Por qué EEUU no se retirará de
Afganistán
Pepe Escobar disenso.wordpress.com Publicado
originalmente en: Why
the US won’t leave Afghanistan, Al Jazeera, 12/07/2011 18 de julio
de 2011
Entre tanta mentira y palabrería, el giro oficial de Washington sobre el
cenagal estratégico de Afganistán simplemente no se sostiene.
No más de “50-75 tipos de Al Qaeda en Afganistán”, según la CIA, han sido
responsables de que el gobierno gaste no menos de 7.000 millones de euros al
mes, o 85.000 millones al año.
Al mismo tiempo, el Secretario de Defensa saliente, Robert Gates, ha
sostenido con firmeza que la retirada de tropas de Afganistán es “prematura”. El
Pentágono quiere que la Casa Blanca “posponga el término del envío de tropas a
Afganistán hasta el otoño de 2012″.
Eso ensombrece el hecho de que, aunque se produjera una retirada total, el
resultado final sería que permanecería el mismo número de soldados que había
antes de que la administración Obama ordenara su incremento.
Además, aunque hubiera algún tipo de retirada, eso afectaría sobre todo a las
tropas de apoyo, que pueden ser fácilmente reemplazadas por “contratistas
privados” (eufemismo de mercenarios). De hecho, ya hay más de 100.000
“contratistas privados” en Afganistán.
Llueven billones
Un reciente y detallado estudio del Eisenhower Research Project de la
Universidad de Brown reveló que la guerra contra el terror ha costado, hasta
ahora, unos tres billones de euros, sin incluir los pagos de intereses, que
ascienden a 710.000 millones de euros.
Eso hace que el coste total de la guerra contra el terror sea de cuatro
billones de euros, por lo menos. Y eso no incluye, como dice el informe,
“adicionales consecuencias macroeconómicas de los gastos de guerra”, es decir,
4.000 millones de euros prometidos para la reconstrucción de Afganistán.
¿Quién se beneficia de tanto derroche? Es fácil: los contratistas del
ejército de EEUU y una elite financiera global.
La idea de que el gobierno gastaría 7.000 millones de euros al mes solo para
dar caza a unos pocos “tipos de Al Qaeda” en el Hindu Kush carece de
sentido.
El mismo Pentágono ha desechado esa idea, insistiendo en que la captura y
muerte de Osama Bin Laden no cambia la ecuación: los talibanes siguen siendo una
amenaza.
En numerosas ocasiones, el líder de los talibanes, el mulá Omar, ha
caracterizado su lucha como un “movimiento nacionalista”. Aparte del registro
histórico que muestra que Washington siempre ha temido y combatido a los
movimientos nacionalistas, el comentario de Omar muestra, también, que la
estrategia de los talibanes no tiene nada que ver con el objetivo de Al Qaeda de
establecer un califato por medio de la yihad global.
Por tanto, Al Qaeda no es el principal enemigo, ni ahora ni desde hace
bastante tiempo. Esta es una guerra entre una superpotencia y un feroz
movimiento nacionalista, predominantemente pashtun, en el cual los
talibanes son un importante sector. Independientemente de su apariencia
medieval, están luchando contra una ocupación extranjera y haciendo lo que
pueden para echar abajo un régimen títere, el de Hamid Karzai.
Un modelo en quiebra
En el famoso vídeo del 1 de noviembre de 2004, que jugó un papel crucial para
asegurar la reelección de George W. Bush, Osama Bin Laden —o un clon suyo—
explicó una vez más cómo “los muyahidines desangraron a Rusia durante
diez años antes de que se arruinara y se viera obligada a batirse en
retirada”.
Esa es exactamente la misma estrategia que Al Qaeda ha desplegado contra
EEUU. Según Bin Laden, “todo lo que tenemos que hacer es enviar a dos
muyahidines al punto más oriental y que levanten un pedazo de tela en
el que esté escrito Al Qaeda, para que los generales acudan corriendo y EEUU
sufra pérdidas humanas, económicas y políticas, sin lograr nada digno de
mención, como no sean los beneficios de sus compañías privadas”.
Eso es exactamente lo que ha sucedido desde el 11-S. La guerra contra el
terror ha arruinado totalmente el Tesoro, hasta el punto de que la Casa Blanca y
el Congreso están inmersos ahora en una titánica batalla por elevar el techo de
la deuda a tres billones de euros.
Lo que nunca se dice es que estos billones de euros fueron sustraídos sin
piedad del bienestar del estadounidense medio, rompiendo el cuidadosamente
elaborado mito del sueño americano.
¿Cuál es el destino de estos tres billones de euros?
La doctrina del dominio de todo el espectro del Pentágono implica una red
mundial de bases militares, con especial importancia en aquellas que rodean,
lindan y controlan a las potencias rivales de Rusia y China.
Esta estrategia de superpotencia —de la cual Afganistán era, y sigue siendo,
una parte fundamental, en la intersección de Asia Central y del Sur— condujo, y
puede seguir conduciendo, a otras guerras en Irak, Irán y Siria.
La red de bases militares norteamericanas del denominado por el Pentágono
“arco de inestabilidad”, que abarca desde el Mediterráneo hasta el Golfo Pérsico
y Asia Central y del Sur, es una razón fundamental para permanecer en Afganistán
para siempre.
Pero no es la única razón.
Incremento, soborno y permanencia
Todo nos devuelve, una vez más, a Oleoducstán (Pipelineistan) y una
de sus más destacadas quimeras: el gasoducto de Turkmenistán, Afganistán y
Pakistán (TAP), también conocido como el Gasoducto Transafgano, que podría
convertirse en TAPI si la India decide embarcarse en el proyecto.
Los medios de comunicación norteamericanos se niegan a informar de lo que es
uno de los acontecimientos más importantes de estos primeros años del siglo
XXI.
Washington ha buscado torpemente el TAP desde mediados de los años 90, cuando
la administración Clinton estuvo negociando con los talibanes. Las
conversaciones se rompieron debido a las tasas de tránsito, antes del 11-S,
cuando la administración Bush decidió cambiar la retórica de “una alfombra
dorada” a “una alfombra de bombas”.
El TAP es una clásica estratagema Oleoducstán: EEUU apoya el flujo de gas
desde Asia Central hasta los mercados internacionales, evitando Irán y Rusia. Si
se construyera alguna vez, costaría más de 7.000 millones de euros.
Para ello, se necesita un Afganistán totalmente pacificado —otra quimera más—
y un gobierno pakistaní totalmente implicado en la seguridad de Afganistán, algo
impensable mientras la política de Islamabad consista en considerar a Afganistán
con “profundidad estratégica”, como un estado vasallo, en el contexto de una
mentalidad de confrontación a largo plazo con la India.
No es una sorpresa que el Pentágono y el ejército pakistaní tengan unas
estrechas relaciones. Tanto Washington como Islamabad ven al nacionalismo
pashtun como una amenaza existencial.
La porosa y disputada frontera de 2.500 kilómetros con Afganistán está en el
corazón de la interferencia de Pakistán en los asuntos de su vecino.
Washington se desespera porque sabe que el ejército de Pakistán apoyará
siempre a los talibanes, de la misma forma que apoya a los grupos islamistas
extremistas que combaten en la India. Además, Washington sabe que la política
afgana de Pakistán implica contener la influencia de la India en Afganistán a
toda costa.
Pregúntese al general Ashfaq Parvez Kayani, jefe del ejército pakistaní y
favorito del Pentágono. Siempre dice que su ejército está volcado en la India y
todo lo ve desde ese prisma; de ahí que Afganistán sea abordado con “profundidad
estratégica”.
Es inconcebible que 10 años después y gastados cuatro billones de euros, la
situación sea exactamente la misma. Washington sigue buscando torpemente “su”
oleoducto, que será, en realidad, un juego en el que ganarán, principalmente,
los comerciantes de materias primas, las grandes finanzas globales y los
gigantes occidentales de la energía.
Desde el punto de vista de estas elites, el escenario final ideal es una OTAN
Robocop global —ayudada por centenares de miles de mercenarios— que “proteja” el
TAP (o TAPI), mientras vigila continuamente lo que sucede en los vecinos Rusia y
China.
Algunos analistas de la India han descrito los tortuosos movimientos de EEUU
en Afganistán como “incremento, soborno y permanencia”. Esta saga podía haber
sido efectuada sin llevar a la superpotencia a la bancarrota, y sin numerosas,
atroces y continuas pérdidas de vidas, pero, en fin, nadie es perfecto.
Pepe Escobar es corresponsal itinerante de Asia Times. Su último libro es Obama Does
Globalistan (Nimble Books, 2009). Su correo-e es: pepeasia@yahoo.com.
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