Las voces de Guantánamo
Hermann Bellinghausen desInformémonos 28 de diciembre de 2009
La poesía siempre es un milagro, pero hay de milagros a milagros, como
demuestra el libro Poemas de Guantánamo: hablan los detenidos (Marc
Falkoff, editor). Que hayan visto la luz pública es lo de menos; el verdadero
portento es que siquiera existan poemas escritos por los presos islámicos en la
base militar estadounidense de Guantánamo, el centro de reclusión y tortura más
cruel y refinado que haya conocido el mundo. No se trata de un campo de
exterminio, y de ahí su novedosa perversidad: la idea es que las víctimas
sobrevivan en las peores condiciones, que sufran y “paguen”, lo mismo si
confiesan o no, si son culpables o no.
Y en medio de la depravación y la degradación más calculadas y profundas,
¿qué hacen estos hombres? Escriben versos.
Resulta que un buen número de ellos ya eran poetas reconocidos, o alcanzaron
maestrías y doctorados en literatura y diversas disciplinas. Otros, “amateurs”,
escribieron sus primeros versos en el campo de concentración. Con guijarros en
las paredes y el suelo, sobre manchas secas de pasta de dientes, con las uñas en
vasos desechables de unicel que pasaban de celda en celda hasta terminar
pepenados por los carceleros al final del día con la demás basura. Desde el
último escalón de la condición humana cantan o se lamentan para sí mismos y lo
comparten con sus compañeros de desgracia.
Creado después de la invasión de Afganistán y la declaración de “guerra
contra el terror” de George W. Bush, en el neogulag (irónicamente establecido en
territorio hurtado a Cuba) durante más de un año se impidió a los más de 500
reclusos usar lápiz y/o papel.
Después de 2003 se suavizó la prohibición, pero los militares confiscan
versos y cartas de manera sistemática, para guardarlos en las bóvedas del
Pentágono en Washington. Con frecuencia son arrebatados a los abogados
voluntarios que visitan a los presos. Si ahora se conocen es porque, tras
engorrosos trámites legales, unos cuántos fueron “desclasificados”.
Los mando militares han declarado que estos poemas representan “un riesgo
especialmente elevado” para la seguridad nacional del imperio, “por su contenido
y formato”. ¿No supera esta consideración cualquier elogio de la crítica
literaria? Ni siquiera Stalin persiguiendo a Ossip Mandelstam o Pinochet a
Víctor Jara fueron más implacables y obsesivos.
Estos “peligrosos” dispositivos verbales hablan de dolor, tristeza,
desesperación, amor a los hijos o los padres ausentes, indignación íntima, la
sombra de la muerte o la determinación de lucha. Algunos, claro, son de
contenido religioso, parafrasean el Corán o elevan plegarias al mismo Dios de
sus carceleros.
Hay piezas definitivamente hermosas. Otras poseen un poderoso valor
testimonial. Todas son poderosamente humanas. Escritos en árabe (y en ciertos
casos en inglés, pues entre los detenidos hay ciudadanos británicos y ex
estudiantes de universidades estadounidenses), no pocos siguen las tradiciones
poéticas árabes: son casidas, cánticos. Es menester subrayar que participan de
una cultura mucho más literaria que la nuestra. Ante la prohibición sistemática
de la representación visual, los pueblos árabes otorgan inmensa importancia a la
palabra.
Según dictaminó a principios de la década el entonces secretario de Defensa
Donald Rumsfeld –uno de los muchos protonazis que andan sueltos hoy en día, y
quizá el más letal y pernicioso-, los “detenidos” de Guantánamo “se cuentan
entre los asesinos más peligrosos, mejor entrenados y más malvados que existen
sobre la faz de la Tierra”. El propio personal del Pentágono en la mencionada
base militar han puesto en duda tal aserto al reconocer que, a lo más, unas
pocas decenas de entre los 500 detenidos tuvieron alguna clase de relación con
el terrorismo” (eufemismo para decir que son inocentes).
“Sí, por supuesto./Ellos hablan, ellos discuten, ellos asesinan./Ellos luchan
por la paz”, ironiza Shaker Abdurrahim Aamer sobre sus captores.
Unos de estos poetas fueron capturados sin pruebas por grupos mercenarios
occidentales y vendidos al ejército de Estados Unidos o sus aliados en
Afganistán y otros países (precio aproximado por cabeza: cinco mil dólares);
otros cayeron después de bombardeos sobre hospitales y escuelas (Abdulá Thani
Faris Al Anazi era enfermero, perdió las dos piernas bajo las bombas y en esas
condiciones fue trasladado a Guantánamo, luego de sufrir tortura, como todos los
demás). Martin Mubanga, rapero ded Zambia, se las ingenió para informar a su
familia sobre sus condiciones de confinamiento en forma de hip-hop.
Entre ellos se encuentran poetas, ensayistas, filósofos y periodistas.
También jardineros, choferes, mecánicos. El delito de algunos, por ejemplo, fue
llevar relojes estadounidenses marca Casio, pues se supone que sirven para armar
bombas. Mohamed El Gharani, originario de Chad, fue encarcelado en Guantánamo a
los 14 años. Varios de ellos salieron después de 2005, como Shaik Abdurrajim
Muslim Dost, declarado inocente, pero al llegar a su natal Pakistán en 2006 fue
recapturado por las fuerzas armadas y nunca más se supo de él.
Flagg Miller, antropólogo cultural y lingüista, especialista en letras
arábigas de la universidad de Wisconsin, se sorprende al identificar una
“profunda huella de la nostalgia romántica” en estos poemas, lo que considera un
rasgo atípico en las literaturas islámicas tradicionales, a las cuales se
adscriben culturalmente los prisioneros.
El escritor chileno Ariel Dorfman (aquel del clásico análisis Para leer
al pato Donald), recuerda en el epílogo del volumen a las víctimas de la
dictadura y la tortura pinochetistas que se salvaron gracias a la poesía que
conservaban en la memoria. Lamenta que estos nuevos poetas sean víctimas
extremas del país que se ostenta como paladín universal de la libertad y la
democracia. Y nos revela el secreto del milagro.
“Lo que encuentro como verdadera fuente de los poemas de Guantánamo es la
simple, casi primitiva aritmética de inspirar-y-espirar”. La inspiración más
elemental, pues. Dirigida a los demás presos, o a veces a sus familias lejanas,
“esta poesía convoca a respirar los mismos versos a aquellos que respiran el
mismo aire”. Así sea el aire irrespirable de las ergástulas washingtonianas en
el lugar más infame del mar Caribe.
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Poems from Guantánamo. The deteinees speak, editado por Marc Falkoff,
abogado de 17 de los detenidos, con prólogo de Flagg Miller y epílogo de Ariel
Dorfman (Prensa Universitaria de Iowa, Estados Unidos, 2007).
Fuente: http://desinformemonos.org/2009/12/poesia-de-los-presos-politicos-de-guantanamo/4/
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