Migrantes hondureños fueron puestos bajo custodia de agentes de la Patrulla
Fronteriza cerca de Granjeno, Texas, el mes pasado. Crédito Tamir Kalifa para The New York Times |
Las instalaciones de la Patrulla Fronteriza ponen en riesgo a detenidos con
problemas médicos
Miles de migrantes cruzan cada día la frontera estadounidense, muchos después de jornadas agotadoras que los dejan heridos,
enfermos o deshidratados; sin embargo, las instalaciones de la Patrulla
Fronteriza carecen de recursos para ofrecer una atención médica adecuada.
SHERI FINK y CAITLIN DICKERSON
The New York Times.Es
6 de marzo de 2019
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MCALLEN, Texas — Casi eran las nueve de la noche en una clínica improvisada para las
personas migrantes en Texas, cerca de la frontera con México. Hacía horas que
la clínica debía haber cerrado, pero los pacientes no paraban de llegar: un
adolescente con fiebre y una herida maloliente en el pie. Un hombre con una
lesión en la cabeza y los ojos rojos y relucientes. Niños con fiebre, tos y resfríos.
Más temprano ese día, una niñita llamada Nancy había llegado a la clínica con tos y
escalofríos que la hacían estremecerse. Dijo que estuvo vomitando y le dolía la
columna. Una asistente le tomó la temperatura. “Tiene 40, casi 40,5”, dijo.
Los migrantes que llegaron esa noche al centro operado por las Caridades Católicas
en el valle del río Grande acababan de ser liberados por la Oficina de Aduanas
y Protección Fronteriza (CBP), después de haber sido capturados cerca de la
frontera. Los recién llegados estuvieron en custodia de las autoridades
federales hasta por 72 horas pero casi ninguno recibió atención médica. Para
muchos, los médicos voluntarios en la clínica privada eran los primeros que
vieron después de cruzar la frontera.
“Podría perder esa pierna”, le advirtió Martín Garza, un pediatra local que trabaja en
la clínica cada dos fines de semana, al padre del adolescente con la herida en
el pie y le entregó una dosis de antibióticos. “Lo limpié lo más que pude”.
Lauren J. Herbert, una pediatra voluntaria de Oregon,
examina a una niña hondureña en una clínica en el Centro de Descanso
Humanitario de las Caridades Católicas en McAllen, Texas. Crédito Tamir Kalifa para The New York Times |
Martín Garza, un pediatra local, con Elvin Portillo, de
17 años, que se lastimó el pie en Honduras Crédito Tamir Kalifa para The New York Times |
Christine Heritage y Cathy McKay,
voluntarias en la clínica de descanso de McAllen. Dichos centros ofrecen
refugio a los migrantes durante una o dos noches después de ser liberados de la
custodia de la Patrulla Fronteriza. Crédito Tamir Kalifa para The New York Times |
En la actualidad, un promedio de 2200 migrantes cruza a diario la frontera de Estados
Unidos con México; muchos lo hacen después de jornadas agotadoras que les
provocan heridas, enfermedades o en condiciones de deshidratación. Sin embargo,
las instalaciones de la CBP a lo largo de la frontera carecen de espacio,
personal y procedimientos suficientes para ofrecer algo más que cuidado básico
de emergencia, una situación que ha llevado a peligrosos descuidos médicos.
Seis adultos murieron mientras estaban en custodia de la CBP durante el año fiscal
que terminó en octubre, y al menos tres de ellos sufrieron una emergencia
médica poco después de ser capturados. Otro, que tenía una enfermedad crónica
seria, murió por complicaciones de salud el mes pasado. En diciembre, dos niños
migrantes, Jakelin Caal Maquín, de 7 años, y Felipe Gómez
Alonzo, de 8, murieron con tres semanas de diferencia después de presentar
síntomas de enfermedad al haber estado retenidos y ser transportados por
agentes de la Patrulla Fronteriza en Texas y Nuevo México.
Una revisión de The New York Times de los registros y decenas de entrevistas con
migrantes, agentes, investigadores y trabajadores de salud indican que algunas
de estas muertes no fueron anomalías, sino más bien síntomas de problemas
arraigados que ponen en riesgo a los detenidos que presentan alguna condición médica.
En los centros de asistencia como el de McAllen, Texas, que acogen a los migrantes
durante una noche o dos después de que son liberados de la custodia de la
Patrulla Fronteriza, los médicos dicen que el cuidado que la agencia provee en
ocasiones es tan pobre que han tenido que enviar a los recién llegados a las
emergencias hospitalarias.
“No se les trata como si se valorara su salud y bienestar”, dijo Anna Landau, una
médica familiar que trabaja como voluntaria en un refugio para migrantes de
Catholic Community Services en Tucson, Arizona. “¿Cómo envías a gente que
claramente está pasando dolor y sufrimiento, cómo es que solo los trasladas
como si fueran otro número, en lugar de una persona de verdad?”.
Un grupo de migrantes centroamericanos se
entregaron a agentes de la Patrulla Fronteriza después de cruzar la frontera
cerca de Granjeno, Texas, el mes pasado.Crédito Tamir Kalifa para The New York Times |
En los próximos días se espera que la agencia anuncie cambios significativos
relacionados con la atención médica de los migrantes, incluidas algunas
políticas que requieren que los agentes de la Patrulla Fronteriza realicen
entrevistas más minuciosas de cada migrante y que refieran a un proveedor
médico a todos los que necesiten cuidados.
La agencia también está construyendo un nuevo centro de procesamiento en El Paso y
añadirá 47 millones de dólares a un contrato privado destinado a los cuidados
médicos para migrantes.
“Estamos haciendo todo lo que podemos para asegurar cuidado médico rápido cuando sea
necesario” dijo en enero en la Casa Blanca la secretaria de Seguridad Nacional,
Kirstjen Nielsen. “Los hombres y mujeres de CBP y ICE [Servicio de Inmigración
y Control de Aduanas de Estados Unidos] hacen lo mejor que pueden con lo que
tienen, pero no cuentan con las instalaciones, los recursos o la autoridad
legal para mantenerse al día con esta crisis”.
La medida llega después de años de advertencias –tanto desde dentro como desde
fuera del gobierno– que habían sido ignoradas por una agencia que concebía que
su misión primaria era de seguridad: atrapar y deportar a quienes cruzaran la
frontera de manera ilegal, pero no cuidarlos hasta que recuperaran la salud.
Algunos trabajadores del sector salud dicen que los agentes de la Patrulla Fronteriza
priorizan el respeto a las leyes migratorias por encima de las necesidades
urgentes de los migrantes. Los equipos de ambulancias cerca de la frontera
dicen que a veces se topan con demoras en los puestos de control de la Patrulla Fronteriza.
En un caso sucedido hace unos cinco años, descrito al Times por dos personas que
trabajaban con un equipo de respuesta médica en el condado Starr, en Texas, una
mujer gravemente enferma fue llevada en auto a través del puente de México a
Rio Grande City y puesta en una ambulancia de un hospital cercano. Un
paramédico, Sergio Garza, empezó a ayudarle a respirar. Pero un empleado de
CBP, dijo, abrió las puertas del vehículo y ordenó que la paciente fuera
devuelta porque no tenía papeles para entrar a Estados Unidos.
Automovilistas esperan para ingresar a
Estados Unidos en el lado mexicano del puente fronterizo Starr-Camargo cerca de
Rio Grande City, Texas. Crédito Tamir Kalifa para The New York Times |
Garza y el director de su empresa de ambulancias protestaron sin éxito. A
regañadientes, Garza transfirió a la paciente a una ambulancia mexicana que no
tenía personal capacitado a bordo, según recuerdan él y el director. Garza dice
que le mostró al esposo de la paciente cómo presionar la bolsa de oxígeno para
intentar mantener a su esposa con vida mientras la conducían a un distante
hospital en México. Murió en el camino, según dicen los trabajadores de emergencias.
Problemas persistentes
Durante al menos una década, los familiares y organizaciones de derechos han reportado
descuidos en la atención médica para las personas en custodia de la CBP. Las
quejas presentadas en los últimos años han incluido a una mujer que dio a luz
de forma prematura y fue forzada a quedarse con el bebé en un “sucio cuarto de
detención”; a un detenido a quien se le negó acceso a su medicina prescrita
para el corazón, y a una mujer que tenía sangrado vaginal intenso después de un
ataque sexual y a la que no se le proveyó ninguna atención médica.
El número de muertes aún es desconocido y tal vez no se llegue a saber —hasta
diciembre a la agencia no se le requería revisar de manera independiente ni
reportar públicamente las muertes relacionadas con problemas de salud que
sucedían bajo su custodia—. Y las consecuencias de no atender las necesidades
médicas urgentes a menudo emergen después de que los detenidos son transferidos
a otra agencia, o liberados.
En 2015, la CBP respondió a algunas de las críticas y estableció lineamientos
nacionales de transporte y detención. Sin embargo, estos estándares no son
vinculantes –a la agencia no se le puede demandar por no seguirlos– y el tema
del cuidado médico en detención cubre menos de una página.
Las detenciones deben ser breves, de 72 horas o menos, de acuerdo a los
lineamientos. Pero, a menudo eso no se respeta. Felipe Gómez Alonzo, el niño
que murió en diciembre con influenza, estaba en su sexto día de detención
cuando fue llevado al hospital, según una línea de tiempo hecha por la agencia.
En algunos casos los agentes de la Patrulla Fronteriza trasladan a los migrantes
enfermos para que los revisen en algún hospital, pero los problemas persisten
cuando son llevados de regreso a las instalaciones atestadas y mal equipadas de
la CBP.
Sonia Díaz-Castro, de 39 años, una solicitante de asilo de Honduras, se cayó de un
muro fronterizo de casi 8 metros cuando entró a Estados Unidos el año pasado y
las lesiones casi le impedían caminar, pues presentaba fracturas en la pelvis y
el codo.
Los agentes de la Patrulla Fronteriza en Nuevo México la llevaron dos veces a
hospitales locales. En uno de ellos, los agentes le prometieron al médico
tratante que le darían a Díaz-Castro una silla de ruedas y le asignarían a
alguien para que le ayudara a moverse. No le facilitaron ninguna de estas
cosas. A pesar de que apenas conseguía moverse, la dejaron sola en una celda de
concreto. Cuando tenía que usar el sanitario, la obligaban a arrastrarse por el
piso usando su brazo roto.
“Solo sentía que quería gritar. Lo único que podía hacer era llorar y cuando lo
pienso todavía me dan ganas de llorar”, dijo Diaz-Castro sobre la experiencia.
El viaje a través de la custodia
En una tarde de inicios de febrero, las radios de la Patrulla Fronteriza en el sur de
Texas registraban los reportes de “cuerpos”, es decir, personas cuyos cruces
sin autorización de la frontera habían sido detectados por sensores de
movimiento en el terreno y cámaras en postes y radares.
Los agentes respondieron mientras unas sesenta personas de Honduras, Guatemala,
Ecuador y Nicaragua, entre ellas madres con niños y algunos menores solos,
bajaban trabajosamente de las balsas después de cruzar el río Bravo. Con bolsas
y bebés a cuestas treparon por un sendero lodoso que atravesaba arbustos
espinosos, donde los esperaban los agentes en una brecha del muro fronterizo.
René Reyes, un agente de la Patrulla Fronteriza y paramédico los revisó en busca de
“algo que atente contra la vida”, dijo.
Reyes se detuvo brevemente a preguntarle a los papás de un niño con un cicatrices
quirúrgicas en la cabeza que llevaba una mascarilla que le cubría la nariz y la
boca. Tenía una condición que hacía que se le acumulen fluidos en el cerebro
pero parecía estable. “El chico parece estar bien”, concluyó Reyes. Su revisión
general a todo el grupo duró menos de cinco minutos.
René Reyes, un agente de la Patrulla
Fronteriza y paramédico, evaluó las condiciones de salud de un grupo de
solicitantes de asilo. Crédito Tamir Kalifa para The New York Times |
Un chico proveniente de Honduras con
hidrocefalia, una condición que causa que demasiado fluido se concentre en el
cerebro, formaba parte de un grupo de migrantes puesto bajo custodia en
Penitas, Texas. Crédito Tamir Kalifa para The New York Times |
En su siguiente parada, los niños recibieron un chequeo medico más minucioso, en uno
de dos centros temporales de detención, en un área industrial de McAllen.
Dentro del mayor centro de procesamiento de migrantes de la agencia, un
enrejado divide una amplia bodega con pisos de concreto en grupos de celdas que
separan a los hombres de las mujeres y a los niños mayores de sus padres. El
sitio fue abierto en 2014 específicamente para albergar a familias y menores
que viajan solos. Cuando ese lugar está lleno, las familias son procesadas a
unas cuadras de ahí, en un edificio más viejo con celdas cerradas como de prisión.
Esa tarde, los inspectores médicos enviaron a Victoria Medina, una niña de 6 meses,
al hospital después de notar que tenía fiebre, tos severa y diarrea. Los
trabajadores del hospital atendieron a la bebé y la enviaron de regreso a la CBP.
Esa noche la madre de Victoria, Mayte Medina, una mujer hondureña de 18 años, yacía
en el piso de su fría celda de aislamiento bajo una delgada cubierta térmica de
polietileno y apretaba a su bebé que tosía. La fiebre había retrocedido pero la
diarrea continuaba. La botella de medicina que Medina traía para curarla había
estado en su mochila, que le habían confiscado cuando fue detenida. “Les dije a
todos, a todos los que la vieron”, dijo Medina. “Nunca le dieron nada”.
Medina tuvo un acceso relativamente sencillo al cuidado médico, en parte porque fue
aprehendida en el corazón del valle del río Grande, la estación de paso
migratorio con más tráfico en Estados Unidos. El año pasado más de 63.200
migrantes que viajaban en familia fueron detenidos ahí.
Mayte Medina, proveniente de Honduras,
sostenía a su bebé, Victoria, mientras ella y otros eran puestos bajo custodia.
Victoria estaba enferma, presentaba fiebre, tos y diarrea. Crédito Tamir Kalifa para The New York Times |
Las instalaciones de la Patrulla Fronteriza en McAllen están entre las pocas del
país que cuentan con un pequeño número de profesionales de salud de rango
medio, como enfermeras o asistentes médicos. Mientras los funcionarios del
gobierno analizan cómo podrían expandir la cobertura de servicios médicos,
estos lugares han sido considerados como modelos potenciales.
Pero incluso en esos centros resulta frustrante proveer cuidados médicos en
instalaciones donde las decisiones son controladas por autoridades de
seguridad. Una exempleada de la salud que trabajaba para Loyal Source, un
contratista en los sitios de McAllen, que no tenia permiso para declarar
oficialmente, recordó varias ocasiones en las que alertó a los agentes de que
un paciente necesitaba acudir a urgencias. Dos o tres horas después, dijo, el
paciente seguía ahí.
Daniel Harrell, un supervisor de la Unidad
de Trauma, Búsqueda y Rescate de la Patrulla Fronteriza, lleva a cabo una
búsqueda cerca de Sullivan City, Texas. Crédito Tamir Kalifa para The New York Times |
Agentes de la Patrulla Fronteriza cerca de
Sullivan City, Texas. Crédito Tamir Kalifa para The New York Times |
En una tarde reciente, decenas de migrantes fueron llevados a un albergue cerca de la
frontera sur de California, operado por la Red de Respuesta Rápida de San
Diego. Esperaban afuera, en filas cerca de tiendas blancas a la luz de
reflectores conectados al rugido de un generador. Los trabajadores médicos los
inspeccionaban en búsqueda de enfermedades contagiosas y otras condiciones.
El equipo médico que rotaba diagnosticó muchas condiciones sin tratar que podían
propagarse, entre ellos 362 casos de liendres, 113 casos de sarna, 22 posibles
casos de influenza y 4 de varicela en los primeros dos meses de 2019. Los
profesionales médicos trasladaron a 52 personas a urgencias.
Voluntarios ayudaron con el procesamiento
de recién llegados al refugio para migrantes de la Red de Respuesta Rápida de
San Diego. Crédito Jenna Schoenefeld para The New York Times |
Un mapa en el refugio en San Diego, para que los niños
marquen adónde van en Estados Unidos. Crédito Jenna Schoenefeld para The New York Times |
Zapatos donados fueron organizados por voluntarios. Crédito Jenna Schoenefeld para The New York
Times |
Un joven llamaba la atención esa tarde. Cojeó dolorosamente hasta la tienda en
muletas. Un fijador de metal sobresalía de su pierna izquierda, envuelto en
capas de gasa sangrienta. El único registro médico que una enfermera pudo
ubicar entre sus pertenencias era una placa de rayos X que mostraba una
fractura severa que había sufrido en su camino hacia Estados Unidos.
El hombre había sido sometido a cirugía en un hospital cercano y lo habían
devuelto a detención la noche previa. Ahora estaba en el refugio. “Solo lo
dejaron aquí”, dijo Kathy Fischer, médica de guardia, con un dejo de
incredulidad en su voz. “Es una situación loca”.
Sheri Fink reportó desde McAllen y San Ysidro, California, y Caitlin Dickerson, desde
El Paso. Susan Beachy colaboró con este reportaje.
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