El aire gélido de la edad oscura
La tortura y míster Obama
William Blum CounterPunch 07 de mayo de 2009
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Bueno, por lo menos algunas cosas se han aclarado. Cuando George W. Bush
dijo: “EE.UU. no tortura,” todos supieron que era vil propaganda. Y cuando
Barack Obama, un mes después de asumir la presidencia, dijo “EE.UU. no tortura,”
también tenía toda la credibilidad de un tratado del Siglo XIX entre el gobierno
de EE.UU. y los indios americanos.
Cuando Obama y sus seguidores dicen, como lo hacen frecuentemente, que ha
“prohibido la tortura,” es una declaración que no tienen derecho a hacer. Las
órdenes ejecutivas respecto a la tortura dejan agujeros, como el de que sean
aplicables sólo “en cualquier conflicto armado.” ¿Y qué nos dicen sobre un
entorno de “contraterrorismo”? Y el nuevo gobierno no ha prohibido
categóricamente la subcontratación de la tortura, como ser las ‘entregas’, cuyo
único propósito es secuestrar gente y enviarla a un país para que sea torturada.
Además, ¿qué sabemos de todas las prisiones secretas de la CIA, del gulag que se
extiende desde Polonia a la isla Diego Garcia?
¿Cuántas de ellas siguen abiertas y abusan y torturan a prisioneros,
manteniéndolos en aislamiento total y en detención indefinida? El aislamiento es
de por sí tortura; no saber cuándo, si algún día, serás liberado es tortura. ¿Y
las prisiones no secretas? ¿Ha Guantánamo terminado todas sus formas de tortura?
Hay motivos para dudarlo. ¿Y qué sabemos de lo que pasa ahora mismo en Abu
Ghraib y Bagram?
Y cuando Obama dice: “Creo que nadie está por encima de la ley,” y cuando
actúa precisamente del modo contrario, a pesar de la abrumadora evidencia de
tortura criminal – como en el recientemente filtrado informe del Comité
Internacional de la Cruz Roja y los “memorandos de la tortura” del Departamento
de Justicia de Bush – es suficiente para romper el corazón a cualesquiera de sus
partidarios que posean un mínimo de intelecto y conciencia.
Habría que señalar que un Sondeo Gallup del 24 y 25 de abril mostró que un
66% de los demócratas están a favor de una “investigación de técnicas duras de
interrogatorio contra sospechosos de terrorismo.” Si la palabra “tortura”
hubiera sido utilizada en la pregunta, indudablemente la cifra habría sido
mayor.
Después de la invasión estadounidense de Iraq en marzo de 2003, el presidente
Bush apareció en la televisión para advertir al pueblo de Iraq: “Los crímenes de
guerra serán enjuiciados. Los criminales de guerra serán castigados. Y no
servirá como defensa que se diga, sólo estaban siguiendo órdenes.”
“Objetivamente, el público estadounidense es mucho más responsable por los
crímenes cometidos en su nombre que lo fue el pueblo de Alemania por los
horrores del Tercer Reich. Tenemos mucho más conocimiento, y mucha más libertad
y oportunidad para detener la conducta criminal de nuestro gobierno,” observó
James Brooks en Online Journal en 2007.
El 10 de febrero, el Departamento de Justicia de Obama utilizó la tan
denigrada táctica de “secretos de Estado” de Bush en una acción para hacer que
se descartara un litigio – interpuesto por cinco detenidos contra una
subsidiaria de la compañía de aviación Boeing por organizar vuelos de entregas
que llevaron a su tortura. “Fue como si la toma de posesión del pasado mes nunca
hubiera ocurrido,” señaló el New York Times.
Y cuando Obama dice, como lo hace repetidamente: “¿Tenemos que mirar hacia
adelante contrariamente a mirar hacia atrás,” por qué no hay alguien en los
medios que le pregunte qué piensa de cuando el Tribunal de Nuremberg miró hacia
atrás en 1946? ¿O del Comité Church del Senado que hizo lo mismo en 1975 y
produjo numerosas revelaciones sobre la criminalidad de la CIA, el FBI, y otras
agencias gubernamentales que espantaron al pueblo estadounidense y del mundo y
les abrieron los ojos?
Ahora se nos dice que Obama y sus asesores habían estado discutiendo
encarnizadamente el problema de qué hacer con los criminales de guerra de Bush,
y que Obama iba en una dirección y luego en otra y después de vuelta, tanto en
privado como en sus posiciones públicas. Se podría decir que fue
“torturado.”
Pero las sociedades civilizadas no discuten la tortura. ¿Por qué no hizo lo
obvio el presidente? ¿Lo más simple? ¿Lo correcto? O por lo menos por qué no
hizo aquello en lo que cree realmente.
El problema, temo cada vez más, es que en realidad el hombre no cree
fuertemente en nada, ciertamente no en áreas controvertidas. Aprendió hace mucho
tiempo a adoptar posiciones que eviten controversia, a expresar opiniones sin
preferir clara y firmemente una de las partes, a hablar con elocuencia sin decir
nada en realidad, a dejar las cabezas de sus auditores llenas de clichés
emocionantes, perogrulladas, y eslóganes. Y funcionó. ¡Oh, cómo funcionó! ¿Qué
podría pasar ahora, como presidente de EE.UU., que pueda inducirlo a cambiar su
estilo?
El presidente y el director de la CIA insisten en que no se debería castigar
a nadie en la CIA que se haya basado en la justificación legal escrita de los
métodos de “interrogatorio realzado”. Pero la primera aprobación semejante tuvo
la fecha del 1 de agosto de 2002, mientras muchos jóvenes fueron arrestados en
Afganistán y Pakistán durante los nueve meses anteriores y sometidos a
“interrogatorios realzados.” Muchos ya fueron enviados a Guantánamo en enero de
2002. Y muchos otros fueron secuestrados y enviados a Egipto, Jordania,
Marruecos y otras prisiones secretas para ser torturados desde fines de 2001. De
modo que, por lo menos durante algunos meses, los torturadores actuaron sin
ninguna aprobación formal de sus métodos. Pero a pesar de ello no serán
castigados.
Adoro esa expresión: “interrogatorio realzado.” ¿Cómo se les olvidó a
nuestros gloriosos dirigentes llamar a las bombas atómicas lanzadas sobre
Hiroshima y Nagasaki “artefactos explosivos realzados?”
Lord Gran Maestro de los Calabozos, Richard Cheney, está molesto por la
reciente publicación de memorandos sobre la tortura. Dice todo el tiempo que el
gobierno de Obama oculta documentos que muestran un cuadro más positivo de la
efectividad de las técnicas de interrogatorio, que afirma produjeron información
muy valiosa, impidieron ciertos actos de terrorismo, y salvaron vidas
estadounidenses. ¡Um!, ¿por qué me siento tan escéptico? Oh, ya sé, porque si
eso fuera lo que sucedió en realidad y hay documentos que mostraron genuina y
claramente esos resultados, el acosado gobierno de Bush los habría filtrado hace
años con gran fanfarria, y la CIA no habría destruido numerosos videos de las
sesiones de tortura.
Pero en todo caso, eso todavía no justificaría la tortura. La humanidad ha
aspirado durante siglos a dominar sus peores conductas; y la liberación del
agobio de la tortura ha estado muy arriba en esa lista. Ahora hay más de una ley
de EE.UU. que prohíbe la tortura, incluida una ley de 1994 que convierte en un
crimen que ciudadanos de EE.UU. cometan torturas en el extranjero. Fue
recientemente invocada para condenar al hijo del ex dictador liberiano Charles
Taylor. También existe la Convención de Ginebra Relativa al Tratamiento de
Prisioneros de Guerra, ratificada en 1949, que señala en su artículo 17:
No se podrá infligir a los prisioneros de guerra tortura física o moral ni
presión alguna para obtener datos de la índole que fueren. Los prisioneros que
se nieguen a responder no podrán ser amenazados ni insultados ni expuestos a
molestias o desventajas de ningún género.
Por eso EE.UU. no ha llamado “prisioneros de guerra” a los prisioneros de su
Guerra contra el Terror. Pero en 1984, Naciones Unidas tomó otro paso histórico
con la redacción de la “Convención sobre la Tortura y otras formas Crueles,
Inhumanas o Degradantes de Trato o Castigo (CCT),” (entró en vigor en 1987,
ratificada por EE.UU. en 1994.) El artículo 2 de la convención declara:
En ningún caso podrán invocarse circunstancias
excepcionales tales como estado de guerra o amenaza de guerra, inestabilidad
política interna o cualquier otra emergencia pública como justificación de la
tortura.
Un lenguaje tan maravillosamente claro, inequívoco y de principios, para
fijar un solo estándar para un mundo que hace cada vez más difícil que uno se
sienta orgulloso de la humanidad. No podemos echar marcha atrás. Si hoy en día
se considera aceptable torturar a la persona que supuestamente tiene la
información sobre la “bomba de tiempo” necesaria para salvar vidas, mañana será
aceptable torturarla para conocer las identidades de sus supuestos
co-conspiradores. ¿Aceptaríamos que se reinicie la esclavitud sólo por poco
tiempo para servir alguna “emergencia nacional” o algún otro “propósito
elevado”?
Si se abre la ventana de la tortura, aunque sea un poco, el aire gélido de la
edad oscura llenará todo el cuarto.
“Personalmente, preferiría morir a que se torture a alguien para salvar mi
vida.” – Craig Murray, ex embajador británico en Uzbekistán, quien perdió su
puesto después de haber condenado públicamente al régimen uzbeco por su uso
sistemático de la tortura.
Ante todos los informes sobre la tortura durante el reciente gobierno de
Bush, hay quienes podrían sentirse inclinados a pensar que antes de Bush EE.UU.
tuvo muy poca conexión con esa horrible práctica. Sin embargo, en el período de
los años cincuenta hasta los ochenta, aunque la CIA usualmente no apretaba el
botón, daba la luz, o vaciaba el agua, la Agencia…
- Alentaba a sus clientes en el Tercer Mundo para que utilizaran tortura;
- Suministraba al país anfitrión los nombres de los que terminaban como
víctimas de la tortura, en sitios tan terribles como Guantánamo, Abu Ghraib y
Bagram;
- Suministraba equipos de tortura;
- Realizaba clases de tortura:
- Distribuía manuales de tortura – manuales prácticos;
- Estaba presente cuando tenía lugar la tortura, para observar y evaluar cómo
les iba a sus estudiantes.
Podría sentir lástima por Barack Obama — porque su gobierno está tan plagado
y obstaculizado por una gran recesión que no es obra suya – si tuviera una
visión que ha sido frustrada por ella. Pero no la tiene – no de alguna
reestructuración sistémica de la economía, de la producción de una sociedad más
equitativa y honesta; ni de un mundo en paz, comenzando por la terminación de
las guerras perennes de EE.UU.; ninguna visión de las cosas fantásticas que
podrían ser hechas con los billones de dólares que se hubieran ahorrado al
terminar una guerra sin fin; ni una visión de un mundo totalmente libre de
tortura; ni de un EE.UU. con seguro nacional de salud; ni de un entorno libre de
subversión capitalista; ni de una campaña para controlar la población del mundo
… sólo busca lo que ofenda a los menos. Es una especie de tipo para el que “vale
todo lo que dé resultados”. Y quiere ser presidente. Pero lo que necesitamos y
ansiamos es un líder con visión.
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William Blum es autor de: “Killing Hope: U.S. Military and CIA Interventions
Since World War II,”
“Rogue State: a guide to the World's Only Super Power.” Y “West-Bloc
Dissident: a Cold War Political Memoir.” Para contactos escriba a:
BBlum6@aol.com
http://www.counterpunch.org/blum05052009.html
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