En memoria de la Rosa Blanca, el movimiento alemán que enfrentó a Hitler
Richard Hurowitz
The New York Times.es
1 de marzo de 2018
Credit Lauren Tamaki
|
Read in English
El 22 de febrero se cumplieron 75 años de que un grupo de jóvenes idealistas
alemanes, estudiantes que se habían atrevido a pronunciarse en contra de los
nazis, fueron ejecutados por el régimen al que desafiaron. Como una llama
titubeante en la oscuridad, la Rosa Blanca, como se llamaban sus miembros, es
un grupo inspirador que nunca perdió la valentía, así como un atemorizante recordatorio
de lo inusuales que son tales héroes.
El fundador del grupo, Hans Scholl, y su hermana, Sophie, crecieron fuera de
Múnich. Su padre les infundió una fuerte moral rectora y una cosmovisión
religiosa. Como muchos de su edad, Hans se unió a las Juventudes Hitlerianas.
Sin embargo, comenzó a tener dudas casi de inmediato: los nazis no le permitían
cantar ciertas canciones, ondear ciertas banderas ni leer a Stefan Zweig, su
autor favorito. Ganó un puesto de abanderado en uno de los congresos anuales de
Núremberg y regresó sintiéndose perturbado por lo que había visto.
Hans quería convertirse en doctor y cuando lo reclutaron lo apostaron como
paramédico en Francia. Después de un viaje de servicio, regresó a la
Universidad de Múnich para continuar con sus estudios médicos. Pronto Sophie se
unió a él como estudiante de la universidad. Hans leía mucho —a Platón,
Sócrates, San Agustín y Pascal— y decoró su habitación en la casa estudiantil
con arte modernista francés. Atrajo a un círculo de estudiantes afines:
Alexander Schmorell, el hijo de un doctor; Christoph Probst, el joven padre de
dos niños que apenas comenzaban a caminar, y Willi Graf, un introvertido
meditabundo. Pronto encontraron un mentor intelectual en Kurt Huber, un
profesor de Filosofía y apasionado creyente de la democracia liberal.
En el verano de 1942, Hans y sus amigos —inspirados por los sermones del obispo de
Münster, que se oponía al nazismo— comenzaron a distribuir panfletos hechos a
máquina de escribir que denunciaban al régimen. Sus palabras eran incendiarias.
“Cualquier alemán honesto se avergüenza de su gobierno actual”, escribió Hans;
un gobierno que cometía “los crímenes más horribles, crímenes que sobrepasan
ilimitadamente cualquier medida humana”. Los miembros de la Rosa Blanca declararon
que cualquiera que no hiciera nada era cómplice e imploraban a todos los
ciudadanos que participaran en una “resistencia pasiva” ante el Estado nazi.
La Rosa Blanca también denunciaba las atrocidades cometidas contra los judíos.
Schmorell y Hans escribieron en el segundo panfleto del grupo: “Aquí vemos el
más espantoso crimen en contra de la dignidad humana, un crimen que no tiene
paralelo en toda la historia puesto que los judíos también son seres humanos”.
No se mordían la lengua ni siquiera respecto al Führer: “Todas las palabras que
salen de la boca de Hitler son mentiras”. Salpicados con referencias eruditas a
Goethe, Aristóteles, Schiller, el libro del Eclesiastés, Lao-Tse y otros, los
panfletos concluían con un ruego para apoyar a la Rosa Blanca haciéndolos
circular. “No guardaremos silencio”, terminaba el cuarto. “Somos su conciencia.
La Rosa Blanca no los dejará en paz”.
Los panfletos aparecieron en los buzones y las casetas telefónicas entre finales de
junio y mediados de julio de 1942 y se propagaron entre estudiantes afines en
Fráncfort, Hamburgo, Berlín y Viena. Se detuvieron cuando Hans, Schmorell, Graf
y Probst fueron enviados al este, después de ser notificados solo un día antes,
al frente ruso, donde los alemanes estaban empantanados. Aun así, Hans se
rebeló contra los nazis con actos de simple humanidad incluso mientras se
dirigía al frente. En el tren hacia Rusia, vio a una pequeña niña judía que
hacía un trabajo rudo y traía la Estrella de David color amarillo que los nazis
obligaban a los judíos a portar. Bajó corriendo y le dio una barra de chocolate
de su propia ración —y una margarita para que se la pusiera en el cabello—.
Después de regresar del frente, Hans y los demás emitieron dos panfletos más, en los
que advertían que tras ser vencidos en Stalingrado la derrota alemana era
inevitable. En una declaración de lo preciados que son los derechos
individuales, los panfletos preguntaban: “¿Tendremos que ser por siempre una
nación odiada y rechazada por toda la humanidad?”. Hans, Schmorell y Graf
salían a hurtadillas por la noche y pintaban letreros que decían “Abajo
Hitler”, “Libertad” y otros lemas en la avenida principal de Múnich.
Luego, el 18 de febrero de 1943, Hans y Sophie decidieron distribuir panfletos en la
universidad y dejaron pilas de ellos en los corredores. Cuando estaban por
irse, Sophie notó que había más copias en su maleta y se dirigió a lo alto de
la escalera, que daba a un atrio. Lanzó los panfletos restantes al aire y miró
cómo caían por el pozo de la escalera.
El encargado de mantenimiento, Jakob Schmid, un ferviente simpatizante de los
nazis, estaba mirando. De inmediato cerró las puertas y notificó a las
autoridades. Los hermanos fueron arrastrados al palacio de Wittelsbach, cuartel
general de la Gestapo. Poco después también arrestaron a Probst, cuya esposa
había tenido a su tercer hijo semanas antes. Fueron interrogados durante varios
días, pero se rehusaron a implicar a alguien más.
Los tres fueron declarados culpables de alta traición y sentenciados a muerte. A
las pocas horas, los ejecutaron en la guillotina. Antes de poner su cabeza en
el bloque, las últimas palabras de Hans hicieron eco a través de la prisión:
“Que viva la libertad”. En las semanas siguientes, los demás miembros
principales de la Rosa Blanca fueron aprehendidos y ejecutados.
La historia de la Rosa Blanca llegó al frente, donde inspiró a los soldados que se
oponían al régimen. Sin embargo, la esperanza que tenían sus miembros de
motivar a sus compatriotas no se cumplió. Su llamado fue ignorado.
“No buscaban el martirio en nombre de ningún ideal extraordinario”, recuerda Inge
Scholl en sus memorias sobre sus hermanos y los camaradas de la Rosa Blanca.
“Querían que la gente como tú y yo pudiéramos vivir en una sociedad compasiva”.
Estamos lejos de la oscuridad del fascismo, pero nos beneficia recordar la
noble aunque triste historia de estas almas hermosas en el aniversario de su
trágico sacrificio.
Richard Hurowitz es inversionista, escritor y editor de The Octavian Report, una
revista filosófica trimestral.
¡Hazte voluntario para traducir al español otros artículos como este! manda un correo electrónico a espagnol@worldcantwait.net y escribe "voluntario para traducción" en la línea de memo.
E-mail:
espagnol@worldcantwait.net
|