Recordando a los muertos de
Guantánamo en el 17º aniversario de un improbable “suicidio triple”
10.6.23
Andy Worthington
Traducido del inglés para El Mundo no Puede Esperar 23 de junio de 2023
Yasser al-Zahrani y Ali al-Salami, dos de los tres prisioneros que
murieron en Guantánamo en la noche del 9-10 de junio del 2006, en lo que las
autoridades describieron como un “suicidio triple”, aunque eso parece ser una
explicación improbable. No existe foto de Mani al-Utaybi, el tercer hombre.
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Hace 17 años, el 10 de junio del 2006, el mundo
despertó con la impactante noticia de que tres hombres habían muerto en
Guantánamo, supuestamente a través de un pacto de suicidio coordinado. Los tres
hombres eran Yasser al-Zahrani, un saudí que sólo tenía 17 años cuando fue
detenido en Afganistán, Mani al-Utaybi, otro saudí con alrededor de 30 años y
Ali al-Salami (también conocido como Ali Abdullah Ahmed), un yemení con
alrededor de 23 años.
Yo marco el aniversario de las muertes de estos hombres cada año y muchos de nosotros que recuerdan ese día, también recuerdan
haber estado en shock cuando el comandante de la prisión Harry Harris, le dijo
al mundo que “este no fue un acto de desesperación, sino un acto de guerra
asimétrica cometido contra nosotros”.
Sin embargo, mientras que Harris fue adecuadamente criticado por sugerir que cometer suicidio — quitarte tu propia vida, sin dañar
a otros — pudiera ser considerado “un acto de guerra asimétrica”, no hubo
suficiente escrutinio dado el hecho de que había una “guerra” llevándose a cabo
en Guantánamo, pero no era la “guerra” que Harris ideó.
Como lo veía Harris, miembros de al-Qaeda, detenidos en Guantánamo, estaban luchando una guerra contra las valientes fuerzas del
ejército militar, persistentemente involucrando huelgas de hambre y, en la
noche del 9-10 de junio del 2006, aparentemente a través de quitarse la vida.
Sin embargo, una manera mucho más precisa de ver la situación de Guantánamo es una guerra por parte del ejército estadounidense
contra cientos de hombres — la mayoría no tenía nada que ver con al-Qaeda — que
estaban detenidos indefinidamente sin cargos ni juicio, en una prisión
experimental sellada del mundo exterior, en la cual la tortura y otro tipo de
abuso fue, o ha sido practicada rutinariamente, y en la cual el único medio de
resistencia de los prisioneros era a través de poner sus cuerpos en la línea
para perturbar las operaciones de la prisión.
Para esta perspectiva, las huelgas de hambre son, y siempre han sido, la manera más poderosa en la cual los prisioneros detenidos
en condiciones particularmente brutales y aisladas — así como es el caso en
Guantánamo — puede ejercitar cualquier control.
Los tres hombres que murieron en Guantánamo en la noche del 9-10 de junio del 2006 habían sido huelguistas de hambre por mucho
tiempo y, mientras el curso de acción puede representar graves riesgos para la
salud a largo plazo, participar en huelgas de hambre es, en la mayoría de las
ocasiones, un triunfo de voluntad en contra de circunstancias intolerables, en
las cuales la muerte no es el propósito, sino, en lugar de eso, un llamado para
la vida y la justicia.
La historia de suicide, por lo tanto, no tiene lógica alguna, especialmente cuando los hombres que murieron tenían una historia de
persistente inconformidad en desacuerdo con la noción de que se quitarían la
vida y dos de ellos habían sido, he hecho, aprobados para ser liberados al
momento de sus muertes, aunque no queda claro si les habían sido informados.
Los tres hombres que murieron en junio 9-10 del 2006
Yasser al-Zahrani, el único de los tres que definitivamente puede ser ubicado en Afganistán, como soldado con las fuerzas
árabes apoyando a los talibanes, era el hijo de un brigadier general de la
fuerza policiaca saudí y sobrevivió la masacre en el norte en diciembre del
2001, después de que él y otros hombres fueran persuadidos a entregarse, pero
después organizaran una revuelta, con miedo a que los iban a ejecutar.
Como describí en mi
artículo del 2019 marcando las muertes, en Guantánamo “las autoridades
mencionaron una historia de ‘desobediencia y hostilidad hacia los guardias y el
staff’. Sin embargo, lo catalogaron como poco ningún valor en cuanto a
inteligencia y su expediente militar clasificado, datado en marzo del 2006 y
publicado por WikiLeaks en el 2011, recomendaba su regreso a Arabia Saudita
para que “continuara en detención y eso permitiera acceso/explotación de
información”, lo que, en realidad, como expliqué “hubiera significado ser
repatriado y puesto en un programa de rehabilitación de supuestos yihadistas,
como muchos otros prisioneros saudís”.
Mani al-Utaybi, como expliqué “había estado en Paquistán haciendo trabajo de misionero con Talbighi Jamaat, una organización
vastamente proselitista y no existe evidencia alguna de que haya estado cerca
de los campos de batalla en Afganistán. Fue detenido en enero del 2002, cerca
del borde de Afganistán y Paquistán, con otros cuatro hombres, todos vestidos
con burkas, que parecían haber tratado de entrar a Afganistán en un absurda y
frustrada apuesta para asistir a la resistencia en la ocupación estadounidense”.
Descrito por las autoridades estadounidenses como “beligerante, argumentativo, acosador y muy agresivo”, era, como también
expliqué, referido como “sin valor alguno desde la perspectiva de inteligencia
y, en junio del 2005, había sido aprobado para “ser transferido al control de
otro país para detención” (que, como con al-Qatani, hubiera significado el
programa de rehabilitación saudí).
Ali al-Salami, como también expliqué, “había sido catalogado como ‘agresivo’ en Guantánamo, pero también era, según las
autoridades estadounidenses, verdaderamente insignificante en términos de valor
de inteligencia, ‘un comerciante callejero que vendía ropa’ y ‘tuvo el impuso
de viajar a Pakistán para recibir una educación religiosa al escuchar el
llamado de dios’. Igual que con al-Utaybi, no existe alegato alguno de haber
estado cerca de los campos de batalla en Afganistán. Había estado estudiando en
la Universidad Jamea Salafia en Faisalabad, una escuela religiosa, pero había
estado viviendo en un dormitorio que supuestamente estaba conectado con Abu Zubaydah”.
Abu Zubaydah, todavía detenido en Guantánamo, es uno de los prisioneros más brutalizados en toda la “guerra contra el terror”, para
quien el programa fe tortura post 11/9 de la CIA fue desarrollado, en la
errónea creencia de que era el número tres de al-Qaeda. Cuando fue secuestrado
en una redada a una casa en Faisalabad el 28 de marzo del 2002, varias docenas
de otros hombres también fueron arrestados — tanto en la casa en donde se
estaba hospedando Abu Zubaydah como en otras casas redadas la misma noche —
pero todos han sido eventualmente liberados de Guantánamo sin cargos ni juicio,
como, probablemente, hubiera sido el caso de al-Salami, si no hubiera muerto
hace 17 años.
Notablemente, varios compañeros prisioneros de los tres hombres han expresado incredulidad acerca de la narrativa oficial de sus
muertes y, en el 2010, Joseph Hickman, un ex sargento de staff que estuvo a
cargo de las torres de vigilancia la noche de las muertes, reportó haber visto
vehículos que viajaban de y hacia el bloque en donde los hombres supuestamente
murieron, llevándolo a concluir que habían sido llevados a una instalación
secreta en la base en donde había sido asesinados a propósito o de manera accidental.
Nada salió de las revelaciones de Hickman (vía un
artículo de Harper’s
Magazine “Los suicidios de Guantánamo” por Scott Horton, publicado en el 2010 y su libro Murder at
Camp Delta, publicado en el 2015) pero era inexplicable — y todavía lo es — que, para que fuera verdadera la historia oficial,
los tres hombres, como lo describí en el 2019, “lograran meterse trapos en sus
propias gargantas, amarraran sus pies, amarraran sus manos, crearan una soga,
escalaran al lavamanos de la celda, pusieran la soga alrededor de sus cuellos y
brincaran con la fuerza suficiente para morir de estrangulamiento auto
infringido, todo mientras ocultaban sus actividades de los guardias, que
supuestamente vigilaban persistentemente las celdas”.
Además, en un reportaje de Newsweek
del 2015, Alexander Nazaryan, notó que “una fuente de
alto puesto del Departamento de Defensa que maneja asuntos de detenidos y quien
pidió permanecer anónimo debido a que no está permitido hablar con los medios
sin recibir permiso previo”, le había escrito en un correo electrónico que
“después de revisar la información en relación a las tres muertes en Camp Delta
el 9 de junio del 2006, es dolorosamente evidente que el personal involucrado
creó una ilusión de una investigación. Cuando consideras los documentos que
hacen falta, la falta de entrevistas clave y la evidencia cuestionable
encontrada en los cuerpos, es claramente evidente que algo de lo que ocurrió
esa noche no está documentado”.
Otras muertes en Guantánamo
Notoriamente, las tres muertes de la noche del 9-10 de
junio del 2006, no fueron las únicas muertes de Guantánamo. El 30 de mayo del
2007, un prisionero saudí, Abdul Rahman al-Amri,
también murió, según se dice, tras haber cometido
suicidio; el 1 de junio del 2009, otro supuesto suicidio se llevó a cabo cuando
Mohammed al-Hanashi (Muhammed Salih),
un yemení, también muriera seguido por Adnan Farhan Abdul Latif,
otro yemení, en septiembre del 2012.
En el 2021, cuando se publicó el apremiante libro del
ex prisionero Mansoor Adayfi, Don’t Forget
Us Here: Lost and Found at Guantánamo, me impactó descubrir que cinco de estos hombres — todos excepto Abdul
Rahman al-Amri — habías sido parte de un grupo de alrededor de una docena de
prisioneros (la mayoría jóvenes yemeníes, incluyendo a Adayfi) que habían
resistido persistentemente la injusticia de Guantánamo, a través de huelgas de
hambre e incesante desobediencia. Adayfi los llamaba “ojos rojos” y
repetidamente eran violentados y quienes pasaban mucho tiempo en celdas de aislamiento.
Tal vez la verdad jamás se sepa, pero todavía me parece una increíblemente coincidencia que cinco de doce hombres que
persistentemente lucharon en contra de las injusticias en Guantánamo, habiendo
sido una piedra en el zapato para las autoridades, convenientemente se hayan
quitado la vida en lugar de hacer las vidas de sus captores lo más complicadas posible.
Espero que te unas a mí el día de hoy para recordar a estos hombres y para mayor información acerca de las muertes de Mohammed
al-Hanashi y Abdul Rahman al-Amri, te recomiendo el libro de Jeffrey Kaye’s book,
Cover-up at Guantanamo: The NCIS Investigation into the “Suicides” of Mohammed al Hanashi
and Abdul Rahman Al Amri, con documentos adicionales que pueden ser encontrados aquí.
Jefrey también investigó
una de las otras tres muertes que sucedieron en Guantánamo — la de Inayatullah
(también conocido como Haji Naseem), un afgano mentalmente perturbado que murió
en mayo del 2011 — y, como estamos recordando a aquellos asesinados en o por
Guantánamo, quisiera mencionar a Awal Gul,
el afgano que murió después de ejercitarse en
febrero del 2011 y recomendarte la historia de primera plana del New York
Times que escribí con Carlotta Gall en febrero del 2008 acerca de Abdul Razzaq Hekmati,
quien murió de cáncer en diciembre del 2007, aunque hubo negligencia médica por
parte de las autoridades. Nuestra historia reveló, crucialmente, cómo las
autoridades fracasaron en tomar interés alguno en su encarcelamiento erróneo.
Acusado de apoyar a los talibanes, de hecho, estuvo involucrado en la
organización de una fuga para liberar a tres individuos famosamente anti
talibanes de prisión.
Nota: para mis artículos previos, sigue los siguientes enlaces
2008,
2010,
2011,
2013,
2014,
2015,
2016,
2017,
2018,
2019,
2020,
2021 y
2022.
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