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Les negaron pasaportes a mis hijos porque una partera asistió su nacimiento

Debbie Weingarten
The New York Times.es
6 de septiembre de 2018


Gabrielle, una joven inmigrante, con su hija de 2 meses, Naomi, en su hogar en Texas. Cuando Gabrielle se embarazó, solicitó un parto en casa porque temía que la deportaran si iba al hospital. Credit Lynsey Addario para The New York Times

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TUCSON, Arizona — Cierto día de febrero en 2012, cuando todavía estaba embarazada, miraba el cielo desértico tapizado en nuestra casa en el área rural de Arizona. El bebé ya había bajado y mi vientre se sentía rígido como una piedra. Casi a la medianoche estaba en pleno trabajo de parto, dentro de una alberca inflable para niños decorada con peces coloreados con crayón. Mientras pujaba y gritaba a todo pulmón, esas caritas parecían sonreírme; por fin, mi hijo se deslizó sobre los brazos de mi partera. Dos años después, la misma mujer recibió a mi segundo hijo, quien nos sorprendió a todos cuando terminó en el piso del baño.

Aunque mis hijos nunca han salido de Estados Unidos, el Departamento de Estado rechazó sus solicitudes de pasaporte y respondió que necesitaba más pruebas de su ciudadanía. Esto ocurrió solo unas horas después del anuncio en las noticias sobre la decisión del gobierno de Trump de negar miles de solicitudes de pasaporte a ciudadanos estadounidenses nacidos en estados fronterizos con la asistencia de una partera.

El principal motivo de estos rechazos es el rumor de que algunas mujeres que asisten partos en casas particulares en los estados fronterizos han entregado actas de nacimiento fraudulentas a bebés que en realidad nacieron en México.

Durante los gobiernos de Bush y Obama se acostumbraba negar el pasaporte a los bebés recibidos por parteras en Texas por razones similares, situación que dio lugar en 2009 a una demanda colectiva promovida por la Unión Estadounidense de Libertades Civiles (ACLU). La demanda sostenía que el gobierno “violaba el debido proceso y el derecho de casi todos los ciudadanos estadounidenses traídos al mundo por una partera en la región de la frontera sur a gozar de las mismas protecciones que el resto de la ciudadanía”.

El gobierno llegó a un acuerdo fuera de los tribunales con el que se comprometió a desarrollar protocolos nuevos que evitaran la discriminación de los ciudadanos de estados fronterizos nacidos en su domicilio. A pesar de todo, el periódico The Washington Post informó que se han negado más pasaportes a personas latinas durante el gobierno de Trump.

Las cartas del Departamento de Estado están dirigidas a mis hijos, que llevan el apellido latino de su padre. Solo tienen 4 y 6 años, así que todavía no saben leer. Según esta dependencia, “las pruebas de ciudadanía o nacionalidad estadounidense presentadas no son aceptables para el trámite de pasaportes” y “el documento entregado no constituye constancia suficiente del lugar y la fecha de nacimiento en Estados Unidos debido a que el alumbramiento no ocurrió dentro de un entorno institucional”.

En el caso de mis dos hijos, el “documento” que no constituye constancia suficiente de su ciudadanía es una constancia de nacimiento original, oficial y con sello. Aun así, el Departamento de Estado solicita toda una serie de pruebas, como registros de salud y religiosos creados durante el primer año de vida, los primeros registros escolares, actas de nacimiento de otros hermanos mayores, así como constancias fiscales, de empleo o renta de los padres desde el momento del nacimiento.

Vivir en la frontera es como vivir en medio de una costura, en un espacio en el que se conectan dos zonas. En este lugar, con frecuencia atestiguamos el choque de algunas políticas generales incomprensibles con la vida de seres humanos de carne y hueso. Aquí, quienes no cuentan con la ciudadanía han sido víctimas de terribles abusos y explotación: se separa a familias solicitantes de asilo y se envía deliberadamente a algunos migrantes a las zonas más peligrosas y remotas del desierto, donde en ocasiones fallecen.

Negar el pasaporte a personas nacidas en los estados fronterizos porque una partera asistió en su nacimiento es la afrenta más reciente a los derechos de los ciudadanos estadounidenses derivada de la obsesión falaz de que es necesario sellar y militarizar la frontera entre México y Estados Unidos. Los residentes de las áreas rurales deben pasar por controles fronterizos de seguridad para ir a la escuela o a una tienda. Los miembros de distintas tribus indígenas requieren supervisión cuando participan en ceremonias y sufren acoso si cultivan alimentos tradicionales.

Decidí dar a luz en casa con la ayuda de una partera por muchas razones. No era una paciente prenatal de alto riesgo. Quería tener autonomía: poder caminar durante el trabajo de parto, evitar los obstáculos y restricciones ocasionados por máquinas o tubos y comer algo si me apetecía en vez de conformarme con trozos de hielo. Además, el área rural donde vivimos se encuentra a noventa minutos del hospital más cercano que ofrece servicios de obstetricia, así que me imaginé que desplazarme esa distancia en pleno trabajo de parto sería incomodísimo. Además, quería poder recostarme en mi propia cama al concluir el parto, con mi bebé en los brazos, y dormir, dentro de lo posible.

Presentar las pruebas que me piden no me resultará tan complicado como a muchas otras personas. Tengo acceso a una computadora, conexión a internet y una impresora para recopilar registros y formularios fiscales, así como contratos de renta correspondientes a un periodo de seis años. Cuento con total flexibilidad porque trabajo por mi cuenta y pago un plan sin límite de minutos para mi celular, así que puedo esperar cuando hago llamadas a las dependencias de gobierno. De ser necesario, podría pagar los honorarios de un abogado para que mis hijos obtengan sus pasaportes.

Unos momentos después del nacimiento de mi primer hijo, alguien tomó una fotografía. En ella, se le observa cubierto de sebo y con el color púrpura característico de los recién nacidos; también se distingue la boca torcida en un puchero que ahora reconozco muy bien. Yo luzco agotada y conmocionada tras la desgastante experiencia, pero embelesada con los ojos clavados en él.

En cierto sentido, vale tanto como un acta de bautizo o un registro fiscal para demostrar su existencia. Quizá debería presentar como prueba las excelentes fotos del día del parto, la placenta olvidada en mi congelador y los mapas estelares del desierto de Arizona durante las noches en que nacieron mis hijos.

Debbie Weingarten colabora con los grupos de acción social Center for Community Change y TalkPoverty.


 

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