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Lo que he aprendido como abogado representando prisioneros en Guantánamo

Dic. 29, 2021


Crédito... Erin Schaff/The New York Times

Por Aaron Shepard
The New York Times

Traducido del inglés para El Mundo no Puede Esperar 16 de enero de 2022

El teniente comandante Shepard es un oficial militar y abogado en el Cuerpo Jurídico de la Marina de Estados Unidos. Actualmente es consejero administrador de defensa con la Organización de Defensa de las Comisiones Militares.

En agosto de 1944 el soldado de primera clase Louis Cooperberg, médico del ejército estadounidense, le escribió a su hermana Eleonor en Brooklyn acerca de su experiencia tratando a los soldados nazis heridos en la línea de fuego. “Les doy el mismo cuidado, el mismo trato que les daría a nuestros hombres”, escribió Cooperberg. “Sin embargo, sé que estos mismos hombres asesinaron a mis primos, tías y tíos en Polonia, han torturado y matado sin remordimientos y me detestan porque soy judío. Pero yo los curo.

Los judíos bajo la ocupación nazi seguían siendo cazados y asesinados, sin embargo, el soldado Cooperberg servía a todos a su cuidado como iguales. Esta ética refleja lo mejor de los valores americanos: reconocimiento de la humanidad en todos, incluso en nuestros enemigos y tratar a aquellos en custodia con dignidad y respeto.

Vale la pena reflexionar acerca de esta ética ahora 20 años después del 11/9, uno de los días más obscuros de la historia de nuestro país. Como el soldado Cooperberg, muchos estadounidenses brillaron después de la obscuridad, unificándose en contra de los terribles actos de maldad al juntarse en maneras que afirmaron que nuestro país representa y, de manera más importante, por lo que no.

Pero después del 11/9 muchos otros se alejaron de nuestros valores. Alrededor del mundo, agentes estadounidenses arrestaron a hombres basándose en alegatos de actividad terrorista poco fundamentados y los llevaron de manera secreta a sitios obscuros clandestinos para torturarlos por años o, utilizando el eufemismo legal – interrogación mejorada. Muchos otros arrestados eventualmente llegaron al centro de detención de la bahía de Guantánamo en Cuba, que fue establecido hace veinte años, en enero del 2002.

Los líderes estadounidenses se han excusado demasiado seguidos por nuestros despliegues morales a estos sitios obscuros y a la prisión de Guantánamo como un fin que justifica los medios. Pero incluso si uno quisiera apartar la inmoralidad o la ilegalidad de esos medios, al final se probaron como inefectivos y contra producientes, empujando al país a un camino todavía más bajo de guerra eterna y pérdida incalculable.

Y, como se destacó en una reciente audiencia en Guantánamo, no podemos ignorar la inmoralidad. En la audiencia de un hombre paquistaní llamado Majid Khan, que fue a la preparatoria en los suburbios de Maryland, describió las brutales golpizas, sodomía forzada y otros tratamientos inhumanos que sufrió a manos de interrogadores estadounidenses: tubos cubiertos de salsa picante insertados en la nariz. Repetidos ahogamientos simulados. Mangueras de jardín insertadas de manera forzada en el recto.

Después de escuchar al Sr. Khan, un oficial y jurado militar condenó el comportamiento de su gobierno. El manejo de detenidos, escribieron en una carta dirigida al tribunal, fue “una mancha en la fibra moral de Estados Unidos” y “debería ser una fuente de vergüenza para el gobierno estadounidense”. Reconocieron los delitos del Sr. Khan – fue un operativo de bajo rango para al-Qaeda – pero reconocieron que nuestro trato fue semejante a la “tortura perpetuada por los regímenes más abusivos de la historia moderna”.

Compara este horror con la gracia del soldado Cooperberg, quien curó a aquellos que creyeron, escribió, que él “no tenía derecho a respirar el mismo aire que el resto del mundo”. Hubiera sido comprensible que hiciera excusas para evitar tratar a los nazis heridos. En lugar de eso salvó sus vidas.

Como un abogado militar estadounidense y judío que fue asignado a defender a algunos de los hombres que teníamos en Guantánamo, sentí una fuerte afinidad con Cooperberg. Después de todo, muchos de los individuos que represento supuestamente han sido parte de al-Qaeda, una organización dedicada a atacar tanto a estadounidense como a judíos.

Para ser claros, mis clientes no han expresado anti semitismo u odio hacia mí. Mi principal cliente no es un presunto atacante de Estados Unidos, supuestamente estuvo tangencialmente involucrado en un ataque en Indonesia, sin embargo, fue brutalmente torturado y ha estado casi dos décadas en prisión. Sin importar eso, mis colegas y yo asistimos a estos hombres no porque apoyemos los crímenes que supuestamente cometieron, sino porque creemos que nuestro país debería sostener los más altos estándares de decencia básica y derechos humanos.

Como abogado y oficial militar, tengo el deber obligado de defender a mis clientes, una misión que exige nuestro país y nuestra constitución. Asimismo, como judío, aprendí el valor principal de ver la humanidad en todas las personasincluso en los enemigos. Y como estadounidense me enseñaron que todos tienen ciertos derechos inalienables y que las protecciones de juicios justos, proceso legal debido y la prohibición castigo cruel e inusual aplicado sin importar los supuestos crímenes.

Aquellos que buscan revocar estos derechos, que toman atajos, para hacer reverencia a oportunidades políticas o ideológicas a corto plazo, olvídate de los dogmas de lo que verdaderamente este país defiende, lo que alguna vez nos hizo una lámpara de luz para aquellos que están luchando en el mundo.

La carta del soldado Cooperberg cierra con una advertencia de que el verdadero enemigo es “cualquier persona que se proclama como mejor que los demás y que después se dispone a demostrarlo con asesinato y engaños y por la estupidez de aquellos que jamás se tomaron la molestia de racionalizar por sí mismos”.

Como estadounidenses, estamos constantemente presentados con la opción de lo que un rol moral en el mundo debería de ser. Podemos escoger el camino de infamia y de transigir, escogiendo medios amorales y poco inteligentes de atacar a quienes buscan lastimarnos. Pero dichas opciones vienen con consecuencias — erosionan fuertemente nuestras relaciones afuera y debilitan nuestra moral principal en casa.

Alternativamente podemos escoger iluminar las muchas obscuridades del mundo con nuestro poderoso ejemplo y reclamar la gracia y humanidad que encontramos en los mejores esfuerzos a de los americanos que han estado antes que nosotros.

Si vamos a escoger el segundo camino, debemos reconocer nuestros errores y mostrar que podemos aprender de ellos. Lo que ha pasado en Guantánamo es un ejemplo de tal error. Veinte años después es tiempo de que escojamos cómo, o si, podemos comenzar a reparar el daño.

La decisión es nuestra. Pero creo que sé lo que Cooperberg nos hubiera hecho hacer.

El teniente comandante Aaron J. Shepard, Abogacía General de la Marina de los Estados Unidos (@GTMOCatch22), es un oficial militar y abogado. Actualmente es consejero administrador de abogado defensor con la Organización de Defensa de las Comisiones Militares. Los puntos de vista expresados no reflejan aquellos del Departamento de Defensa, del gobierno estadounidense ni de cualquiera de sus agencias.


 

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