Prisionero en Guantánamo: "los abusos solo avergüenzan a la bandera de
EEUU"
El yemení Samir Naji sigue preso pese a que en 2009 autorizaron su liberación; en este texto narra el trato que
recibe en prisión
Samir Naji
especial para CNN
11 de diciembre de 2014
Nota del editor: Samir Naji es un yemení acusado de servir en
la escolta de Osama bin Laden y ha estado preso en Guantánamo por casi 13 años
sin que se le imputen cargos. Se autorizó su liberación en 2009, pero sigue
detenido. Los censores de la prisión acaban de publicar el siguiente
testimonio, que se grabó durante su reunión más reciente con los abogados de
Reprieve, una organización internacional de defensa de los derechos humanos.
BAHÍA DE GUANTÁNAMO, Cuba (CNN) — He escuchado que el reporte del Senado sobre la tortura
por parte de la CIA tiene 6,000 páginas. Sin embargo, mi historia transcurre en
otra parte: Guantánamo, lejos del programa de la CIA del que trata el reporte.
Las 6,000 páginas del reporte del Senado son solo el principio de lo que se ha
hecho en nombre de los estadounidenses y que tienen que aceptar.
Todo empieza y termina en el silencio de una celda diminuta y helada, en soledad.
En ese momento te acurrucas y luchas para ignorar la confusión de lo que acaba de
ocurrirte, del temor de lo que podría seguir; o del temor que llega cuando te
das cuenta de que nadie vendrá a ayudarte, que la vida, la familia y los amigos
están muy, muy lejos.
La puerta de la celda se abre. Es la siguiente sesión, parece la centésima. Pienso
en que mi primer periodo de interrogatorios duró tres meses completos. Dos
equipos de interrogadores se turnaban día y noche.
Cada sesión inicia con gritos para despertarme. Luego me golpean en el rostro y en
la espalda. Estoy tan desesperado por dormir que mi cabeza está nadando. Hay
fotografías de rostros pegadas en todos los muros de esta habitación. Ellos
exigen que identifique a los individuos, pero apenas puedo enfocar la vista
para saber si los conozco. Gritan más fuerte y me insultan y luego hacen un
ademán a un hombre que está en un rincón. Me inyecta una sustancia desconocida
dos veces en el brazo. Es lo último que sé.
La celda helada. Se abre la puerta. Esta vez los guardias entran haciendo ruidos horribles, como si fueran animales
salvajes.
Trato de negarme a comer la poca comida que me traen en protesta ante todo esto. Mi
interrogador se ríe de mí, pero entonces enfurece; me insulta ruidosamente y
vierte un paquete de comida para soldados en mi cabeza. Le dicen al hombre que
está en el rincón que empiecen a alimentarme vía intravenosa. Él inserta la
manguera en dos partes diferentes de mi brazo y hace que sangre.
La celda helada. La puerta se abre. Esta vez los guardias me arrojan al suelo y se
turnan para para pisotearme la espalda.
Les digo a mis interrogadores que no puedo seguir sin comer. Arrojan comida al
suelo de la habitación y me dicen que coma como un cerdo. No me dejan ir al
baño. Ellos observan mientras la situación se hace más dolorosa y ríen cuando
hacen que el intérprete describa cómo me violarán si me orino en los
pantalones.
La celda helada. La puerta se abre. Me hacen ponerme de pie y saludar a la bandera
estadounidense.
Estoy en una especie de sala de cine, en donde tengo que ver videos de cómo abusan de
otros prisioneros. Luego me dicen que baile para ellos y que corra en círculos
mientras jalan mis cadenas. Cada vez que intento negarme, me tocan las partes
más privadas.
La celda helada. La puerta se abre. Estuvo lloviendo y hay charcos lodosos en
todas partes. Tengo puestos unos grilletes, así que en realidad no puedo
caminar; ellos me arrastran deliberadamente por los charcos lodosos.
Ahora toca la sala de pornografía. Hay imágenes horribles por todas partes. Hay una
de un hombre con un burro. Estoy desnudo y me afeitaron la barba para insultar
innecesariamente a mi religión. Me muestran imágenes pornográficas de mujeres.
Me dicen que imite a distintos animales y cuando me niego, simplemente me
golpean. Todo termina cuando vierten agua fría en todo mi cuerpo.
Unas horas más tarde, en mi celda, me descubren. Estoy casi congelado. El médico les
dice que me lleven urgentemente a la clínica, en donde me dan una cobija y me
dan tratamiento. En las siguientes horas me observan mientras me caliento.
Simplemente están esperando el momento en el que autoricen mi regreso para que
me interroguen.
Hace cuatro años, seis agencias de seguridad del gobierno estadounidense se
reunieron para revisar mi caso. Llegaron a la conclusión de que no había
cometido ningún delito y que deberían liberarme. Los métodos sucios y sádicos
que soporté (y que se llevaron directamente a Abu Ghraib) no lograron nada más
que avergonzar a la bandera estadounidense que pende en el pasillo de la
prisión y a la que me obligaron a saludar.
En Guantánamo aún hay 136 detenidos mientras los políticos discuten cómo anular el
reporte del Senado. Estados Unidos no puede seguir huyendo así de su pasado, ni
de su presente. No pueden hacer que desaparezcan nuestras historias, nuestra
detención ininterrumpida.
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