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Sangre camboyana en las manos de Henry Kissinger


Voces del Mundo 28 de mayo de 2023

Nick Turse, The Intercept, 23 mayo 2023

Traducido del inglés por Sinfo Fernández

Ta Sous, Camboya – Al final de un polvoriento camino que serpentea entre arrozales vive una mujer que sobrevivió de niña a múltiples ataques aéreos estadounidenses.

Meas Lorn, de cara redonda y poco más de metro y medio de estatura, calzada con sandalias de plástico, perdió a un hermano mayor en un ataque de helicóptero de combate y a un tío y unos primos por el fuego de la artillería. Durante décadas, una pregunta la atormentó: «Todavía me pregunto por qué esos aviones atacaban siempre en esta zona. ¿Por qué lanzaban bombas aquí?».

El bombardeo estadounidense en alfombra sobre Camboya entre 1969 y 1973 está bien documentado, pero su artífice, el ex asesor de seguridad nacional y ex secretario de Estado Henry Kissinger, que cumplirá 100 años el sábado, es responsable de bastante más violencia de la conocida hasta ahora. Una investigación de The Intercept aporta pruebas de ataques de los que hasta ahora no se había informado y que mataron o hirieron a cientos de civiles camboyanos durante el mandato de Kissinger en la Casa Blanca. Cuando se le preguntó sobre su culpabilidad en estas muertes, Kissinger respondió con sarcasmo y se negó a dar respuestas.

Un archivo exclusivo de documentos militares estadounidenses anteriormente clasificados -recopilados a partir de los archivos de un grupo de trabajo secreto del Pentágono que investigó los crímenes de guerra durante la década de 1970, las investigaciones de los inspectores generales enterradas entre miles de páginas de documentos no relacionados y otros materiales descubiertos durante cientos de horas de investigación en los Archivos Nacionales de Estados Unidos- ofrece pruebas inéditas, no divulgadas y subestimadas de muertes de civiles que se mantuvieron en secreto durante la guerra y que siguen siendo casi totalmente desconocidas para el pueblo estadounidense. Los documentos también proporcionaron una hoja de ruta rudimentaria para la información sobre el terreno en el Sudeste Asiático que aportó pruebas de decenas de bombardeos e incursiones terrestres adicionales de los que nunca se ha informado al mundo exterior.


El camino a Tralok Bek, Camboya, en 2010, izquierda. Meas Lorn, a la derecha, posa para un retrato en Ta Sous, Camboya. Fotos: Tam Turse

Supervivientes de 13 aldeas camboyanas situadas a lo largo de la frontera con Vietnam relataron a The Intercept los ataques que acabaron con la vida de cientos de sus familiares y vecinos durante el mandato de Kissinger en la Casa Blanca del presidente Richard Nixon. Las entrevistas con más de 75 testigos y supervivientes camboyanos, publicadas aquí por primera vez, revelan con nuevos detalles el trauma interminable que soportan los supervivientes de la guerra estadounidense. Estos ataques fueron mucho más profundos y quizá incluso más horribles que la violencia ya atribuida a las políticas de Kissinger, porque los pueblos no sólo fueron bombardeados, sino también ametrallados por helicópteros de combate e incendiados y saqueados por tropas estadounidenses y aliadas.

Los incidentes detallados en los archivos y los testimonios de los supervivientes incluyen relatos tanto de ataques deliberados dentro de Camboya como de ataques accidentales o por descuido de las fuerzas estadounidenses que operaban en la frontera con Vietnam del Sur. De estos últimos ataques se informó con poca frecuencia a través de los canales militares, recibieron escasa cobertura en la prensa de la época y, en su mayor parte, han pasado a la historia. En conjunto, aumentan el ya considerable número de muertes de camboyanos de las que Kissinger es responsable y suscitan dudas entre los expertos sobre si podrían renovarse los esfuerzos, largo tiempo inactivos, para exigirle responsabilidades por crímenes de guerra.

Los archivos del Ejército y las entrevistas con supervivientes camboyanos, personal militar estadounidense, confidentes de Kissinger y expertos demuestran que la impunidad se extendió desde la Casa Blanca hasta los soldados estadounidenses sobre el terreno. Los archivos muestran que las tropas estadounidenses implicadas en la matanza y mutilación de civiles no recibieron castigos significativos.

Puntos clave

  • Henry Kissinger es responsable de más muertes de civiles en Camboya de las que se conocían hasta ahora, según un archivo exclusivo de documentos militares estadounidenses y entrevistas pioneras con supervivientes camboyanos y testigos estadounidenses.
  • El archivo ofrece pruebas inéditas, no divulgadas e infravaloradas de cientos de víctimas civiles que se mantuvieron en secreto durante la guerra y que siguen siendo casi totalmente desconocidas para el pueblo estadounidense.
  • Entrevistas inéditas con más de 75 testigos y supervivientes camboyanos de ataques militares estadounidenses revelan nuevos detalles del duradero trauma que soportan los supervivientes de la guerra estadounidense.
  • Los expertos afirman que Kissinger tiene una gran responsabilidad en los ataques en Camboya que mataron hasta 150.000 civiles, seis veces más no combatientes de los que Estados Unidos ha matado en ataques aéreos desde el 11-S.
  • Cuando se le interrogó sobre estas muertes, Kissinger respondió con sarcasmo y se negó a dar respuestas.

En conjunto, las entrevistas y los documentos demuestran un desprecio constante por las vidas de los camboyanos: no detectaron ni protegieron a los civiles; no realizaron evaluaciones tras los ataques; no investigaron las denuncias de daños a civiles; no impidieron que se repitieran esos daños; y no castigaron ni responsabilizaron de algún modo al personal estadounidense por las lesiones y muertes. Estas políticas no sólo ocultaron el verdadero número de víctimas del conflicto en Camboya, sino que también sentaron las bases para la matanza de civiles de la guerra de Estados Unidos contra el terror desde Afganistán hasta Iraq, desde Siria hasta Somalia, y más allá.

«Se puede trazar una línea desde el bombardeo de Camboya hasta el presente», dijo Greg Grandin, autor de Kissinger’s Shadow. «Las justificaciones encubiertas para bombardear ilegalmente Camboya se convirtieron en el marco de las justificaciones de los ataques con drones y de la guerra sin fin. Es una expresión perfecta del círculo ininterrumpido del militarismo estadounidense».

Kissinger tiene una responsabilidad significativa en los ataques en Camboya que mataron hasta 150.000 civiles, según Ben Kiernan, exdirector del Programa de Estudios sobre Genocidio de la Universidad de Yale y una de las principales autoridades en la campaña aérea estadounidense en Camboya. Esa cifra es hasta seis veces superior al número de no combatientes que se cree que murieron en ataques aéreos estadounidenses en Afganistán, Iraq, Libia, Pakistán, Somalia, Siria y Yemen durante los primeros 20 años de la guerra contra el terrorismo. Grandin calculó que, en total, Kissinger -que también ayudó a prolongar la guerra de Vietnam y facilitó genocidios en Camboya, Timor Oriental y Bangladesh; aceleró guerras civiles en el sur de África; y apoyó golpes de Estado y escuadrones de la muerte en toda América Latina- tiene en sus manos la sangre de al menos 3 millones de personas.

Mientras Kissinger salía con aspirantes a actriz, ganaba codiciados premios y se codeaba con multimillonarios en cenas de etiqueta en la Casa Blanca, galas en los Hamptons y otras veladas a las que sólo se podía acceder con invitación, los supervivientes de la guerra de Estados Unidos en Camboya tuvieron que lidiar con la pérdida, el trauma y las preguntas sin respuesta. Lo hicieron en gran medida solos e invisibles para el resto del mundo, incluidos los estadounidenses cuyos líderes habían destrozado sus vidas.

Henry Kissinger esquivó durante décadas las preguntas sobre el bombardeo de Camboya y se ha pasado media vida mintiendo sobre su papel en las matanzas de ese país. En 1973, durante sus audiencias de confirmación en el Senado para convertirse en secretario de Estado, se le preguntó a Kissinger si aprobaba que se mantuvieran deliberadamente en secreto los ataques a Camboya, a lo que respondió con un muro de palabras justificando los asaltos. «Sólo quería dejar claro que no se trataba de un bombardeo de Camboya, sino de un bombardeo de norvietnamitas en Camboya», insistió. Las pruebas de los registros militares estadounidenses y los testimonios de testigos oculares contradicen directamente esa afirmación. También lo hizo el propio Kissinger.

En su libro de 2003, «Ending the Vietnam War», Kissinger ofreció una estimación de 50.000 muertes de civiles camboyanos por ataques estadounidenses durante su participación en el conflicto, una cifra que le dio un historiador del Pentágono. Pero los documentos obtenidos por The Intercept muestran que esa cifra fue conjurada casi de la nada. En realidad, el bombardeo estadounidense de Camboya figura entre las campañas aéreas más intensas de la historia. Más de 231.000 bombardeos estadounidenses sobrevolaron Camboya entre 1965 y 1973. Entre 1969 y 1973, mientras Kissinger era asesor de seguridad nacional, los aviones estadounidenses lanzaron 500.000 toneladas o más de municiones. (Durante toda la Segunda Guerra Mundial, incluidos los bombardeos atómicos, Estados Unidos lanzó unas 160.000 toneladas de municiones sobre Japón).

En una conferencia del Departamento de Estado en 2010 sobre la implicación de Estados Unidos en el Sudeste Asiático desde 1946 hasta el final de la guerra de Vietnam, le pregunté a Kissinger cómo enmendaría su testimonio ante el Senado, dada su propia afirmación de que decenas de miles de civiles camboyanos murieron por su escalada de la guerra.

«¿Por qué debería enmendar mi testimonio?», respondió. «No entiendo muy bien la pregunta, a menos que no hubiera dicho la verdad».


El presidente Richard Nixon habla sobre la campaña de Camboya en 1970 en Washington, D.C. Foto: History/Universal Images Group vía Getty Images.


«Todo lo que vuele sobre todo lo que se mueva»

Una noche de diciembre de 1970, Nixon llamó furioso a su asesor de seguridad nacional para hablar de Camboya. «Quiero los helicópteros. Quiero que todo lo que pueda volar entre y les parta la cara», le ladró a Kissinger,& según una transcripción. «Quiero helicópteros armados allí. Eso significa helicópteros armados. … ¡Quiero que vayan! Moved el culo… Quiero que le den a todo».

Cinco minutos después, Kissinger estaba al teléfono con el general Alexander Haig, su ayudante militar, transmitiendo la orden de un implacable asalto a Camboya. «Es una orden, hay que hacerlo. Cualquier cosa que vuele sobre cualquier cosa que se mueva. ¿Entendido?»

Dos años antes, Nixon había ganado la Casa Blanca con la promesa de poner fin a la guerra de Estados Unidos en Vietnam, pero en cambio amplió el conflicto a la vecina Camboya. Temiendo la reacción pública y creyendo que el Congreso nunca aprobaría un ataque contra un país neutral, Kissinger y Haig empezaron a planear –un mes después de que Nixon asumiera el cargo– una operación que se mantuvo en secreto para el pueblo estadounidense, el Congreso e incluso los altos cargos del Pentágono mediante una conspiración de historias encubiertas, mensajes codificados y un doble sistema de contabilidad que registraba los ataques aéreos en Camboya como si estuvieran ocurriendo en Vietnam del Sur. Ray Sitton, coronel del Estado Mayor Conjunto, llevaba una lista de objetivos a la Casa Blanca para su aprobación. Kissinger le decía: «Ataca aquí, en esta zona«, y Sitton enviaba las coordenadas al terreno, eludiendo la cadena de mando militar. Se quemaban los documentos auténticos relacionados con los ataques y se proporcionaban al Pentágono y al Congreso coordenadas ficticias de los objetivos y otros datos falsificados.

Kissinger, que llegó a ser secretario de Estado en los gobiernos de Nixon y Gerald Ford, recibió el Premio Nobel de la Paz en 1973 y la Medalla Presidencial de la Libertad -la más alta condecoración civil de Estados Unidos- en 1977. En las décadas siguientes, ha seguido asesorando a presidentes estadounidenses, el último de ellos Donald Trump; ha formado parte de numerosos consejos asesores de empresas y gobiernos; y es autor de una pequeña biblioteca de libros superventas sobre historia y diplomacia.

Nacido como Heinz Alfred Kissinger en Fürth, Alemania, el 27 de mayo de 1923, llegó a Estados Unidos en 1938, en medio de una avalancha de judíos que huían de la opresión nazi. Obtuvo la nacionalidad estadounidense en 1943 y sirvió en el ejército de Estados Unidos en Europa durante la Segunda Guerra Mundial. Tras graduarse summa cum laude en el Harvard College en 1950, obtuvo un máster en 1952 y un doctorado en 1954. Posteriormente se incorporó al cuerpo docente de Harvard y trabajó en el Departamento de Gobierno y en el Centro de Asuntos Internacionales hasta 1969. Mientras enseñaba en Harvard, trabajó como asesor para las administraciones de John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson antes de ocupar altos cargos en las administraciones de Nixon y Ford. Seguidor de la realpolitik, Kissinger influyó enormemente en la política exterior estadounidense entre 1969 y 1977.

Mediante una combinación de ambición implacable, astucia mediática y habilidad para enturbiar la verdad y librarse del escándalo, Kissinger pasó de ser un profesor universitario y funcionario del Gobierno a convertirse en el diplomático estadounidense más célebre del siglo XX y en una auténtica celebridad. Mientras docenas de sus colegas de la Casa Blanca se veían envueltos en el escándalo Watergate, que le costó el puesto a Nixon en 1974, Kissinger salió indemne, al mismo tiempo que daba pábulo a la prensa sensacionalista y soltaba frases como «El poder es el máximo afrodisíaco…».

Kissinger fue el principal arquitecto de la política bélica estadounidense en el Sudeste Asiático, alcanzando casi el estatus de copresidente en tales asuntos. Kissinger y Nixon fueron también los únicos responsables de los ataques que mataron, hirieron o desplazaron a cientos de miles de camboyanos y sentaron las bases del genocidio de los jemeres rojos.

Pol Pot y los dirigentes del Jemer Rojo no pueden ser exonerados por haber cometido un genocidio contra el pueblo camboyano, dijo Kiernan, el académico de Yale, pero ni Nixon ni Kissinger pueden eludir su responsabilidad por su papel en la matanza que lo precipitó. El dúo desestabilizó de tal modo el pequeño país que el naciente movimiento revolucionario de Pol Pot se hizo con el control de Camboya en 1975 y desató horrores, desde masacres hasta hambrunas masivas, que acabarían con la vida de unos dos millones de personas.

Kaing Guek Eav (conocido como «Duch«), que dirigía la prisión Tuol Sleng de los Jemeres Rojos, donde miles de camboyanos fueron torturados y asesinados a finales de la década de 1970, hizo la misma observación. «El señor Richard Nixon y Kissinger», declaró ante un tribunal respaldado por Naciones Unidas, «permitieron que los Jemeres Rojos aprovecharan oportunidades de oro». Tras ser derrocado en un golpe militar y sumir a su país en el genocidio, el depuesto monarca de Camboya, el príncipe Norodom Sihanouk, lanzó una acusación similar. «Sólo hay dos hombres responsables de la tragedia de Camboya», dijo en la década de 1970. «El Sr. Nixon y el Dr. Kissinger».

En su libro de acusaciones de 2001, «The Trial of Henry Kissinger«, Christopher Hitchens pidió el procesamiento de Kissinger «por crímenes de guerra, por crímenes contra la humanidad y por delitos contra el derecho común o consuetudinario o internacional, incluida la conspiración para cometer asesinatos, secuestros y torturas» desde Argentina, Bangladesh y Chile hasta Timor Oriental, Laos y Uruguay. Pero Hitchens reservó un oprobio especial para el papel de Kissinger en Camboya. «La campaña de bombardeos», escribió, «comenzó como iba a continuar: con pleno conocimiento de sus efectos sobre la población civil, y con flagrante engaño por parte del Sr. Kissinger en este preciso aspecto».

Otros fueron más allá de las acusaciones teóricas. Cuando era adolescente, el activista de derechos humanos de origen australiano Peter Tatchell se sintió muy afectado por la guerra -y los crímenes de guerra- de Estados Unidos en Indochina. Décadas más tarde, creyendo que había argumentos de peso, pasó a la acción. «Me sorprendió que nadie hubiera intentado procesar a Kissinger en virtud del derecho internacional, así que decidí intentarlo», declaró a The Intercept por correo electrónico.

En 2002, cuando Slobodan Miloševic, expresidente de la República Federativa de Yugoslavia, estaba siendo juzgado por crímenes de guerra, Tatchell solicitó una orden de detención ante el Tribunal de Magistrados de Bow Street, en Londres, en virtud de la Ley de los Convenios de Ginebra de 1957, una ley del Parlamento que incorporaba a la legislación británica algunos componentes de las leyes de la guerra definidas en los Convenios de Ginebra de 1949. Alegó que mientras Kissinger «era consejero de Seguridad Nacional del presidente de EE. UU. entre 1969-75 y secretario de Estado de EE.UU. en 1973-77 encargó, ayudó e instigó crímenes de guerra en Vietnam, Laos y Camboya». El juez Nicholas Evans denegó la solicitud, declarando que «en el momento actual» no podía redactar una «acusación adecuadamente precisa» basada en las pruebas presentadas por Tatchell.

Cuando se denegó la orden de detención, Tatchell intentó que organizaciones humanitarias internacionales le ayudaran o se hicieran cargo del caso, según declaró a The Intercept, pero «no lo consideraron prioritario». Intentó sin éxito ponerse en contacto con posibles testigos estadounidenses y con grupos de derechos humanos de Estados Unidos.

Pero Tatchell mantiene que Kissinger debería pasar aún un día en los tribunales. «Creo que la edad nunca debe ser un obstáculo para la justicia. Aquellos que cometen o autorizan crímenes de guerra deben rendir cuentas, independientemente de su edad», escribió, «siempre que tengan la capacidad mental para un juicio justo, que entiendo es el caso de Kissinger.»

Cinco décadas de impunidad

Kissinger y sus acólitos culpan con frecuencia de la guerra estadounidense en Camboya a las tropas norvietnamitas y a las guerrillas survietnamitas que utilizaron el país como base y centro logístico, al tiempo que restan importancia a la implicación de Estados Unidos allí. «Lo que desestabilizó Camboya fue la ocupación por Vietnam del Norte de partes del territorio camboyano a partir de 1965», escribió Peter Rodman, exasesor de Kissinger. Pero tres años antes -mucho antes de que la mayoría de los estadounidenses supieran que su país estaba en guerra en el sudeste asiático- «bombas estadounidenses alcanzaron un pueblo camboyano por accidente… matando a varios civiles», según una historia de la Fuerza Aérea. Y los «accidentes» nunca cesaron. Entre 1962 y 1969, el gobierno camboyano contabilizó 1.864 violaciones fronterizas; 6.149 violaciones de su espacio aéreo por fuerzas estadounidenses y survietnamitas; y casi 1.000 víctimas civiles.

Para Nixon y Kissinger, Camboya era un espectáculo secundario: una pequeña guerra librada a la sombra del gran conflicto de Vietnam y totalmente subsumida a los objetivos de Estados Unidos allí. Para los camboyanos que se encontraban en la primera línea del conflicto -agricultores que llevaban una vida muy dura- la guerra fue un shock y un horror. Al principio, la gente se sintió sobrecogida por los aviones que empezaron a sobrevolar sus casas de tejados de paja. A los helicópteros de ataque Huey Cobra los llamaban «patas de langosta» por sus patines, que parecían extremidades de crustáceo, mientras que los pequeños Loaches con forma de burbuja se convirtieron en «cáscaras de coco» en la jerga local. Pero los camboyanos aprendieron rápidamente a temer las ametralladoras y los cohetes de los aviones, las bombas de los F-4 Phantom y los ataques de los B-52 que hacían temblar el suelo. Décadas después, los supervivientes seguían sin entender por qué habían sido atacados y por qué tantos seres queridos habían resultado mutilados o muertos. No tenían ni idea de que su sufrimiento se debía en gran parte a un hombre llamado Henry Kissinger y a sus fallidos planes para lograr el prometido «final honorable de la guerra de Vietnam» de su jefe mediante la expansión, la escalada y la prolongación de ese conflicto.

En 2010 viajé a Camboya para investigar los crímenes de guerra cometidos por Estados Unidos durante décadas. Recorrí las zonas fronterizas en busca de aldeas mencionadas en documentos militares estadounidenses, llevando carpetas llenas de fotos de Cobras, Loaches y otras aeronaves, y pidiendo a los aldeanos que señalaran el material militar que había matado a sus seres queridos y vecinos. Todos mis entrevistados estaban sorprendidos de que un estadounidense supiera de los ataques a su pueblo y hubiera viajado por todo el mundo para hablar con ellos.

Durante décadas, el gobierno estadounidense ha mostrado poco interés en examinar las denuncias de daños a civiles causados por sus operaciones militares en todo el mundo. Un estudio realizado en 2020 sobre los incidentes con víctimas civiles posteriores al 11-S concluyó que la mayoría de ellos no se han investigado en absoluto y, en los casos que han sido objeto de escrutinio oficial, los investigadores estadounidenses entrevistan habitualmente a testigos militares estadounidenses, pero ignoran casi por completo a los civiles -víctimas, supervivientes, familiares y transeúntes-, lo que «compromete gravemente la eficacia de las investigaciones», según los investigadores del Center for Civilians in Conflict y del Instituto de Derechos Humanos de la Facultad de Derecho de la Universidad de Columbia. El ejército estadounidense rara vez investigó las denuncias de daños a civiles en Camboya y casi nunca entrevistó a las víctimas camboyanas. En las 13 aldeas camboyanas que visité en 2010, fui la primera persona que entrevistó a víctimas de ataques bélicos iniciados a 15.000 kilómetros de distancia, en Washington, D.C.

A lo largo de las dos últimas décadas, periodistas de investigación y grupos de derechos humanos han documentado asesinatos sistemáticos de civiles, infradeclaración de víctimas no combatientes, falta de rendición de cuentas e impunidad absoluta, desde los pilotos de aviones no tripulados que matan a inocentes hasta los arquitectos de las guerras estadounidenses del siglo XXI en Libia, Somalia, Siria, Yemen y otros lugares. Una investigación realizada en 2021 por el periodista del New York Times Azmat Khan -que reveló que la guerra aérea de Estados Unidos en Iraq y Siria estuvo marcada por errores de inteligencia y objetivos imprecisos, lo que provocó la muerte de miles de personas inocentes- obligó finalmente al Departamento de Defensa a desvelar un plan integral para prevenir, mitigar y responder a las víctimas civiles. El Plan de Acción y Respuesta para la Mitigación de Daños a Civiles, de 36 páginas, ofrece un proyecto para mejorar la forma en que el Pentágono aborda las muertes de no combatientes, pero carece de un mecanismo concreto para abordar los daños causados a civiles en el pasado.

El Departamento de Defensa ha dejado claro que no está interesado en mirar atrás. «En este momento no tenemos intención de volver a litigar los casos», dijo el secretario de Defensa, Lloyd Austin, a la diputada demócrata por California Sara Jacobs, cuando ésta le preguntó el año pasado si el Pentágono tenía previsto volver a examinar las denuncias de daños causados a civiles en las guerras interminables. La posibilidad de que el Departamento de Defensa investigue los daños a civiles en Camboya 50 años después es nula.

Comparto parte de la responsabilidad por el retraso en la publicación de estos informes. Durante 13 años -mientras informaba sobre las víctimas de los ataques con aviones no tripulados en Somalia, la limpieza étnica en la República Democrática del Congo y las guerras civiles desde Libia hasta Sudán del Sur-, los relatos de los supervivientes de pueblos camboyanos como An Lung Kreas, Bos Phlung, Bos Mon (de arriba), Doun Rath, Doun Rath 2, Mroan, Por, Sati, Ta Sous, Tropeang, Phlong, Ta Hang y Udom quedaron archivados en mis cuadernos. Otros proyectos e imperativos, unidos a los caprichos de la industria periodística, que no siempre considera «noticias» las atrocidades del pasado, los mantuvieron allí.

Cuando realicé mis entrevistas, en 2010, la esperanza de vida en Camboya era de unos 66 años. Es probable que muchas de las personas con las que hablé (en este artículo, sus edades corresponden a la fecha en que hablamos) estén muertas. Pocos en estas aldeas rurales tenían teléfono móvil hace 13 años, así que no tengo forma de contactar con ellos. Pero sus relatos siguen vivos y los horrores que contaron no han disminuido. Su dolor tampoco se ha ido necesariamente con ellos de este mundo. Sabemos por los supervivientes del Holocausto, por ejemplo, que el trauma puede tener efectos intergeneracionales; puede transmitirse, ya sea genéticamente o de otro modo. Incluso a estas alturas, el dolor de la guerra de Estados Unidos en Camboya sigue vivo, junto con el arquitecto de la agonía de ese país.


Región con pueblos camboyanos atacados desde 1969 a 1973 por el ejército EE. UU. en la frontera con Vietnam. Mapa: The Intercept


Recuerdos de la atrocidad

Crucé un puente sobre el río Mekong y me adentré a toda velocidad en la campiña camboyana, por carreteras en las que los todoterrenos se cruzaban con diminutos carros tirados por pequeños ponis, motocicletas cargadas con gavillas de bambú o telas de vivos colores o cestas de cerdos chillones, y antiguos camiones de plataforma apilados con ladrillos ocres toscamente labrados. Atravesé mercados de carnicerías al aire libre y puestos de madera que vendían cajas de aceite de motor, cascos de moto, bolsas de arroz para niños o cajas de cerveza Angkor. Pasé junto a bosques espesos y agrestes, plantaciones de caucho y arrozales donde se veían filas de búfalos de agua en fila india a lo largo de los diques. Finalmente, abandoné el asfalto para adentrarme en un camino de tierra roja y llena de surcos, en busca de aldeas desconocidas incluso para la policía local. Al final de uno de estos senderos polvorientos y llenos de hoyos, encontré una aldea a caballo entre la frontera y Vietnam.

El aire de Doun Rath era seco y rancio durante el día, y al atardecer se percibía el reconfortante olor de los fogones que llegaban hasta las casas de madera construidas sobre pilotes para maximizar la circulación del aire en días tan sofocantes como aquél.

Llegué en busca de miembros de una generación devastada que había sobrevivido tanto a la guerra estadounidense como al genocidio de los jemeres rojos que la siguió. Una de ellos, Phok Horm, enérgica y de 84 años en el momento de nuestro encuentro, con el pelo corto y canoso, me dijo: «Los bombardeos eran muy frecuentes en esta zona. A veces ocurrían todos los días. A veces había bombarderos en picado. A veces, los aviones con patas de langosta sobrevolaban y disparaban contra todo».


En una foto tomada en 2010, Phok Horm, de 84 años, reflexiona sobre los ataques a los que sobrevivió en el pueblo de Doun Rath. Foto: Tam Turse

Las guerrillas vietnamitas operaban en el bosque cercano, recuerdan Phok y otros ancianos de la aldea. Llegaban a Doun Rath para comprar provisiones a los habitantes que ya vivían duramente, cultivando arroz y vendiéndolo al otro lado de la frontera, en Vietnam, antes de que la guerra inundara la aldea con refugiados de otras aldeas camboyanas devastadas por las bombas. Pero, en general, los guerrilleros no estaban presentes durante los ataques. «Aquí fusilaron a mucha gente», dice Chneang Sous, que tenía unos 20 años durante el conflicto. «La mayoría eran camboyanos».

Cuando empezaban los disparos, los aldeanos se dispersaban, corriendo hacia la incierta protección de los diques de los arrozales y, a medida que la guerra se prolongaba, de los búnkeres subterráneos que las familias excavaban junto a sus casas. Min Keun, adolescente en 1969, recordaba la intrusión periódica de «patas de langosta» en los cielos del pueblo. «La gente entraba en pánico. Corrían. A veces conseguían refugiarse. A veces los mataban», recuerda. «Hubo mucho sufrimiento». Min y otros recuerdan a los helicópteros disparando a los aldeanos que huían. Los búfalos de agua y el ganado fueron ametrallados repetidamente. Por la noche, las brillantes luces de búsqueda de los helicópteros iluminaban la oscuridad mientras buscaban fuerzas enemigas. Las bombas podían caer en cualquier momento.

Alrededor de 1969, el marido de Phok quedó atrapado en un descampado durante un «bombardeo» y recibió un impacto de metralla en el cuello. Aguantó siete días antes de sucumbir a las heridas. Chneang recuerda un caso en el que un helicóptero de combate estadounidense Huey apareció detrás de una línea de árboles, obligando a los aldeanos a huir en busca de seguridad. El helicóptero ametralló la zona y mató a sus tíos. Nouv Mom me contó que su hermana pequeña resultó gravemente herida en un bombardeo en 1972. Los guerrilleros vietnamitas llegaron después del ataque y se la llevaron para que recibiera tratamiento médico, pero su familia nunca volvió a verla. En total, los supervivientes creían que más de la mitad de todos los aldeanos que vivían en Doun Rath a finales de los sesenta y principios de los setenta murieron o resultaron heridos por los ataques estadounidenses.

En la cercana Doun Rath 2, el antiguo jefe de la aldea, Kang Vorn, dijo que los residentes llevaban una vida sencilla antes de la guerra, cultivando arroz, judías y semillas de sésamo. Empezaron a ver guerrillas vietnamitas hacia 1965, pero los bombardeos no comenzaron hasta 1969. La veterinaria Shea, tuerta, recuerda que los ataques se intensificaron a medida que pasaba el tiempo. «A veces nos bombardeaban todos los días. Una vez, fueron tres o cuatro veces en un día», dijo. Ella misma sobrevivió a un ataque con helicóptero dirigido contra los agricultores que trabajaban en los campos cercanos. «Salí corriendo cuando lo vi», me dijo Vet. «Una persona resultó herida. Otras murieron».

Trece ancianos de Doun Rath 2 hicieron todo lo posible por recordar los nombres de los muertos. «Nul, Pik, Num, Seung», dijo Sok Yun, una anciana de 85 años que se apoyaba en un bastón desgastado, mientras repasaba los nombres de cuatro aldeanos muertos cuando su refugio antiaéreo se derrumbó bajo el impacto directo de un ataque aéreo. Vet dijo que su tía murió en otro ataque. Tep Sarum era sólo un adolescente cuando una bomba alcanzó la casa de su tía, matándola. Mom Huy, de 80 años en el momento de nuestra entrevista, dijo que los muertos y heridos por las bombas eran comunes, mientras que Kang, el antiguo jefe, estimó que al menos 30 aldeanos resultaron heridos por los ataques aéreos pero sobrevivieron.

El número de personas que murieron en Doun Rath y sus alrededores y en Doun Rath 2 a causa de la guerra de Nixon y Kissinger se habían perdido para la la historia cuando realicé mi visita. El registro documental estadounidense es bastante escaso, pero existe. En la noche del 9 de agosto y la mañana del 10 de agosto de 1969, según un informe del inspector general del Ejército, un equipo de helicópteros estadounidenses «Nighthawk» -compuesto por un Huey, equipado con un foco y ametralladoras M-60 de alta potencia, y un helicóptero de combate Cobra equipado con una potente ametralladora Gatling, cohetes y un lanzagranadas- estaba operando en la llamada zona de fuego libre cerca de la frontera survietnamita con Camboya.

La investigación, de la que no se había informado anteriormente, revela que, aunque sólo algunos miembros de las tripulaciones de los helicópteros mencionaron fuego esporádico desde tierra esa noche, todos coincidieron en que se vieron luces en «estructuras vivas». Los miembros de la tripulación del helicóptero afirmaron que los operadores de radar les dijeron que estaban sobre Vietnam del Sur, pero los operadores de radar dijeron lo contrario. Uno de ellos, Rogden Palmer, hablando con los investigadores sobre el comandante del Huey, declaró:

Le dijo a su pájaro tigre (el Cobra que le acompañaba) que le había parecido ver una luz. En ese momento le avisé de que estaba cerca de la frontera con Camboya, y respondió a mi transmisión. Night Hawk y Tiger empezaron a dar vueltas … casi al mismo tiempo que le avisé que parecía estar sobre la frontera. No recuerdo si me contestó que recibido, pero creo que lo hizo. En un momento le dije que había pasado la frontera.

Aparentemente impertérrito, el Huey enfocó su reflector hacia las casas y el helicóptero de combate Cobra comenzó a disparar, bombardeando tres de lo que los documentos del Pentágono llamaban «chozas» – abreviatura de viviendas civiles – con fuego de ametralladora y cohetes llenos de «flechettes«, pequeños clavos diseñados para desgarrar la carne humana.

La investigación estadounidense determinó que los helicópteros «sí atacaron un objetivo en las proximidades de la frontera camboyana que podría haber sido el pueblo de Doun Rath». Los supervivientes de Doun Rath y Doun Rath 2 no recordaban este incidente en particular, y subrayaron que los ataques fueron tan habituales durante tanto tiempo que estaban confundidos. El informe concluyó que el «comandante de la aeronave ejerció un juicio pobre [sic] al atacar un objetivo en estas circunstancias». Sin embargo, el inspector general recomendó que «no se tomaran medidas disciplinarias», y hasta que yo llegué, décadas más tarde, nadie, aparentemente, había intentado investigar lo que ocurrió realmente en Doun Rath.

Cincuenta años después, la mayoría de los ataques estadounidenses en Camboya son desconocidos para el resto del mundo y puede que nunca se sepan. Incluso los confirmados por el ejército estadounidense fueron ignorados y olvidados: arrojados al basurero de la historia sin revisiones adicionales ni investigaciones de seguimiento.

El 6 de enero de 1970, por ejemplo, cinco helicópteros violaron el espacio aéreo camboyano y dispararon contra el pueblo de Prastah, matando a dos civiles e hiriendo gravemente a una niña de 11 años, según un informe resumido del inspector general del Ejército. Ese examen somero determinó que helicópteros artillados de la 25ª División de Infantería habían disparado contra fuerzas enemigas, que supuestamente se retiraron hacia Camboya. La investigación determinó que «los helicópteros artillados siguieron atacando y las balas hicieron impacto en Camboya». En cuanto a la cuestión de las víctimas civiles y los daños materiales resultantes del ataque, el informe sólo afirmaba que «era posible que el personal civil… hubiera sido alcanzado por el fuego de los helicópteros de combate y que algunos cultivos hubieran quedado destruidos». No hay indicios de que se hiciera nada para compensar a los supervivientes.

A primera hora de la tarde del 3 de mayo de 1970, un helicóptero sobrevoló varias veces la aldea camboyana de Sre Kandal, asustando a los aldeanos y obligándoles a huir, según un informe del Ejército anteriormente clasificado. El expediente afirma que los testigos dijeron que un «helicóptero de tipo desconocido rodeó su aldea varias veces. Se asustaron y empezaron a correr, momento en el que el helicóptero supuestamente disparó». Según los camboyanos con los que se encontraron los militares estadounidenses justo después de los ataques, tres personas sufrieron quemaduras al incendiarse una vivienda en el ataque y una persona resultó herida por metralla. Una de las víctimas de las quemaduras, cuyo nombre seguramente quedó grabado en los corazones de sus familiares camboyanos, que, por lo demás, pasó a la historia, murió más tarde.


Helicópteros de combate estadounidenses sobrevuelan Camboya en 1970. Fotografía: Pictures From History/Universal Images Group vía Getty Images


«Todo quedó completamente destruido»

Menos de un mes después de que Kissinger y Haig empezaran a planear el bombardeo secreto de Camboya, Estados Unidos lanzó la Operación MENÚ, una serie de ataques con B-52 de nombre en clave DESAYUNO, ALMUERZO, MERIENDA, CENA, POSTRE y CENA, que se llevaron a cabo entre el 18 de marzo de 1969 y el 26 de mayo de 1970. Los ataques se mantuvieron en secreto mediante múltiples capas de engaño; Kissinger aprobó cada una de las 3.875 salidas.

Los supervivientes dicen que vivir un bombardeo B-52 es inimaginablemente aterrador, rozando lo apocalíptico. Incluso dentro de los confines de un refugio antiaéreo profundo y bien construido, la fuerza de la violencia de un impacto cercano puede reventar los tímpanos. Para los más expuestos, los impactos pudieron ser extraordinariamente letales.

Una mañana, al final de un camino de tierra y grava destrozado cerca de la frontera con Vietnam, encontré a Vuth Than, de 78 años en aquel momento, con la cabeza rapada de pelo gris erizado y la boca manchada de rojo por el jugo de la nuez de betel, un estimulante natural popular en el sudeste asiático.

Tanto Vuth como su hermana, de 72 años, se derrumbaron en cuanto les expliqué el motivo de mi reportaje. Estaban lejos de su casa, en el pueblo de Por, cuando un ataque con un B-52 aniquiló a 17 miembros de su familia. «Perdí a mi madre, a mi padre, a mis hermanas, a mis hermanos, a todos», me dijo Vuth Than, con lágrimas en los ojos. «Fue terrible. Todo quedó completamente destruido».

Descubierto por Radio Hanoi de Vietnam del Norte y confirmado por el New York Times en mayo de 1969, el bombardeo secreto de Camboya fue oficialmente negado y desconocido por el público y los comités pertinentes del Congreso en ese momento. Se ocultó tanto al Congreso y al pueblo estadounidense que el 30 de abril de 1970, al anunciar la primera invasión terrestre de Camboya declarada públicamente por Estados Unidos para atacar presuntas bases enemigas, Nixon mintió descaradamente al decir al país: «Durante cinco años ni Estados Unidos ni Vietnam del Sur se han movido contra estos santuarios enemigos porque no deseábamos violar el territorio de una nación neutral».

No fue hasta 1973, durante el escándalo Watergate, cuando salieron a la luz las acusaciones de bombardeos secretos, lo que provocó el primer intento de impugnar a Nixon alegando que había librado una guerra secreta en una nación neutral violando la Constitución de Estados Unidos. Finalmente, este artículo para la destitución fue rechazado en nombre de la conveniencia política. Sin embargo, ante las demás acusaciones, Nixon dimitió de su cargo.

«Eso sucedió en zonas esencialmente despobladas y no creo que hubiera ninguna baja significativa», me dijo Kissinger en la conferencia del Departamento de Estado de 2010, titulada «La experiencia estadounidense en el Sudeste Asiático, 1946-1975«, cuando le pregunté sobre el bombardeo. Fue efectivamente la misma respuesta que ofreció al periodista británico David Frost durante una entrevista en 1979 en NBC News en la que Frost acusó a Kissinger de que su política hacia Camboya puso en marcha una serie de acontecimientos que «destruirían el país«. Kissinger salió furioso del estudio después de la grabación y Frost abandonó el proyecto, alegando interferencia de la NBC, que entonces también empleaba a Kissinger como consultor y comentarista. La NBC publicó más tarde una transcripción de la entrevista, pero permitió a Kissinger enmendar sus comentarios a través de una carta adjunta al presidente de NBC News, William Small.

«No empezamos a destruir un país desde ningún punto de vista cuando bombardeamos siete bases norvietnamitas aisladas a unos ocho kilómetros de la frontera vietnamita, desde las que se lanzaban ataques contra Vietnam del Sur», le dijo Kissinger a Frost. En su típica manera de aprovechar las discrepancias y enturbiar los debates, negó con precisión la afirmación de Frost de que se bombardeó el área de la base 704 -un error derivado de un error tipográfico en un documento del Pentágono- durante los ataques secretos con B-52, señalando que en realidad se atacó el «área de la base 740». Dijo que las recomendaciones de objetivos iban acompañadas de una declaración «de que se esperaba que las bajas civiles fueran mínimas».

En realidad, había 1.136 civiles viviendo en el área de la base 740, según el Pentágono; un antiguo informe de alto secreto de la Fuerza Aérea, desclasificado décadas después de la entrevista de Frost, señalaba que sólo 250 fuerzas enemigas estaban presentes allí. Un documento del Ejército que descubrí en los Archivos Nacionales también señala que los militares eran conscientes de que había civiles «heridos/muertos por ataques de B-52 en el área de la Base 740» entre el 16 y el 20 de mayo de 1970, más o menos en la época de los ataques CENA. Según el expediente confidencial, los muertos y heridos eran «montañeses», miembros de una minoría étnica cuyas «aldeas no se reflejaban con exactitud en los mapas de uso común».


Meak Hen, izquierda; Koul Saron, centro; y Meak Nea, derecha, hablan con el periodista Nick Turse en Tralok Bek en 2010. Fotos: Tam Turse


«Fui la única superviviente de toda mi familia»

En 2010, el pueblo se conocía oficialmente como Ta Sous, pero para sus habitantes seguía siendo conocido por su nombre durante la guerra estadounidense: Tralok Bek. «Todas las casas tenían un búnker durante la guerra. Pero durante el día, si estabas fuera cuidando de las vacas, tu vida podía depender de un termitero y de si podías esconderte detrás de él», explicó Meas Lorn. «Los aviones lanzaban bombas. Los helicópteros ametrallaban. Murió mucha gente», cuenta Meak Satom, un hombre canoso con un diente de oro. Un ataque con un B-52 en 1969 mató a unas 10 personas, entre ellas un joven amigo, recordó.

Mientras entrevistaba a los lugareños sobre los numerosos ataques que se produjeron allí durante la guerra, Sdeung Sokheung habló poco. Pero cuando saqué una carpeta llena de fotografías de distintos tipos de aviones estadounidenses, se fijó en un F-4 Phantom. Señalándolo, dijo que de niña había presenciado el bombardeo de la aldea de Ta Hang, a unos ocho kilómetros de distancia, por ese tipo de avión.

Tras terminar nuestras entrevistas en Tralok Bek, recorrimos sinuosos caminos de tierra, entre arbustos achaparrados y alguna que otra vaca delgada y de color canela, hasta llegar a una zona de arrozales secos y duros como piedras y altísimas palmeras. Unos minutos más tarde, en una casa rústica de madera, encontré a Chan Yath, una mujer de 64 años con una abundante cabellera oscura y los dientes manchados de mascar nuez de betel. Le pregunté si había habido un bombardeo en la zona durante la guerra. Me respondió que sí; una familia había sido casi aniquilada. Explicó que la única superviviente era su prima, An Seun. Enviaron a una mujer más joven a buscar a An y, unos 20 minutos después, la vimos -una madre menuda y anciana de 10 hijos- deambulando por un estrecho camino de arrozales que llevaba a la parte trasera de la casa de Chan. «Durante la luna llena», dijo An, refiriéndose a un día sagrado budista, fue a visitar a su abuelo. «Sobre las 10 de la mañana, un avión lanzó una bomba sobre mi casa. Mis padres y mis cuatro hermanos murieron», me cuenta con los ojos húmedos y un nudo en la garganta. «Fui la única superviviente de toda mi familia».

Durante esos mismos años, Estados Unidos también estaba llevando a cabo operaciones terrestres clandestinas transfronterizas dentro de Camboya. En los dos años anteriores a que Nixon y Kissinger se hicieran cargo de la guerra, los comandos estadounidenses llevaron a cabo 99 y 287 misiones, respectivamente. En 1969, el número se disparó a 454. Entre enero de 1970 y abril de 1972, cuando finalmente se cerró el programa, los comandos llevaron a cabo al menos 1.045 misiones encubiertas dentro de Camboya. Es posible, sin embargo, que hubiera otras, ostensiblemente lanzadas por Kissinger, que nunca fueron reveladas.

De enero a mayo de 1973, entre los cargos de ayudante adjunto del presidente para la seguridad nacional y jefe de gabinete de la Casa Blanca, Al Haig ocupó el de subjefe de gabinete del Ejército. El general de brigada retirado John Johns me contó que, durante ese periodo, se encontraba en el despacho de Haig en el Pentágono cuando recibió una llamada importante. «Le estaba informando de algo y sonó el teléfono rojo, que yo sabía que era el de la Casa Blanca», recordó Johns. «Me levanté para marcharme. Me indicó que me sentara. Me senté y le oí decirles cómo encubrir nuestras intrusiones en Camboya».

Johns -que nunca antes había revelado la historia a un periodista- estaba relativamente seguro de que Haig se refería a acciones encubiertas anteriores, pero no sabía si las operaciones se habían hecho públicas ni quién estaba al otro lado de la línea telefónica. Pero Kissinger era responsable de muchas de las misiones transfronterizas, según Roger Morris, un ayudante de Kissinger que formó parte de la plana mayor del Consejo de Seguridad Nacional. «Gran parte del tiempo, él autorizaba continuas incursiones encubiertas a Camboya», me dijo. «Llevábamos a cabo muchas operaciones encubiertas allí».

“¿Cómo iba la gente a poder escapar?”

Después de dos días de conducir por carreteras locales preguntando por direcciones, me desvié de una autopista por un camino de tierra roja que atravesaba exuberantes tierras de cultivo y que finalmente desembocaba en un pueblo fronterizo de sencillas casas de madera en medio de un mar de verdor abigarrado. Durante la guerra, estas casas tenían un aspecto muy parecido, dijo el jefe de la aldea, Sheang Heng, un hombre enjuto de manos callosas y pies descalzos que llevaba una camisa suelta que antes había sido blanca. El único cambio real era que la chapa ondulada había sustituido a la mayoría de los antiguos tejados de paja y tejas.

En 1970, cuando Sheang tenía 17 años, este pueblo estaba en primera línea de la incursión estadounidense en Camboya. Al otro lado del mundo, en la Universidad Estatal de Kent, miembros de la Guardia Nacional de Ohio mataron a cuatro estudiantes durante una protesta el 4 de mayo de 1970 contra esta nueva etapa de la guerra. Mientras que esa masacre recibía atención mundial, otra mayor, ocurrida en el pueblo de Sheang tres días antes, pasaba desapercibida.

El 1 de mayo de 1970, unos helicópteros rodearon la aldea camboyana de «Moroan» (grafía del nombre en inglés) antes de abrir fuego, matando a 12 aldeanos e hiriendo a cinco, según un documento estadounidense anteriormente clasificado que, hasta ahora, nunca se había hecho público. Tras el asalto, otro helicóptero aterrizó y se llevó a los heridos; los supervivientes huyeron de su aldea a otra llamada «Kantuot», situada en un distrito vecino.

No hay ningún pueblo en Camboya que se llame «Moroan», pero la aldea cercana a la frontera vietnamita donde localicé a Sheang se llamaba, según me dijo, Mroan. Al igual que en las otras aldeas fronterizas camboyanas que visité, centrarse en un único ataque citado en documentos militares estadounidenses dejó desconcertados a los residentes, dado que habían soportado muchos ataques aéreos a lo largo de muchos años. Sin embargo, cuando se le preguntó por la fecha, Sheang señaló hacia lo que ahora es el extremo más alejado de la aldea. «Muchos murieron en esa zona en aquella época», recuerda. «Después, la gente se fue de este pueblo a otro llamado Kantuot».


Mroan, Camboya, en 2010. Fotografía: Tam Turse

Sheang y Lim South, que tenía 14 años en 1970, contaron que muchos tipos de aviones azotaron Mroan, desde helicópteros de combate hasta enormes bombarderos B-52. Cuando Sheang -que perdió a su madre, a su padre, a un abuelo, a un sobrino y a una sobrina, entre otros parientes, a causa de los ataques aéreos- me habló de los incesantes ataques, sus ojos enrojecieron y se quedaron como vacíos. «Las explosiones lanzaban la tierra por los aires. El ‘cohete de fuego’ quemaba las casas. ¿Quién podía sobrevivir? La gente corría, pero eran abatidos. Los mataban inmediatamente. Todos murieron», dijo, se fue a un rincón alejado de la sala y se desplomó de rodillas.

Cada superviviente contó una historia similar. La hermana y los tres hermanos de Lim murieron en bombardeos. Thlen Hun, que tenía unos 20 años a principios de la década de 1970, dijo que su hermano mayor murió en un ataque aéreo. South Chreung -sin camisa, con pantalones de vestir y un krama aranja vibrante, el pañuelo tradicional camboyano, alrededor del cuello- me dijo que había perdido a un hermano menor en otro ataque.

Los aldeanos contaron que, cuando vieron por primera vez los aviones estadounidenses sobrevolando sus cabezas, se quedaron atónitos. Al no haber visto nunca nada parecido, la gente salía a contemplarlos. Pronto, sin embargo, los habitantes de Mroan aprendieron a temerlos. Cocinar arroz se convirtió en un peligro, ya que los estadounidenses que volaban por encima veían el humo y lanzaban ataques. Según los supervivientes, los helicópteros ametrallaban sistemáticamente tanto los campos cercanos como el propio pueblo, que entonces contaba con unas 100 casas. «Este fue el más feroz», dijo Sheang, señalando una fotografía de un helicóptero de combate Cobra entre las imágenes de otros aviones que le proporcioné. Cuando el helicóptero «cáscara de coco», un OH-6 o «Loach» del ejército estadounidense, marcaba una zona con humo, recordaban los aldeanos, el Cobra atacaba disparando cohetes que incendiaban las casas. «Durante la guerra estadounidense, se quemaron casi todas las casas del pueblo», dijo Sheang.

Sheang y Thlen dijeron que aproximadamente la mitad de las familias de Mroan -unas 250 personas- fueron aniquiladas por los ataques estadounidenses. Me condujeron a las afueras del pueblo, un derroche de follaje en todos los tonos de verde que se adentraba en una depresión, uno de los varios cráteres de bomba que quedan en las cercanías. «Aquí murieron unas 20 personas», dijo Sheang señalando el cráter. «Antes era más profundo, pero la tierra lo ha rellenado». Thlen -delgada, con el pelo canoso y los ojos marrones entrecerrados en un eterno estrabismo- movió la cabeza y se acercó al borde del cráter. «Fue desastroso. Sólo hay que ver el tamaño», dijo, añadiendo que este agujero era sólo uno de los muchos que una vez salpicaron el paisaje. «¿Cómo iba a escapar la gente? ¿Adónde podían escapar?».


Un niño al borde del cráter de una bomba en Mroan en 2010. Foto: Tam Turse


El Suzuki robado y la niña abandonada a su suerte

Los resultados de la diatriba telefónica de Nixon en diciembre de 1970 y la orden de Kissinger de poner «todo lo que vuele sobre todo lo que se mueva» fueron inmediatamente palpables. Durante ese mes, se triplicaron las salidas de helicópteros y bombarderos estadounidenses. Poco después, en mayo de 1971, helicópteros de combate estadounidenses dispararon contra una aldea camboyana, hiriendo a una niña que no pudo ser atendida porque un oficial estadounidense sobrecargó su helicóptero con una motocicleta saqueada que más tarde regaló a un superior, según una investigación del Ejército y un reportaje de seguimiento exclusivo de The Intercept. La niña camboyana murió casi con toda seguridad a causa de sus heridas, junto con otros siete civiles, según documentos no publicados anteriormente y elaborados por un grupo de trabajo sobre crímenes de guerra del Pentágono en 1972.

Nunca se sabrá cuántos asesinatos similares se produjeron. Los encubrimientos eran habituales, las investigaciones rara vez se llevaban a cabo y los crímenes generalmente se evaporaban con la niebla de la guerra. Pero hubo muchas oportunidades para el caos y la masacre. En los dos años anteriores a la toma de posesión de Nixon, hubo oficialmente 426 salidas de helicópteros de combate en Camboya, según un informe del Departamento de Defensa. Entre enero de 1970 y abril de 1972, hubo al menos 2.116. En enero de 1971, el Congreso promulgó la enmienda Cooper-Church, que prohibía a las tropas estadounidenses, incluidos los asesores, operar sobre el terreno en Camboya, pero la guerra de Estados Unidos continuó sin tregua. Pronto aparecieron pruebas de que Estados Unidos estaba violando la enmienda Cooper-Church, pero la Casa Blanca mintió al respecto al Congreso y a la opinión pública. «Mientras no pusiéramos el pie en ese terreno, básicamente no estábamos allí, aunque hacíamos misiones allí todos los días», me dijo Gary Grawey, jefe de tripulación de un helicóptero del Ejército que voló en misiones diarias en Camboya durante la primavera de 1971, incluida la misión de mayo en la que murió la niña.

«Atacaron esa aldea», dijo Grawey, señalando que tanto las tropas survietnamitas como las estadounidenses tirotearon el caserío. «Disparaban y ni siquiera sabían a quién disparaban», recordó, y añadió que las víctimas eran «mujeres y niños», sólo «aldeanos normales».

Comenzó a las doce y media del mediodía del 18 de mayo de 1971, según un expediente de investigación del Ejército y documentos resumidos no publicados anteriormente elaborados por un grupo de trabajo del Pentágono en 1972, cuando tres helicópteros estadounidenses -un «equipo cazador-asesino» que realizaba una misión de reconocimiento- rozaron las copas de los árboles en el interior de Camboya. El equipo llegó a una aldea donde divisó motocicletas y bicicletas que, según el testimonio de los miembros de la tripulación, se sospechaba que formaban parte de un convoy de suministros enemigo. Sobrevolando el lugar, los estadounidenses trataron de hacer señas a la gente que estaba en tierra para que abrieran los paquetes de los vehículos. Cuando los aldeanos empezaron a alejarse, el helicóptero que volaba más alto disparó dos cohetes incendiarios, una táctica muy común para atraer al personal enemigo que pudiera estar escondido cerca. Aunque la tripulación de uno de los helicópteros informó de que había recibido disparos aislados desde tierra, ningún estadounidense resultó muerto o herido, ni nunca se encontró personal o armas enemigas.

De acuerdo con un informe confidencial descubierto en los Archivos Nacionales de EE.UU. y publicado aquí por primera vez, el helicóptero de alto vuelo  «disparó y ametralló los edificios y la zona circundante con aproximadamente 15 a 18 rondas de cohetes de alto explosivo y fuego de ametralladora.»

El capitán Clifford Knight, piloto del «vuelo bajo», dijo que su artillero disparó a un hombre aparentemente desarmado, vestido de civil, que estaba «tratando de huir.» El artillero, John Nicholes, lo admitió, señalando que el asesinato se produjo después de la descarga inicial de cohetes.

El capitán David Schweitzer, comandante del «vuelo alto», declaró haber disparado cohetes y ametrallado la zona y haber pedido la inserción de tropas survietnamitas, o del Ejército de la República de Vietnam, para buscar presuntas fuerzas enemigas. Según un resumen del testimonio de Grawey, el jefe de la tripulación del helicóptero que transportó a la aldea a un equipo de élite de Rangers del ARVN y a un capitán estadounidense, Arnold Brooks:

El capitán Brooks y los Rangers del ARVN actuaron «a lo loco» cuando descendieron, disparando a la zona aunque no recibieron fuego de respuesta. … Observó entre 5 y 10 camboyanos que parecían heridos, pero no sabía si lo habían sido por fuego aéreo o terrestre.

Décadas más tarde, Grawey reconfirmó los detalles del incidente en una entrevista, señalando que, mientras el ARVN se desplegaba desde el helicóptero, le dijo a Brooks que «no debía descender». Pero Brooks, a quien Grawey describió como «un fanático», hizo valer su rango y le ignoró. Brooks -que, según dijo, llevaba una «ametralladora» no reglamentaria- empezó a disparar indiscriminadamente.

Davin McLaughlin, el comandante de un «helicóptero de vuelo bajo» de reemplazo que fue llamado cuando el primer helicóptero se quedó sin combustible, señaló de forma similar que los survietnamitas no encontraron resistencia y, según los documentos, «cogieron lo que pudieron». Un resumen del testimonio de su artillero, Len Shattuck, en el expediente de investigación añade:

Los Rangers del ARVN parecían melodramáticos cuando se introdujeron y, en su opinión, dispararon excesivamente en la zona. … Afirmó que había aproximadamente 15 miembros del personal heridos en la zona y que observó a 2 varones de entre 50 y 60 años, y a una mujer de entre 8 y 10 años, que parecían estar muertos.

En una entrevista de 2010, Shattuck me dijo que ese día no disparó ni un tiro y recalcó que sólo vio una parte del pueblo. Sin embargo, lo que vio allí se le quedó grabado. «Entramos en un pueblo humeante», dijo. «Vi cadáveres. Vi algunos heridos que parecían civiles. … No evacuamos a nadie». Shattuck recordaba que la niña era incluso más joven de lo que indica su testimonio, sólo tenía entre 3 y 5 años, y que estaba cubierta de sangre. «Estaba bastante malherida», recordó.

Mientras los camboyanos yacían heridos y moribundos, los Rangers del ARVN saquearon la aldea, apoderándose de patos, gallinas, carteras, ropa, cigarrillos, tabaco, radios civiles y otros artículos no militares, según numerosos testigos estadounidenses. «Robaban todo lo que caía en sus manos», me dijo el capitán Thomas Agness, piloto del helicóptero que transportaba a Brooks y a algunos miembros del ARVN. Brooks, sin embargo, cogió el mayor botín de todos. Con la ayuda de tropas survietnamitas, subió una motocicleta Suzuki azul a un helicóptero, según documentos del Ejército. Brooks reconoció su servicio en Camboya durante una conversación telefónica y dijo que le solicitara una entrevista formal por correo electrónico. No respondió a esa solicitud ni a las posteriores.

Agness, según el resumen de un investigador del Ejército, dijo que recibió «una solicitud por radio para evacuar a una niña herida [pero] se negó por instrucciones del capitán Brooks, ya que estaba completamente cargado con el equipo de Rangers del ARVN, una motocicleta y le quedaba poco combustible». Según los documentos de la investigación, la Suzuki robada fue regalada a su oficial al mando, el teniente coronel Carl Putnam, que fue visto más tarde paseando en ella por la base. El Ejército concluyó que la niña herida, abandonada por el Suzuki, había muerto.

Furioso, Gary Grawey decidió denunciar a Arnold Brooks. «En aquel momento estaba muy cabreado», me dijo. «Dije que le denunciaría, y así lo hice». Un informe de situación final sobre el «Incidente Brooks», del que no se había informado anteriormente, contenido en los archivos del grupo de trabajo sobre crímenes de guerra del Pentágono, concluía que las acusaciones de bombardeo excesivo, saqueo y violación de las reglas de enfrentamiento habían sido «corroboradas». Aunque no se encontraron armas ni material de guerra enemigos en la aldea, según el informe, las bajas civiles «se estimaron en ocho muertos, entre ellos dos niños, 15 heridos y tres o cuatro estructuras destruidas. No hay pruebas de que los heridos recibieran tratamiento médico por parte de las fuerzas estadounidenses o del ARVN».

Putnam y un subordinado directo recibieron cartas de reprimenda -un castigo de bajo grado- por sus «acciones y/o inacciones» en el caso. (Putnam murió en 1976.) Aunque se presentaron cargos contra Brooks ante un consejo de guerra, su comandante general los desestimó en 1972, dándole en su lugar una carta de amonestación. Los registros indican que ninguna otra tropa fue acusada, y mucho menos castigada, en relación con la masacre, el saqueo o la no prestación de ayuda a los civiles camboyanos heridos.


Un avión estadounidense bombardea una supuesta posición avanzada de los Jemeres Rojos mientras un soldado del gobierno se adentra en el arrozal seco con un arma al hombro en Samrong, Camboya, el 10 de julio de 1973. Foto: Roland Neveu/LightRocket vía Getty Images


Apoyo a los genocidas

Cuando Henry Kissinger urdió sus planes para el bombardeo secreto de Camboya, los jemeres rojos de Pol Pot contaban con unos 5.000 efectivos. Pero como explicaba un cable de la CIA de 1973, los esfuerzos de reclutamiento de los Jemeres Rojos dependían en gran medida de los bombardeos estadounidenses:

Utilizan los daños causados por los ataques de los B-52 como tema principal de su propaganda… Los cuadros [jemeres rojos] dicen a la gente … que la única manera de detener «la destrucción masiva del país» es destituir a [el líder de la junta apoyado por Estados Unidos] Lon Nol y devolver al poder al príncipe Sihanouk. Los cuadros proselitistas le dicen al pueblo que la forma más rápida de conseguirlo es reforzar las fuerzas [jemeres rojos] para que sean capaces de derrotar a Lon Nol y detener los bombardeos.

Estados Unidos lanzó más de 257.000 toneladas de municiones sobre Camboya en 1973, casi la misma cantidad que durante los cuatro años anteriores juntos. Un informe de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional concluyó que «los intensos bombardeos estadounidenses de 1973 aumentaron el número acumulado de refugiados hasta casi la mitad de la población del país».

Esos ataques galvanizaron a las fuerzas de Pol Pot, permitiendo que los Jemeres Rojos crecieran hasta convertirse en la fuerza de 200.000 personas que se apoderó del país y mató a cerca del 20% de la población. Una vez en el poder, los vientos políticos habían cambiado y Kissinger, a puerta cerrada, dijo al ministro de Asuntos Exteriores de Tailandia: «También deberías decir a los camboyanos que seremos amigos suyos. Son unos matones asesinos, pero no dejaremos que eso se interponga en nuestro camino. Estamos dispuestos a mejorar las relaciones con ellos». Luego aclaró su declaración: El funcionario tailandés no debía repetir la frase de «matones asesinos» a los Jemeres Rojos, sólo que Estados Unidos quería una relación más cálida.

A finales de 1978, las tropas vietnamitas invadieron Camboya para desalojar del poder a los jemeres rojos, expulsando a las fuerzas de Pol Pot hacia la frontera tailandesa. Sin embargo, Estados Unidos apoyó a Pol Pot, animando a otras naciones a respaldar a sus fuerzas, canalizando ayuda a sus aliados, ayudándole a mantener el puesto de Camboya en las Naciones Unidas y oponiéndose a los esfuerzos para investigar o juzgar a los líderes jemeres rojos por genocidio.

Ese mismo año se publicaron las memorias de Kissinger, «Los años de la Casa Blanca». Como señaló el periodista William Shawcross, Kissinger ni siquiera mencionó la matanza de Camboya porque «para Kissinger, Camboya era un espectáculo secundario y su pueblo prescindible en el gran juego de las grandes naciones.»

En 2001, y de nuevo en 2018, el fallecido chef y crítico cultural Anthony Bourdain expresó sentimientos compartidos por muchos, pero rara vez expresados con tanta elocuencia:

Una vez que has estado en Camboya, nunca dejarás de querer matar a golpes a Henry Kissinger con tus propias manos. Nunca más podrás abrir un periódico y leer sobre esa escoria traidora, prevaricadora y asesina sentada en una agradable charla con Charlie Rose o asistiendo a algún evento de etiqueta para una nueva revista de moda sin atragantarte. Si es testigo de lo que Henry hizo en Camboya -fruto de su genio como estadista-, nunca entenderá por qué no está sentado en el banquillo de los acusados de La Haya junto a Miloševic.

A principios de la década de 2000, se reclamó a Kissinger para interrogarle en relación con violaciones de los derechos humanos cometidas por antiguas dictaduras militares sudamericanas, pero eludió a los investigadores, negándose una vez a comparecer ante un tribunal en Francia y abandonando rápidamente París tras recibir una citación. Nunca fue acusado ni procesado por las muertes ocurridas en Camboya ni en ningún otro lugar.

«Juega con ello. Pásalo bien»

«Perdonarte no supone ganancia alguna; destruirte, ninguna pérdida» era el frío credo de los jemeres rojos. Pero también podría haber sido el de Kissinger. En 2010, me puse en contacto con Kissinger y le pregunté por la contradicción de sus afirmaciones de que sólo bombardeó a «norvietnamitas en Camboya», pero que mató a 50.000 camboyanos, según sus cálculos, en el proceso. «No íbamos por el país bombardeando camboyanos», me dijo.

Las pruebas demuestran abrumadoramente lo contrario, y así se lo dije.

«¡Oh, vamos!» exclamó Kissinger, protestando porque yo sólo intentaba pillarle en una mentira. Cuando le pregunté sobre el fondo de la cuestión -que los camboyanos fueron bombardeados y asesinados-, Kissinger se enfadó visiblemente. «¿Qué intentas demostrar?», gruñó, y luego, cuando me negué a rendirme, me cortó: «Juega con ello», me dijo. «Pásalo bien».

Le pedí que respondiera a la pregunta de Meas Lorn: «¿Por qué tiraron bombas allí?». Se negó.

«No soy lo bastante inteligente para ti», dijo Kissinger sarcásticamente, mientras pisaba fuerte con su bastón. «Carezco de tu inteligencia y calidad moral». Y se marchó.

Los camboyanos de pueblos como Tralok Bek, Doun Rath y Mroan no podían permitirse el lujo de escapar tan fácilmente.

Nick Turse es editor jefe de TomDispatch y miembro del Type Media Center. Es autor de Next Time They’ll Come to Count the Dead: War and Survival in South Sudan (La próxima vez vendrán a contar los muertos: guerra y supervivencia en Sudán del Sur) y del bestseller Kill Anything That Moves


 

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