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El misterioso caso de Joe Biden y el futuro de las guerras con drones

La gestión del ataque en Kabul es una señal ominosa de que, aunque Biden se ha comprometido a revisar el programa de drones, sigue estando arraigado un prolongado mecanismo de autoexoneración.

Jeremy Scahill, The Intercept, 15/12/2021 Traducido del inglés por Sinfo Fernández, Tlaxcala

Durante el último año, el número de ataques con aviones no tripulados de los que se ha informado ha caído en picado. El presidente Joe Biden no autorizó ni un solo ataque conocido durante los primeros seis meses de su presidencia antes de romper la racha con una serie de ataques con drones contra Al Shabab en Somalia en julio. A pesar de la notable reducción, al menos dos de los ataques llevados a cabo bajo el mandato de Biden han acabado con la vida de civiles, incluido el ya famoso ataque del 29 de agosto en Kabul, Afganistán, que asesinó a 10 civiles, siete de ellos niños. Aunque el conjunto de datos sobre los ataques con drones de Biden es minúsculo, el resultado de sus ataques conocidos presenta una tasa de mortalidad civil espantosa. En el caso del golpe en Afganistán, el 100% de las víctimas fueron civiles.


Familiares y vecinos de la familia Ahmadi se reúnen en torno a la carcasa incinerada de su vehículo, blanco del ataque de un dron estadounidense, en Kabul, Afganistán, el 30 de agosto de 2021. (Foto: Marcus Yam/Los Angeles Times vía Getty Images)

Entonces, ¿qué está sucediendo? ¿Por qué Biden ha decidido aparentemente frenar una herramienta de guerra que él y el presidente Barack Obama adoptaron con tanto entusiasmo? Desde hace casi un año, el gobierno de Biden está llevando a cabo una revisión exhaustiva del uso de los ataques con aviones no tripulados como parte de una evaluación más amplia de la política “antiterrorista” que se espera esté terminada a finales de este año o en algún momento a principios de 2022. “Creo que la Casa Blanca es apropiadamente cautelosa sobre los ataques con drones”, dijo Rosa Brooks, una exfuncionaria de la administración Obama que trabajó para el Pentágono como consejera del subsecretario de Defensa para la política de 2009 a 2011. “Mi sensación es que se toman en serio la revisión y están tratando de minimizar los ataques con drones al menos hasta que haya total claridad en las políticas internas”.

El predecesor de Biden, Donald Trump, eliminó la mayoría de las “normas” que la administración Obama había elaborado en lo que Obama caracterizó como un esfuerzo por aumentar la transparencia, reducir las muertes de civiles y establecer directrices que pudieran dar algún sentido de legitimidad a lo que era, en realidad, un programa de asesinatos. Biden podría haberse detenido en la anulación de las revocaciones de Trump y luego reanudar el curso de los ataques regulares con drones según las normas desarrolladas principalmente en el segundo mandato de Obama. Pero no lo ha hecho. En cambio, el día de la toma de posesión de Biden, su asesor de seguridad nacional, Jake Sullivan, emitió “discretamente” una orden para anular la flexibilización de las normas de Trump en torno a los ataques con drones que otorgaba a los mandos militares, en concreto, la facultad de autorizar dichos ataques en zonas de guerra no declaradas, como Somalia y Yemen, sin permiso directo de la Casa Blanca. El gobierno de Biden aún no ha indicado si retomará las directrices de la época de Obama para los ataques o si elaborará una nueva política con normas más estrictas, especialmente en lo que respecta a la muerte de civiles.

“En casi todos los conflictos activos de Estados Unidos, hemos visto una fuerte caída de las acciones militares declaradas por Estados Unidos bajo el mandato de Joe Biden, incluso con drones, en Irak, Siria, Somalia, Yemen y Libia”, dijo Chris Woods, director de la organización no gubernamental británica Airwars, que rastrea los ataques aéreos estadounidenses y las muertes de civiles en muchas naciones donde Estados Unidos participa militarmente. Woods señala que los ataques ya estaban disminuyendo en la última mitad de la presidencia de Trump y que la temprana moratoria de Biden sobre los ataques, y su decisión hasta ahora de limitar su uso, han reducido en gran medida las muertes de civiles a manos de las fuerzas estadounidenses en varios países. “Lo que aún no sabemos es si van a mantener estas tendencias. La administración todavía tiene que articular su estrategia a nivel público”, dijo. “En privado, estamos escuchando la aparición de un enfoque híbrido Trump-Obama, que, de ser cierto, podría significar menos protecciones en vigor para los civiles que durante la última parte de Obama. Eso es preocupante”. Un portavoz del Consejo de Seguridad Nacional no respondió a las solicitudes de comentarios.

Durante años, un grupo importante de miembros del Congreso, en su mayoría progresistas, ha tratado constantemente de encontrar soluciones legislativas al excesivo secretismo que rodea a los ataques con drones y de elaborar leyes que exijan más transparencia al Pentágono sobre las “bajas” civiles. Estos esfuerzos, que comenzaron durante el mandato de Obama, se intensificaron bajo el mandato de Trump, quien dejó claro que no le importaban las muertes de civiles y, en la campaña de 2016, alentó activamente el asesinato de las familias de presuntos terroristas. También fueron una respuesta a un renovado aumento, a partir de 2018, de las muertes de civiles en Afganistán. “En 2019, mientras la administración Trump intentaba forzar a los talibanes a la mesa de negociaciones, vimos el máximo histórico de muertes de civiles” -unas 700 como resultado de ataques estadounidenses- “y se lanzaron más bombas ese año que en cualquier otro anterior”, dijo Marc Garlasco, exjefe de objetivos de alto valor en el Pentágono y ahora asesor militar de PAX, una organización holandesa de protección civil.

En 2019 la Ley de Autorización de la Defensa Nacional estableció el requisito de que un civil de alto nivel dentro del Departamento de Defensa estuviera facultado para “desarrollar, coordinar y supervisar el cumplimiento de la política del Departamento relacionada con las víctimas civiles resultantes de las operaciones militares de los Estados Unidos”. Entre las funciones de este funcionario estarían las de desarrollar y difundir las “mejores prácticas” para reducir las muertes de civiles; establecer un mecanismo público, basado en Internet, para que las personas presenten denuncias de daños a civiles; garantizar que existan políticas estandarizadas para que el Pentágono reconozca la responsabilidad de las muertes causadas por las operaciones militares de Estados Unidos; y decidir si se dan pagos “ex gratia” a las familias de los civiles muertos, así como a los heridos, por las operaciones de Estados Unidos. La administración Trump retrasó la creación del sistema y nunca lo implementó de manera efectiva.

Incluso antes de asumir el cargo, la campaña de Biden había prometido revisar el uso de los ataques con aviones no tripulados como parte de su enfoque antiterrorista. “Durante el año pasado, un consorcio de ONG (incluida PAX) asesoró al Departamento de Defensa sobre las medidas que debía tomar para mejorar el sistema de selección de objetivos, crear una oficina del Departamento de Defensa sobre daños a civiles, volver a realizar investigaciones y ofrecer reparaciones a los damnificados”, dijo Garlasco a The Intercept por correo electrónico. Tanto él como otros miembros de la comunidad de derechos humanos y protección de civiles esperaban que el subsecretario de Defensa, Colin Kahl, hiciera un anuncio el verano pasado, pero se retrasó cuando salieron a la luz los horribles resultados del ataque con drones del 29 de agosto en Kabul. “Ahora languidece en su mesa mientras la comunidad espera”, dijo Garlasco. El proyecto de ley de gastos de defensa aprobado por el Senado el miércoles sí contiene una disposición para continuar con la práctica de hacer pagos irrisorios a las víctimas civiles y a las familias de las víctimas. Garlasco advierte que, aunque no espera que este marco para abordar las muertes y lesiones de civiles “resuelva todos los problemas del sistema de objetivos, lo considero un primer paso necesario para abordar la cuestión de los daños a los civiles”. Pero a él y a otros miembros de la comunidad de ONG de protección civil “les preocupa que no vaya lo suficientemente lejos”, dijo a The Intercept, “teniendo en cuenta la reciente oleada de incidentes con víctimas civiles”.

Mientras que Garlasco y otros miembros de la comunidad jurídica y de las ONG se esfuerzan por conseguir una mayor responsabilidad en las operaciones con drones, los activistas antiguerra y antidrones de toda la vida no tienen la esperanza de que los retoques del sistema, como ocurrió con Obama, vayan a cambiar algo de forma fundamental. “Los drones, en particular, son un arma intrínsecamente indiscriminada. No tienen cabida en nuestro mundo”, dijo Medea Benjamin, cofundadora del grupo activista Code Pink, que ha viajado regularmente a países objeto de ataques con drones. “Estados Unidos debería dejar de utilizar los drones armados y trabajar a través de la ONU por un tratado multilateral para desterrarlos de la faz de la Tierra, en pleno reconocimiento de su responsabilidad por haber desatado este terror sobre la humanidad”. Hay una campaña para abolir las armas autónomas, pero esto no va lo suficientemente lejos. Hay que prohibir toda la guerra de drones”.

Como mínimo, dijo Benjamin, “la administración Biden debería reanudar inmediatamente la publicación de los resúmenes mensuales del poder aéreo interrumpidos por Trump y, de hecho, ampliarlos desde Afganistán, Iraq y Siria para incluir todos los ‘lanzamientos de armas’ de Estados Unidos en todos los países. También deberían ser más exhaustivos, para incluir todos los tipos de aeronaves, incluidos los helicópteros, todas las ramas del ejército estadounidense y la CIA y otras agencias”. Aunque Benjamin y otros activistas se han centrado constantemente en los aviones no tripulados, también reconocen que los ataques con drones representan un pequeño número del total de los ataques aéreos de Estados Unidos. Señala las últimas estadísticas de Airwars, que indican que desde que Biden asumió el cargo, ha habido 25 ataques aéreos estadounidenses en Irak y 14 en Siria, la mayoría de ellos realizados por aviones convencionales, no por drones. En Somalia, según Airwars, los 16 ataques de Biden hasta la fecha ya han superado la media de Obama de 7,5 al año, aunque están muy lejos de la media anual de Trump de 69. “Así pues, Biden parece estar llevando a cabo ya el doble de ataques que Obama en ese país, un patrón que muy probablemente se mantiene también en otras partes de África”, afirmó Benjamin.

Woods señala que, a pesar de la continuación de los ataques, “las víctimas civiles también han disminuido en gran medida bajo el mandato de Biden, con probablemente ninguna hasta ahora en... Libia, Yemen o Somalia desde que asumió el cargo”. La excepción, dice, ha sido Afganistán. Woods acusa al Mando Central de Estados Unidos y a la Fuerza Aérea de “seguir ocultando las cifras reales” de muertes de civiles por ataques estadounidenses en Afganistán bajo Biden. “Hubo un aumento bien informado de los ataques estadounidenses en 2021 cuando los talibanes hicieron avances relámpago en todo el país”, dijo. “Muchos de ellos fueron acciones de apoyo aéreo cercano para tratar de reforzar a los aliados [del Ejército Nacional Afgano] sobre el terreno, lo que siempre conlleva mayores riesgos para los civiles”. El tristemente célebre ataque de Kabul de agosto puede haber sido parte de una tendencia reciente más amplia”.


Mohammed Ali Abdallah al-Ameri sostiene una foto de su hijo de 12 años, que murió, junto con su sobrino, en un ataque aéreo estadounidense en 2012, en Sanaa, Yemen, el 15 de enero de 2014. Ameri sufrió heridas de metralla en otro ataque con drones contra el convoy de la boda de un familiar. (Foto: Abigail Hauslhner/The Washington Post vía Getty Images

Ese ataque con drones del 29 de agosto fue un aterrador recuerdo de los casos de bodas y funerales atacados en la época de Obama. Algunos analistas creen que puede haber influido la retirada de las fuerzas terrestres de Estados Unidos en Afganistán. “Los operadores de drones no tenían el beneficio de la información que habían tenido antes procedente de las fuerzas terrestres”, dijo Hugh Gusterson, profesor de antropología y experto en drones de la Universidad de Columbia Británica. “Los drones estadounidenses se vieron obligados a volar distancias más largas desde bases aéreas lejanas, lo que redujo la cantidad de combustible y el tiempo que tenían para realizar el reconocimiento aéreo antes de atacar”. Gusterson dice que este será un factor a vigilar a la luz de la promesa de Biden de continuar con esas operaciones “a largo plazo” en Afganistán. “Una razón obvia por la que ahora hay menos ataques con drones, supongo, es que Estados Unidos se ha retirado de Afganistán. En un momento dado, bajo el mandato de Obama, la mitad de todos los ataques con drones de Estados Unidos se produjeron en Afganistán”, añadió. “Uno solo puede pensar que la retirada de las fuerzas terrestres de Estados Unidos en Afganistán y la cesión del país a los talibanes reduciría el número en gran medida ahora; incluso admitiendo el interés de Estados Unidos en golpear al ISIS en Afganistán”.

Garlasco, antiguo especialista en objetivos de alto valor del Pentágono, afirma que es importante comprender las diferencias entre los dos tipos principales de ataques aéreos estadounidenses: los deliberados y los dinámicos. “Los ataques deliberados se planifican con mucha antelación, tienen numerosas comprobaciones, como un análisis profundo y estructurado de los daños colaterales, utilizan un análisis de patrones de vida para determinar si hay civiles y tienen una incidencia relativamente baja de víctimas civiles”, dijo. “Los ataques dinámicos, como los objetivos urgentes, se llevan a cabo cuando el atacante tiene una pequeña ventana de oportunidad para atacar un objetivo móvil de gran valor”. Garlasco afirma que los ataques con mayor número de víctimas han sido el resultado de operaciones “dinámicas” que no se basan en información confirmada de inteligencia, sino en especulaciones sobre los movimientos y las relaciones de los posibles objetivos o, en algunos casos, la marca y el modelo de un coche. “En un ataque dinámico rara vez hay tiempo para realizar un análisis del patrón de vida, un análisis estructurado de los daños colaterales y todas las comprobaciones que normalmente se realizan. Además, los ataques dinámicos a menudo sufren de un sesgo de confirmación, como se vio en el ataque de Kabul. Buscaban un Toyota blanco y lo encontraron, por lo que todas las acciones realizadas por el conductor encajaban con el resultado deseado. Cuando se busca un objetivo, se tiende a encontrarlo”.

El lunes, el Pentágono anunció que ningún militar se enfrentaría a medidas disciplinarias por el ataque con drones en Kabul. “Lo que vimos ahí fue un fallo en el proceso y en la ejecución de los acontecimientos de procedimiento, no el resultado de la negligencia, no el resultado de la mala conducta, no el resultado de un mal liderazgo”, dijo el contralmirante retirado John Kirby, el portavoz del Pentágono. “No preveo que haya cuestiones de responsabilidad personal con respecto al ataque aéreo del 29 de agosto”.

La gestión del ataque con aviones no tripulados en Kabul es una señal ominosa de que, aunque Biden se ha comprometido a revisar la eficacia y el impacto de los ataques con aviones no tripulados, sigue arraigado un mecanismo de autoexoneración de larga data, señaló Garlasco. “No hay rendición de cuentas por las acciones de Estados Unidos”, dijo. “El gran número de civiles muertos por ataques estadounidenses sin nada más que un tirón de orejas refuerza la percepción de impunidad... ¿Cómo podemos ver a una familia destruida por un ataque de dron en Kabul y seguir diciendo que no hubo negligencia?” dijo Garlasco. “Es una negligencia seguir matando civiles después de 20 años sin reformar nada. La larga lista de familias muertas es una acusación condenatoria del compromiso de Estados Unidos de proteger a los civiles. Si no se sancionan las acciones que conducen a la muerte de civiles, es difícil ver cómo pueden mejorar las cosas”.

Kathy Kelly, fundadora del grupo antibélico Voices for Creative Nonviolence, dijo que acoge con satisfacción la reducción de los ataques con aviones no tripulados en el extenso Oriente Medio, pero teme que pueda ser una tregua artificial inducida por otras prioridades emergentes del Pentágono. “Con los funcionarios del Pentágono, los contratistas militares y los especuladores de la guerra cada vez más interesados en la capacidad de Estados Unidos para competir con China, los ataques con drones de Estados Unidos en Afganistán, Yemen, Siria y otras zonas de guerra pueden parecer una distracción no deseada, especialmente si los medios de comunicación internacionales cubren la matanza de inocentes, incluidos los niños”, dijo a The Intercept. Kelly, que lleva viajando a las zonas de guerra de Estados Unidos desde la Guerra del Golfo de 1991 en solidaridad con las víctimas de los bombardeos estadounidenses, es también una de las coordinadoras del grupo Ban Killer Drones. Pide a la administración que evite, a través de la diplomacia, la posible propagación de la guerra asimétrica. “Creo que la administración Biden debería buscar la cooperación y la colaboración con China para hacer frente a las mayores amenazas a las que todos nos enfrentamos: los terrores de la catástrofe climática y las pandemias”, dijo. “Estados Unidos debería liderar la búsqueda de un tratado internacional que prohíba los drones armados. Debe reconocer la responsabilidad de cada uno de los ataques con drones estadounidenses que han matado a civiles, revelando todos los detalles sobre las circunstancias y las víctimas de cada ataque”.

Otro coordinador de Ban Killer Drones, Nick Mottern, rechazó la idea de que el descenso de los ataques con aviones no tripulados esté relacionado con cualquier cuestión de moralidad o preocupación por la proliferación de aviones no tripulados armados. “No veo prueba alguna de que haya una pausa o alguna valoración fundamental sobre si este programa debe continuar, lo cual, por supuesto, es un grave error. Toda esta charla sobre la pausa no es más que una mera fachada, y punto”, dijo Mottern a The Intercept. Declaró que le preocupa que durante un período con relativamente pocos ataques con drones, la administración esté avanzando con los planes de larga data para aumentar el uso de la inteligencia artificial que facilite la orientación de los ataques con drones sobre la base de patrones de vida y otras determinaciones de amenaza automatizadas. “Parece que Biden está llevando a cabo el desarrollo de una variedad de aviones no tripulados que serán cada vez más guiados por la inteligencia artificial hasta que crucemos el umbral hacia ataques totalmente controlados por esa inteligencia artificial. Este proceso tiene que detenerse, y la única manera de detenerlo es prohibir los drones armados”, dijo. “Los militares y los políticos nunca reconocerán el grado en que se ha entregado el control de los drones” a la inteligencia artificial. “China parece ser la única nación con los recursos humanos y en dólares para competir con Estados Unidos en esta esfera”, añadió Mottern, “lo que hace que estas armas sean aún más amenazantes, dada la compulsión de Estados Unidos para desafiar a China militarmente”.

El periodista independiente Spencer Ackerman, autor de “Reign of Terror: How the 9/11 Era Destabilized America and Produced Trump”, ha argumentado que la reciente reducción de los ataques con drones contradice la antigua afirmación de Estados Unidos de que esos ataques hacen que los estadounidenses estén más seguros. “¿Acaso la cuasi pausa no demuestra la vacuidad de cualquier afirmación de Estados Unidos de que la seguridad nacional requiere los ataques con drones? Resulta que bombardear a gente al azar en el otro extremo del mundo no evita en realidad las muertes masivas de estadounidenses”, escribió Ackerman. “La revisión antiterrorista de Biden dará un paso monumental hacia el fin real de las guerras eternas, o desperdiciará la oportunidad. A pesar de todas sus reducciones en los ataques con aviones no tripulados, Biden, especialmente durante la retirada de Afganistán, cometió el típico error liberal de presentar los ataques con aviones no tripulados como una protección contra -es decir, una alternativa a- una guerra más amplia”.

Brooks, exfuncionario del Pentágono de la era Obama, sostiene que la administración de Biden debería establecer una entidad independiente fuera del poder ejecutivo para revisar los ataques con drones en países con los que Estados Unidos no esté oficialmente en guerra. “La revisión debería llevarse a cabo tras el hecho”, dijo Brooks, añadiendo que dicho organismo debería adoptar un enfoque más exhaustivo “ex ante” para evaluar las posibles consecuencias civiles de dichos ataques en el futuro. “El órgano de revisión, ya sea judicial, del Congreso o algún tipo de órgano designado por el Congreso, debería emitir informes públicos”, dijo. “Ahora mismo, sigue habiendo poca transparencia y menos aún responsabilidad cuando las cosas van mal y, desde mi punto de vista, eso es inaceptable”.

Garlasco está de acuerdo en que es necesario establecer un organismo independiente que supervise el uso de los aviones no tripulados, especialmente en lo que respecta a la cuestión de las muertes de civiles. Si el “daño a los civiles” fuera una prioridad de la administración Biden, Estados Unidos “llevaría a cabo investigaciones significativas que no se basaran únicamente en la inteligencia estadounidense que valida sus propios ataques; acogería con agrado los informes y la información de las ONG y de las Naciones Unidas en lugar de ponerlos en entredicho”, dijo. “Informaría de forma transparente sobre los ataques aéreos y otras acciones militares que provocan daños; trabajaría para aprender de sus errores pasados y de los claros patrones de ataques anteriores que han provocado daños a la población civil y aplicaría cambios sistémicos en el proceso de selección de objetivos”. Garlasco añadió: “Lamentablemente, Estados Unidos no está dando prioridad a los daños causados a los civiles”.

Kelly y Mottern afirman que la creación de un organismo independiente para revisar los ataques no iría lo suficientemente lejos y podría ofrecer un barniz endeble de responsabilidad. “El Congreso debe emprender una investigación sobre el número y la identidad de las personas muertas por los aviones no tripulados de Estados Unidos desde 2001 y ofrecer una reparación adecuada”, dijo Mottern. Sostuvo que el punto de partida para la compensación financiera a las víctimas de los ataques debería ser los 3 millones de dólares pagados a la familia de un trabajador humanitario italiano muerto accidentalmente en un ataque con drones de Estados Unidos en enero de 2015. En los últimos años, estos pagos a las víctimas de ataques estadounidenses en Irak y Afganistán han sido mínimos: en 2019, oscilaron entre 131 y 35.000 dólares por incidente. “El Congreso de Estados Unidos destina 3 millones de dólares anuales a los pagos graciables para las víctimas de la guerra”, dijo Garlasco. “En 2020 no se destinó ni un solo dólar a los civiles perjudicados por EE.UU. Cuando ni siquiera se reparte nada de los míseros 3 millones de dólares reservados para las víctimas a una sola víctima, eso dice mucho. Las acciones del Departamento de Defensa están diciendo a las víctimas que su vida no nos importa”. Kelly afirma que el proceso de rendición de cuentas debe ir más allá de los pagos de condolencias a las víctimas y sus familias. “Estados Unidos debe reparar no solo con compensaciones económicas, sino también en forma de desmantelamiento de los sistemas militares que causan tanto sufrimiento, desplazamiento y estragos”, dijo.

Gusterson, autor de “Drone: Remote Control Warfare”, distingue entre la guerra de drones “pura” y la “mixta”. “La guerra de drones mixta se produce cuando las tropas estadounidenses están sobre el terreno en una guerra declarada y los drones están en la mezcla como una de las muchas tecnologías de lucha contra la guerra”, dijo. “La guerra de drones pura - lo que vemos en Somalia- es cuando Estados Unidos no ha declarado hostilidades contra un país pero sus drones atacan de improviso objetivos en ese país en ataques de urgencia”. Señala que los expertos legales parecen estar de acuerdo en que la guerra “mixta” con drones es más defendible bajo el derecho internacional. “Soy antropólogo, no abogado, pero para mí se parece mucho al terrorismo cuando destrozas a la gente sobre el terreno en un país con el que dices no estar en guerra”, dijo a The Intercept. “Me gustaría que el gobierno de Biden afirmara que ha decidido que la guerra de aviones no tripulados pura -los ataques de improviso contra países con los que no se está en guerra- es ilegal según el derecho internacional, y que Estados Unidos no va a participar nunca más en esos ataques. Bueno, siempre se puede soñar, ¿no?”.

Jeremy Scahill es corresponsal y editor general (uno de los tres editores fundadores) de The Intercept. Es reportero de investigación, corresponsal de guerra y autor de los best-sellers internacionales: “Dirty Wars: The World Is a Battlefield” y “Blackwater: The Rise of the World's Most Powerful Mercenary Army”. Ha informado desde Afganistán, Iraq, Somalia, Yemen, Nigeria, la antigua Yugoslavia y otros lugares del mundo. Scahill ha sido corresponsal de seguridad nacional para The Nation y Democracy Now! El trabajo de Scahill ha desencadenado varias investigaciones en el Congreso y ha ganado algunos de los más altos honores del periodismo. Recibió dos veces el prestigioso premio George Polk, en 1998, por sus reportajes sobre el extranjero y, en 2008, por “Blackwater”. Scahill es productor y guionista de la premiada película “Dirty Wars”, estrenada en el Festival de Cine de Sundance de 2013 y nominada al Oscar.


 

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