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Lo que WikiLeaks nos revela de cómo actúa Washington en Pakistán

Un diluvio de ataques con aviones no tripulados

Fatima Bhutto
TomDispatch.com
13 de diciembre de 2010

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

Con gobiernos como el actual régimen de Pakistán, ¿quién necesita el brazo fuerte de la CIA? Según el último best-seller de Bob Woodwards “Obama’s Wars”, cuando al Presidente de Pakistán Asif Ali Zardari, un hombre peligroso y complaciente, se le notificó que la CIA iba a lanzar ataques con misiles desde aviones no tripulados sobre el territorio soberano de su país, contestó. “Maten a los adultos de más edad. Vds., estadounidenses, se preocupan mucho por los daños colaterales. Yo no”.

¿Y por qué iba a preocuparse? Cuando su esposa Benazir Bhutto volvió a Pakistán en 2007 para ocupar el puesto de Primera Ministra tras años de exilio voluntario, se había implicado ya en una serie de compromisos en una campaña a favor de Estados Unidos. Había prometido entregar al científico nuclear y hombre del coco internacional Dr. A.Q. Khan, el “padre” de la bomba atómica pakistaní, a la Agencia Internacional de la Energía Atómica. También había dejado claro que, una vez de nuevo en el poder, permitiría que los estadounidenses bombardearan a placer Pakistán para que la Guerra contra el Terror de George W. Bush pudiera alcanzar un rotundo triunfo. Desde luego que los estadounidenses han estado implicados en ataques secretos y toda una serie de actividades en Pakistán desde al menos 2001, pero en aquel entonces no lo sabíamos.

Esta fue la promesa que Zardari, una vez instalado en el poder, ha venido también manteniendo.

Según el último alijo de cables del Departamento de Estado publicados por WikiLeaks, no ha flaqueado en tal sentido ni su postura ni la de sus colegas en el gobierno . En 2008, por ejemplo, el Primer Ministro Yousef Raza Gilani, comunicó con entusiasmo a la Embajadora estadounidense Anne Paterson que “a él no le preocupaba” si se lanzaban ataques con aviones no tripulados contra su país siempre y cuando las bombas alcanzaran “a la gente apropiada”. (No fue así). “Protestaremos en la Asamblea Nacional”, añadió Gilani cínicamente, “y después nos olvidaremos de todo”.

En realidad, las protestas presentadas en la Asamblea Nacional han sido escasas aunque, desde principios del presente año y hasta finales de noviembre, los estadounidenses habían alcanzado en menos de un año más de 100 veces el territorio pakistaní con ataques de misiles desde aviones no tripulados Predator y Reaper. Los ataques con aviones sin piloto de la CIA han sido, de hecho, uno de los rasgos de la guerra estadounidense en Pakistán desde 2004. En 2008, después de que Barack Obama alcanzara la presidencia en EEUU y Zardari ascendiera al puesto más importante en Pakistán, se intensificaron los ataques y empezaron pronto a producirse casi semanalmente, más tarde casi a diario, convirtiéndose por tanto en una característica permanente de la vida de quienes viven en las tierras tribales fronterizas del norte de Pakistán.

Barack Obama ordenó su primer ataque con aviones no tripulados contra Pakistán tan sólo 72 horas después de haber jurado como Presidente. Parece un hecho apropiadamente macabro que, según un informe de las Naciones Unidas sobre las “muertes selectivas” (es decir, asesinatos) publicado en 2010, George W. Bush lanzara 45 ataques con aviones no tripulados en sus ocho años como Presidente. En el primer año de Obama en el poder, esos aviones salieron a bombardear en 53 ocasiones. En los seis años en que se han venido utilizando esos ataques en la lucha contra Pakistán, los investigadores de la New America Foundation estiman que se ha asesinado a entre 1.283 y 1.971 personas.

Aunque en las historias de los periódicos y en las noticias de televisión se identifica habitualmente a los muertos como “militantes” o “supuestos militantes”, casi nunca tienen nombres ni se confirman sus identidades ni vemos sus rostros. Sus historias son casi siempre muy imprecisas. La Campaña por las Víctimas Inocentes de los Conflictos (CIVIC, por sus siglas en inglés) revisó cuidadosamente nueve ataques de aviones no tripulados de los dos últimos años y concluyó que habían ocasionado la muerte de treinta civiles, entre ellos catorce mujeres y niños. (Por supuesto que entra dentro de lo posible que la inteligencia superior del ejército estadounidense les clasificara como “militantes en proceso de formación”). Teniendo en cuenta este estudio, puede calcularse un porcentaje medio de error de 3,33 civiles erróneamente asesinados en cada ataque de avión no tripulado. Los muertos, y los pakistaníes se lo asegurarán, son en su mayoría civiles sin nombre, sin rostro, que nunca fueron acusados ni condenados por nada.

Sin embargo, las vidas pakistaníes se consideran irrelevantes y, como daños colaterales, no parecen preocupar a nadie en la elite gobernante.

Piensen en esto: el pasado verano, las lluvias del monzón y las riadas sumergieron la quinta parte del territorio de Pakistán, afectando a veinte millones de seres. Fue el peor desastre natural en la historia del país. Aunque el recuento de víctimas, teniendo en cuenta las circunstancias en que se hizo, resultó comparativamente bajo –alrededor de 2.000 muertos-, las Naciones Unidas concluyeron que la destrucción causada por las inundaciones superaba la del devastador tsunami asiático de 2004, del terremoto pakistaní de 2005 y del reciente terremoto en Haití, todos ellos combinados. Dos millones de hogares quedaron destruidos y el fundamental cinturón alimentario en las provincias agrícolas clave de Punjab y Sindh quedó completamente arrasado. Millones de niños se quedaron sin hogar y con riesgo de contraer cólera, disentería y otras enfermedades de transmisión por el agua. Según la Organización Mundial de la Salud, existe aún un riesgo potencial de que se produzcan 1,5 millones de casos de diarrea y otros dos millones posibles de casos de malaria.

Durante lo que el Secretario General de la ONU denominó como el peor desastre mundial que había visto nunca, con el país desesperado y postrado, la CIA lanzó su campaña más extensa de ataques de aviones no tripulados. Durante los treinta días de septiembre, mientras Islamabad se apresuraba a asegurar a Washington que no iba a desviar muchos soldados del esfuerzo bélico para ponerlos a ayudar a los afectados por las inundaciones, hubo veintitantos ataques de aviones no tripulados que provocaron la cifra más alta de víctimas de ese tipo de ataques en un único mes en los últimos seis años.

En 2009, en uno de los muchos cables del Departamento de Estado que WikiLeaks ha ofrecido al mundo, la Embajadora de EEUU Anne Paterson confirmaba que el actor clave y Jefe del Estado Mayor del Ejército, el General Ashfaq Kayani, dirigió a sus fuerzas para que ayudaran en esos ataques de los aviones no tripulados estadounidenses. En diversas operaciones estadounidenses en el norte y regionales tribales del país, la Embajadora escribió: “Casi con seguridad, [llevadas a cabo] con el consentimiento personal del… General Kayani”.

Los medios de comunicación pakistaníes han recibido con satisfacción la publicación de los documentos del Departamento de Estado, porque gran parte de lo que esos periodistas y expertos venían proclamando (y que Washington negó siempre) se ha visto ahora confirmado: por ejemplo, que el contratista privado de mercenarios Blackwater (conocido ahora como Xe Services) ha estado operando en Pakistán a instancias de los estadounidenses, que el alto mando militar del país había dado luz verde a los ataques de aviones no tripulados contra su propio pueblo y que el infame y corrupto gobierno del Presidente Zardari ha entregado el país a los estadounidenses a cambio de dinero.

Pakistán recibe ya aproximadamente 2.000 millones de dólares de ayuda militar al año, y todo va a parar al ejército. En función del Proyecto de Ley Kerry Lugar, aprobado por el Congreso de EEUU, si Pakistán se porta bien, revela sus secretos nucleares y la documentación interna de su ejército sobre cómo se selecciona el equipo del jefe del ejército y otras cuestiones, el país conseguirá 7.500 millones de dólares de “ayuda civil” durante cinco años, y eso es sólo la punta del iceberg financiero que, por supuesto, ofrece al actual liderazgo la oportunidad para ampliar por algún tiempo su incompetente gobierno.

Un magnate de la prensa y chamcha (cobista en urdu) del gobierno, se convirtió en el hazmerreír de los medios de comunicación del país cuando acudió a la televisión para sugerir que las revelaciones sobre cómo el gobierno de Pakistán había mentido a su pueblo, subvertía su soberanía nacional y coordinaba los ataques extranjeros apenas podían compararse con la información aparecida sobre dirigentes de otros países. ¡Piensen en Berlusconi!

El establishment político pakistaní ha creído siempre que Occidente es lo mejor. Después de todo, ha sido la fuente última de su poder y, por ello, el 3 de diciembre, el Primer Ministro Gilani convocó una reunión de los Estado Mayor Conjunto, del Ministro de Defensa y varios ministros del gabinete, incluido el Ministro de Hacienda, para discutir el escándalo de WikiLeaks y las estrategias para hacer frente a cualquier potencial vergüenza que apareciera en los ya publicados cables. (Sin duda, también con mentiras, con lo bien que funcionaron antes).

Tariq Ali, el escritor e historiador pakistaní, reaccionó rápidamente a las revelaciones de WikiLeaks con la misma sensación de frustración y rabia de tantos pakistaníes. “WikiLeaks”, escribió, “confirma lo que ya sabíamos: que Pakistán es una satrapía de Estados Unidos. Que sus dirigentes políticos y militares constituyen una elite venal feliz de matar y atacar a su pueblo a instancias de una potencia extranjera. La procónsul de EEUU en Islamabad, Anne Patterson, aparece como una diplomática astuta advirtiendo a su país de las consecuencias de seguir haciendo lo de siempre. ¡Qué bien, aunque apenas es una sorpresa, que Zardari reasegure a EEUU que si a él le asesinaran, su hermana le sustituiría y todo continuaría como antes. Es siempre un alivio saber que un gobernante considera un país como su feudo personal!”.

Toda esa elite sigue adelante aún con un escaso sentido de lo absurdo y lo sombrío de los recientes acontecimientos. Mientras WikiLeaks va dejando fluir los documentos, varios miembros del parlamento están haciendo cola para proponer sus nombres como posibles sustitutos del primer ministro. Ya que la única persona capaz de reemplazar al presidente es su hermana, no ha lugar debate alguno.

Como muchos otros jefes del ejército en el pasado, el General Kayani está presentando su propio conjunto de nombres favorables, sobrepasando con total impunidad los límites oficiales de su puesto, mientras el oscuro señor no elegido del gobierno, el Ministro del Interior Rehman Malik, se ha estado ofreciendo a sí mismo para otro puesto no elegido.

Malik consiguió pública notoriedad como asesor de seguridad de Benazir Bhutto, hasta que la asesinaron. Las labores de policía de la nación fue siempre una peculiar recompensa que ofrecer a un hombre que no podía mantener seguro su propio puesto. Malik, para quien el Presidente Zardari emitió un indulto presidencial y que tenía todas las acusaciones posibles de corrupción contra él, que se vinieron abajo bajo la Ordenanza de Reconciliación Nacional (una odiosa ley que indultaba veinte años de corrupciones perpetradas por políticos, banqueros y burócratas), y al que su amigo el Presidente le dio también un escaño en el senado.

Zardari, merece la pena indicarlo, no se presentó tampoco a las elecciones, no tiene circunscripción electoral y llegó a Presidente de la misma forma que el anterior gobernante de Pakistán, el General Pervez Musharraf: le seleccionó su propio parlamento.

¿Aprenderán algo las elites de Pakistán a partir de WikiLeaks? Sin duda alguna, nada en absoluto. Y teniendo en cuenta la respuesta ofrecida hasta el momento por la Casa Blanca, Washington tampoco se sentirá más constreñido de lo que ha estado hasta ahora en lo que respecta a elegir a sus aliados y la forma de dirigir el brazo surasiático de su ilegal imperio global.

El gobierno de Zardari no hace secreto alguno de su gratitud por el apoyo estadounidense. Después de todo han venido observando cómo una potencia extranjera bombardea su tierra, detiene o entrega ilegalmente a sus ciudadanos y hace la vista gorda ante la flagrante censura y abuso de los derechos humanos en Pakistán.

Esta obediencia ante el poder es la clave del compromiso de Zardari hacia EEUU. Y así seguirá. Mientras esperamos que WikiLeaks revele el resto de los cables, que muy probablemente no tendrán consecuencia alguna en los acuerdos futuros de Washington con los corruptos gobiernos de Zardari en Pakistán o del Presidente Hamid Karzai en Afganistán (o, de hecho, en cualquier otro lugar), observamos cómo los funcionarios estadounidenses defienden que los ataques de sus aviones no tripulados se amplíen hacia el sur, hacia la provincia rica en gas natural de Balochistán. Que esa zona comparta frontera con Irán apenas parece ser una mera coincidencia.

La aquiescencia esencial del régimen de Zardari se ha conocido recientemente a través de la oferta por parte de Washington de un paquete de ayuda militar “sin condiciones” para varios años. En el momento de la devastación causada por las inundaciones de este verano, el Secretario de Sanidad de Balochistán y el Vicepresidente Adjunto del Senado pakistaní sostuvieron ambos que la ayuda no podía transportarte por vía aérea desde una base en la ciudad de Jacobabad en la frontera entre Sindh y Balochistán, las dos provincias más machacadas por las inundaciones, porque los estadounidenses estaban utilizándolas para sus ataques de aviones no tripulados sobre Pakistán. La embajada estadounidense emitió rápidamente un desmentido simulando sentirse convenientemente ofendida, pero el daño ya estaba hecho y el mensaje era claro: la guerra contra Pakistán prosigue inmisericorde, teniendo al timón a su propio gobierno.

Fatima Bhutto> es una poeta y escritora pakistaní de origen afgano, cuyas obras más recientes son “Songs of Blood and Sword: A Daughter’s Memoir” (Nation Books, 2010). Sus artículos aparecen en el New Statesman, el Daily Beast y The Guardian, entre otros medios. Su padre, Murtaza Bhutto, hijo del ex Presidente de Pakistán y Primer Ministro, Zulfikar Ali Bhutto, miembro elegido del Parlamento, fue asesinado en 1996 en Karachi durante el primer mandato de su hermana, Benazir Bhutto. Fatima vive y escribe en Karachi, Pakistán.

Fuente: http://www.tomdispatch.com/archive/175329/


 

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