De Guantánamo a España
Walid Hijazi es el primero de los cinco prisioneros de Guantánamo declarados
inocentes a los que acogerá España
24.03.2010 Andy
Worthington Traducción: Carlos Sardiña
El periodista británico Andy Worthington es uno de los mayores
especialistas del mundo en la prisión militar de Guantánamo, un tema
sobre el que escribe regularmente en su blog y en
publicaciones como The Guardian, Huffington Post o AlterNet.
Walid Hijazi, fotografiado en Gaza antes de ser capturado y encerrado en
Guantánamo. |
El día 25 de
febrero, cuando el gobierno español anunció
que había llegado al país el primero de los cinco prisioneros de
Guantánamo declarados inocentes a los que acogerá España (y se supo que
otros tres hombres fueron acogidos en Albania), señalé que el ministro de
Interior español, Alfredo Pérez Rubalcaba, había informado a la prensa de se
trataba de un palestino, pero se había negado a facilitar su nombre para
proteger su intimidad.
No es una medida excepcional. Aunque se han revelado públicamente las
identidades de dos
argelinos puestos en libertad en Francia el año pasado y las de dos uzbekos
liberados en Irlanda (así como, por accidente, las de dos
sirios acogidos en Portugal), se ha tendido a preservar el
anonimato para que estos hombres puedan construir sus nuevas
vidas en paz, sin el estigma que acompaña a cualquier persona que haya
estado encerrada en Guantánamo. Se preservó el anonimato en el caso del hombre
que fue
liberado en Bélgica el pasado mes de octubre, en el del palestino liberado
en Hungría en diciembre, en el de los tres hombres sin identificar liberados
en Eslovaquia en enero y en el del uzbeko puesto en libertad en Suiza,
también en enero.
Sin embargo, como me contó el periodista español Carlos Sardiña Galache hace
tres semanas, “todos los medios españoles están cubriendo la noticia del
prisionero de Guantánamo al que se ha puesto en libertad en mi país”. Carlos
añadió que hace unas semanas El Mundo (el segundo periódico más importante del
país) afirmó
que el ex prisionero en cuestión era Walid Hijazi (identificado en
Guantánamo como Assem Matruq al-Aasmi), nacido en 1980 y procedente de Jan
Yunis, en Gaza.
En un reportaje un poco despectivo titulado, como me comentó Sardiña Galache,
“El
‘regalito’ que nos llega de Guantánamo”, El Mundo trataba de sembrar dudas
sobre la conveniencia de acoger a Hijazi señalando sus presuntos vínculos con Al
Qaeda, dudas que probablemente han suscitado las acusaciones sin pruebas
publicadas en la página web del Pentágono o en el “sumario de Guantánamo” del
New York Times, donde están disponibles los documentos del Pentágono sobre cada
uno de los prisioneros, aunque sin ningún tipo de análisis.
El pasado miércoles, Associated Press confirmó que Walid
Hijazi era el palestino liberado. Un pariente suyo explicó que la familia
“recibió un mensaje el martes informándola de que Hijazi había sido puesto en
libertad y trasladado a España”. Ese pariente añadió que “Hijazi salió de Gaza
en 2000, supuestamente para peregrinar a La Meca y después de aquello la familia
perdió el contacto con él. En 2003, la Cruz Roja informó a la familia de que
estaba en Guantánamo y desde entonces ésta ha recibido mensajes de Hijazi cada
tres o cuatro meses”.
En vista de estas revelaciones, creo que podría ser útil situar en su
contexto la información disponible sobre Hijazi. Como expliqué en un artículo el
año pasado, el
de Hijazi “era un caso representativo del de numerosos
prisioneros de Guantánamo”. Reclutado para viajar a Afganistán y ayudar a los
talibán en una mezquita de Arabia Saudí, donde es posible que realmente cayera
presa de reclutadores durante un peregrinaje a La Meca, “viajó a Afganistán
empleando una ruta muy utilizada que pasa por Irán y llegó a Al Farouq (el
principal campo de entrenamiento para árabes, creado por el señor de la guerra
Abdul Rasul Sayyaf a principios de los noventa, pero vinculado a Osama bin Laden
durante los años anteriores al 11-S) tan sólo dos semanas antes de los atentados
del 11 de septiembre.
También expliqué:
“Cuando le interrogaron, [Hijazi] explicó que nunca había disparado un arma,
excepto durante su periodo de adiestramiento, y que cuando desmantelaron Al
Farouq le enviaron a Jost, cerca de la frontera pakistaní, donde vivió en una
tienda de campaña durante dos meses con ‘combatientes talibán que iban y venían
del frente y gente como él que estaba a la espera de recibir nuevas órdenes’.
Entonces resultó herido en un accidente con una granada de mano, le trasladaron
a un centro médico de Jost y le ayudaron a cruzar la frontera clandestinamente
para ingresarle en un hospital de Pakistán, donde le implantaron un clavo en la
pierna y finalmente le apresaron las autoridades pakistaníes.”
Quienes se empeñen encontrar conexiones con Al Qaeda sin duda subrayarán el
hecho de que el campo Al Farouq estaba vinculado a Bin Laden, pero lo cierto es
que miles de reclutas pasaron por el campo y pocos de
ellos estuvieron alguna vez con el líder de Al Qaeda. Lo máximo a lo
que podían aspirar la mayoría de ellos era a verle desde lejos en las ocasiones
en que hacía una corta visita para pronunciar un discurso. Además, la mayoría de
los que pasaron por Al Farouq regresaron a sus lugares de origen después del
adiestramiento, se unieron a unidades que luchaban junto a los talibán contra la
Alianza del Norte (en una guerra civil entre musulmanes que había comenzado
mucho antes de los atentados del 11-S y que no tenía nada que ver con Al Qaeda o
el terrorismo internacional), o desempeñaban meras tareas de apoyo como
cocineros o vigilantes.
Puesto que era un recluta novato (tan sólo estuvo dos semanas en el
campamento), Hijazi ni siquiera habría podido avanzar más allá del
adiestramiento más superficial, tal y como él mismo explicó, y el hecho de que
después le evacuaran por Jost en lugar de llevarle, como a otros reclutas, a las
montañas de Tora Bora (donde se produjo un enfrentamiento entre lo que quedaba
de Al Qaeda, los talibán y los aliados afganos del ejército estadounidense en
noviembre y diciembre de 2001) indica que el papel de Hijazi era
insignificante.
Hijazi, al que casi con total seguridad vendieron al ejército estadounidenses
unos pakistaníes oportunistas que le apresaron en el hospital de Pakistán (y que
sin duda recibieron una recompensa por ello), difícilmente podría haber
sido considerado un prisionero de guerra protegido por las Convenciones
de Ginebra (ya que nunca había participado en combate alguno contra el ejército
estadounidense) y, por lo tanto, su prolongado encarcelamiento en Guantánamo
como “combatiente enemigo” (en esencia un “sospechoso de terrorismo”
despojado de derechos) es tan absurdo e injusto como el de la mayoría
de hombres detenidos allí, que no tenían ningún vínculo con el terrorismo.
Los ciudadanos españoles no deben albergar ninguna duda de
que este joven, que acababa de dejar atrás su adolescencia cuando fue apresado,
no supone ninguna amenaza. La administración Obama
(manifiestamente cautelosa
a la hora de poner en libertad a los prisioneros no le habría
liberado si así fuera y lo que debería hacer la prensa española, en
lugar de tratar de vilipendiarle, es dejarle tranquilo para que pueda rehacer su
vida y recordar no sólo que ha sido sometido a un programa de detenciones
especialmente aberrante que ningún país civilizado debería tolerar sino también
que ahora se encuentra en un país extranjero, sin familiares cerca que puedan
ayudarle a recuperarse, y que posiblemente esté luchando para asumir la idea de
que es probable que el fantasma de Guantánamo le persiga el resto de su
vida.
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