Sin rendir cuentas: De cómo fracasó un raro intento de
compensar a las víctimas de los ataques aéreos sobre Iraq
Voces del Mundo 3 de noviembre de 2022
Omer Ahmed, a la derecha, víctima de un ataque
aéreo holandés en 2015, frente a su casa en Hawija, Iraq, el 28 de agosto de
2022 (Hawre Khalid para The Intercept).
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Pesha Magid, The Intercept, 29 octubre 2022
Traducido del inglés por Sinfo Fernández
Pesha Magid ha informado desde Egipto, Iraq, Turquía y otros países sobre una serie de temas referidos a conflictos,
política, género y alimentos. Ha trabajado en Mada Masr, una página de noticias
independiente de El Cairo, y ha publicado en The Guardian, New York Review of Books,
Slate, Al-Monitor y Quartz, entre otros medios. En la actualidad
reside en Estambul.
[Informe elaborado en colaboración con el Centro Pulitzer.]
Los niños corrían por el patio jugando junto al coche familiar, cuando Ashwaq Abdel
Karim oyó el rugido de un avión a reacción que presagiaba un ataque aéreo.
Era cerca de la medianoche del 1 de junio de 2015. Ashwaq, su marido y sus cinco
hijos estaban en el patio trasero de su casa a medio construir en la ciudad de
Hawija, en el norte de Iraq. Esa noche parecía un horno en medio de un verano
iraquí en el que las temperaturas podían alcanzar los 49ºC durante el día.
Hawija estaba bajo la ocupación del ISIS, lo que significaba que toda la ciudad
se había quedado sin electricidad, además de la brutalidad general del dominio
político del grupo radical. No había forma de escapar de la temperatura que no
fuera salir al exterior, donde la brisa podría refrescar el aire.
Muy por encima de Ashwaq y su familia, un avión de combate F-16 holandés soltó una
bomba que cayó silbando hasta alcanzar una fábrica de coches bomba en el centro
del distrito industrial de Hawija. La misión del F-16 fue coordinada por la
coalición liderada por Estados Unidos que lucha contra el ISIS y planificada por el ejército estadounidense. Desde 2014 hasta la actualidad, entre 8.000 y
13.000 civiles han muerto como consecuencia de los bombardeos de la coalición
liderada por Estados Unidos en Iraq, según la organización de seguimiento Airwars,
aunque la coalición solo reconoce la muerte de 1.417 civiles. En el punto
álgido de los bombardeos en 2017, cuando la coalición bombardeó zonas urbanas
muy pobladas como Mosul, murieron al menos 9.000 civiles,
según The Associated Press. Sin
embargo, solo un civil recibió una indemnización, aunque el ejército
estadounidense distribuyó un número limitado de pagos de condolencia o «ex gratia» -que son pagos voluntarios y no una admisión de responsabilidad legal-,
según se informa, a las familias de unas 14 víctimas.
Se calcula que el ISIS había almacenado unos 18.000 kilogramos de explosivos en la
fábrica, situada en medio de un barrio muy concurrido. A pesar de que el ataque
tenía como objetivo una fábrica de bombas, los planificadores del Pentágono no
tuvieron en cuenta las víctimas que podrían causar las detonaciones
secundarias. Cuando la bomba alcanzó la fábrica, la noche se convirtió en día.
Los residentes de Hawija lo compararon con una explosión nuclear. La tierra se
estremeció y ondas de metralla volaron por el aire, desgarrando la carne de la
gente. Los edificios se derrumbaron y se convirtieron en escombros. El aire se
volvió amarillo por el fuego y los productos químicos, y el cielo de medianoche
se iluminó como si fuera media tarde. A 50 kilómetros de distancia, en la
ciudad de Kirkuk, la gente dijo que sintió que el suelo temblaba, según
un informe sobre el bombardeo realizado por la organización de vigilancia holandesa PAX.
La casa de Ashwaq se estremeció, las ventanas se hicieron añicos y los ladrillos y
la mampostería se estrellaron contra el suelo. La presión y el calor hicieron
que la gasolina del coche familiar se incendiara, y el vehículo explotó justo
cuando los hijos de Ashwaq pasaban corriendo. La gasolina en llamas del coche
alcanzó a su hijo Omar, de 4 años, en la cara y le prendió fuego en la cabeza
como la punta de una cerilla. El padre de Omar, Ahmed Abdallah al-Yamili, dice
que tiene la imagen de su hijo corriendo, con la cabeza en llamas, grabada en
su mente. Tanto él como Ashwaq pensaron que Omar moriría. La pareja llevó al
niño al hospital más cercano en el coche de un vecino. Apenas podían ver
mientras conducían por las calles oscurecidas por el humo químico acre de los
incendios que seguían activos.
La explosión mató al menos a 85 personas, pero el número real es probablemente
mucho mayor, aunque es imposible de verificar. El ISIS controlaba el hospital y
a menudo se negaba a tratar a personas que no eran simpatizantes del ISIS, y
mucho menos a emitir certificados de defunción. Además, Hawija era una estación
de paso para los desplazados por la guerra que huían del territorio del ISIS
hacia el Kurdistán. Muchas familias desplazadas internamente se habían reunido
en la zona industrial, y un sinnúmero de personas murieron cuando la fábrica
fue atacada. Sus muertes no se registraron porque no había nadie para
identificarlas. PAX -que ha realizado una amplia investigación sobre el
bombardeo- descubrió recientemente la existencia de dos fosas comunes, pero no
pudo visitar los lugares y verificar el número de cuerpos.
Incluso cuando poco a poco quedó claro que la coalición estadounidense era responsable
de lo ocurrido, las necesidades de las víctimas y los supervivientes pasaron a
un segundo plano porque, para los países responsables de la matanza, la
prioridad más importante era evitar la rendición de cuentas. Las familias se
vieron obligadas a escuchar vagas menciones de ayuda sin que nunca se les
consultara sobre lo que realmente querían y necesitaban. Ahora, siete años
después, una visita a Hawija muestra cómo las migajas de ayuda que se
prometieron en su momento no han sido, al parecer, de utilidad alguna para las
víctimas.
Trabajadores locales
reconstruyen las tiendas que quedaron destruidas tras los ataques aéreos
holandeses de 2015 en Hawija, Iraq, el 28 de agosto de 2022. Foto: Hawre Khalid
para The Intercept |
Una contribución «voluntaria»
Dos semanas después del bombardeo, la entonces ministra de Defensa holandesa,
Jeanine Hennis Plasschaert, recibió un informe clasificado del Mando Central de
Estados Unidos que evaluaba como «creíble» la estimación de las primeras
víctimas, que era de 70 civiles. Unas semanas después, Plasschaert declaró ante
el Parlamento holandés que «por lo que se sabe hasta el momento, los Países
Bajos no habían participado en ningún caso de víctimas civiles causadas por
ataques aéreos en Iraq».
Durante más de cuatro años, el gobierno holandés ocultó su participación en los
bombardeos hasta que finalmente los periodistas holandeses sacaron el asunto a
la luz. El escándalo resultante estuvo a punto de hacer caer al gobierno. Para
entonces, Plasschaert ya no formaba parte del gabinete: dimitió en
2017 tras la muerte de las fuerzas de paz holandesas en Mali. En 2018 fue
nombrada jefa de la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas para Iraq. (Un
portavoz de la UNAMI dijo a The Intercept que Plasschaert no estaba
disponible para hablar sobre el atentado).
Ante la presión del Parlamento y el creciente enfado de la opinión pública, el
Ministerio de Defensa holandés acordó proporcionar un fondo de 4,4 millones de
euros a Hawija como «contribución voluntaria». Las palabras fueron elegidas
cuidadosamente. El gobierno holandés se niega a utilizar el término
«indemnización». Sascha Louwhoff, una portavoz-coordinadora del Ministerio de
Defensa holandés, explicó que, si hubieran emitido pagos directos a los
supervivientes, los holandeses se estarían abriendo a la responsabilidad legal
por el bombardeo. Afirmó que el Ministerio de Defensa no tenía intención de
presentar una disculpa porque, según afirmó, «no somos responsables».
El gobierno holandés dividió el fondo entre el Fondo de Desarrollo de las Naciones
Unidas y la Organización Internacional para las Migraciones para invertir en
«‘suministros de electricidad, actividades económicas, oportunidades de trabajo
y suministro de agua». El PNUD recibió 1.757.546 dólares y la OIM 3.604.730
dólares. A pesar de que el gobierno holandés había evitado proporcionar
compensaciones a personas individuales, su fondo convirtió a Hawija en uno de los pocos casos en los que un miembro de la coalición ofreció
compensaciones a un pueblo que había sido dañado.
Sin embargo, este dinero no parece haber llegado a los supervivientes que más lo
necesitan, y ha desgarrado a Hawija mientras las acusaciones de corrupción
dividen a la comunidad.
Tras el rastro del dinero
No hace mucho me dirigí a Hawija con Tawfan al-Harbi, director de al-Ghad, una ONG
local que se asoció con PAX, el grupo holandés, para elaborar un informe
exhaustivo sobre las consecuencias del ataque, basado en entrevistas con
cientos de supervivientes. Conduciendo desde la oficina de al-Ghad en Kirkuk
hasta Hawija, al-Harbi hablaba sin parar, con interrupciones regulares de su
teléfono móvil, que no dejaba de sonar. Es un hombre de mediana edad que, a
pesar del calor de 44ºC, llevaba un elegante traje a rayas azul marino y ámbar,
con un anillo y un reloj ámbar a juego. Señaló diferentes zonas que habían
estado bajo el control del ISIS, algunas de las cuales todavía sufren ataques
periódicos a pequeña escala por parte de los restos de la organización.
Al-Harbi se mostró muy poco impresionado con los proyectos del PNUD y de la
OIM, que, según él, han producido resultados mínimos para el presupuesto que se
les asignó.
«Las organizaciones internacionales son como una gran caja. El dinero va a los
vigilantes, a los hoteles, y solo una parte muy pequeña va a las personas
afectadas».
Las afueras de Hawija rebosan de ricos cultivos verdes y matorrales bajos y
enmarañados. La ciudad se extiende junto a un río y, antes de la ocupación del
ISIS, era un centro de producción agrícola. Gran parte de su economía se
centraba también en su barrio industrial, que albergaba fábricas, talleres de
reparación de automóviles y negocios locales. El informe de PAX estima que la
pérdida de negocios, posesiones y casas de propiedad privada como resultado del
bombardeo asciende a unos 11 millones de dólares.
A pesar de los proyectos del PNUD y la OIM, basta con conducir por la ciudad para
comprender que, después de siete años, Hawija sigue profundamente marcada por
los bombardeos. Al entrar en la ciudad, un tramo de la carretera es de tierra
sin asfaltar, mientras que otro tramo es de asfalto recién colocado, un
desnivel a medio terminar que se repite en gran parte de la ciudad. Una tienda
recién construida se encuentra junto a un terreno vacío lleno de los escombros
que quedaron cuando el barrio fue arrasado por los bombardeos durante la
guerra.
El PNUD y la OIM dijeron a The Intercept, en una declaración
conjunta en agosto, que el proyecto del PNUD había excavado e instalado postes
de electricidad y transformadores. Añadieron que tenían previsto instalar una
subestación eléctrica en octubre. El proyecto de la OIM consiste en la limpieza
de escombros, la creación de puestos de trabajo a través de programas de dinero
por trabajo y la rehabilitación de tiendas; la OIM dijo, en declaración
separada a The Intercept, que se habían rehabilitado 259 tiendas, seis
proyectos agrícolas habían seguido adelante con la autorización de las
autoridades locales y 400 personas habían participado en actividades de dinero
por trabajo. Ambas organizaciones afirmaron que habían actuado en consulta con
la comunidad, pero ninguno de los supervivientes que hablaron con
The Intercept dijo haber sido consultado. Esto concuerda con el informe de PAX, que
tomó una muestra de un grupo mucho mayor de supervivientes que dijeron que
nunca se les había consultado sobre cómo debían distribuirse los fondos.
Los restos del barrio industrial son una mezcla de actividad y vastas extensiones
de terrenos llenos de escombros irregulares de hormigón. Trabajadores con
cascos amarillos se esconden del sol a la sombra de un edificio. Trabajan en el
proyecto de la OIM, aunque solo unos pocos son de las zonas afectadas por el
bombardeo; los salarios pagados por la OIM no van a parar a las familias que
fueron bombardeadas.
Otro grupo de hombres echa mortero sobre ladrillos grises mientras construye una
nueva pared de una tienda; el dueño de la tienda les encargó la obra, pero
creen que obtuvo parte de su financiación de una ONG, aunque no están seguros
de cuál. Esta mezcla de fuentes de financiación parecía ser común en la zona
industrial, donde algunas tiendas habían sido reconstruidas con fondos
privados, otras parecían estar utilizando el dinero de la OIM, y otras parecían
estar a medio camino.
Un ingeniero que trabajaba en lo que parecía ser el proyecto eléctrico del PNUD se
quejaba de que el PNUD y la gobernación se estaban peleabando y, por tanto, el
trabajo era lento. Señaló un edificio en el lugar, un rectángulo bajo de
hormigón, y se quejó de que el PNUD había pagado mucho más por su construcción.
Este tipo de afirmaciones son difíciles de verificar, pero se escuchan con
frecuencia en Hawija, donde la mayoría de las personas que entrevisté acusaban
enseguida a las ONG de estar malversando fondos.
El alcalde de Hawija es Sabhan Jalaf al-Yubory, un hombre pulcro con bigote
entrecano. En una entrevista en su oficina, dijo que solo tenía una petición
para el gobierno holandés: que dejaran de trabajar a través del PNUD o de la
OIM. Acusó al PNUD de ser parte de un escándalo de corrupción y a la OIM de no
informar nunca a las autoridades locales sobre sus proyectos. (En una
declaración enviada por correo electrónico, Zena Ali-Ahmad, representante
residente del PNUD en Iraq, dijo: «El PNUD en Iraq no tiene conocimiento de
ningún caso de corrupción relacionado con este proyecto»). Al-Yubory, al
exponer sus quejas, habló en un tono resignado que evocaba la frustración de
saber que esta reunión con un periodista internacional, que no era la primera,
probablemente no se traduciría en ningún cambio tangible para las víctimas del
atentado. Explicó que entiende que el gobierno holandés no quiera asumir la
responsabilidad legal del atentado, pero al mismo tiempo pidió que su
financiación vaya directamente a los supervivientes.
«Hagan un proyecto para las familias de las personas que murieron sin que se asumieran
responsabilidades», dijo. Está de acuerdo con los supervivientes que dicen que
los casos de cáncer se dispararon tras el atentado, lo que sospechan que se
debe a las sustancias químicas liberadas por los explosivos. «Mucha gente tiene
cáncer», señaló. «Mucha gente tiene que salir de Iraq para recibir
tratamientos».
Saba Azim, jefa de proyecto de PAX e investigadora principal del informe del grupo
sobre Hawija, señaló que en el transcurso de la investigación de PAX no habían
observado beneficios tangibles de los proyectos del PNUD y la OIM para los
supervivientes del bombardeo. Pero los holandeses, se da cuenta, no están
dispuestos a considerar el apoyo directo a los supervivientes. «Si asumen la
responsabilidad o dicen que lo sienten, eso podría ser admitir la culpabilidad
y, por tanto, creo que eso llevaría a un problema legal mayor», señaló Azim.
Un joven pasa por el
lugar donde impactó un ataque aéreo holandés en 2015 en Hawija, Iraq, el 8 de
agosto de 2022. Foto: Hawre Khalid para The Intercept
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Inteligencia estadounidense
El ataque fue planeado por el ejército de
Estados Unidos y dependía de la inteligencia estadounidense. El objetivo de la
fábrica fue incluso aprobado por el teniente general James Terry, comandante de
la Fuerza de Tarea Conjunta Combinada -Operación Inherent Resolve-, según una
investigación del ejército en 2015. Sin embargo, un problema clave es que,
antes del ataque, el ejército estadounidense realizó una «estimación de daños
colaterales», o CDE (por sus siglas en inglés), que no tuvo en cuenta los daños
que podría causar una explosión secundaria.
A finales del año pasado, el New York Times publicó una serie de registros militares obtenidos a través de la Ley de Libertad de
Información que incluían una evaluación militar detallada del ataque de Hawija
después de que se hubiera producido. Un artículo de Nick Turse, de The Intercept,
reveló que un oficial de inteligencia escribió en la evaluación que la
metodología de la CDE «no tiene en cuenta las explosiones secundarias». Ese fue el caso de la
CDE para Hawija; aunque, según Airwars, el Ministerio de Asuntos Exteriores
holandés había estimado, antes del ataque de la coalición, que la fábrica de
bombas contenía unos 18.060 kilogramos de explosivos. Como informó The Intercept,
cuando la Marina de Estados Unidos detonó una cantidad similar de explosivos
en una prueba militar, se registró una magnitud de 3,9º, equivalente a un
pequeño terremoto.
«No creo que nadie pudiera haber predicho la magnitud de la explosión y sus efectos
en el barrio circundante», escribió un oficial de la coalición en los documentos
militares. «Los efectos secundarios son imposibles de estimar con algún nivel
de precisión, especialmente sin conocer la cantidad y el tipo de material
explosivo presente en el lugar».
A pesar de su participación, Estados Unidos no ha ofrecido una disculpa ni una
compensación individual. Esto es coherente con la política estadounidense que
ha hecho que las indemnizaciones a los civiles sean extremadamente raras.
La única forma legal de que los civiles reclamen una indemnización en Estados
Unidos ha sido a través de la Ley de Reclamaciones Extranjeras, pero ésta
excluye la indemnización por muerte o lesiones durante el combate, lo que hace
que las víctimas del bombardeo de Hawija no tengan derecho a ella. La única
otra opción sería que los civiles recibieran pagos voluntarios ex gratia, pero el Pentágono ha considerado esos pagos como una táctica estratégica
para mejorar las relaciones entre las tropas estadounidenses y las comunidades
locales. A medida que el número de tropas terrestres en Iraq ha ido
disminuyendo, también lo han hecho las declaraciones ex gratia. En 2020 el Pentágono no emitió ni un solo pago ex gratia. La política de indemnizaciones ex gratia está cambiando ahora para permitir pagos más amplios, pero los
cambios no se aplican a los daños causados en el pasado.
Esto deja a los civiles que sufrieron lesiones de larga duración, que requieren un
costoso tratamiento que no pueden recibir en Iraq, sin una vía legal para
reclamar una indemnización a Estados Unidos.
Omer Ahmed, que ahora
tiene 11 años, se sienta en el sofá de la casa de su familia el 28 de agosto de
2022, en Hawija, Irak. Foto: Hawre Khalid para The Intercept
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Escapando de Hawija
Cuando Ashwaq y su marido llegaron al hospital con su hijo, los pasillos estaban
abarrotados de heridos y muertos. En cierto modo, tuvieron suerte: las heridas
de Omar eran tan graves que, aunque el hospital estaba bajo el control del
ISIS, accedió a tratarlo. Muchos otros fueron rechazados en la puerta porque no
habían jurado lealtad a la organización; se vieron obligados a coser las
heridas en casa o a buscar tratamiento en farmacéuticos locales que estaban muy
lejos de su alcance.
Los médicos del hospital no tenían la capacidad ni los recursos para tratar a Omar
adecuadamente. Ashwaq y Ahmed pidieron permiso a los ocupantes del ISIS para
salir de Hawija y poder tratar las heridas de Omar en un hospital mejor. Se les
negó. En dos ocasiones anteriores, Ashwaq había intentado escapar de la ciudad
con los niños, y en cada una de ellas se había visto obligada a regresar.
(Ahmed se quedó atrás porque los hombres eran ejecutados si los descubrían
saliendo). El temor por la vida de Omar obligó a la familia a tomar medidas
desesperadas. Pagaron a un contrabandista para que los sacara de la ciudad.
Caminaron hasta que consiguieron cruzar a territorio controlado por el
gobierno.
Pero cuando llegaron al hospital de Kirkuk, los médicos les dijeron que era
demasiado tarde; Omar debería haber sido tratado inmediatamente después de la
quemadura para evitar daños y cicatrices permanentes. Omar tiene ahora 11 años,
y su cara es una máscara que se retuerce con cicatrices blancas arremolinadas.
Los demás niños le acosan. En la escuela le llaman Abu Tashwy,
que se traduce aproximadamente como «el chico desfigurado». Ha dejado de
ir a la escuela para evitar la humillación.
Ashwaq y Ahmed no pueden permitirse las numerosas operaciones que Omar necesitaría
para tratar sus quemaduras. «Le veo y también me pongo triste», me dijo Ashwaq.
«Le veo y digo que si Dios quiere llegará un día en que su cara sea normal».
Me reuní con Ashwaq y Ahmed en su casa, donde nos sirvieron agua y té negro dulce.
Rápidamente quedó claro que estaban acostumbrados a recitar su historia a un
desfile de extranjeros; habían hablado con investigadores de ONG, periodistas y
funcionarios holandeses. Hablamos en el vestíbulo de azulejos amarillos de su
casa, a pocos minutos en coche de la zona industrial. La familia se sentó en
unos finos cojines colocados en los bordes de la habitación, casi desnuda, y
los otros niños entraban y salían, jugando entre ellos mientras sus padres
hablaban. Omar se sentó junto a su madre, sin decir una palabra.
Ashwaq llevaba un vestido azul pálido salpicado de flores de cerezo rosas. Tiene unas
cejas gruesas, una mirada intensa y un aire de resignación agotada mezclado con
un deseo obstinado de ayudar a Omar. Contó su historia con facilidad, pero
también dejó claro que no tiene ninguna expectativa de que su relato se
traduzca en algún beneficio para ella o para Omar.
«Al principio, les creí», dijo, «me dijeron que fuera a este lugar y les creí». El
«ellos» al que se refiere parece ser una combinación amorfa de ONG que
prometieron que podrían ayudar. «Pero perdí la esperanza, no me queda ninguna.
Dijeron que me darían apoyo. Mentiras. No eran más que mentiras».
Ahmed dijo que no ha visto ni un solo beneficio del fondo holandés y tampoco ninguna
de las familias que conoce que se vieron afectadas por el bombardeo. Dijo
asimismo que ningún representante del gobierno holandés le consultó sobre el
fondo. Ahmed, un hombre delgado, con gafas y vestido con una túnica blanca, que
habla con voz tranquila y cuidadosa, asistió a una conferencia en Erbil
organizada por al-Ghad, donde dijo que se reunió con representantes del
gobierno holandés y les habló de cómo necesitaba desesperadamente un
tratamiento para su hijo. Refiriéndose al fondo de 4 millones de euros, los
representantes holandeses le dijeron que ya habían indemnizado a Hawija.
Yusra Khalaf, de 20
años, solo tenía 12 años cuando una bomba holandesa impactó en la casa de su
familia, dañando permanentemente su brazo derecho.Foto: Hawre Khalid para The Intercept
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Heridas químicas
Me reuní con otras familias en Hawija. Todas tenían la misma queja. Los
extranjeros habían venido y registrado sus nombres e historias, pero ellos no
se habían beneficiado del dinero que supuestamente llegaba a su ciudad. Nadie
les había consultado sobre el uso que se daría al dinero, y creían que debía
estar desapareciendo en bolsillos corruptos.
Yusra Jalaf, de 20 años, solo tenía 12 años cuando estalló la bomba. Estaba durmiendo
en el vestíbulo de la casa de su familia, cerca de la ventana, y cuando ésta se
hizo añicos, envió un trozo de metralla afilado directamente a su brazo.
Intentó ir al hospital, pero la rechazaron en la puerta; su madre tuvo que
coserle la herida en casa. Mientras se curaba, su brazo empezó a hincharse y a
ponerse azul violáceo; no sabe qué le causó las secuelas, pero sospecha que
fueron los productos químicos del bombardeo.
Su padre, Yasser Jalaf Hamed, de 47 años, llevaba una dishdasha
gris y fumaba constantemente. Yusra llevaba una bata rosa y hablaba
con voz suave. Su brazo herido está hinchado y moteado con venas azules; dijo
que le pesa y que apenas puede moverlo. Al igual que Omar, sufre de acoso
escolar en su escuela. Incluso cuando habla de su lesión, intenta ocultar su
brazo dentro de la manga hasta que le preguntan directamente por él. A su padre
le preocupa que esto provoque un retraso en sus estudios. «Si dejaran de hablar
de ella», dice. «Su hermana menor se graduó y ella sigue estudiando».
Todavía viven en la casa donde cayó la bomba. Yusra me habla a metros de donde dormía
cuando fue herida. Dice que no quería volver a esta casa.
Ashwaq y Ahmed recibieron un pequeño beneficio de la cobertura que ha recibido su
caso, pero no del gobierno holandés. Los ciudadanos financiaron en masa el
tratamiento de Omar y reunieron unos 7.000 euros. No es suficiente para el
coste estimado de sus operaciones, pero es un comienzo. Sin embargo, para
conseguir el tratamiento, necesitan un visado para Holanda, y aunque lo
solicitaron hace meses, no han tenido noticias. Esperan en el limbo,
aferrándose a la mínima esperanza de que, aunque no puedan obtener una
indemnización, el gobierno holandés les conceda al menos un visado. Sus
expectativas son escasas.
Mientras tanto, los efectos a largo plazo del bombardeo siguen con ellos. No son solo
las lesiones físicas. Ashwaq dice que todavía tiembla de miedo cuando oye
aviones sobrevolando. De camino a su casa, me crucé con un anciano parado en la
carretera, aparentemente perdido. Era el abuelo de Omar, que nunca se ha recuperado.
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