¿Qué hacer con un famoso general retirado?
David Petraeus: Filtrador, portavoz, soldado, espía
Nick Turse
TomDispatch
14 de Julio de 2016
Traducción del inglés para Rebelión de Carlos
Riba García
Las puertas giratorias, los buenos ficheros y los generales fuera de control
Introducción de Tom Engelhardt
He aquí algo insólito. Los estadounidenses admitimos que la corrupción es un problema endémico en casi
todo el mundo, no solo en nuestro país. Y eso es extraño. Después de todo, por
tomar un solo ejemplo, las zonas donde el Estados Unidos del siglo XXI libra
sus guerras han sido notables lodazales de corrupción en una escala que deja a
uno boquiabierto. En 2011, el informe final de la Comisión de Contratos en
Tiempo de Guerra, que trabaja con el mandato del Congreso, estimó que entre 31
y 60 billones (sí; leyó bien, cualquiera de las dos cifras seguidas de 12
ceros) de dólares del dinero del contribuyente se perdiieron en estafas y
despilfarro en la ‘reconstrucción’ de Irak y Afganistán emprendida por Estados
Unidos (un guarismo que sin duda acabará siendo una subestimación). Los dólares
del contribuyente estadounidense se gastaron en carreteras que van a ninguna
parte, una gasolinera en medio de la nada, centros de formación de docentes y
otras construcciones que nunca se terminaron (aunque se gastaron montones de
dinero que fueron a parar a las manos de afortunados contratistas), una planta
para desplumar pollos que jamás faenó un solo pollo (aunque sí a quienes pagan
sus impuestos en EEUU) y un espléndido cuartel general de 25 millones de
dólares que nadie necesitaba ni se molestó en utilizarlo. Gracias a decenas de
millones de dólares del tesoro de Estados Unidos se financiaron, adiestraron,
armaron fuerzas y se reclutaron soldados y policías ‘fantasmas’ que formaron
unidades enteras de fuerzas de seguridad (cuyos comandantes locales se forraron
con salarios que nada tenían de ‘espectrales’). Y así por el estilo.
Por supuesto, todo eso se produjo en una lejana galaxia –muy lejana– donde la corrupción es la norma.
Dentro de Estados Unidos, la corrupción está considerada como algo
anti-estadounidense (sin embargo, no digáis esto a quienes viven en Ferguson
(Missouri). Esto por supuesto es sobre todo una cuestión de definición, como
Thomas Frank lo dejó bien claro en una reciente entrega de TomDispatch cuando bosquejó la ‘influencia’ de
la industria en Washington. Ya sabéis, las hordas de grupos de presión que
viven la gran vida y les ofrecen un bocado de ella a los funcionarios que
quieran probarla, ninguno de los cuales es un ‘corrupto’. Se trata de algo
completamente legal, una forma muy simpática de operar entre los agentes del
poder en Washington.
En 2010, el Tribunal Supremo brindó –en su decisión ‘Ciudadanos unidos’– su propia definición de la
corrupción en Estados Unidos asegurando así que enormes cantidades de dinero
pudieran introducirse en el sistema político con una notable facilidad para
influenciar (por no decir comprar) en políticos y elecciones. Apenas hace unos
días, el TS volvió a expresarse con una decisión unánime en favor de la
corrupción como una forma de vivir perfectamente aceptable. Fue en la anulación
de la condena al gobernador de Virginia, Bob McDonnell por el “uso de su
despacho para ayudar a Jonnie R. Williams (padre), que había proporcionado a
McDonnell productos de lujo, préstamos y vacaciones por un monto superior a los
175.000 dólares mientras este era gobernador” (no vaya a ser que yo sea
demasiado pesimista acerca de esto: permitidme que mencione una pequeña señal
de algo diferente; el estudioso y activista contra la corrupción Zephyr
Teachout acaba de ganar la nominación demócrata por un escaño en el congreso
del estado de Nueva York. ¿Cesará el asombro alguna vez?).
Esta habilidad estadounidense para acabar con la corrupción en nuestra vida sin desterrar las
actividades que normalmente se relacionan con ella vuelve hoy otra vez a nuestra
mente porque Nick Turse, editor ejecutivo de TomDispatch dedica una
mirada a un ex general que navegó con éxito en las zonas de corrupción de las
guerras de Estados Unidos y cuya vida en retiro podría –dependiendo de vuestro
punto de vista– parecer tan pura como la nieve o tan corrupta como pueda
imaginarse. La elección es vuestra.
* * *
La vida encantada de David Petraeus
La otra noche me topé con David Petraeus. Mejor dicho, corrí tras él.
Ha pasado más de un año desde la primera vez que intente comunicarme con el general de cuatro estrellas retirado
y ex director de la CIA y todavía no ha habido suerte. Hace un par de
atardeceres, mientras el cielo pasaba del azul a los marrones de los huevos de
Pascua, volví a verlo. Petraeus salía de una zona entre bastidores rodeada de
cortinas en la que se había refugiado después de un coloquio en el centro de
Manhattan; se movió con paso brioso hacia una habitación reservada, entró
después en un ascensor abarrotado de donde salió directamente a la calle. Allí le
esperaba un Mercedes S550 negro de último modelo.
Entonces, seguido de sus escoltas, se perdió de vista en la tibia noche de Nueva York.
Horas antes, Petraeus había estado conversando con Peter Bergen, periodista, analista de la CNN y vicepresidente
de New América, el comité asesor que había patrocinado el encuentro. De buen
aspecto y descansado, el ex general de elegante traje azul oscuro había
respondido agradablemente, dado palmaditas en el hombro y –a juzgar por el
murmullo de aprobación de la audiencia– respuestas sencillas a las preguntas
del anfitrión sobre cuestiones de la seguridad nacional que iban desde la lucha
contra el Estado Islámico (Daesh, en adelante) hasta el control de las armas en
poder de los civiles estadounidenses. Por ejemplo, al mismo tiempo que
expresaba su apoyo a la Segunda Enmienda, hablo sobre la implementación de
“soluciones sensatas a la disponibilidad de las armas”, específicamente
mantener las pistolas lejos de las manos de los “violentos” y de aquellos que
están en la lista de quienes no pueden volar. Incluso mientras expresaba su
“gran respeto” por quienes habían practicado la tortura en las secuelas del
11-S, él denunció su empleo, excepto en el caso de una “bomba de relojería a
punto de estallar”. En una época en la que la palabra ‘victoria’ no ha sido muy
utilizada en relación con las fuerzas armadas de Estados Unidos, él hasta
presagió algo cercano a ella en el horizonte. “... lo he dicho desde el
mismísimo comienzo, incluso en los días más oscuros: el Daesh será derrotado en
Irak”, dijo al admirado público.
Yo fui al coloquio con la intención de hacerle a Petraeus un par de preguntas, sin embargo Bergen no me mencionó
cuando llegó el turno de la preguntas. No obstante, mi espera no fue una
pérdida total.
Viendo en acción al general retirado, volvió a mi cabeza la peculiaridad de este tiempo tan peculiar: una época de
generales cuya carrera está hecha de guerras no ganadas; unos años en los que
oficiales de alto rango y misiones no cumplidas dieron vueltas en las puertas giratorias
que les depositaban no solo en los puestos más altos con importantes
comerciantes de armas, sino también en ‘bancos demasiado grandes para caer’,
prestigiosas universidades, empresas de alta tecnología, empresas de asistencia
sanitaria y otras enormes corporaciones. Al parecer, a nadie en absoluto le
importa que esos generales y almirantes se hayan desempeñado en guerras tipo
atolladero ni incluso que, en dos casos prominentes, terminaran su servicio al
país como el resultado de sendos escándalos de fin de carrera. Sin duda, el
ciudadano David Petraeus es el arquetipo de este fenómeno.
Famoso por ser el más cerebral de los generales, el graduado en West Point y doctorado en Princeton alcanzó el
estrellato en la guerra de Irak: salió airoso de la pacificación de la
revoltosa ciudad de Mosul antes de convertirse en uno de los arquitectos del
nuevo ejército iraquí. Después de eso, Petraeus regresaría a Estados Unidos
donde modernizaría y reanimaría la fracasada doctrina de la contrainsurgencia
de la guerra de Vietnam, antes de ser destinado a comandar el ‘Renacimiento’ de
las fuerzas de EEUU en Irak, un esfuerzo destinado a darle un vuelco a los
profundos conflictos que las afectaban. En este recorrido, Petraeus realizó una
de las más hábiles campañas de autopromoción que se recuerden: frecuentando a
políticos y académicos, y –especialmente– halagando a periodistas que
informaban sobre su incansable resistencia, su afición por el ejercicio físico,
e incluso –no estoy bromeando– contando cómo había revivido a un teniente, a
quien se creía en coma irreversible, vociferándole el grito de combate de su unidad.
Varios biógrafos trataron al general como si fuera un personaje a quien, después de haber conseguido lo que de
alguna manera aparecía como un éxito en Irak, regresaba para encabezar el
Comando General en Estados Unidos y supervisar dos guerras, tanto la de Irak
como la de Afganistán. Cuando se derrumbó la carrera militar de su subordinado,
el general Stanley McChrystal, Petraeus fue designado una vez más para llenar
el hueco, comandar el resurgimiento de la guerra de Afganistán y ganar otra
guerra que se había transformado en un atolladero.
Y Petraeus lo hizo. No en Afganistán, por supuesto. Esa guerra continúa sin que se vea el final. Pero de algún modo
el general de teflón salió de todo eso con la gente hablando de él como un
futuro candidato en la carrera presidencial. Mirando en retrospectiva los éxitos
de Petraeus, no se entiende cuál ha sido la proeza. Las estadísticas prueban que en realidad Petraeus nunca
pacificó Mosul, que sigue bajo control del Daesh desde hace años. El ejército
que Petraeus ayudó a reconstruir en Irak se hizo trizas ante la misma fuerza
que, en algunos casos, fue respaldada incluso por los mismos combatientes
sunníes que Petraeus había puesto en nómina para hacer que el ‘Renacimiento’
tuviera la apariencia de un éxito.
Ciertamente, Petraeus llegó al cuartel general estadounidense en Nueva York para responder a una pregunta en
particular: “Respecto de la seguridad nacional, ¿con qué desafíos se encontrará
el próximo presidente?”. Al-Qaeda, el Talibán, el Daesh, Irak, Afganistán:
precisamente el conjunto de adversarios contra los que él había combatido, o
qué había sido de sus supuestas victorias.
Mandamases retirados, entonces y ahora
“¿Qué se puede hacer con un general cuando deja de serlo? O... ¿qué se puede hacer con un general cuando se
retira?”
Irving Berlin, en 1948, fue el primero en plantear estas preguntas; seis años más tarde, Bing Crosby las cantó
en Navidad blanca, la lujosa película musical de Hollywood que se convirtió en el ingrediente imprescindible
de la temporada de vacaciones de 1954.
No obstante, da la impresión de que no son estas preguntas las que le han quitado el sueño a David Petraeus. Se
retiró de la vida militar en 2011 para asumir la dirección de la CIA, solo para
renunciar ignominiosamente unos años más tarde cuando se reveló que había
filtrado información clasificada a su biógrafa y ocasional amante Paula
Broadwell; más tarde mintió al FBI sobre esta cuestión. Gracias a un arreglo
con los fiscales federales, Petraeus solo se declaró culpable de un delito
menor y no pasó ni un día entre rejas, permitiéndole –como informó el New York Times
el año pasado “centrarse en su lucrativa carrera privada como socio de una empresa de valores y dar
conferencias en todo el mundo sobre temas de la seguridad nacional”.
En los tiempos de Crosby y Berlin, después de una serie de victorias militares en guerras mundiales, las cosas
eran diferentes. Pensemos en el general de cinco estrellas George C. Marshall,
el comandante más importante de la Segunda Guerra Mundial, a quien hoy se
recuerda mejor por el plan de recuperación económica de la Europa de posguerra
que lleva su nombre. Su compañero de armas y también general de cinco estrellas
Dwight Eisenhower recordó que, durante la Segunda Guerra Mundial, Marshall “no
quería ocupar una despacho en Washington y ser jefe de estado mayor. Estoy
seguro de que él quería un comando operativo, pero ni siquiera permitió que su
jefe [el presidente Flanklin Roosvelt] se enterara de lo que él quería, porque
decía: ‘Yo estoy aquí para servir y no para satisfacer mi ambición personal’”.
Da la impresión de que esta forma de pensar continuó siendo su guía después de
retirarse, en 1945, y continuó sirviendo como enviado especial a China, y como
secretario de Estado y de Defensa.
Se sabe que Marshall rechazó varias lucrativas propuestas de escribir sus memorias, entre ellas las del editor
Henry Luce, de Time y Life, que implicaban un millón de dólares –de entonces– después de impuestos. Lo hizo
basándose en la noción de que no era ético obtener provecho económico del hecho
de haber servido a Estados Unidos o beneficiarse del sacrificio de los hombres
que habían estado a su mando; se dice que le respondió de este modo a un
editor, que “... no había pasado su vida sirviendo al gobierno para poder
vender la historia de su vida al Saturday Evening Post”. En sus últimos años, aceptó colaborar con un biógrafo y
entregó el archivo de sus documentos a la Fundación de Investigación George C.
Marshall “con la condición de que ningún beneficio económico derivado de la
publicación de libros iría a parar a sus manos o a las de su familia sino que
sería destinado al trabajo de investigación de la Fundación Marshall”. Incluso
se pidió a su biógrafo que renunciase a cualquier derecho de autor. Marshall
también rechazó formar parte de cualquier consejo corporativo.
Marshall quizá fuera un parangón de circunspección y rectitud moral, sin embargo no estaba solo. En tiempos tan
cercanos como 1994-1998, según un reportaje del Boston Globe, apenas un poco
menos del 50 por ciento de los generales retirados de variado rango iban a
trabajar a la industria de la defensa ya fuera como consultores o ejecutivos.
En el periodo 2004-2008, ese número había saltado al 80 por ciento. Un análisis
realizado por Ciudadanos por la Responsabilidad, una organización sin fines de
lucro con sede en Washington, halló que entre 2009 y 2011 ese guarismo se
mantenía en un elevado 70 por ciento.
Generales famosos como Petraeus y sus compañeros ex generales de cuatro estrellas Stanley McChrystal (cuya carrera
militar también acabó en las llamas del escándalo) y Ray Odierno (que se retiró
en medio de una polémica), como también el almirante retirado y ex jefe del
Estado Mayor Conjunto Mike Mullen, ni siquiera necesitan entrar en el mundo de
los vendedores da armas y las empresas de la defensa. En estos días, estos
empleos pueden ser dejados cada vez más para luminarias militares de segunda
línea como el general de la infantería de marina James Cartwright, el ex
segundo jefe del Estado Mayor Conjunto, que ahora integra la junta de
directores de Raytheon, o el ex vicealmirante y jefe de la inteligencia naval
Jack Dorsett, que se incorporó a Northrop Grumman.
Sin embargo, si usted fuera una de la estrellas más brillantes de las fuerzas armadas, cada día más el límite es el
cielo. Por ejemplo, usted puede estar al frente de una empresa consultora
(McChrystal y Mullen) o asesorar o incluso sumarse a la gerencia de bancos o
corporaciones privadas como JPMorgan (Odierno), Jet Blue (McChrystal) y General
Motors (Mullen).
En cuanto a Petraeus, después de haber dejado atrás su aventura extramatrimonial, se convirtió en socio de la
empresa de valores Kohlberg, Kravis, Roberts & Co. L.P. (KKR), para la que
también sirve como presidente del Instituto Global KKR y, según su biógrafa,
“como supervisor de la plataforma de liderazgo de pensamiento del Instituto
centrada en las tendencias geopolíticas y mecroeconómicas, como también en los
temas medioambientales, sociales y de gobernanza”. Entre sus ayudantes hay un
ex presidente de la Comisión Nacional Republicana y jefe de la campaña
presidencial de George W. Bush, como también una ex luminaria de Morgan
Stanley.
En la cartera de KKR se puede encontrar un poco de todo, desde Seguros Alliant y Cuidados sanitarios
Panasonic hasta hospedar firmas chinas (Rundong Automobile Group y Asia Dairy,
entre otras). Bajo su paraguas también se encuentran empresas de la defensa
como TASC, la autoproclamada “principal proveedora de servicios de ingeniería e
integración de toda la Comunidad de Inteligencia, departamento de Defensa y
agencias civiles del gobierno federal”, y los negocios electrónicos de defensa
del Airbus Group, donde KKR realizó una compra por 1.200 millones de dólares.
Sin embargo, en el currículo personal post-CIA de Petraeus, KKR es apenas el comienzo.
Un hombre para el ‘Four Seasons’
“Una vez que han dejado de ganar y de alimentarlo, nadie piensa en darle un empleo”, escribió Berlin hace 68 años.
Cómo han cambiado los tiempos. Cuando se trata de Petraeus, evidentemente el ganar y el comer nunca cesan, como
cuando Edward Luce, columnista del Financial Times, lo llevó consigo a principio del año para comer atún a la tártara, salmón
hecho a fuego lento y un cuenco lleno de fresas, frambuesas y moras con crema.
En el elegante establecimiento, a pocos pasos del despacho de Petraeus en Manhattan, durante un momento el ex
jefe de la CIA lo dejó desolado. “Cuando le pregunté qué era lo que le mantenía
tan ocupado en estos días, él se explayó tanto que casi lamenté haberle
preguntado”, escribió Luce.
Obviamente, yo ya había oído otra versión de lo mismo cuando interrumpiendo una pregunta del periodista Fred
Kaplan en el encuentro de New American en el que estuve, Petraeus soltó una
larga parrafada en la que explicó lo ocupado que está. Al hacerlo, derramó luz
sobre justamente qué significa ser un célebre general retirado de las guerras
no ganadas de Estados Unidos. “Tengo un empleo en KKR. Una vez por semana
enseño en la Universidad de la ciudad de Nueva York, el Honors College. Doy un
curso de una semana cada semestre en la Universidad del Sur de California.
Dedico varios días a enseñar en Harvard. Estoy en el circuito de las conferencias.
Hago cosas sin honorarios como esta. Soy copresidente del Consejo Asesor Global
del Instituto Wilson, vicepresidente de RUSI (Royal United Services Institute,
una institución de investigación centrada en cuestiones militares). Formo parte
de otros tres comités asesores”, dijo.
En una época en la que los denunciantes de secretos gubernamentales –desde Edward Snowden, denunciante de
la Agencia Nacional de Seguridad (NSA, por sus siglas en inglés) y John
Kiriakou, denunciante de la CIA, hasta Chelsea Manning, denunciante del
Ejército de EEUU– han acabado en el exilio o en prisión, la vida del filtrador
Petraeus sin duda ha sido muy diferente.
La experiencia del ex alto ejecutivo de la NSA Thomas Drake, que compartió información no confidencial sobre las distintas
formas de despilfarro de la agencia con un periodista es más típica de lo que
podrían esperar los filtradores. A pesar de que el departamento de Justicia
retiró los cargos más graves contra él –se declaró culpable de un delito
menor–, perdió su trabajo y su pensión, quedó en quiebra y pasó varios años
trabajando en un almacén de Apple después de haber sido procesado por una ley
contra el espionaje de los tiempos de la Primera Guerra Mundial. “Mis contactos
sociales desparecieron; soy una persona non grata allá donde vaya”, le dijo a Defense One
el año pasado. “Para mí es imposible conseguir un empleo en una empresa que contrate con el gobierno o en el entorno
cuasi gubernamental; quienes defienden a los denunciantes no quieren tener
contacto conmigo.”
Petraeus, en cambio, compartió con su amante y biógrafa ocho “libros negros” clasificados como altamente
confidenciales; según el gobierno, estos libros contenían, entre otras cosas,
“la identidad de funcionarios encubiertos, estrategias de guerra, mecanismos y
capacidad de la inteligencia, conversaciones diplomáticas, registros de citas y
conversaciones deliberativas de encuentros de alto nivel del Consejo de
Seguridad Nacional y conversaciones del acusado David Howell Petraeus con el
presidente de Estados Unidos”. Petraeus fue procesado, se declaró culpable y
fue sentenciado a dos años de libertad condicional y a pagar una multa de
100.000 dólares.
No obstante, Petraeus se mueve hoy en los círculos de la elite y en salones respetables; es miembro o trabaja en
instituciones a cuál más influyente. Además, de las tareas que enumeró en New
America, su currículum vitae incluye: profesor visitante honorario en la
Universidad Exeter, copresidente de la fuerza de tareas sobre América del Norte
en el Consejo de Relaciones Exteriores, copresidente de la Comisión Asesora
Global del Centro Internacional para Eruditos Woodrow Wilson, miembro del
Consejo de Liderazgo de la Cumbre Concordia, miembro del consejo de
administración del Instituto McCain para el Liderazgo Mundial, miembro del
Consejo Asesor en Seguridad Nacional de la Coalición Estadounidense de
Liderazgo Global, y tiene una asiento en la junta de directores del Consejo
Atlántico.
La marca Petraeus
Hace más o menos una año intenté contactar con Petraeus por dos lados: mediante KKR y también con el Macaulay
Honors College de la Universidad de la ciudad de Nueva York; me interesaba que
él comentara un trabajo mío. Nunca recibí una respuesta.
Supuse que estaba evitándome –o a quienquiera que le hiciese preguntas incómodas– o que sus guardianes pensaran
que yo no era lo bastante importante como para responderme. Aunque quizá solo
estuviera demasiado ocupado. Para ser franco, yo no me había dado cuenta de lo
apretada que estaba su agenda (desde luego, Edward Luce –del FT–, informa de que cuando él
mandó un correo electrónico para invitar a Petraeus, el general retirado
respondió en cuestión de minutos; por lo tanto, la falta de respuesta quizá
tenga que ver con que yo no había tenido en cuanta la posibilidad de comer en
el ‘Four Seasons’).
Asistí al acontecimiento de New America porque tenía incluso más preguntas que hacer a Petraeus. Pero yo no fui
tan afortunado como Fred Kaplan –autor, dicho sea de paso, de The Insurgents: David Petraeus and
the Plot to Change the American Way of War (Los sublevados: David Petraeus y el
complot para cambiar el modo estadounidense de hacer la guerra)– o no fui los
suficientemente rápido o ágil para alcanzar al ex general antes de que se
sentara en el asiento trasero de su lujoso Mercedes.
La canción de Irving Berlin sobre lo que se puede hacer con un general termina con una nota lúgubre que suena mejor
en los tonos edulcorados de Crosby que lo que se lee en el papel: “Da la
impresión de que este país nunca ha disfrutado de tantos generales –de una, de
dos, de tres y de cuatro estrellas– sin empleo”.
Hoy, un miembro del Estado Mayor Conjunto que se retires después de 38 años de servicio recibe un retiro mensual
de unos 20.000 dólares, nada mal como para un desempleado de por vida; aun así
en la muy unida fraternidad de los oficiales de alta graduación hay muchos que
desean complementarla. Ahí está el general Cartwright, que en 2012 se incorporó
a Raytheon y, según la empresa de investigación en inversiones Morningstar,
recibe de esa compañía cerca de 364.000 dólares al año como retribución y tiene
acciones por 1,2 millones de dólares.
Todo esto me deja con todavía algunas preguntas más para hacer a Petraeus (cuyo retiro se dice es de más 18.000
dólares por mes o 220.000 por año) sobre un modo de pensar que parece estar a
años luz del que Marshall mantuvo durante su retiro. Me interesaba saber, por
ejemplo, por qué en su contratación no es una condición el haber ganado guerras
para aprovechar la capacidad de liderazgo en ellas, y por qué el costo personal
y profesional del escándalo es tan increíblemente selectivo.
Parece que en estos momentos si se tiene un buen fichero con la apropiada lista global de turnos, un nombre de
nota y una refinada marca geopolítica se pueden disimular muchos pecados. Y es
precisamente este tipo de poder de fuego el que Petraeus pone sobre la mesa.
Después de un año sin tener respuesta, volví a ponerme en contacto con KKR. Esta vez, mediante un
intermediario, Petraeus proporcionó una respuesta a mi última solicitud de una
entrevista: “Gracias, por su interés, Nick, pero él rehúsa respetuosamente por
esta vez”, se me dijo.
Sin embargo, tengo la esperanza de que el general retirado cambie de parecer. Por tener el privilegio de hacer
varias preguntas a Petraeus, yo estaría muy contento de invitarlo a comer en
Four Seasons.
Con el elegante lugar donde comen los representantes del poder a punto de cerrar como parte de un plan para volver a
abrirlo en otro lugar, es necesario que me dé prisa. Conseguir una mesa podría
ser difícil.
Por suerte, justamente sé el nombre que debo mencionar.
Nick Turse es director de edición de TomDispatch e integrante del Nation Institute;
también colabora con Intercept. Es autor del éxito editorial del New
York Times: Kill Anything That Moves: The Real American War in Vietnam.
Su libro más reciente es Next Time They’ll Come to Count the
Dead: War and Survival in South Sudan. Su sitio web es NickTurse.com.
Fuente: http://www.tomdispatch.com/post/176160/tomgram%3A_nick_turse%2C_revolving_doors%2C_robust_
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