Wikileaks, el Pentágono y la información
Olga Rodríguez Periodismo humano 30 de octubre de 2010
Cada vez mueren más civiles en las guerras y menos militares. El contraste
entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial es sobrecogedor: solamente el 5% de
las víctimas de la Primera eran civiles; en la Segunda, el porcentaje se elevó
hasta el 66%. Y en la actualidad la proporción de víctimas civiles de cualquier
guerra se sitúa entre el 80 y 90% del total, según los datos que el
historiador británico Eric Hobsbawn ofrece en su libro “Guerra y paz
en el siglo XXI”.
Irak es buen ejemplo de ello. Por si alguien tenía aún dudas, Wikileaks ha revelado el
modus operandi de las tropas estadounidenses en Irak.
Con la salida a la luz de los documentos filtrados por Wikileaks sabemos que
el Pentágono ocultó cifras de muertos civiles, que las tropas
estadounidenses siguieron permitiendo torturas y abusos hasta 2009 o que mataron
a 681 civiles solo en los controles de seguridad.
Es intolerable que las potencias actúen movidas por el principio del
intercambio: unas cuantas muertes a causa de la victoria. Resulta infame
y escalofriante esa operación de contabilidad que da la espalda a un principio
moralmente real: que el dolor es absolutamente irreparable. Lo explica
muy bien Rafael Sánchez Ferlosio en su libro “Sobre la guerra”. Nadie
gana si la muerte vence. Y eso ocurre en las guerras. La muerte, la destrucción,
el agotamiento moral y psicológico, arrasan a generaciones enteras.
La guerra, se haga en nombre de lo se haga, pisotea a los seres humanos y
convierte a algunos en monstruos capaces de dar la vuelta a la realidad, como ha
hecho el Pentágono, empeñado en demonizar y criminalizar a Wikileaks.
“Tengo la firme convicción de que debemos condenar en los términos más
claros posibles la difusión de cualquier información, por parte de individuos u
organizaciones, que ponga en peligro la vida de los soldados o civiles de
Estados Unidos y de sus aliados”, ha declarado la Secretaria de Estado
Hillary Clinton.
Lo absolutamente preocupante es que este mensaje cale en la sociedad y que
sean muchos los ciudadanos que, como obedientes y fieles servidores de
Washington, se preocupen más por el hipotético riesgo del que habla Clinton que
por las decenas de miles de iraquíes civiles muertos o torturados en Irak.
El Pentágono califica de ilegítima la publicación de Wikileaks que prueba sus
actuaciones criminales. Y sin embargo tiene la desfachatez de considerar
legítimo ocultar la verdad al mundo, cuando esta verdad contiene crímenes. De
este modo Washington pone en riesgo la base del periodismo: la de la
información real como bien público por encima de intereses particulares,
como pilar básico de las sociedades libres y democráticas.
Algo pasa en el planeta y en las redacciones de buena parte de los medios de
comunicación, capaces de guiarse y de creer al Pentágono hasta el punto de
repetir textualmente el contenido de sus notas de prensa.
Algo pasa cuando muchos no dudan de las afirmaciones del Ejército
estadounidense pero sí de las del fundador de Wikileaks, Julian Assange,
que no ha matado a nadie, y menos a nadie inocente.
Siguiendo esta dinámica no faltará mucho para que creamos que si matan a
siete de los nuestros es por una razón de peso; que si asesinan a quince es
porque algo habrían hecho mal; que si acaban con otros veinte es por nuestro
propio bien.
El periodismo de investigación, ahora más que nunca, es necesario. Como
decía Albert Camus, hay épocas en las que toda indiferencia es
criminal.
Si a alguien le cabe alguna duda, quizá pueda disiparla viendo, si es que aún
no lo ha hecho, el vídeo que muestra la masacre de doce civiles iraquíes,
entre ellos dos periodistas, por parte del Ejército estadounidense. En la misma
operación dos niños resultaron heridos. Los propios militares estadounidenses
que les dispararon se negaron a socorrerlos.
Tras la difusión pública de ese vídeo no se organizaron cumbres
internacionales para pedir perdón, asumir responsabilidades, crear tribunales
especiales, reprogramar las conductas de las potencias bélicas ni para tumbar a
sus dirigentes en el diván de un psicoanalista.
Ahora, con la publicación de nuevos documentos sobre Irak, los líderes de los
países involucrados tienen una oportunidad de entonar el mea culpa. Pero como es
muy probable que eso no ocurra, será fundamental el papel que desempeñen las
organizaciones no gubernamentales, instituciones, jueces y sociedad civil en
general con el objetivo de que los crímenes cometidos en Irak no queden impunes.
Porque solo la Justicia puede garantizar que la historia no se repita.
www.minotauro.periodismohumano.com
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