'Caso Assange': No han conseguido matar al mensajero
Baltasar Garzón
infoLibre
04/01/2021
No sé si el nombre de Vanessa Baraitser, magistrada del Tribunal Penal Central de Londres,
pasará a la historia del Derecho Penal Internacional o al de las extradiciones
de su país, pero la decisión que ha emitido este lunes marcará un antes y
un después en su carrera, al denegar la entrega de Julian Assange, fundador de
Wikileaks, a los Estados Unidos de Norteamérica. Así ocurrió, como antecedente,
con el juez Ronald Bartle cuando concedió la extradición de Augusto Pinochet en 1999.
Es cierto que podía, y quizás debía, haber optado por una decisión más enérgica,
anteponiendo claramente la defensa de la libertad de expresión como motor de su sentencia, pero ha
optado por acudir a la variable menos complicada para la justicia británica,
siempre tan equilibrada y políticamente correcta; es decir a los motivos humanitarios.
Al rechazar la extradición de Julian Assange como solicitaba Estados Unidos, ha
propiciado un suspiro colectivo de alivio. La jueza ha venido a resolver lo
que tantas veces hemos puesto de manifiesto desde el equipo de defensores que
coordino: la salud de Julian Assange ha sufrido un deterioro evidente, fruto de
tantos años de encierro obligado y del acoso permanente que ha padecido durante
este largo asedio. “El riesgo de que Assange se suicidara, si se permitiera la
extradición era elevado”, explica Baraitser. “La salud mental del Sr. Assange
se halla en tal estado que resultaría agobiante para él ser extraditado a
Estados Unidos”.
Es cierto. He visto con mis propios ojos cómo el periodista y fundador de WikiLeaks
ha sido tratado de forma inhumana por fuerzas poderosas y omnipresentes que por todos los medios han intentado
callarle, neutralizarle y acabar con él. No lo han conseguido. Ha sido una pelea propia de
David contra Goliat la que emprendimos para combatir la impunidad de Estados
Unidos, desde que un 19 de junio de 2012 Julian se recluyera en la
embajada de Ecuador en Londres en demanda de asilo, que le fue concedido por el
gobierno del presidente Rafael Correa, valiente frente a la imponente administración
norteamericana. Nos jugábamos la libertad de expresión, la libertad de
información y, ante todo, el derecho de los ciudadanos a conocer
quiénes manejan los hilos que mueven el mundo,
qué es lo que no quieren que sepamos y hacia dónde pretenden dirigirnos. Es
decir, estaba en juego la esencia misma de la democracia.
Assange plantó cara
Julian Assange plantó cara y ha pagado por ello. Le acusaban de cometer 18 delitos, 17
de ellos bajo Ley de Espionaje de 1917 –ya ven de qué época
hablamos– y uno relacionado con la supuesta ayuda informática a la
militar Chelsea Manning, quien alega Estados Unidos que fue la fuente de WikiLeaks. Los 175 años de
cárcel que le reclaman tienen que ver con la publicación de los diarios de
guerra de Irak y Afganistán en 2010, los archivos de Guantánamo y los cables
del Departamento de Estado. Lo que puso de manifiesto Assange fue la comisión
de diferentes delitos por parte de las autoridades norteamericanas:
crímenes de guerra, torturas y diversos crímenes internacionales.
Ha vivido un auténtico calvario desde entonces. Lo puso de manifiesto el Relator de la
ONU contra la tortura Nils Melzer. Como también el Grupo de Trabajo de Detenciones
arbitrarias de la ONU y el Relator de salud de la misma Organización, con
informes reiterados y contundentes. A mayor abundamiento, el trato recibido en
la cárcel de alta seguridad de Belmarsh desde su expulsión de la embajada en
abril de 2018, ha llevado a la convicción judicial de que cualquier proceso que
se siguiera contra él y que concluyera en condena, sería cruel y podría desembocar en una muerte segura.
Esta resolución evidencia la desproporcionalidad de las posibles penas y las dudas que
el sistema penitenciario norteamericano, máxime en tiempos de pandemia, suscita
en la magistrada y provoca que en su resolución leamos la aparente
contradicción de afirmar que el proceso sería justo en el país reclamante, pero
la ejecución de la pena no, porque podría llevar irreversiblemente a la muerte
del sujeto afectado. Esta afirmación es de mayor gravedad si cabe que
haber dicho claramente que la persecución de Julian Assange ha sido política y
represiva del derecho a la libertad de expresión, como en realidad lo es desde
la óptica de la defensa. La sentencia, descalifica, en definitiva, a todo el mecanismo penitenciario norteamericano,
como ya lo hiciera hace apenas ahora dos años la misma justicia del Reino Unido
con el caso de Lauri Love, de Anonymous, al denegar, por la misma razón, su extradición a USA en
febrero de 2018.
Siete años de encierro y acoso
La solidaridad y el ánimo justo del presidente Correa evitó que, al refugiarse en
la Embajada de Ecuador en Londres, Assange fuera entregado a Suecia por una oscura acusación que se desinfló con el
tiempo sin que se formularan cargos y se cerró sin
evidencias, pero que daba pie a la firme sospecha de que todo había sido una
estrategia para provocar su extradición a Estados Unidos. Ese era el juego.
Siete años pasó en la Embajada, en una estancia sin luz solar, sin aire fresco, sufriendo
todo tipo de padecimientos físicos y psicológicos. Siendo espiado de forma
constante. El cambio de gobierno en Ecuador con la llegada al poder de un
presidente, Lenin Moreno, que se mostró sumiso con EEUU, supuso la expulsión de
la embajada y el ingreso en una prisión de alta seguridad que amenazaba
con acabar destrozando el frágil estado del periodista. En mi última visita a esa prisión,
cuando nos despedimos, entre lágrimas, con un largo abrazo, temí realmente por
su vida y dudé de que la justicia en el caso de Julian Assange pudiera
calibrarse de tal, mientras que ninguno de los graves hechos denunciados por él
había sido investigado por el país que le reclamaba para silenciarlo.
En esta confrontación, el acoso se extendió a su entorno próximo. Sus abogados fuimos
también objeto de espionaje por parte de la empresa de seguridad española (UC
Global) presente en la embajada de Ecuador y presuntamente relacionada con los
servicios de inteligencia norteamericanos, extremo que se está investigando en
el Juzgado Central de Instrucción número cinco de la Audiencia Nacional
española. De tal vigilancia no se libró siquiera el bebé, hijo de Assange, cuya vida –aun en
términos tan minimalistas– era revisada y analizada de manera exhaustiva.
Matar al mensajero
El gran pecado que cometió el periodista fue, sin duda, fundar WikiLeaks, la agencia
de noticias que estableció un sistema de cortafuegos en las IPs de manera que
cualquier whistleblower del mundo pudiera enviar a esta plataforma
información relacionada con la comisión de delitos.
La fuente se mantenía anónima. Años después, una directiva europea sobre estos
alertadores se plantea en los mismos términos.
Matar al mensajero ha sido siempre el recurso de los malvados, de los delincuentes,
de aquellos que no saben cómo ocultar el mal que detentan. El silencio es la
medicina que aplican de forma contundente en la creencia de que así sus pecados
no verán la luz. A veces lo consiguen, pero en este caso la jugada no les
ha salido bien. Assange no estaba solo, eran cientos de miles las voces que han
clamado pidiendo libertad para el periodista en todo el mundo.
Aunque también es verdad que se han producido muchos mutismos oficiales y
descalificaciones personales inaceptables. Pero al final, y de momento, a la
espera del más que probable recurso de apelación, se ha hecho justicia en un momento clave,
cuando Donald Trump, rabioso por su calidad de mandatario saliente, da sus
últimos coletazos aplicando mano dura en todos aquellos asuntos que puede
resolver con su estilo en los escasos –y largos días– que restan para el
relevo presidencial. No quiero pensar qué hubiera supuesto la extradición de Assange en estas
circunstancias.
Creo que el mejor resumen lo hizo Noam Chomsky, cuyo testimonio leímos en el juicio
ante la magistrada británica. En opinión del filósofo, Assange prestó
un servicio enorme a la libertad de expresión y a la democracia.
“El gobierno norteamericano busca criminalizarle por sacar a la luz del sol un poder que pudiera evaporarse si la
población aprovecha la oportunidad de convertirse en ciudadanos independientes
de una sociedad libre, en lugar de súbditos de un amo que opera en secreto”.
Esa es la gloria de Assange y la miseria de Estados Unidos. Hoy, el mensajero
sigue vivo. Y nosotros sus abogadas y abogados continuaremos defendiendo que
solo cumplió, ni más ni menos, con su deber como periodista en beneficio de todos.
Baltasar Garzón es coordinador de la defensa de Julian Assange.
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