Cambio de régimen: un acto criminal contra Irak
Hans Von Sponeck
Al-Araby al-Yadid English
11 de abril de 2014
Traducción para Rebelión de Loles Oliván.
La invasión estadounidense de Irak se basó en mentiras y ha dado lugar a horrores
innombrables. Es hora de que se asuman responsabilidades, dice el ex
representante de Naciones Unidas en Irak, Hans von Sponeck.
Los textos de Naciones Unidas no contienen ninguna referencia al “cambio de
régimen” ni tampoco los compendios legales. El cambio de régimen es una
expresión acuñada por los gobiernos occidentales, especialmente los de Estados
Unidos, para describir una política que no está recogida en el derecho internacional.
El cambio de régimen inducido desde el exterior jamás ha resuelto los conflictos
internacionales. Por el contrario, los ha intensificado dondequiera que se ha
intentado aplicar. Las víctimas son siempre civiles inocentes. Ente los muchos
ejemplos que existen destaca el de Irak.
Después de años de cooperación clandestina entre espías estadounidenses y grupos de
oposición iraquíes, el Congreso de Estados Unidos se puso en evidencia al
aprobar la denominada Iraq Liberation Act (Ley de Liberación de Irak)
por la que se declaraba que la política de Estados Unidos debía “apoyar los esfuerzos para eliminar el régimen encabezado por
Sadam Hussein”.
La Ley fue firmada por Bill Clinton el 31 de octubre de 1998. Cinco años más tarde, en
marzo de 2003, el sucesor presidencial de Clinton, George W. Bush, envió las
tropas estadounidenses al país.
Estados Unidos legitimó esa invasión insistiendo en que el Irak de Sadam albergaba
armas de destrucción masiva y que cooperaba con redes terroristas, al-Qaeda incluida.
La política del miedo
Los think-tanks estadounidenses promovieron el miedo. Algunas de las declaraciones emitidas públicamente
sostenían que “[...] Debido a la capacidad limitada de las fuerzas militares
convencionales iraquíes, sus programas de armas de destrucción masiva amenazan
con desarrollarse aún más”, y que “[...] Existe [...]una sospecha general de
que Irak está trabajando en diversos planes de contingencia terrorista por si
Sadam estima necesario atacar Estados Unidos”.
El Gobierno de Bush acogió con entusiasmo estas insinuaciones formuladas por
presuntos académicos como Kenneth Pollack, un compañero del Consejo de
Relaciones Exteriores que se identifica en la portada de su libro The
Threatening Storm (La tormenta amenazante, 2002) como “uno de los principales expertos del mundo en Irak”.
Que Irak no tenía armas de destrucción masiva es ya un hecho de la Historia, tal y
como declaró el viceprimer Ministro iraquí, Tariq Aziz, ante varios inspectores
jefes de armamento de Naciones Unidas, entre ellos, Richard Butler y Hans Blix,
el primero un adepto a los intereses estadounidenses. De hecho, algunos
inspectores de armamento de Naciones Unidas confirmaron que desde 1995 Irak no
era una amenaza.
Los vínculos con grupos terroristas tampoco se pudieron demostrar; muchos sabían
que esas acusaciones eran falsas incluso antes de la invasión. Irak, una
república laica, no tenía ningún interés en aliarse con grupos fundamentalistas
como Al-Qaeda.
Sin las armas de destrucción masiva y sin esas invenciones terroristas no habría
existido ninguna base sobre la que las autoridades estadounidenses pudieran
sostener que Irak representaba “una amenaza para muchos de sus vecinos si no
concurren las fuerzas de Estados Unidos”.
Los hechos son tercos. En trece años de sanciones el gobierno de Sadam se mantuvo
firmemente en su lugar, el programa “petróleo por alimentos” de Naciones Unidas
se convirtió en una herramienta política, y el pueblo iraquí quedó expuesto a
un “daño colateral inevitable”.
John Negroponte, embajador de Estados Unidos, no dudó en confirmarlo ante el Senado
de su país en abril de 2004: “A pesar de que el flujo de bienes humanitarios y
civiles a Irak fue un asunto de gran importancia para el Gobierno de Estados
Unidos, hay que destacar que aún mayor preocupación causó durante todo el
período de las sanciones asegurarse de que no se permitiera importar ningún
producto que pudiera [...] contribuir al programa de armas de destrucción
masiva de Irak”.
Tras la invasión de 2003 y el levantamiento de las sanciones se conoció la
degradación de la miseria humana. Según UNICEF, en 2002, 132 bebés iraquíes de
cada mil morían antes de cumplir cinco años; solamente Afganistán superaba esta cifra.
Los bienes asistenciales que importaba Irak en el marco del programa petróleo por
alimentos desarrollado entre 1996 y 2003 ascendieron a sólo 185 dólares por
persona y año.
Naciones Unidas estimaba en aquel periodo que entre el 60% y 75% de la población
dependía del apoyo de ese organismo internacional.
Advertencias ignoradas y desatendidas
La tragedia para el pueblo iraquí, para el derecho internacional y para el
prestigio de Naciones Unidas es que hubo voces internas de la secretaría de la
ONU en Bagdad y en Nueva York, así como de algunos miembros del Consejo de
Seguridad, que venían advirtiendo de las consecuencias de tales políticas.
Esas voces fuero acalladas por Washington y Londres en favor de un cambio de régimen
bilateral e intransigente dictado por puro interés.
No se escatimaron medios para asegurar al máximo su encubrimiento:
* Se alentó la falsificación de los hechos, una gravísima traba para la misión de la
ONU en Irak;
* A menudo se compró el apoyo político con sobornos;
* La obtención de suministros se convirtió en un proceso burocrático tortuoso para
garantizar largas demoras;
* Los bienes solicitados se bloqueaban con frecuencia por motivos espurios;
* Se enviaron agentes para infiltrarse en las misiones de la ONU en Irak;
* Se amenazó al personal de la ONU que se oponía a las políticas de Estados Unidos y
de Reino Unido.
El valiente embajador de Brasil ante la ONU en Nueva York, Celso Amorim, utilizó la
presidencia de Brasil del Consejo de Seguridad para examinar las condiciones
humanas en Irak.
En 1999 convocó un comité sobre Irak para evaluar la adecuación del programa de petróleo
por alimentos. Poco después, Amorim fue trasladado fuera de Nueva York bajo una
fuerte presión de Washington.
Tras la publicación del informe del comité, el representante permanente de Malasia
ante Naciones Unidas, Dato Agam Hasmy, se dirigió al Consejo de Seguridad en un
discurso que permanecerá para siempre como un honorable y poderoso testimonio
de coraje:
Qué ironía que la misma política que supuestamente debería de servir para desarmar
a Iraq de sus armas de destrucción masiva se haya convertido en un arma de
destrucción masiva.
En 2003 se eliminó al gobierno de Sadam Husein e Irak fue “liberado”. Según las
autoridades estadounidenses Irak podía finalmente optar por la democracia. En
2015, 12 años después de la invasión y cuatro años desde el final de la
ocupación, Irak se enfrenta a dificultades incontables a escala nacional,
regional, local y de sus individuos.
Aunque se presenta a la organización del Estado Islámico como “la” cuestión de Iraq,
existen otros problemas gravísimos. Las guerras, el sectarismo, el conflicto
civil y la delincuencia sacuden los cimientos del país.
Muchos niños no asisten a la escuela, el sistema educativo está penetrado por las
divisiones confesionales, los académicos iraquíes han sido víctimas de
secuestros, extorsiones y asesinatos indiscriminados, Irak se ha convertido en
uno de los puntos de tránsito de opio y cannabis, millones de niños
iraquíes son huérfanos y se estima que hay un millón de hogares encabezados por
mujeres.
Los responsables se han negado a aceptar su responsabilidad. Se han vuelto mudos o
insisten en la infamia de que la “perspectiva de conjunto” justificó los
medios.
Se exculpan a si mismos de las condiciones en que se halla Irak hoy en día. Se
desentienden de su contribución a la destrucción de las infraestructuras
físicas y sociales de Iraq por haber usado municiones prohibidas como el uranio
empobrecido y el fósforo blanco, de la brutalidad y la terrible tortura
infligida durante los ocho años de ocupación.
Tortura y mentiras
Nadie puede olvidar las fotografías de Satar Jabar, “el hombre encapuchado de Abu
Ghraib”.
El informe de evaluación del Senado estadounidense sobre las torturas practicadas
por la CIA, publicado en diciembre de 2014 por el senador estadounidense Diane
Feinstein –un acto valiente de necesidad– confirma de manera detallada que las
llamadas “técnicas de interrogatorio mejoradas” se utilizaron de manera
generalizada.
El informe corrobora que la falsificación deliberada de los hechos y de los
acontecimientos por parte de las autoridades estadounidenses, especialmente de
la CIA, se intensificó después del 11-S.
El informe sobre la tortura señala que gran parte de la llamada “guerra contra el
terrorismo” de Estados Unidos se justificó y se legitimó mediante acusaciones
que eran absolutamente falsas.
La publicación de este informe sobre la tortura ha animado a la Comisión de
Crímenes de Guerra de Kuala Lumpur a presentar dos volúmenes de pruebas de
torturas al recién nombrado fiscal jefe de la Corte Penal Internacional en La
Haya.
Esta información se ha recopilado gracias a prisioneros que fueron torturados en Abu
Ghraib, Bagram y Guantánamo.
Gracias a informes como este, que ponen al descubierto los crímenes cometidos en nombre
del “cambio de régimen” y de la “guerra contra el terrorismo” ha llegado el
momento de que se asuman responsabilidades políticas.
Trece años después de la invasión se ha producido una transformación en la toma de
decisiones internacionales desde el unilateralismo de Estados Unidos a la
multipolaridad. Ello proporciona nuevas e importantes perspectivas para acabar
con la impunidad.
Hans Von Sponeck, diplomático alemán, fue Coordinador Humanitario de Naciones Unidas
para Iraq con rango de Secretario General Adjunto desde 1998 hasta 2000, cuando
dimitió en protesta por la abyecta política de sanciones aplicada por Naciones
Unidas contra la población y el Estado de Irak. Ha publicado en castellano
Autopsia de Irak, en Ediciones de Oriente y del Mediterráneo, 2007.
Fuente: http://www.alaraby.co.uk/english/comment/2015/4/10/regime-change-a-criminal-calamity-for-iraq
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