¿Qué pasó con los primeros detenidos de Guantánamo?
El Pentágono dijo que eran “lo peor de lo peor”. Solo dos de los 20 primeros
prisioneros enviados a la Bahía de Guantánamo en 2002 siguen ahí. Otros están
repartidos por el mundo, entre ellos cuatro dirigentes talibanes.
Ibrahim Idris, un hombre sudanés fue diagnosticado en
Guantánamo con esquizofrenia, obesidad, diabetes e hipertensión arterial y fue
repatriado por orden de la corte en 2013. Murió este año. Credit... Abd
Raouf/Associated Press
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Carol Rosenberg
New York Times en Español
27 de marzo de 2021
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WASHINGTON — El 11 de enero de 2002, en la pista desierta de aterrizaje de la Bahía de
Guantánamo, marinos de Estados Unidos escoltaron a 20 prisioneros ataviados con
uniformes anaranjados — “lo peor de lo peor” según el Pentágono— que bajaron de
un avión de carga de la Fuerza Aérea para convertirse en los primeros
residentes del centro de detención de tiempos de guerra que sigue abierto al
día de hoy.
En los años posteriores, otros 760 llegarían al lugar y todos excepto los 40 detenidos
que siguen ahí, se marcharían. Pero los destinos y desgracias de esos 20
primeros —que fueron presentados ante el mundo en una fotografía de la Marina,
enjaulados y arrodillados— ilustra al mismo tiempo la historia compleja de
Guantánamo como repositorio de quienes fueron considerados una amenaza en el
angustiante periodo tras los ataques del 11 de septiembre y el desafío del
gobierno de Biden al desarrollar un plan para intentar cerrar el centro de detención.
Solo dos de esos primeros 20 hombres siguen en Guantánamo. Uno es Ali Hamza al Bahlul, de 51 años, el único prisionero allí condenado por un crimen de guerra, quien cumple una pena
de cadena perpetua. El otro es un hombre tunesino, que , de 56 años, quien
desde hace años tiene permiso para marcharse, pero se ha rehusado a cooperar
con los esfuerzos para repatriarlo o reubicarlo.
El resto —una mezcla de aguerridos luchadores, combatientes de bajo nivel y
hombres que estuvieron en el lugar equivocado en el momento equivocado— se
fueron hace mucho, ya sea porque fueron repatriados o dispersados por todo el
mundo a 11 países, de Australia al Golfo Pérsico. Además de Bahlul, que ya
rebasa los cincuenta años, solo otro de los 20 prisioneros originales enfrentó cargos.
Algunos de esos 20 primeros hombres han logrado concretar el sueño de casarse y tener
hijos. Unos han perseguido el anonimato. Muchos no han logrado dejar el pasado atrás.
Entre ellos hay cuatro hombres que han surgido como líderes políticos y militares
talibanes. Otros dos aguardan en una prisión en los Emiratos Árabes Unidos como
resultado de un arreglo diplomático de transferencia estadounidense que se malogró.
Un hombre yemení que se reunió con su familia en el improbable país anfitrión de
Montenegro, ahora intenta ganarse la vida vendiendo las obras de arte que
produjo como prisionero. Otro de los prisioneros originales murió en su Sudán
natal a causa de la enfermedad física y mental que sufrió a lo largo de una
década en la Bahía de Guantánamo.
La gestión de George W. Bush presentó el transporte aéreo de los prisioneros en
avión militar de 12.800 kilómetros de Afganistán a la base naval en Guantánamo
para ser interrogados y encarcelados tras los ataques del 11 de septiembre de
2001 como una respuesta severa pero necesaria ante los temores de que hubiera
más ataques terroristas.
Pero la tortura de algunos detenidos, la decisión de mantenerlos al margen del
sistema civil de justicia y la elección de custodiarlos en condiciones
rudimentarias de ultramar al final convirtió ante los ojos de los críticos a
las instalaciones en un símbolo de todo lo que había fallado en la respuesta
del gobierno de Bush.
Una imagen difundida por el ejército muestra
la llegada de los primeros detenidos acusados de formar parte de al Qaeda y los
talibanes en la Bahía de Guantánamo en 2002. Credit... Suboficial
de primera clase Shane T. McCoy/Marina de Estados Unidos
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Ahora, a dos décadas de aquel momento, la operación de detención en Guantánamo sigue
siendo un capítulo de la seguridad nacional estadounidense al que los gobiernos
posteriores no han logrado poner fin. El vigésimo aniversario de los ataques
del 11 de septiembre este año pasará sin que haya comenzado el juicio de los prisioneros más
infames de Guantánamo: los cinco hombres acusados de ayudar a
planear los ataque. Mantener en operación la descuidada prisión y el rudimentario complejo de la corte le cuesta a los contribuyentes alrededor de 13 millones de dólares por prisionero al año.
La iniciativa extraterritorial comenzó una tarde de viernes cuando un avión de
carga C-141 Starlifter que transportaba a los prisioneros procedentes de
Afganistán aterrizó en aquel sitio remoto. Un pequeño grupo de reporteros
observó a los militares escoltar a cada uno de los 20 hombres por la rampa del
avión, enmascarados, los ojos tapados con anteojos oscurecidos y esposados de
las muñecas y algunos de los tobillos.
Más al norte, a dos mil kilómetros de ahí, el general Richard B. Myers, entonces
presidente de la Junta de Jefes del Estado Mayor, le decía a los reporteros en
el Pentágono que el primer vuelo transportaba “gente muy muy peligrosa”,
hombres que “morderían las líneas hidráulicas” de un avión de carga “para
derribarlo”.
Habían pasado cuatro meses de los ataques del 11 de septiembre. El general brigadier
que dispuso la prisión, Michael R. Lenhert de la Marina, los describió así:
“estos representan a los peores integrantes de Al Qaeda y los talibanes.
Pedimos primero a los malos”.
Pero ninguno de esos primeros hombres fueron acusados de los ataques del 11 de
septiembre y a ninguno se le culpó de haber tenido conocimiento previo del plan
de Al Qaeda. Khalid Shaikh Mohammed y los otros cuatro hombres a quien ahora
Estados Unidos culpa de orquestar dichos ataques seguían
prófugos en ese entonces y no llegarían a Guantánamo hasta casi cuatro años más tarde.
Los detenidos considerados por la gestión de Bush como los verdaderos “peor de lo
peor”, fueron enviados a una red secreta de prisiones en el extranjero en donde
la CIA interrogaba y torturaba a los prisioneros,
una decisión que incluso ahora pone en entredicho el atribulado sistema de
comisiones militares.
El proceso de determinar cuáles prisioneros eran verdaderas amenazas o podían
ofrecer “inteligencia procesable” empezó poco después de abierta la prisión.
Ocho de los 20 fueron liberados durante la gestión de Bush tras recortes al
personal y maniobras diplomáticas.
El primero en marcharse fue un hombre paquistaní, Shabidzada Usman Ali, quien fue
enviado a casa en mayo de 2003, cuando tenía 21 años. Su regreso fue tan
prematuro que es posible que hubiera sido incluido en aquel primer grupo de
prisioneros por error. Le dijo poco después a un periodista que era
inocente y que lo habían capturado para cobrar la recompensa.
En Guantánamo, la inteligencia militar también cometió otros errores,
especialmente la liberación en 2007 del mulá Abdul Qayyum Zakir, quien llegó
aquel primer día y fue retenido bajo un alias, Abdullah Gulam Rasoul, según los documentos de la prisión.
Poco después de su regreso, se convirtió en comandante de las fuerzas talibanes en el sur de Afganistán. Ahora tiene 48 años y es un alto
dirigente militar talibán, y se le considera un líder de línea dura que en
ocasiones se ha opuesto a las negociaciones de paz del año pasado entre
diplomáticos estadounidenses y representantes talibanes.
Otros tres hombres que también fueron llevados a Guantánamo el día en que se abrió la
prisión participaron en el equipo de negociación basado en Catar y cuyo acuerdo
está siendo revisado por el gobierno de Biden.
Los tres hombres, el mulá Fazel Mazloom, el mulá Norullah Noori y Abdul Haq Wasiq, todos en sus cincuenta años, estaban entre los cinco prisioneros talibanes que el gobierno
de Barack Obama envió a Catar en 2014 en un intercambio por la liberación del sargento del ejército Bowe
Bergdahl.
Abdul Haq Wasiq, a la izquierda, el mulá
Fazel Mazloom, en el centro, y el mulá Norullah Noori, que aparecen aquí en sus
perfiles filtrados de Guantánamo en 2008, estaban entre los cinco prisioneros
talibanes intercambiados por la liberación del sargento del ejército Bowe
Bergdahl en 2014. Credit... Departamento de Defensa
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Tras un primer periodo de confinamiento, ahora viven con sus familias en viviendas
que les han dado los cataríes. Pueden moverse libremente por la cosmopolita
capital de Catar —las mujeres compran en los mercados locales, los niños
estudian en una escuela gestionada por Pakistán—, pero necesitan la bendición
de su país de acogida, así como de Estados Unidos y de la nación de destino,
para viajar al extranjero.
Sus traslados responden a una estrategia adoptada por el gobierno de Obama de
enviar a ciertos detenidos a otros países porque el gobierno considera
demasiado arriesgado devolverlos a sus hogares. Entre 2009 y 2017, los
diplomáticos estadounidenses negociaron acuerdos de reubicación con países
amigos que ofrecían rehabilitación, alojamiento e, idealmente, puestos de trabajo
a los detenidos que habían conseguido autorización.
El gobierno de Trump transfirió solo a un detenido, un
terrorista confeso de al-Qaeda que fue enviado a su natal Arabia Saudí para
completar una sentencia de prisión de una comisión militar por un acuerdo de
admisión de culpabilidad negociado en el gobierno de Obama,
Entre los 30 prisioneros yemeníes acogidos por el estado petrolero de Omán estaba
Samir Naji al Hasan Moqbel, uno de los primeros 20. Ahora, con 43 años, ha
encontrado trabajo en una fábrica, se casó y es padre de dos hijos, según
otro ex preso de Guantánamo, Mansour Adayfi,
quien ha hecho una crónica de cómo es la vida después de la detención para
algunos presos liberados.
Otros dos de los primeros 20 detenidos, Ali Ahmad al Rahizi, de 41 años,
y Mahmoud al Mujaid, de 40, ambos de
Yemen, no tuvieron tanta suerte. Formaban parte de las casi dos decenas de
presos enviados a los Emiratos Árabes Unidos en los dos últimos años del
gobierno de Obama.
Siguen encarcelados allí en condiciones que el proyecto Life After Guantánamo, con
sede en Londres, describe como sombrías y amenazantes, en parte porque Emiratos
ha considerado repatriarlos involuntariamente a Yemen, un país asediado por la
guerra y la crisis humanitaria. Yemen es un destino peligroso para los
detenidos, porque alberga una poderosa filial de Al Qaeda.
Camp X-Ray, la prisión original donde
estuvieron 100 días los detenidos en la guerra, está ahora cerrada y en mal
estado. Credit... Damon Winter/The New York Times
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Abd al Malik, yemení de 41 años, fue enviado a establecerse a una nación pacífica,
Montenegro. Recibió un estipendio del gobierno durante un tiempo tras su
liberación en 2016, que se agotó. Intentó recaudar fondos con la venta de las obras de arte que
produjo en Guantánamo, pero su última venta fue el año pasado. La ambición de
trabajar como conductor y guía en Montenegro nunca se materializó, ya que la
economía dependiente del turismo se hundió. Y ahora él, su mujer y su hija de
20 años están aislados y casi siempre en casa a causa de la pandemia.
“No sé qué puedo hacer, especialmente ahora con el coronavirus”, dijo hace poco. “No
hay trabajo. Nada”.
Cuatro de esos primeros 20 hombres, todos liberados por el gobierno de Bush, no han
podido ser ubicados.
Gholam Ruhani, de 46 años y cuñado
de uno de los negociadores de los talibanes, fue devuelto a Afganistán en 2007,
y eso fue lo último que su abogado supo de él.
Feroz Abbasi fue enviado a
casa a Gran Bretaña en 2005, Omar Rajab Amin a Kuwait en
2006 y David Hicks a Australia
en 2007. Todos han buscado un perfil bajo.
Hicks, de 45 años, vagabundo australiano y converso al islam, fue capturado en
Afganistán en 2001. Es el único, además de Bahlul, del grupo original de 20
detenidos que enfrentó cargos. Volvió a casa tras declararse
culpable de proporcionar apoyo material al terrorismo por servir como soldado
raso talibán, condena que ha sido anulada.
Ben Saul, un profesor de derecho de Sídney que en 2016 ayudó a Hicks en un caso de derechos humanos,
dijo que lo último que había sabido era que Hicks estaba “trabajando en
jardinería de paisajismo y tenía problemas físicos y de salud mental como
resultado del tratamiento que recibió de Estados Unidos en Gitmo y antes”.
La última aparición en público de la que se tiene conocimiento fue en 2017 al ingresar a un juzgado en
Adelaida, acusado de violencia doméstica, un cargo que luego fue retirado.
David Hicks volvió a Australia luego de
declararse culpable de proveer apoyo material al terrorismo y servir como
soldado raso para los talibanes. Credito... Saeed Khan/Agence France-Presse — Getty Images
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Abassi, de 41 años, le contó a un reportero en 2011 que se había cambiado el nombre
poco después de volver a casa. Si bien solía ser expresivo,
rehusó a través de intermediarios los intentos de conversar con él para conocer
su estado actual.
Amin, de 53 años, graduado de la Universidad de Nebraska una década antes de ser
capturado por tropas pakistaníes en la frontera afgana en 2001, también rechazó
los intentos hechos a través de intermediarios para verificar su bienestar.
Quienes lo conocen dicen que lleva una existencia tranquila con su familia en
su natal Kuwait.
Arabia Saudí es hogar de cuatro hombres que llegaron a Guantánamo el día de su
inauguración: tres ciudadanos saudíes y un hombre yemení cuya hermana cuenta
con ciudadanía de ese país. Todos se casaron y la mayoría tiene hijos, según el
funcionario saudí que proporcionó la información a condición de permanecer
anónimo debido a la delicadeza del tema en el reino.
El más conocido de ellos fue el huelguista de hambre más decidido en Guantánamo, Abdul Rahman Shalabi, de 45 años,
quien fue encarcelado en Arabia Saudí a su regreso en septiembre de 2015.
Fue transferido a un programa de rehabilitación más de un año después y consiguió
ser liberado por “buen comportamiento” antes de completar su sentencia en 2018.
Después se casó y se convirtió en padre, cumpliendo así un deseo expresado por
su abogado ante la junta de libertad condicional de Guantánamo en 2015 de
“sentar cabeza, casarse y formar su propia familia y dejar atrás el pasado”.
Los otros tres prisioneros originales enviados a Arabia Saudí — Mohammed al Zayly, de 43
años, Fahad Nasser Mohammed, de 39, y Mohammed Abu Ghanem de 46— cumplieron con el programa de rehabilitación. Ninguno ha estado “involucrado en
ningún delito” desde su liberación, dijo el funcionario saudí.
Tampoco Ibrahim Idris, un hombre sudanés que en Guantánamo fue diagnosticado con
esquizofrenia, obesidad, diabetes e hipertensión y fue repatriado por orden de
la corte en 2013. Jamás consiguió un trabajo, nunca se casó y vivió básicamente
como un ermitaño en la casa de su madre en Puerto Sudán antes de fallecer el 10 de febrero a causa de
enfermedades relacionadas con su estancia en Guantánamo. Tenía 60 años.
Dos de los primeros 20 detenidos que llegaron
a Guantánamo permanecen allí encarcelados. Credito... Doug
Mills/The New York Times
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Colaboraron con este artículo Taimoor Shah en Afganistán, Yan Zhuang en
Australia, Anna Joyce y Geneva Abdul en Londres.
Carol Rosenberg ha cubierto la base naval estadounidense de Guantánamo desde que los
primeros prisioneros llegaron ahí procedentes de Afganistán en enero de 2002.
De 1990 a 2019 ha trabajado como corresponsal en las secciones Metro, Nacional
e Internacional con un enfoque en la cobertura del conflicto en el Medio
Oriente para The Miami Herald. @carolrosenberg • Facebook
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