Justicia retrasada es justicia denegada
Presos de Guantánamo
Debra Sweet | 27 de julio de 2023
Traducido del inglés para El Mundo no Puede Esperar 28 de julio de 2023
La detención ilegal es una tortura para sus víctimas; agravada por el retraso
del juicio, puede ser mortal. La historia de negligencia y pasividad
atribuida al trato de los prisioneros en la base naval estadounidense de Cuba
es insidiosa; la instalación que Amnistía Internacional denominó el "Gulag
de nuestros tiempos" fue diseñada para eludir las protecciones de los
tratados de la Convención de Ginebra establecidos para definir las normas
jurídicas para el trato humanitario de los prisioneros de guerra. Abandonando
las normas coherentes del derecho internacional, el gobierno de George W. Bush
promovió un régimen discriminatorio basado en la nacionalidad, el origen étnico
y la religión, creyendo que una detención extraterritorial podría privar a los
tribunales federales de jurisdicción sobre los derechos de los detenidos.
¿Qué sucede cuando no se aborda el delito de lo que se convirtió en
detención indefinida (el
presidente Obama firmó la detención indefinida sin cargos ni juicio como ley a
finales de 2011)? 800 años de la orden de Habeas Corpus, el derecho a saber
por qué el Estado te mantiene cautivo, se deshace. 779 hombres y niños han
visto trastocadas sus vidas; 30 personas permanecen encarceladas, algunas de
las cuales nunca han sido acusadas de ningún delito.
El caso Boumediene contra Bush del Corte Supremo de Estados Unidos, que se resolvió en junio de 2008, confirmó que los
presos recluidos en Guantánamo tenían garantizados
constitucionalmente los derechos de hábeas corpus, facultando a los jueces
para conocer de los argumentos del gobierno contra ellos. Los jueces de los
tribunales de distrito admitieron a trámite las peticiones de hábeas corpus de
32 presos antes de que los jueces de los tribunales de apelación reescribieran
las normas; vergonzosamente, el Corte Supremo se ha negado, desde entonces,
a retomar el control de los argumentos jurídicos relacionados con el
encarcelamiento de los hombres de Guantánamo, señala el periodista y activista
Andy Worthington.
"El grado de civilización de una sociedad puede juzgarse entrando
en sus prisiones", escribió el novelista ruso Fiódor Dostoievski en La
casa de los muertos. El trato cruel, inhumano y degradante -la tortura-
infligido a sujetos privados de derechos, desde Pelican Bay, en California,
hasta Bagram, en Afganistán, no sólo debe terminar; la
presunción de inmunidad estadounidense ante el derecho internacional debe ser
repudiada.
En sus más de 20 años de existencia, nueve personas han muerto bajo custodia y 741 han sido trasladadas fuera del centro.
Las torturas que sufrieron se han documentado en decenas de relatos de supervivientes.
Los torturadores y sus apologistas han evitado en gran medida rendir cuentas
por sus crímenes. Se ha recurrido a la "Ley" para mantenerlos fuera
de prisión y los peores autores han disfrutado de mejores oportunidades
profesionales. Antes de
entrar en política, Ron DeSantis sirvió en la Marina como abogado, primero en
la prisión estadounidense de Guantánamo (Cuba) y después en Irak -el ex
preso de Guantánamo Mansoor Adayfi afirma que DeSantis presenció personalmente
cómo le alimentaban a la fuerza y le torturaban, y otros presos han respaldado
su versión-. El ex abogado de la Oficina de Asesoría Jurídica John
Yoo fue "ascendido" en Facultad de Derecho de Berkeley. El juez
del Corte Supremo Brett
Kavanaugh creía que el autor (Yoo) de memorandos tristemente célebres que
daban cobertura legal a quienes torturaban a seres humanos sería estupendo como
elección vitalicia para el Noveno Circuito.
No necesitamos que la ley nos diga lo que es correcto. Debemos romper
profundamente con la blancura, el narcisismo y la supremacía corporativa, el
fascismo, "infligir terror deliberadamente a inocentes por razones
puramente políticas", tuiteó el actor John Cusack. La gente debería estar
disgustada porque el presidente Biden está mejorando
Guantánamo. Esto nunca será aceptable. Depende de nosotros; no podemos
delegar el remedio en los "buenos demócratas" del siglo XXI. Sólo la
protesta persistente y decidida en las calles detendrá la consolidación de un
Corte Supremo reaccionario al servicio de los fundamentalistas cristianos
decididos a reestructurar la sociedad con fines fascistas: subyugación de las
mujeres, limpieza étnica y agresión militar contra los pueblos del mundo.
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