre de 2009, McHenry llamó a Mark Denbeaux para decirle que la
investigación del Departamento de Justicia había terminado. “Fue una
conversación extraña”, recordó Denbeaux. McHenry explicó que “la esencia de la
información del sargento Hickman no podía ser confirmada”. Pero cuando Denbeaux
preguntó a qué se refería con “esencia”, McHenry no quiso contestar. Simplemente
reiteró que las conclusiones de Hickman “parecían” no tener apoyo. Denbeaux
preguntó cuales eran exactamente las conclusiones sin apoyo. McHenry no quiso
contestar.
10. “No hicieron nada bien”.
Uno de los aspectos más intrigantes de este caso se refiere al uso del Campo
No. Con George W. Bush, la CIA creó un archipiélago de centros de detención
secretos que abarcaban todo el planeta, y las autoridades de estos centros
desplegaban un serie de técnicas de tortura sancionadas por el Departamento de
Justicia, incluyendo el “submarino” que a menudo implica meter una tela en la
boca del sospechoso, sobre que según ellos están implicados en terrorismo. La
presencia de un sitio negro en Guantánamo ha sido largo tiempo objeto de
especulación entre abogados y activistas de derechos humanos, y la experiencia
del sargento Hickman y otros guardias de Guantánamo nos obliga a preguntarnos si
los tres prisioneros que murieron el 9 de junio estaban siendo interrogados por
la CIA y si sus muertes son resultados de las técnicas rigurosas que el
Departamento de Justicia había aprobado para el uso de la agencia o por otras
formas de tortura.
Complicando estas preguntas está el hecho de que el Campo No podría haber
sido controlado por otra autoridad, el Comando Unificado de Operaciones
Especiales, que el Secretario de Defensa de Bush, Donald Rumsfeld, había
esperado transformar en una versión del Pentágono de la CIA. Bajo la dirección
de Rumsfeld, JSOC comenzó a tomar muchas funciones tradicionalmente llevadas por
el CIA, incluyendo el mantenimiento e interrogación de prisioneros en sitios
negros por todo el mundo. El Pentágono reconoció recientemente la existencia de
un sito negro JSOC, localizado en el Aeródromo de Bagram en Afganistán, y otros
lugares sospechosos, tales como Campo Nama en Bagdad, han sido cuidadosamente
documentados por investigadores de derechos humanos.
En un informe sobre tortura del Comité del Senado de Servicios Armados
publicado el año pasado, las partes sobre Guantánamo estaban significativamente
redactadas. La posición y circunstancias de estos puntos de eliminación a un
importante programa de interrogación JSOC en la base (Debería notarse que la
orden de Obama del año pasado para cerrar otros campos secretos de detención fue
estrechamente redactada para aplicarse solo a la CIA)
Sin importar si el Campo No pertenecía a la CIA o JSOC, el Departamento de
Justicia tiene que proteger muchos de sus secretos. El departamento parecería
haber estado envuelto en el encubrimiento de los primeros días, cuando los
agentes del FBI tomaron por asalto las oficinas del coronel Bumgarner. Esto fue
raro por dos razones. Cuando los oficiales del Pentágono se ocupan de una
investigación sobre filtraciones, normalmente utilizan investigadores militares.
Raramente cambian al FBI porque no pueden controlar las acciones de la agencia
civil. Además, cuando el FBI abre una investigación, siempre lo hace con una
gran discreción. Sin embargo, la investigación Bumgarner fue ampliamente
telegrafiada y parecía intentarse enviar un mensaje al personal militar del
Campo Delta: hablad sobre lo que ocurrió a vuestro propio riesgo. Todo esto
sugiere que no era el Pentágono tanto como la Casa Blanca que esperaba disimular
la verdad.
En las semanas que siguieron a las muertes del 2006, el Departamento de
Justicia decidió utilizar la narración de los suicidios como palanca contra los
prisioneros de Guantánamo y sus problemáticos abogados, que estuvieron
presionando al gobierno para justificar el largo encarcelamiento de sus
clientes. Después de que el NCIS cogiera miles de páginas de información
privilegiada, el Departamento de Justicia fue a la corte a defender la acción.
Se argumentó que estos pasos se debían a los hechos extraordinarios que rodearon
a los “suicidios” del 9 de junio. El juez de la Corte del Distrito de EE.UU.
James Robertson ofreció al Departamento de Justicia una escucha simpática y
decidió a su favor pero también notó un aspecto curioso de la presentación del
gobierno: sus “citaciones apoyando el hecho de los suicidios” fueron todas
hechas por medios de comunicación. ¿Por qué los abogados del Departamento de
Justicia habían llevado el caso tan lejos para impedir hacer cualquier citación
bajo juramento sobre los suicidios? ¿Lo hicieron para engañar a la corte? Si fue
así, podrían enfrentarse a procedimientos disciplinares o inhabilitación.
El Departamento de Justicia también se enfrenta a las preguntas sobre su
importante papel creando las circunstancias que llevaron al uso de las supuestas
técnicas mejoradas de interrogación y contención en Guantánamo y otras partes.
En 2006, el uso de un amordazamiento de retención ya estuvo conectado con la
muerte el 9 de enero de 2004 de un prisionero iraquí, el teniente coronel Abdul
Jameel, bajo custodia de las Fuerzas Especiales del Ejército. Y los cuerpos de
los tres hombres que murieron en Guantánamo mostraron signos de tortura,
incluidas hemorragias, marcas de agujas, y hematomas significantes. La
extirpación de sus gargantas hizo difícil determinar si ya estaban muertos
cuando sus cuerpos fueron colgados por una cuerda. El Departamento de Justicia
había estado él mismo muy envuelto en el proceso de aprobar y colocar las
condiciones para el uso de técnicas de tortura emitiendo una larga serie de
memorandos que los agentes de la CIA y otros podían usar para defenderse contra
cualquier acusación criminal subsiguiente.
Teresa McHenry, la investigadora a cargo de la investigación sobre las
muertes de los tres hombres en Guantánamo, tiene conocimiento de primera mano
del papel del Departamento de Justicia auditando estas técnicas, tras haber
tenido un puesto en el Departamento de Justicia en la era Bush y tras haber
participado al menos en la preparación de una de esas memorias. Como antigua
fiscal de crímenes de guerra, McHenry sabe muy bien que los oficiales del
gobierno que intentar ocultar crímenes perpetrados contra prisioneros en tiempo
de guerra se enfrentan a cargos por responsabilidad de mando. (McHenry declinó
explicar su papel en la redacción de las memorias).
Como contra-almirante retirado, John Huston, el antiguo auditor general de
guerra de la Marina, me dijo que “rellenar falso informes y dar falso testimonio
es suficientemente grave, pero si ocurre un homicidio y los oficiales en la
parte superior de la cadena de mando tratan de ocultarlo, se enfrentan a graves
responsabilidades criminales. Pueden incluso ser considerado como accesorios del
crimen original”. Junto con la autoridad de mando está la responsabilidad de
mando, dijo. “Si el corazón del militar está obedeciendo ordenes desde abajo de
la cadena de mando, entonces su alma es responsable allí arriba en la cadena. No
se puede exigir lo primero sin lo segundo”.
Es por eso que el Departamento de Justicia se enfrenta a un dilema. Podría
hacer lo políticamente conveniente, que sería no buscar una justificación para
una investigación oscura, dejar las conclusiones del NCIS en su sitio y esperar
que el público y los medios de comunicación obedezcan el dictamen de la
administración Obama de “mirar hacia delante, no hacia atrás”. O podría
perseguir una acción en la que se vería implicado el Departamento de Justicia de
Bush por ocultar supuestos homicidios.
Cerca de 200 hombres permanecen encarcelados en Guantánamo. En junio de 2009,
6 meses después de que Obama llegara al poder, uno de ellos, un yemení de 31
años llamado Muhammed Abdallah Salih fue encontrado muerto en su celda. Las
circunstancias exactas de su muerte, así como las de las muertes de los tres
prisioneros en el Bloque Alfa, permanecen desconocidas. Aquellos a cargo de la
investigación sobre lo que pasó, la jefatura de la prisión, las agencias de
investigación civiles y militares, el Departamento de Justicia y por último el
fiscal general, se enfrentan a una elección entre el gobierno de la ley y la
conveniencia del silencio político. Hasta el momento, su decisión ha sido
unánime.
No todos los que están envueltos en este asunto lo miran desde una
perspectiva política, por supuesto. El general Al-Zahrani se entristece por su
hijo, pero al final de una larga entrevista, se paró y sus pensamientos se
dirigieron a otra parte. “La verdad es lo que importa”, dijo. “Practicaron toda
forma de tortura sobre mi hijo y sobre muchos otros también. ¿Cuál fue el
resultado? ¿Qué hechos encontraron? Nada. No encontraron nada. No aprendieron
nada. No consiguieron nada.”
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