Tropas a casa, de acuerdo, pero detened también los bombardeos
Medea Benjamin y Nicolas J.S. Davies
CounterPunch
28 de diciembre de 2018
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Mientras nuestra nación discute los méritos de la decisión del presidente Trump de retirar las tropas
estadounidenses de Siria y Afganistán, los bombardeos aéreos, el aspecto más
pernicioso de la participación militar estadounidense en el extranjero, están
ausentes de la polémica. El anuncio de Trump y la renuncia del general Mattis
deberían desencadenar un debate nacional sobre la participación de Estados
Unidos en conflictos en el extranjero, pero ninguna evaluación puede ser
significativa sin una comprensión clara de la violencia que las guerras aéreas
de los Estados Unidos han desatado en el resto del mundo durante los últimos 17 años.
Según nuestros cálculos, en la denominada “guerra contra el terror”, EE. UU. y sus aliados han lanzado
sobre otros países 291.880 bombas y misiles, y eso tan solo representa un
número mínimo de ataques confirmados.
Mientras contemplamos esa cifra abrumadora, tengamos en cuenta que estos ataques representan vidas
segadas, personas mutiladas para siempre, familias destrozadas, viviendas e
infraestructura demolidas, dinero de los contribuyentes despilfarrado y un
resentimiento que solo engendra más violencia.
Tras los horribles crímenes del 11 de septiembre de 2001, el Congreso aprobó rápidamente una Autorización para el Uso de la Fuerza Militar (AUMF, por
sus siglas en inglés). Si bien tres presidentes han afirmado que la AUMF de
2001 justifica legalmente estas guerras interminables como respuesta a los
crímenes del 11-S, ninguna lectura seria de la Autorización podría
interpretarlo de esa manera. Lo que realmente dice es:
“Que el Presidente está autorizado a usar toda la fuerza necesaria y apropiada contra las naciones,
organizaciones o personas que él determine que planificaron, autorizaron,
cometieron o ayudaron a los ataques terroristas ocurridos
el 11 de septiembre de 2001, o albergaron a tales organizaciones o personas, a
fin de prevenir cualquier acto futuro de terrorismo internacional contra
Estados Unidos por parte de tales naciones, organizaciones o personas.”
Como el exfiscal de Nuremberg, Benjamin Ferencz, declaró en NPR una semana después del 11
de septiembre: “Nunca será una respuesta legítima castigar a las personas que
no son responsables del mal hecho... Debemos hacer una distinción entre
castigar a los culpables y castigar a los demás. Si te limitas a tomar
represalias, pongamos por caso, bombardeando masivamente Afganistán o a los
talibanes, matarás a muchas personas que no creen ni aprueban lo que ha sucedido”.
Y sin embargo, aquí estamos, 17 años después, enredados en guerras en las que bombardeamos cada vez
más a “naciones, organizaciones (y) personas” que no tienen absolutamente nada
que ver con los crímenes perpetrados el 11 de septiembre. No tenemos un solo
éxito real o duradero que podamos señalar en 17 años de guerra en siete países
y operaciones de “contrainsurgencia” en una docena más. Todos los países que
Estados Unidos ha atacado o invadido quedan atrapados en la violencia y el
caos.
Miren este cuadro y dediquen unos momentos a reflexionar sobre la destrucción masiva que
representa:
Cifras de bombas y misiles arrojados por EE.UU. y sus aliados
sobre otros países a partir de 2001
|
Iraq (y Siria*)
|
Afganistán
|
Otros países (Líbano, Libia, Pakistán, Palestina, Somalia y
Yemen)
|
2001
|
214
|
17.500
|
|
2002
|
252
|
6.500
|
1+ (Yemen)
|
2003
|
29.200
|
|
|
2004
|
285
|
86
|
1+ (Pakistán)
|
2005
|
404
|
176
|
3 (Pakistán)
|
2006
|
310
|
2.644
|
7.002 (Líbano y Pakistán)
|
2007
|
1.708
|
5.198
|
9 (Pakistán y Somalia)
|
2008
|
915
|
5.215
|
40 (Pakistán y Somalia)
|
2009
|
119
|
4.163
|
5.557 (Pakistán, Palestina y Yemen)
|
2010
|
18
|
5.100
|
130 (Pakistán y Yemen)
|
2011
|
2
|
5.411
|
7.789 (Libia, Pakistán, Somalia y Yemen)
|
2012
|
|
4.083
|
93 (Pakistán, Somalia y Yemen)
|
2013
|
|
2.758
|
51 (Pakistán, Somalia y Yemen)
|
2014
|
6.292 (*)
|
2.365
|
5.048 (Pakistán, Palestina, Somalia y Yemen)
|
2015
|
28.696 (*)
|
947
|
10.978 (Pakistán, Somalia y Yemen)
|
2016
|
30.743 (*)
|
1.337
|
13.625 (Libia, Pakistán, Somalia y Yemen)
|
2017
|
39.577 (*)
|
4.361
|
15.179 (Libia, Pakistán, Somalia y Yemen)
|
2018
|
5.075 (*)
|
5.982
|
8.738 (Pakistán, Somalia y Yemen)
|
TOTAL
|
143.810
|
73.826
|
74.244
|
Suma global: 291.880
Estas cifras representan un mínimo absoluto de ataques confirmados, basadas en los Resúmenes de la Fuerza Aérea de EE.UU. para Afganistán, Iraq y Siria; el
recuento del Bureau of Investigative Journalism de ataques con aviones
no tripulados confirmados en Pakistán, Somalia y Yemen; el recuento del Yemen Data Project de los ataques aéreos dirigidos por
Arabia Saudí sobre el Yemen y otras estadísticas publicadas. Las cifras de 2018
son hasta el mes octubre en los casos de Iraq, Siria y Afganistán; hasta
noviembre para el Yemen e incompletas para otros países.
Hay varias categorías de ataques aéreos que no se incluyen en esta tabla, por lo que el total real es
ciertamente mucho mayor. Esas categorías son:
Ataques con helicópteros: Military Times publicó un artículo en febrero de 2017 titulado: “The
U.S. military’s stats on deadly airstrikes are wrong. Thousands have gone
unreported ” [“ Las estadísticas del ejército estadounidense sobre
ataques aéreos letales son inexactas. Hay miles de ellos que no han quedado
registrados”]. El mayor grupo de ataques aéreos no incluidos en los Resúmenes
de Fuerza Aérea de EE. UU. son los bombardeos con helicópteros de combate. El
ejército estadounidense informó a los autores que sus helicópteros habían
realizado 456 ataques aéreos no declarados en Afganistán en 2016. Los autores
explicaron que la falta de información sobre los ataques con helicópteros es un
elemento común a lo largo de las guerras posteriores al 11-S, y que no se
conoce aún el número real de misiles utilizados en esos 456 ataques en Afganistán en 2016.
Aviones de
combate AC-130: El ataque aéreo que destruyó el Hospital de
Médicos Sin Fronteras en Kunduz, Afganistán, en 2015, no se llevó a cabo con
bombas o misiles, sino con un avión de combate Lockheed-Boeing AC-130. Estas
máquinas de destrucción masiva, por lo general manejadas por las Fuerzas de
Operaciones Especiales de la Fuerza Aérea estadounidense, están diseñadas para
volar en círculos sobre un objetivo en tierra, lanzando frecuentes disparos de
obuses y cañones hasta que aquel resulta destruido por completo. Estados Unidos
ha utilizado los AC-130 en Afganistán, Iraq, Libia, Somalia y Siria.
Vuelos de ametrallamiento: los Resúmenes de la Fuerza Aérea de EE. UU. para 2004-2007 incluyen una nota
que indica que su cómputo de “ataques con municiones lanzadas... no incluye los
cañones o cohetes de 20 mm y 30 mm”. Pero los cañones de 30 mm en los Warthogs
A-10 y otros aviones de ataque terrestre son armas muy poderosas, diseñadas originalmente
para destruir tanques soviéticos. Disparan hasta 65 proyectiles por segundo y
pueden cubrir un área grande con fuego letal e indiscriminado, pero no figuran
como “lanzamiento de armamento” en los Resúmenes de la Fuerza Aérea estadounidense.
Yemen: La periodista Iona Craig, que lleva informando desde el Yemen hace ya muchos años y dirige
el Yemen Data Project (YPD), nos dijo que no sabe qué
proporción de ataques aéreos reales representan sus datos, y que en los datos
del YDP solo hay un mínimo confirmado del número de bombas o misiles lanzados
en cada “ataque aéreo”. Cualquiera que sea la fracción que representan sus
datos en los ataques aéreos totales, el número real de bombas lanzadas en Yemen
es ciertamente superior a esas cifras. Pero YDP no conoce cuál es la proporción.
EE.UU. y sus aliados dirigen operaciones de “contrainsurgencia” en África Occidental y otras regiones.
El público estadounidense perdió pronto el interés por enviar a nuestros propios hijos e hijas a luchar y
morir en todas estas guerras. Así pues, al igual que Nixon con Vietnam,
nuestros líderes volvieron a bombardear y bombardear, mientras pequeños
despliegues de las Fuerzas de Operaciones Especiales estadounidenses y un mayor
número de representantes-mercenarios extranjeros llevaban a cabo la mayor parte
de la lucha real sobre el terreno.
Nuestros enemigos nos llaman cobardes, especialmente cuando utilizamos drones para matar por control
remoto, pero más importante aún es que nos estamos comportando como tontos
arrogantes. Nuestro país actúa como un agresor, como un elefante en una
cacharrería en un momento crítico de la historia en el que ni nosotros, ni el
resto del mundo, podemos permitirnos un comportamiento tan peligroso y
desestabilizador por parte de un poder imperial hipermilitarizado y agresivo.
Después de que los bombardeos, artillería y cohetes dirigidos por EE. UU. destruyeran dos ciudades
importantes en 2017, Mosul en Iraq y Raqqa en Siria, nuestro ejército y sus
aliados realizaron menos ataques aéreos en 2018, pero aumentaron el número de
ataques en Afganistán.
Nos encaminamos hacia 2019 con nuevas iniciativas para reducir la participación militar de Estados Unidos en el extranjero.
En Yemen, esa iniciativa es el resultado de una presión masiva de las bases en
el Congreso, que está haciéndose en oposición al continuo apoyo de Trump a la
agresión saudí en Yemen. En el caso de Siria y Afganistán, proviene del propio
Trump, con amplio apoyo popular pero con la oposición bipartidista del Congreso
y las élites de Washington DC.
Quienes forman parte del consenso bipartidista respecto a la guerra deben reflexionar sobre la creciente
conciencia pública de la inutilidad asesina de las guerras de ultramar
estadounidenses. Una encuesta realizada por el Comité para una Política
Exterior Responsable reveló
“una población nacional de votantes que se muestra en gran medida escéptica acerca del sentido práctico o los beneficios de la
intervención militar en el extranjero”. Donald Trump parece darse cuenta de
este desdén público ante la guerra interminable, pero no debemos permitir que
se salga con la suya reduciendo la presencia de tropas estadounidenses y
continuando, y en algunos casos aumentando, las devastadoras guerras aéreas.
Una buena decisión de Año Nuevo para EE. UU. consistiría en poner fin a las guerras en las que nos hemos
involucrado durante los últimos 17 años y asegurarnos de que no vamos a
permitir que la misma locura militar que nos metió en este caos nos embarque en
nuevas guerras en Corea del Norte, Irán, Venezuela u otros países. Sí,
traigamos a las tropas a casa, pero detengamos también los bombardeos. La
defensa sostenida de todo ello frente a la administración Trump y el nuevo
Congreso por parte de estadounidenses amantes de la paz será fundamental si
estamos dispuestos a cumplir esa decisión.
Medea Benjamin es cofundadora de CODEPINK
para la Paz y autora de varios libros, entre ellos, Kingdom of the Injust: Behind the US-Saudi Connection.
Nicolas J. S. Davies es un escritor de Consortium News e investigador de CODEPINK, y
autor de Blood On Our Hands: the American Invasion and Destruction of Iraq.
Fuente:
https://www.counterpunch.org/2018/12/25/bring-the-troops-home-but-also-stop-the-bombing/
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