La guerra es racismo por otros medios
David Swanson Media Monitors Network, 14 de febrero de 2011
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
“A un soldado estadounidense le es mucho más fácil matar a un hadji
[expresión peyorativa usada por la soldadesca estadounidense para describir a
todos los musulmanes, N. del T.] que a un ser humano, tal como a los soldados
nazis les fue más fácil matar a Untermenschen [seres humanos inferiores,
expresión racista utilizada para catalogar a judíos, roma y eslavos, N. del T,].
William Halsey, quien comandó las fuerzas navales de EE.UU. en el Pacífico Sur
durante la Segunda Guerra Mundial, pensaba que su misión era “¡Matar japs
[expresión peyorativa utilizada para calificar a los japoneses], matar
japs, matar más japs!”, y prometió que una vez terminada la
guerra, el idioma japonés sería hablado solo en el infierno… Si la guerra se
desarrolló de manera que los hombres que mataron bestias gigantes se ocupen de
matar a otros hombres al morir esos animales, como teoriza Ehrenreich, su
cooperación con el racismo y todas las demás distinciones entre grupos de gente
es prolongada.”
Lo que hace que sean verosímiles las mentiras más fantásticas e
indocumentadas para iniciar y prolongar las guerras son diferencias y prejuicios
contra otros y a favor de los nuestros. Sin el fanatismo religioso, el racismo y
el chovinismo patriotero, sería más difícil lograr que las guerras sean
aceptadas.
Hace tiempo que la religión ha sido una justificación para las guerras,
libradas para los dioses antes de que lo fueran para faraones, reyes, y
emperadores. Si Barbara Ehrenreich tiene razón en su libro Blood Rites:
Origins and History of the Passions of War [Ritos de guerra: Orígenes e
Historia de las pasiones de la guerra]: “Los primeros precursores de las guerras
fueron las batallas contra leones, leopardos, y otros depredadores feroces de
personas. De hecho, esas bestias depredadoras pueden haber sido la base material
desde la cual fueron inventados los dioses -- y del origen de los nombres de
drones sin tripulación (por ejemplo el “Predator”).
El “máximo sacrificio” en la guerra puede ser íntimamente relacionado con la
práctica de sacrificio humano como existía antes de las guerras tal como sabemos
que llegaron a ser. Las emociones (no las creencias o los logros, sino algunas
de las sensaciones) de la religión y de la guerra pueden ser tan similares, si
no idénticas, porque las dos prácticas tienen una historia común y nunca han
sido muy distantes.
Las cruzadas y las guerras coloniales y muchas otras guerras han tenido
justificaciones religiosas. Los estadounidenses libraron guerras religiosas
durante muchas generaciones antes de la guerra por la independencia de
Inglaterra. El capitán John Underhill describió en 1637 su propia guerra heroica
contra los pequot:
"El capitán Mason al entrar a una wigwam [tipi], blandió un palo
ardiente, después de haber herido a muchos en la casa; luego prendió fuego a la
parte oeste… yo prendí fuego al extremo sur usando pólvora; los fuegos de los
dos lados se encontraron al centro del Fuerte, ardieron con extrema fuerza y
quemaron todo el espacio en media hora; muchos sujetos valerosos no quisieron
salir, y combatieron con extrema desesperación… por lo tanto fueron incinerados
y quemados… y así murieron valientemente… Muchos fueron quemados en el Fuerte,
hombres, mujeres, y niños.
Underhill explica una guerra santa:
“El señor se complace con imponer a su pueblo problemas y aflicciones, para
poder presentarse como misericordioso, y revelar con más claridad su libre
gracia a sus almas”.
Underhill quiere decir su propia alma, y que el pueblo del Señor son
evidentemente los blancos. Los americanos nativos podrán haber sido valerosos y
audaces, pero no eran reconocidos como gente en todo el sentido de la palabra.
Dos y medio siglos después muchos estadounidenses habían desarrollado una visión
mucho más ilustrada, y muchos no. El presidente consideraba que los filipinos
necesitaban la ocupación militar por su propio bien. Susan Brewer menciona este
informe de un ministro:
“Hablando a una delegación de metodistas en 1899, [McKinley] insistió en que
no había querido las Filipinas y que ‘cuando vinieron a nosotros, como un
obsequio de los dioses, no sabía qué hacer con ellas’. Describió cómo rezó de
rodillas buscando consejo cuando se le ocurrió que sería ‘cobarde y
deshonorable’ devolver las islas a España; ‘un mal negocio’ dárselas a los
rivales comerciales Alemania y Francia; e imposible abandonarlas a la ‘anarquía
y el mal gobierno’ bajo filipinos incapaces. ‘No nos quedó otra cosa que hacer’,
concluyó, ‘que tomarlas todas, y educar a los filipinos, elevar, civilizar y
cristianizarlos’. En este relato de guía divina, McKinley olvidó mencionar que
la mayoría de los filipinos eran católicos o que las Filipinas tenían una
universidad más antigua que Harvard.
Se puede dudar de que muchos en la delegación de metodistas hayan cuestionado
la sabiduría de McKinley. Como señaló Harold Lasswell en 1927, “Se puede confiar
en que las iglesias de prácticamente cualquier confesión bendigan una guerra
popular, y vean en ella una oportunidad para el triunfo de cualquier diseño
divino que deseen promover”. Todo lo que se necesitaba, dijo Lasswell, era
lograr que “clérigos prominentes” apoyaran la guerra, y “menos brillantes
guiñarán el ojo después”.
Carteles de propaganda en EE.UU. durante la Primera Guerra Mundial mostraban
a Jesús de uniforme y mirando hacia el cañón de un fusil. Lasswell había vivido
una guerra librada contra alemanes, un pueblo que pertenecía predominantemente a
la misma religión que los estadounidenses. ¡Cuánto más fácil es utilizar la
religión en guerras contra musulmanes en el Siglo XXI! Karim Karim, profesor
asociado en la Escuela de Periodismo y Comunicación de la Universidad Carleton,
escribe:
“La imagen históricamente arraigada del ‘musulmán malo’ ha sido bastante útil
a los gobiernos occidentales que planificaban ataques contra países de mayoría
musulmana. Si pueden convencer a la opinión pública en sus países de que los
musulmanes son bárbaros y violentos, parecerá más aceptable que se les mate y
que su propiedad sea destruida.”
En realidad, desde luego, la religión de nadie justifica que se le haga la
guerra, y los presidentes de EE.UU. ya no afirman que sea así. Pero el
proselitismo cristiano es común en las fuerzas armadas de EE.UU., y también el
odio hacia los musulmanes. Soldados han informado a la Fundación Militar de
Libertad Religiosa que cuando buscan consejeros de salud mental, han sido
enviados a capellanes que les han aconsejado que permanezcan en el “campo de
batalla” para “matar musulmanes en nombre de Cristo”.
La religión puede ser utilizada para alentar la creencia en que lo que se
hace es bueno aunque no tenga ningún sentido. Un ser superior lo comprende,
aunque uno no lo haga. La religión puede ofrecer la vida después de la muerte y
una creencia en que se mata y arriesga la muerte por la causa más elevada que
exista. Pero la religión no es la única diferencia entre grupos que puede ser
utilizada para promover guerras. Cualquier diferencia de cultura o lenguaje
puede servir, y el poder del racismo para facilitar los peores tipos de conducta
humana está bien establecido. El senador Albert J. Beveridge (republicano de
Indiana) presentó al Senado su propia justificación de inspiración divina para
la guerra contra las Filipinas:
“Dios no ha estado preparando a los pueblos de habla inglesa y teutónicos
durante mil años para otra cosa que no sea una auto-contemplación vana y ociosa.
¡No! Nos ha convertido en los organizadores magistrales del mundo para
establecer un sistema en sitios donde reina el caos.”
Las dos guerras mundiales en Europa, aunque fueron libradas entre naciones
consideradas ahora típicamente como “blancas”, involucraron también el racismo
por todas las partes. El periódico francés La Croix celebró el 15 de
agosto de 1914: “el antiguo brío de los galos, los romanos, y los franceses que
resurge dentro de nosotros”, y declaró que:
“Los alemanes deben ser expurgados de la ribera izquierda del Rin. Esas
hordas infames deben ser ahuyentadas dentro de sus propias fronteras. Los galos
de Francia y Bélgica deben rechazar al invasor con un golpe decisivo, de una vez
por todas. La guerra racial se hace presente.”
Tres años después llegó la hora de que EE.UU. perdiera la razón. El 7 de
diciembre de 1917, el congresista Walter Chandler (demócrata por Tennessee)
declaró en la sala de la Cámara:
“Se ha dicho que si se analiza la sangre de un judío bajo el microscopio, se
encontrará al Talmud y al Antiguo Testamento flotando en algunas partículas. Si
se analiza la sangre representativa de un alemán o teutón se encontrarán
ametralladoras y partículas de obuses y bombas flotando en la sangre… Hay que
combatirlos hasta destruir a toda la panda.”
Esta forma de pensar ayuda no sólo a extraer las chequeras de los bolsillos
de miembros del congreso para financiar la guerra, sino también para que envíen
a los jóvenes a la guerra para que cometan la matanza. No es fácil matar. Cerca
de un 98% de la gente tiende a ser muy reacia a matar a otros. Un psiquíatra ha
desarrollado una metodología para permitir que la Armada de EE.UU. prepare mejor
asesinos para matar. Incluye técnicas para:
“…lograr que los hombres piensen en los enemigos potenciales que tendrán que
enfrentar como formas inferiores de vida, [mediante películas] sesgadas para
presentar al enemigo como menos que humano: la estupidez de las costumbres
locales es ridiculizada, las personalidades locales son presentadas como
semidioses malévolos.”
“A un soldado estadounidense le es mucho más fácil matar a un hadji
[expresión peyorativa usada por la soldadesca estadounidense para describir a
todos los musulmanes, N. del T.] que a un ser humano, tal como a los soldados
nazis les fue más fácil matar a Untermenschen [seres humanos inferiores,
expresión racista utilizada para catalogar a judíos, roma y eslavos, N. del T,].
William Halsey, quien comandó las fuerzas navales de EE.UU. en el Pacífico Sur
durante la Segunda Guerra Mundial, pensaba que su misión era “¡Matar japs
[expresión peyorativa utilizada para calificar a los japoneses], matar
japs, matar más japs!”, y había prometido que cuando la guerra
hubiera terminado, el idioma japonés sería hablado solo en el infierno… Si la
guerra se desarrolló de manera que los hombres que mataron bestias gigantes se
ocuparan de matar a otros hombres al morir esos animales, como teoriza
Ehrenreich, su cooperación con el racismo y todas las demás distinciones entre
grupos de gente es prolongada. Pero el nacionalismo es la más reciente poderosa
y misteriosa fuente de devoción mística alineada con la guerra, que en sí surgió
de las guerras. Mientras los antiguos caballeros morían por su propia gloria,
hombres y mujeres modernos mueren por un trozo enarbolado de tela coloreada a
los que ellos no le importan para nada. El día después que EE.UU. declarara la
guerra contra España en 1898, el primer Estado (Nueva York) promulgó una ley que
requería que los escolares saludaran la bandera de EE.UU. Otros le siguieron. El
nacionalismo era la nueva religión.”
Según los informes Samuel Johnson observó que el patriotismo es el último
refugio de un canalla, mientras otros han sugerido que, al contrario, es el
primero. Cuando tiene que ver con la motivación de emociones belicistas, si
otras diferencias fallan, siempre existe la siguiente: el enemigo no pertenece a
nuestro país ni saluda nuestra bandera. Cuando EE.UU. fue involucrado más
profundamente gracias a mentiras en la Guerra de Vietnam, todos los senadores,
menos dos, votaron por la resolución del Golfo de Tonkín. Uno de los dos, Wayne
Morse (demócrata de Oregón) dijo a otros senadores que el Pentágono le había
dicho que el supuesto ataque por los norvietnamitas había sido provocado. La
información de Morse era correcta. Cualquier ataque habría sido provocado. Pero
el ataque en sí era ficticio. Sin embargo, los colegas de Morse no se le
opusieron sobre la base de que estaba equivocado. En su lugar, un senador le
dijo:
"Qué diablos, Wayne, no se puede iniciar una pelea con el presidente cuando
todas las banderas ondean y estamos a punto de iniciar una convención nacional.
Todo lo que [el presidente] Lyndon [Johnson] quiere es un trozo de papel que le
diga que hicimos lo correcto allá, y que lo apoyamos.”
Mientras la guerra continuaba a duras penas, destruyendo sin sentido millones
de vidas, senadores en el Comité de Relaciones Exteriores discutían en secreto
su preocupación porque se les había mentido. Pero prefirieron guardar silencio,
y las actas de esas reuniones no fueron hechas públicas hasta 2010. Al parecer
las banderas habían seguido ondeando durante todos los años hasta entonces.
La guerra es tan buena para el patriotismo como el patriotismo es para la
guerra. Cuando comenzó la Primera Guerra Mundial, muchos socialistas europeos se
unieron alrededor de sus diversas banderas nacionales y abandonaron la lucha por
la clase trabajadora internacional. Todavía en la actualidad, nada impulsa tanto
a la oposición estadounidense a las estructuras internacionales de gobierno como
nuestro interés en la guerra y la insistencia en que los soldados
estadounidenses nunca sean sometidos a otra autoridad que la de Washington
D.C.
*~*~*~*~*
NO SON 10 MILLONES DE PERSONAS. ES ADOLF HITLER
Pero las guerras no son libradas contra banderas o ideas, naciones o
dictadores satanizados. Son libradas contra personas, un 98% de las cuales son
reacias a matar, y que en su mayoría tuvieron poco o nada que ver con el origen
de la guerra. Una manera de deshumanizar a esa gente es reemplazarla por
completo por la imagen de un solo individuo monstruoso.
Marlin Fitzwater, secretario de prensa de la Casa Blanca para los presidentes
Ronald Reagan y George H. W. Bush, dijo que la guerra es “más fácil de
comprender para la gente si el enemigo tiene una cara”. Dio ejemplos: “Hitler,
Ho Chi Minh, Sadam Hussein, Milosevic”. Fitzwater también podría haber incluido
el nombre de Manuel Antonio Noriega. Cuando el primer presidente Bush trató,
entre otras cosas, de probar que no era ningún “debilucho” al atacar Panamá en
1989, la justificación más destacada fue que el dirigente panameño era un tipo
raro, malvado, enloquecido por la droga, con una cara marcada por la viruela, al
que le gustaba cometer adulterio. Un artículo importante en el extremadamente
serio New York Times del 26 de diciembre de 1989, comenzó diciendo:
“La central de los militares de EE.UU. aquí, que ha presentado al general
Manuel Antonio Noriega como un dictador antojadizo, que esnifa cocaína, quien
reza a dioses del vudú, anunció hoy que el dirigente depuesto usaba ropa
interior roja y se relacionaba con prostitutas”.
No importa que Noriega haya trabajado para la Agencia Central de Inteligencia
de EE.UU. (CIA) incluso cuando robó la elección de 1984 en Panamá. No importa
que su verdadero crimen haya sido negarse a apoyar la guerra de EE.UU. contra
Nicaragua. No importa que EE.UU. haya sabido durante años del narcotráfico de
Noriega y continuado a trabajar con él. Ese hombre esnifaba cocaína en ropa
interior roja con mujeres que no eran su esposa. “Es agresión con tanta certeza
como la invasión de Polonia por Adolf Hitler hace 50 años”, declaró el
secretario adjunto de Estado Lawrence Eagleburger hablando del narcotráfico de
Noriega. Los liberadores estadounidenses que invadieron Panamá incluso afirmaron
que encontraron un gran montón de cocaína en una de las casas de Noriega, aunque
resultó que eran tamales envueltos en hojas de plátanos. ¿Y si los tamales
hubieran sido realmente cocaína? ¿Hubieran justificado, como el descubrimiento
de verdaderas “armas de destrucción masiva” en Bagdad en 2003, la guerra?
La referencia de Fitzwater a "Milosevic" fue, claro está, a Slobodan
Milosevic, entonces presidente de Serbia, a quien David Nyhan del Boston
Globe llamó en enero de 1999, “lo más parecido a Hitler que Europa haya
enfrentado en el último medio siglo”. Excepto, ya sabéis, todos los demás. En
2010, la práctica en la política interior de EE.UU., de comparar con Hitler a
cualquiera con el que se estuviera en desacuerdo se había hecho casi cómica,
pero es una práctica que ha ayudado a lanzar muchas guerras y todavía podría
provocar más. Sin embargo, para pelearse hacen falta dos: en 1999, los serbios
llamaban al presidente de EE.UU. “Bill Hitler”.
En la primavera de 1914, en un cine en Tours, Francia, una imagen de
Guillermo II, emperador de Alemania, apareció por un momento en la pantalla. Se
armó la gorda.
“Todos gritaban y silbaban, hombres, mujeres, y niños, como si hubieran sido
insultados personalmente. La gente bonachona de Tours, que no sabía más del
mundo y de la política que lo que leían en sus periódicos, se volvió loca por un
instante,” según Stefan Zweig. Pero los franceses no combatirían contra el
Káiser Guillermo II. Combatirían contra gente de a pie que por casualidad había
nacido a poca distancia de ellos mismos, en Alemania.
Con el pasar de los años nos han dicho cada vez más que las guerras no son
contra la gente, sino sólo contra malos gobiernos y sus malévolos dirigentes.
Una y otra vez nos dejamos engañar por retórica trillada sobre nuevas
generaciones de armas “de precisión” que nuestros dirigentes afirman que pueden
atacar a regímenes opresores sin dañar a la gente que pensamos que estamos
liberando. Y libramos guerras por el “cambio de régimen”. Si las guerras no
terminan cuando el régimen ha sido cambiado, es porque tenemos la
responsabilidad de las criaturas “ineptas”, de los niñitos, cuyos regímenes
hemos cambiado. Sin embargo, no existe un antecedente establecido de que esto
haga algún bien. EE.UU. y sus aliados lo hicieron relativamente bien en Alemania
y Japón después de la Segunda Guerra Mundial, pero podrían haberlo hecho también
por Alemania después de la Primera Guerra Mundial y haberse ahorrado la secuela.
Alemania y Japón fueron convertidos en escombros, y las tropas estadounidenses
todavía no se van. No es exactamente un modelo para nuevas guerras.
Mediante guerras o acciones semejantes, EE.UU. ha derrocado gobiernos en
Hawái, Cuba, Puerto Rico, las Filipinas, Nicaragua, Honduras, Irán, Guatemala,
Vietnam, Chile, Granada, Panamá, Afganistán, e Irak, para no mencionar el Congo
(1960); Ecuador (1961 & 1963); Brasil (1961 & 1964); la República
Dominicana (1961 & 1963); Grecia (1965 & 1967); Bolivia (1964 &
1971); El Salvador (1961); Guyana (1964); Indonesia (1965); Ghana (1966); y
desde luego Haití (1991 and 2004). Hemos reemplazado la democracia por
dictaduras, las dictaduras por el caos, y el gobierno local por dominación y
ocupación estadounidense. En ningún caso hemos reducido evidentemente el mal. En
la mayoría de los casos, incluidos Irán e Irak, las invasiones estadounidenses y
golpes respaldados por EE.UU. han causado severa represión, desapariciones,
ejecuciones extra-judiciales, tortura, corrupción y prolongados reveses para las
aspiraciones democráticas de la gente común.
El enfoque en los gobernantes en las guerras no es motivado por el altruismo
sino por la propaganda. A la gente le gusta imaginar que una guerra es un duelo
entre grandes dirigentes. Eso requiere que se satanice a uno y glorifique al
otro.
*~*~*~*~*
SI NO ESTÁS A FAVOR DE LA GUERRA, ESTÁS A FAVOR DE TIRANOS, ESCLAVITUD Y
NAZISMO
EE.UU. nació de una guerra contra el personaje del rey Jorge, cuyos crímenes
son enumerados en la Declaración de Independencia. Jorge Washington fue
glorificado como corresponde. El rey Jorge de Inglaterra y su gobierno eran
culpables de los crímenes aducidos, pero otras colonias obtuvieron sus derechos
e independencia sin una guerra. Como en el caso de todas las guerras, no importa
cuán antiguas y gloriosas, la Revolución Estadounidense fue impulsada por
mentiras. La historia de la Masacre de Boston, por ejemplo, fue tan
distorsionada que resulta irreconocible, incluido un grabado de Paul Revere que
mostraba a los británicos como carniceros. Benjamin Franklin produjo una edición
falsificada del Boston Independent en la cual los británicos alardeaban
de la caza de cabelleras. Thomas Paine y otros panfletistas entusiasmaron a los
colonos a favor de la guerra, pero no sin consejos erróneos y falsas promesas.
Howard Zinn describe lo que pasó:
“Cerca de 1776, cierta gente importante en las colonias inglesas hizo un
descubrimiento que resultaría ser enormemente útil durante los doscientos años
siguientes. Vieron que al crear una nación, un símbolo, una unidad legal llamada
EE.UU., podían apoderarse de tierras, ganancias y poder político de favoritos
del Imperio Británico. Al hacerlo, podían contener una serie de rebeliones
potenciales y crear un consenso de apoyo popular para el gobierno de una nueva
dirigencia privilegiada.”
Como señala Zinn, antes de la revolución había habido 18 levantamientos
contra gobiernos coloniales, seis rebeliones negras, y 40 disturbios, y las
elites políticas vieron una posibilidad de reorientar la cólera contra
Inglaterra. A pesar de ello los pobres, quienes no se beneficiarían con la
guerra o cosecharían sus recompensas políticas, tuvieron que ser obligados por
la fuerza para que combatieran en ella. Muchos, incluidos esclavos a los que los
británicos prometieron más libertad, desertaron o cambiaron de lado. El castigo
por infracciones en el Ejército Continental, era 100 latigazos. Cuando Jorge
Washington, el más rico en EE.UU., no pudo convencer al Congreso de que
aumentara el límite legal a 500 latigazos, consideró la posibilidad de que en su
lugar se utilizara el trabajo forzado, pero abandonó la idea porque el trabajo
forzado habría sido indistinguible del servicio regular en el Ejército
Continental. Los soldados también desertaban porque necesitaban alimento,
vestimenta, albergue, medicinas y dinero. Se alistaban por la paga, no les
pagaban, y ponían en peligro el bienestar de sus familias al permanecer en el
Ejército sin paga. Cerca de dos tercios eran ambivalentes a favor o en contra de
la causa por la que combatían y sufrían. Rebeliones populares, como la Rebelión
de Shays en Massachusetts vinieron después de la victoria revolucionaria.
Los revolucionarios estadounidenses también pudieron abrir el oeste a la
expansión y a las guerras contra los nativos americanos, algo que los británicos
habían estado prohibiendo. La Revolución Estadounidense, el acto mismo de
nacimiento y liberación de EE.UU., fue también una guerra de expansión y
conquista. El rey Jorge, según la Declaración de Independencia, “se había
esforzado por provocar a los habitantes de nuestras fronteras, los implacables
Indios Salvajes”. Por cierto, se trataba de gente que combatía en defensa de sus
tierras y sus vidas. La victoria en Yorktown fue una mala noticia para su
futuro, ya que Inglaterra transfirió sus tierras a la nueva nación.
Otra guerra sagrada en la historia de EE.UU., la Guerra Civil, fue librada
–cree tanta gente– a fin de poner fin al mal de la esclavitud. En realidad, ese
objetivo fue una excusa tardía para una guerra que ya había comenzado, tal como
llevar la democracia a Irak se convirtió en una justificación tardía para una
guerra iniciada en 2003, abrumadoramente en nombre de la eliminación de
armamento ficticio. En realidad, la misión de terminar con la esclavitud era
necesaria para justificar una guerra que se había hecho demasiado horrorosa como
para justificarla sólo con el vacío objetivo político de la “unión”. El
patriotismo todavía no había sido inflado hasta ser la enormidad que es
actualmente. Las víctimas aumentaban fuertemente: 25.000 en Shiloh, 20.000 en
Bull Run, 24.000 en un día en Antietam. Una semana después de Antietam, Lincoln
emitió la Proclamación de Emancipación, que liberaba a los esclavos sólo donde
Lincoln no podía liberar a los esclavos si no ganaba la guerra. (Sus órdenes
liberaron a los esclavos sólo en Estados del Sur que se habían separado, no en
los Estados fronterizos que continuaban en la unión.) El historiador de Yale,
Harry Stout, explica por qué Lincoln tomó ese paso:
“Según el cálculo de Lincoln, la matanza debe continuar en una escala cada
vez mayor. Pero para lograrlo, tiene que persuadir a la gente para que derrame
sangre sin reservas. Esto, por su parte, requería una certeza moral de que la
matanza era justa. Sólo la emancipación –la última carta de Lincoln– aseguraría
una certeza semejante.”
La Proclamación también tuvo éxito contra la entrada a la guerra de Gran
Bretaña de parte del Sur.
No podemos saber con seguridad lo que hubiera pasado en las colonias sin la
revolución, o a la esclavitud sin la Guerra Civil. Pero sabemos que gran parte
del resto del hemisferio terminó con el régimen colonial y la esclavitud sin
guerras. Si el Congreso hubiera tenido la decencia de terminar la esclavitud
mediante legislación, tal vez la nación la hubiera terminado sin división. Si se
hubiera permitido que el Sur de EE.UU. se independizara en paz, y la Ley de
Esclavos Fugitivos hubiese sido fácilmente revocada por el Norte, parece poco
probable que la esclavitud habría durado mucho más.
Se habla menos de la Guerra entre México y EE.UU., que fue librada en parte
para expandir la esclavitud – una expansión que puede haber ayudado a conducir a
la Guerra Civil. Cuando EE.UU., durante esa guerra, obligó a México a renunciar
a sus territorios septentrionales, el diplomático estadounidense Nicholas Trist
negoció con extrema firmeza sobre un punto. Escribió al secretario de Estado de
EE.UU.: “Aseguré [a los mexicanos] que si pudieran ofrecerme todo el territorio
descrito en nuestro proyecto, con un valor aumentado por diez y, además,
cubierto enteramente con una capa de un grosor de un pié de oro puro, con la
única condición de que se excluyera la esclavitud, no podría considerar la
oferta ni por un instante.”
¿Fue librada esa guerra contra el mal, o por su cuenta?
La guerra más sagrada e incuestionable en la historia de EE.UU., es la
Segunda Guerra Mundial. En las mentes de numerosos estadounidenses
contemporáneos, la Segunda Guerra Mundial fue justificada por el grado de maldad
de Adolf Hitler, y esa maldad se encuentra sobre todo en el holocausto.
Pero no encontraréis ningún afiche de reclutamiento del Tío Sam que diga “Te
quiero… para salvar a los judíos”. Cuando se introdujo una resolución en el
Senado de EE.UU. en 1934 que expresaba “sorpresa y dolor” ante las acciones de
Alemania, pidiendo que Alemania restaurara los derechos a los judíos, el
Departamento de Estado “causó que fuera enterrada en el comité”.
En 1937 Polonia había desarrollado un plan para enviar a los judíos a
Madagascar, y la República Dominicana también tenía un plan para aceptarlos. El
primer ministro Neville Chamberlain de Gran Bretaña presentó un plan para enviar
a los judíos alemanes a Tanganica en África Oriental. Representantes de EE.UU.,
Gran Bretaña, y de naciones suramericanas se reunieron en el lago de Ginebra en
julio de 1938 y se pusieron de acuerdo en que no aceptarían a los judíos.
El 15 de noviembre de 1938, periodistas preguntaron al presidente Franklin
Roosevelt qué se podía hacer. Respondió que se negaría a considerar que se
permitieran más inmigrantes que los permitidos por el sistema estándar de
cuotas. Se presentaron leyes en el Congreso para permitir que 20.000 judíos bajo
la edad de 14 años entraran a EE.UU. El senador Robert Wagner (demócrata de
Nueva York) dijo: “Miles de familias estadounidenses ya han expresado su
disposición a recibir a niños refugiados en sus casas”. La primera dama Eleanor
Roosevelt dejó de lado su antisemitismo para apoyar la legislación, pero su
esposo la bloqueó con éxito durante años.
En julio de 1940, Adolf Eichmann, “el arquitecto del holocausto”, quería
enviar a todos los judíos a Madagascar, que entonces pertenecía a Alemania, ya
que Francia había sido ocupada. Los barcos tendrían que esperar sólo hasta que
los británicos, lo que entonces significaba Winston Churchill, terminaran su
bloqueo. Eso nunca tuvo lugar. El 25 de noviembre de 1940, el embajador francés
pidió al secretario de Estado de EE.UU. que considerara la aceptación de
refugiados judíos alemanes que entonces estaban en Francia. El 21 de diciembre,
el secretario de Estado lo rechazó. En julio de 1941, los nazis habían
determinado que una solución final para los judíos consistiría de un genocidio
en lugar de la expulsión.
En 1942, con la ayuda del Buró del Censo, EE.UU. encerró a 110.000
japoneses-estadounidenses y japoneses en varios campos de concentración, sobre
todo en la Costa Oeste, donde fueron identificados con números en lugar de
nombres. Esa acción, emprendida por el presidente Roosevelt, fue apoyada dos
años después por la Corte Suprema de EE.UU.
En 1943, soldados blancos estadounidenses fuera de servicio atacaron a
latinos y africano-estadounidenses en los “disturbios zoot suit [trajes
pachucos]”, desnudándolos y golpeándolos en las calles de una manera que hubiera
enorgullecido a Hitler. El consejo municipal de Los Angeles, en un notable
intento de culpar a las víctimas, respondió con la prohibición del estilo de
vestimenta usado por inmigrantes mexicanos llamado zoot suit. Cuando
soldados estadounidenses iban apretujados en el Queen Mary en 1945 en camino a
la guerra europea, los negros estaban separados de los blancos y estibados en lo
profundo del barco cerca de la sala de máquinas, lo más lejos posible del aire
fresco, en el mismo lugar en el que los negros habían sido llevados a América
desde África siglos antes. Los soldados africano-estadounidenses que
sobrevivieron a la Segunda Guerra Mundial no pudieron volver legalmente a casa a
muchos sitios de EE.UU. si se habían casado con mujeres blancas en el
extranjero. Soldados blancos que se habían casado con asiáticas enfrentaron las
mismas leyes contra el cruce de razas en 15 Estados.
Es simplemente disparatado sugerir que EE.UU. libró la Segunda Guerra Mundial
contra la injusticia racial o para salvar a los judíos. Lo que nos dicen sobre
el motivo de las guerras es muy diferente de su verdadero objetivo. En gran
parte, las guerras son racismo por otros medios.
Fuente: http://americas.mediamonitors.net/content/view/full/82999
David Swanson es cofundador de AfterDowningStreet, escritor y activista, y el
director en Washington de Democrats.com. Contribuyó este artículo a Media Monitors Network
(MMN).
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