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10 años después: El "Informe Tortura" de la CIA y el déficit de rendición de cuentas de Estados Unidos

09 de diciembre de 2024
POR YUMNA RIZVI, COLABORADORA DE OPINIÓN
The Hill


En esta foto revisada por oficiales militares estadounidenses, una bandera ondea a media asta en honor de los miembros del servicio estadounidense y otras víctimas muertas en el ataque terrorista en Kabul, Afganistán, vista desde Camp Justice en la Base Naval de la Bahía de Guantánamo, Cuba, 29 de agosto de 2021. El primer investigador independiente de la ONU que visita el centro de detención estadounidense de Guantánamo afirmó el lunes 26 de junio de 2023 que los 30 hombres allí recluidos están sometidos "a continuos tratos crueles, inhumanos y degradantes según el derecho internacional." (AP Photo/Alex Brandon, Archivo)

Hoy se cumplen 10 años de la publicación del resumen ejecutivo de 500 páginas fuertemente redactado del histórico informe del Comité de Inteligencia del Senado de Estados Unidos, tras su investigación sobre el programa de detenciones e interrogatorios de la CIA tras el 11 de septiembre.

También conocido como el "Informe Tortura", tiene más de 6.000 páginas. Adam Driver protagonizó una película sobre él. Pero prácticamente nadie lo ha leído. Permanece clasificado y protegido del escrutinio público y la rendición de cuentas.

Es uno de los reconocimientos más significativos de que Estados Unidos utiliza la tortura. Sin embargo, sus lecciones siguen siendo ignoradas de forma flagrante.

La publicación del sumario en 2014 fue un momento sísmico, que ofreció una visión desgarradora de la crueldad sistémica de un programa justificado bajo el pretexto de la lucha contra el terrorismo. En él se confirmaba el uso generalizado de técnicas de tortura contra los detenidos, como el submarino, los simulacros de ejecución y la alimentación rectal.

También puso de relieve los fracasos del programa. En contra de lo que afirmaba la CIA, las denominadas técnicas de "interrogatorio mejorado" no produjeron ningún resultado de inteligencia procésale. A pesar de ello, no se procesó a ninguna de las personas que practicaron, autorizaron o encubrieron torturas. No se reparó el daño causado a las víctimas.

El aniversario del sumario llega en un momento significativo. Mañana es el 40 aniversario de la Convención de las Naciones Unidas contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes, que Estados Unidos ratificó en 1994. La Convención reafirma la prohibición absoluta de la tortura, en cualquier circunstancia, incluso durante la guerra. También consagra el derecho de los supervivientes a reparación y rehabilitación.

En aquel momento, el Presidente Barack Obama, que puso fin al uso de técnicas de interrogatorio mejoradas, dijo: "Una de las fortalezas que hace excepcional a Estados Unidos es nuestra voluntad de enfrentarnos abiertamente a nuestro pasado, afrontar nuestras imperfecciones, hacer cambios y mejorar."

Sin embargo, con respecto a la tortura posterior al 11-S, Estados Unidos ha eludido persistentemente sus obligaciones. Los supervivientes de la tortura estadounidense, incluidos los liberados sin cargos tras años de detención, se han enfrentado a obstáculos para obtener la reparación a la que tienen derecho.

Los ex detenidos denuncian traumas duraderos por el trato recibido, pero a menudo permanecen atrapados en un limbo jurídico, sin acceso a una atención médica adecuada. Algunos siguen languideciendo en detención indefinida en Guantánamo. Para los supervivientes, la justicia es un horizonte cada vez más lejano.

Hasta ahora, la única apariencia de justicia para los supervivientes ha sido a través de sus propios esfuerzos.

El mes pasado, en un veredicto histórico en Al Shimari, et al. contra CACI, un jurado federal declaró a un contratista del gobierno, CACI Premier Technology, Inc. responsable de su papel en la tortura de tres hombres iraquíes en la prisión de Abu Ghraib, concediendo 42 millones de dólares en daños y perjuicios. Este veredicto se produjo tras más de 16 años de litigio y más de 20 intentos de desestimación por parte del contratista. Fue el primer caso de este tipo que llegó a los tribunales.

Sin embargo, en los casos presentados por supervivientes contra el gobierno, éste ha invocado el privilegio del secreto de Estado para proteger información de seguridad nacional o bien ha solicitado inmunidad. Además, Estados Unidos no ha exigido responsabilidades a los artífices del programa de tortura. El ex presidente George W. Bush, el vicepresidente Dick Cheney y otros funcionarios no se han enfrentado a consecuencias legales.

Este vacío de responsabilidad tiene implicaciones mundiales.

La tortura prospera en ausencia de rendición de cuentas. Al negarse a reconocer sus actos, Estados Unidos socava su credibilidad a la hora de condenar las violaciones de los derechos humanos en el extranjero y perjudica las relaciones con sus aliados. China calificó el informe de prueba de la "pura hipocresía" de Estados Unidos. Irán lo calificó de "símbolo de la tiranía". Rusia lo citó como prueba de "violaciones sistémicas de los derechos humanos".

También anima a otras naciones a utilizar justificaciones similares para la tortura y otros abusos con el pretexto de la seguridad nacional. Entre 2006 y 2010, el entonces relator especial de la ONU sobre la tortura, Manfred Nowak, informó de los problemas que planteaban las políticas estadounidenses a la hora de abordar el historial de derechos humanos de los países. Relató una "clara declaración" del portavoz parlamentario de Jordania de que si Estados Unidos aprobaba oficialmente la tortura, otras naciones se sentían justificadas para hacer lo mismo. Sus sucesores se enfrentaron a retos similares.

Tras la liberación, el ex relator especial sobre la tortura, Juan Méndez, y el ex relator especial de la ONU sobre la lucha contra el terrorismo y los derechos humanos, Ben Emmerson, pidieron que se procesara a los funcionarios estadounidenses.

Esta falta de rendición de cuentas tiene un profundo coste moral y estratégico. Al no afrontar la verdad de sus acciones tras el 11-S, Estados Unidos perpetúa una cultura de impunidad.

La medida más significativa adoptada tras el sumario fue la promulgación bipartidista de la Enmienda McCain-Feinstein de 2015, que prohibía la tortura y cualquier forma de trato cruel, inhumano o degradante durante los interrogatorios por parte de las agencias estadounidenses, y convertía el Manual de Campo sobre Interrogatorios del Ejército de Estados Unidos en la norma única para todos los interrogatorios del gobierno estadounidense. Pero no ha habido ningún cambio significativo más allá de eso.

Estados Unidos debe tomar medidas concretas para hacer frente a su incapacidad para reconocer el programa de tortura. En primer lugar, debe desclasificar el informe completo del Senado, dando a los supervivientes, a sus familias y al público la transparencia que merecen. En segundo lugar, debe proporcionar reparación y rehabilitación a los supervivientes, como exige la Convención contra la Tortura. En tercer lugar, debe comprometerse a exigir responsabilidades penales a los responsables de autorizar y aplicar la tortura.

No se puede reivindicar la superioridad moral sin enfrentarse a la verdad. Una década después de las revelaciones del Informe sobre la Tortura, el reloj sigue corriendo. ¿Estará Estados Unidos a la altura del desafío? ¿O pasará este aniversario como otra oportunidad perdida para enfrentarse al pasado y proteger el futuro?

La respuesta dará forma no sólo al legado de Estados Unidos, sino a cualquier compromiso que le quede con el Estado de derecho y los derechos humanos.

Yumna Rizvi es analista política senior en el Centro para las Víctimas de la Tortura.


 

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