Son seres humanos: esa cosa tan sencilla que parecemos haber olvidado sobre los refugiados
Owen Jones
The Guardian
30 de agosto de 2015
Gente no son: nadie podría tolerar oír que se ahogan seres humanos una y otra vez. En el mejor de los casos, son
estadísticas sombrías pero intangibles, que sirven para chasquear la lengua
antes retomar la rutinaria vida cotidiana. Para otros, son una indeseada
muchedumbre que no es bienvenida y que la Fortaleza Europa debe mantener fuera:
llena de potenciales sanguijuelas indignas que no tienen sitio en Occidente. En
la jerarquía de la muerte, cualquiera etiquetado de “inmigrante” debe ocupar su
lugar cerca del fondo. Es un mundo deshumanizado: para demasiada gente, eso
sucede por ahí abajo con “pequeños delincuentes”, y ¿quién llora a los pequeños delincuentes?
A medida que se filtran de modo efímero en la cobertura mediática las noticias de cerca de 200 refugiados muertos frente a
las costas de Libia, lo único garantizado es que habrá más que se ahoguen. Y
con las noticias de los más de 70 refugiados hallados muertos en un camión en
Austria – tratar de imaginar sus últimos momentos de vida dispara una horrible
sensación en la boca del estómago – sabemos que se encontrarán más cuerpos en
más camiones. Aquellos de nosotros que deseamos un trato más compasivo para las
personas que huyen de situaciones desesperadas, hemos fracasado a la hora de
ganarnos la opinión pública, y el precio de eso es la muerte.
Para los que creen que la hostilidad a los seres humanos de otros países que han perdido en la lotería de la vida es
algo en nosotros innato, hay pruebas de lo contrario. Alemania acepta cerca de
cuatro veces más de refugiados que Gran Bretaña; y por cada sirio que busca
asilo recibido por Gran Bretaña, Alemania acepta 27. Y pese a que nuestra
generosidad se compara descarnadamente con la alemana, la mitad de los alemanes
se mostraba a favor en un sondeo de admitir todavía a más refugiados.
Es este un debate que no pueden ganar las estadísticas. Podemos decirle a la gente que quienes llegan hasta Europa
representan una minúscula fracción de la población mundial de refugiados, que
mientras que los países en vías de desarrollo albergaban el 70% de los
refugiados hace una década, poco más o menos, esta cifra ha dado ahora un salto
hasta el 86%. Países bastante más pequeños y pobres aceptan bastantes más que
nosotros, como el Líbano, con una población en torno a los 4,5 millones, entre
los que se cuenta 1,3 millones de refugiados sirios. Pero eso no transformará
las actitudes de la gente. Hemos de hacerlo con historias, humanizando a
refugiados que, de otro modo, carecerán de rostro.
Aparte de una minúscula proporción de sociópatas, nuestra especie se muestra de modo natural empática. Sólo cuando
despojamos de humanidad a la gente – cuando dejamos de imaginarlos como seres
humanos como nosotros – se erosiona nuestra naturaleza empática. Eso nos
permite bien aceptar la desgracia de otros, bien incluso infligírsela a ellos.
Los diarios derechistas van a la caza de historias extremas y poco simpáticas
de refugiados, y nosotros respondemos con estadísticas. Por el contrario,
tenemos que mostrar la realidad de los refugiados: sus nombres, sus caras, sus
ambiciones y sus temores, sus amores y aquello de lo que huyeron.
Sí, la solución a la miseria humana global no consiste en rescatar a un mínimo número de afortunados y lanzarlos sobre los
países ricos. Necesitamos que Occidente se haga cargo de la responsabilidad de
las zonas de desastre que ayudó a crear, como Libia e Irak. Deberíamos
presionar a nuestros gobiernos para que hagan más a la hora de resolver
situaciones que apremian a los seres humanos a huir. En nuestro país, hay que
otorgar recursos y apoyo extras a las comunidades con mayores niveles tanto de
migrantes como de refugiados. Pero mientras haya miseria, la gente huirá de
ella y una minúscula proporción llegará así de lejos, Si queremos ayudarles,
tenemos que cambiar las actitudes públicas, humanizando a los refugiados. Si
fracasamos, entonces cada vez más mujeres, hombres y niños se ahogarán en los
mares o se asfixiarán en camiones. Es así de deprimente.
Owen Jones, historiador y periodista, es autor de Chavs: La demonización de la clase
obrera, (Capitán Swing, Madrid 2012). Su último libro es The Establishment, and how to get
away with it, Allen Lane 2014
Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón
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