Doblegando al soldado Manning
Michael
Ratner La Jornada 1 de diciembre de 2012
Bradley Manning es castigado –y torturado– por un crimen que a final de
cuentas consiste en creer que el mayor deber de un estadounidense es para con su
pueblo y no para con su gobierno.
Cuando comience el consejo de guerra, el 4 de febrero, el soldado Bradley
Manning, de 23 años de edad, habrá pasado 983 días en prisión, incluidos nueve
meses en confinamiento solitario, sin haber sido acusado de crimen alguno. Esta
semana, en las audiencias previas, un consejo de guerra revisa evidencia de que
las condiciones a las que ha estado sujeto constituyen tortura. Entre esas
condiciones está el periodo de nueve meses en el que pasó 23 horas por semana en
una celda de 1.80 por 2.40 metros, donde tenía prohibido acostarse o incluso
apoyarse en la pared cuando no dormía –y cuando se le permitía dormir, oficiales
lo despertaban cada cinco minutos– y donde se le sometía a revisiones físicas
diarias y se le obligaba a desnudarse. El relator especial de la ONU para la
tortura ya ha dictaminado que esto constituye un tratamiento cruel, inhumano y
degradante, y posible tortura.
Durante casi tres años Manning ha soportado intensa presión física y mental,
destinada a obligarlo a implicar a Wikileaks y a su editor, Julian
Assange, en una presunta conspiración para cometer espionaje. También es un
mensaje para quienes desde el interior de organismos públicos denuncien abusos
de autoridades: el gobierno no será amable.
“(Si) usted vio cosas increíbles y espantosas… cosas que pertenecen al
dominio público y no a un servidor guardado en un cuarto oscuro de Washington…
¿qué haría?... Es importante que se sepa… podría cambiar algo… con suerte habría
discusión mundial, debates y reformas…”
Estas palabras se atribuyen a Manning*, y ese es un cambio en el que a muchos
nos gustaría creer: que si uno revela a los ciudadanos la verdad de las
actividades ilícitas de su gobierno, y les da la libertad de hablar de ella,
llamarán a cuentas a sus funcionarios electos.
Pero una cosa es hablar de transparencia, sangre vital de la democracia, e
incluso hacer campaña con ese lema –en 2008 el candidato Obama dijo que
los denunciantes de irregularidades dentro del gobierno son parte de una
democracia sana y deben ser protegidos de represalias– y otra es actuar en
consecuencia. En un nivel fundamental, Manning es castigado, sin haber sido
juzgado, por un crimen que a final de cuentas consiste en tener el valor de
actuar a partir de la creencia de que sin un público informado nuestra república
corre un grave riesgo. O, según palabras que se le atribuyen, por querer “que la
gente vea la verdad… sin importar quién sea… porque sin información no se pueden
tomar decisiones como pueblo”.
El gobierno estadounidense se ha propuesto crear un retrato de Manning como
un traidor que colaboró con Al Qaeda al revelar al público información
clasificada. Lo que en verdad ocurrió, sin embargo, fue que se enviaron
documentos en forma anónima a Wikileaks, la cual los publicó en
colaboración con The New York Times, The Guardian y otros
medios de comunicación para beneficio del público general, de manera muy
parecida a cuando se publicaron los Papeles del Pentágono en la
generación pasada.
Los mensajes de correo electrónico que la fiscalía usa para tratar de
demostrar que Manning fue la fuente de las filtraciones también pintan el lado
de la historia que quieren ocultar: el de un joven soldado que lucha con el
dilema de un presunto denunciante interno que sabe que corre grandes riesgos al
exponer los crímenes y abusos que ha presenciado, cometidos con el patrocinio
del Estado, los “casi criminales acuerdos políticos bajo el agua… las versiones
no publicitarias de los sucesos y crisis mundiales”, según palabras que
presuntamente dijo al confidente que al final lo traicionó.
Perderé oficialmente la fe en la sociedad que tenemos si nada ocurre. Uno no
puede dejar de preguntarse qué pensará Manning ahora, luego de tanto tiempo bajo
esas brutales condiciones de confinamiento. ¿Se imaginaba que el gobierno le
aplicaría un castigo tan desproporcionado y contrario a la ley?
El abusivo tratamiento en prisión preventiva de Manning constituye una clara
violación de la Constitución estadounidense, de la Convención de Naciones Unidas
contra la Tortura e incluso del derecho militar estadounidense. De hecho, el
defensor de Manning, David Combs, sostiene en las audiencias previas al juicio,
esta semana, que en vista de ese palmario desprecio a los derechos más
esenciales de su cliente deben retirarse todos los cargos.
El gobierno afirma que todo esto se ha hecho para evitar que Manning cometa
suicidio, aunque cualquier observador racional apuntaría que esas condiciones
más bien empujarían a alguien a suicidarse que a no hacerlo. La explicación más
probable es la obvia: el gobierno quiere doblegar a Manning para obligarlo a
implicar a Wikileaks y Assange, y hacer un escándalo suficiente para
inhibir a otros denunciantes dentro de las instituciones. Están en juego el
fundamento de nuestra democracia, una prensa libre y robusta, y el destino de un
verdadero héroe de Estados Unidos.
* Deslinde: Bradley Manning no ha sido consignado por ningún cargo ni ha
admitido ninguna de las acusaciones en su contra. Del mismo modo, no ha
reconocido los fragmentos de chats que supuestamente contienen palabras
suyas.
Traducción: Jorge Anaya
Enlaces:
Los cables sobre México en
WikiLeaks
Sitio especial de La Jornada sobre
WikiLeaks
http://www.jornada.unam.mx/2012/12/01/opinion/026a1mun
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