Aquí como allí: demandamos el fin de la guerra y
la ocupación estadounidense en Afganistán mientras “ocupamos
juntos”.
Jill McLauglin 07 de octubre de 2011
Traducido del inglés por El Mundo No Puede Esperar 19 de octubre de
2011
Como activista y organizador de las protestas contra la guerra, ocupación y
tortura estadounidense, y al acercarnos al décimo aniversario de la ocupación
estadounidense de Afganistán, veo suficiente potencial para un verdadero cambio
mundial. Esta sensación de emoción y de que hay algo hermoso y grande circulando
por el aire viene del hecho de ser testigo del crecimiento del movimiento
“Occupy Together” (Ocupemos Juntos) y de participar en la primera ocupación de
Wall Street.
Los jóvenes que comenzaron “Occupy Together” como respuesta a una situación
real de avaricia corporativa y de desigualdad económica, no están resignándose a
“este es el camino que hay y siempre habrá, así que no os molestéis en mover
vuestras cabezas, levantar vuestras voces o usar vuestra imaginación, porque los
que tienen el poder son demasiado poderosos y os aplastarán”. No están
disuadidos por el desprecio y cinismo de los espectadores pasivos, la arrogancia
de los medios de comunicación, el desdén de los expertos políticos o la
brutalidad policial. Ven una injusticia grave y quieren hacer algo más que
esperar hasta las próximas elecciones.
Viendo todas estas ocupaciones contra la avaricia de las empresas y la
corrupción del país, estoy sorprendido por los paralelismos de la gente de aquí
y la de Afganistán. Muchas personas en EE.UU. están desempleadas, con
ejecuciones hipotecarias, sin seguro médico, o sin la posibilidad de pagar por
una educación, al igual que le ocurre a la gente en Afganistán, uno de los
países más pobres del mundo que ha sufrido la brutal ocupación y guerra de
EE.UU.
Para los afganos esto supone la pérdida de sus hogares, el poco o nulo acceso
a la comida y al agua, enfermedades y heridas que no pueden ser tratadas, ni
pronto ni nunca. A través de tres pequeñas historias uno puede ver que realmente
las cosas son iguales aquí y allí a causa del sistema imperialista-capitalista
encabezado por los EE.UU.
Primera historia: solo trataba de triunfar en el mundo y lo
torturaron hasta la muerte.
Durante la guerra de EE.UU. en Afganistán los militares han detenido a miles
de personas. Algunos fueron enviados al Centro de Detención de Bagram o a campos
de detención secretos donde son torturados. Algunos fueron enviados al Centro de
Detención de la Bahía de Guantánamo en Cuba.
Hay una historia en concreto que me impresionó después de ver el documental
de Alex Gibney, Taxi to the Darkside . Es la descorazonadora historia de
un afgano de 22 años llamado Dilawar. Dilawar también luchaba, como muchos otros
que luchan por sobrevivir y conseguir para ellos y sus familia una vida mejor.
Era agricultor en una granja de cacahuetes con una esposa y un hijo a su cargo.
Sus hermanos le ayudaron a comprar un coche para que comenzara a trabajar como
taxista. Tres semanas después de que Dilawar fuera capturado por las tropas
estadounidenses con otras cuatro personas, fue enviado a Bagram y murió 5 días
después. Dilaware tenía una enfermedad coronaria que le hacía más vulnerable a
los abusos y torturas que sufrió a manos de las tropas estadounidenses. La
autopsia reveló que sus piernas fueron tan fuertemente golpeadas que estaban
hechas papilla. Los médicos dijeron que si hubiera vivido le hubieran tenido que
ser amputadas. El
artículo de Tim Golden en el New York Times explica el caso de Dilawar y
porqué fue detenido:
El 5 de diciembre, un día después del fallecimiento del señor Habibullah,
el señor Dilawar llegó a Bagram.
Cuatro días antes, en la víspera de la fiesta musulmana de Id al-Fitr, el
señor Dilawar salió de su pequeña aldea de Yakubi en su tan apreciada nueva
posesión, un sedán Toyota usado que su familia le compró unas semanas antes para
que lo usara como taxi.
El señor Dilawar no era un hombre audaz. Pocas veces se alejaba de la
alquería de piedra que compartía con su mujer, su joven hija y el resto de la
familia. Nunca fue a la escuela, dijeron sus parientes, y sólo tenía un amigo,
Bacha Khel, con el que se sentaba a conversar en los trigales que rodeaban la
aldea. “Era un hombre tímido, un hombre muy simple”, dijo su hermano mayor,
Shahpoor, en una entrevista.
El día en que desapareció, la madre del señor Dilawar le había pedido que
recogiera a sus tres hermanas de las aldeas vecinas y las llevara a casa para la
fiesta. Pero necesitaba dinero para la gasolina y, en lugar de hacerlo, decidió
conducir a la capital provincial, Khost, a unos 45 minutos, a buscar
pasajeros.
En una parada de taxis, encontró a tres hombres que querían volver a
Yakubi. En el camino, pasaron una base utilizada por tropas estadounidenses,
Camp Salerno, que había sido objeto de un ataque con cohetes esa
mañana.
Milicianos leales al comandante guerrillero que protegía la base, Jan Baz
Khan, detuvieron el Toyota en un punto de control. Confiscaron un walkie-talkie
roto de uno de los pasajeros del señor Dilawar. En el baúl, encontraron un
estabilizador eléctrico utilizado para regular la corriente de un generador. (La
familia del señor Dilawar dijo que el estabilizador no era de ellos; en esa
época, dijeron, no tenían electricidad alguna.)
Los cuatro fueron detenidos y entregados a soldados estadounidenses en la
base como sospechosos por el ataque. El señor Dilawar y sus pasajeros pasaron
allí su primera noche esposados a una cerca, para que no pudieran dormir. Cuando
un médico los examinó durante la mañana siguiente, dijo más tarde, vio que el
señor Dilawar estaba cansado y con dolores de cabeza, pero en general
bien.
Los tres pasajeros del señor Dilawar fueron finalmente transportados a
Guantánamo y retenidos durante más de un año antes de enviarlos a casa sin
acusarlos. En entrevistas después de su liberación, los hombres describieron el
trato en Bagram como mucho peor que en Guantánamo. Aunque todos dijeron que los
habían golpeado, se quejaron de manera mucho más amarga por haber sido
desnudados delante de soldados mujeres para las duchas y los exámenes médicos
que dijeron que incluían el primero de varios exámenes rectales dolorosos y
humillantes.
“Me hicieron muchísimas cosas malas”, dijo Abdur Rahim, un panadero de 26
años de Khost. “Yo gritaba y lloraba, y nadie escuchaba. Cuando gritaba, los
soldados golpeaban mi cabeza contra el escritorio.”
Para el señor Dilawar, dijeron los otros prisioneros, lo más difícil
parecía ser la capucha de tela negra que le pusieron sobre la cabeza. “No podía
respirar”, dijo un hombre llamado Parkhudin, que había sido uno de sus
pasajeros-
El señor Dilawar era un hombre débil, que medía sólo 1,6 m. y pesaba 55
kilos. Pero en Bagram, lo señalaron rápidamente como uno de los “incumplidores”.
Cuando uno de los policías militares de la Primera Sección, especialista Corey
E. Jones, fue enviado a la celda del señor Dilawar para darle un poco de agua,
dijo que el prisionero le escupió en la cara y comenzó a patearlo. El
especialista reaccionó, dijo, con un golpe de rodillazos a la pierna del hombre
encadenado.
“Gritó: “¡Alá!, ¡Alá!, ¡Alá!” y mi primera reacción fue que estaba
gritándole a su dios”, dijo el especialista Jones a los investigadores. “Todos
lo oyeron gritar y pensaron que era muy divertido.”
Otros policías militares de la Tercera Sección fueron más tarde al centro
de detención y se detuvieron en las celdas de aislamiento para ver por sí
mismos, dijo el especialista Jones.
Se convirtió en una especie de broma continua, y la gente se presentaba
todo el tiempo para darle al detenido un golpe al peroné sólo para oírlo gritar
“¡Alá!” dijo. “Continuó durante un período de 24 horas, y yo diría que fueron
más de 100 golpes”.
En una declaración posterior, el especialista Jones se mostró vago sobre
cuáles policías militares habían dado los golpes. Su cálculo nunca fue
confirmado, pero otros guardas terminaron por admitir que golpearon
repetidamente al señor Dilawar.
Muchos policías militares negaron en última instancia que hayan tenido
alguna idea de las heridas del señor Dilawar, explicando que nunca vieron sus
piernas por debajo de su mono. Pero el especialista Jones recordó que los
pantalones con cordones del traje carcelario naranja del señor Dilawar se
cayeron una y otra vez mientras estaba encadenado.
“Vi la magulladura porque sus pantalones se caían todo el tiempo mientras
se encontraba de pie sujeto por sus ataduras”, dijo el soldado a los
investigadores. “Durante un cierto período, me di cuenta de que era del tamaño
de un puño.”
Al aumentar la desesperación del señor Dilawar, comenzó a gritar más y
más fuerte que lo liberaran. Pero hasta los intérpretes tenían problemas para
comprender su dialecto pastún; los guardas enfurecidos oían sólo el
ruido.
“Había estado gritando constantemente: ‘¡Líbérenme; no quiero estar
aquí’, y cosas semejantes”, dijo el único lingüista que pudo descifrar su
angustia, Abdul Ahad Wardak.
El Centro de Detención de Bagram ha crecido, Guantánamo está todavía abierto
y existen muchos otros centros de detención ilegales.
Segunda historia: ¿Qué te parecería si tu boda fuese atacada por un
avión no tripulado?
En el 2008 hubo un aumento del uso de drones en el ejército
estadounidense. Un drone es un avión no tripulado, pilotado desde centros
tan alejados como Nevada. Los aviones no tripulados estadounidenses no
solo han disminuido sino que han aumentado desde entonces. Estos aviones son
utilizados cuando el ejército sospecha que un grupo de personas en una zona
pueden ser talibanes o luchadores de Al Queda. También suelen ser enviados a
zonas donde los soldados estadounidenses han sido atacados. El problema es que
estos aviones no pueden distinguir que grupo de gente puede ser hostil y cual
no. Como resultado, cientos de civiles, incluyendo muchos niños, han sido
asesinados en Afganistán y Pakistán. Muchas bodas
afganas han sido atacadas por la imposibilidad de distinguir entre grupos de
combatientes y grupos de civiles. La razón que se esgrime para continuar con el
uso de los aviones no tripulados es que estos también han atacado
objetivos talibanes y de Al Queda. No les importa el enorme número de civiles
asesinados.
Tercera historia: niños que recogían madera para mantener sus casas
calientes, yacen fríos en sus tumbas.
En marzo de este año, nueve chiquillos fueron enviados a recoger leña para
sus casas…solo sobrevivió uno. Cuando recogían la madera, fueron
atacados por un helicoptero Apache. Hemad, el único superviviente, describió
lo que ocurrió:
“Casi habíamos terminado cuando vimos venir a los helicópteros”, dijo
Hemad que, como muchos otros afganos, solo tiene un nombre. “Había dos. Los
helicópteros nos sobrevolaron, nos detectaron y vimos un rayo verde procedente
de ellos. Luego ascendieron y volvieron a sobrevolarnos disparando. Lanzaron un
cohete que alcanzó un árbol. Me cayeron tres ramas y la metralla me dio en mi
mano derecha y en el costado”.
De estas historias puede pensarse que lo que hacen los afganos no se
diferencia de lo que hace aquí el 99% de la gente. Estas pequeñas historias son
solo un pequeños vistazo a los crímenes que el gobierno de EE.UU. ha cometido en
Afganistán y que continúa cometiendo. Las empresas contras las que protesta el
movimiento Occupy Together se benefician de muchos de los crímenes que
nuestro gobierno comete contra la humanidad. La guerra y la ocupación de
Afganistán es inmoral e ilegal, y miles de personas han sido desplazadas,
torturadas y asesinadas con el pretexto de la guerra contra el terror. Es una
guerra imperialista y no para mantenernos a salvo o para liberar a los afganos
tal y como nos quieren hacer creer.
Todo esto está siendo hecho en nuestro nombre. Como la gente de EE.UU. que
están tomando las calles para pedir el fin de la avaricia y de la desigualdad,
tenemos la responsabilidad moral de pedir el final de la guerra y la ocupación
en Afganistán y para frenar la ampliación a Pakistán, Yemen y Somalia. El
eslogan “La gente por encima del beneficio” debe incluir también “La gente por
ecima del imperio estadounidense” y tenemos que decir “No en nuestro nombre”.
Escuché otro eslogan en las protestas de Occupy Together que se utilizó
en las protestas de 1968 en la Convención Nacional Demócrata: “El mundo entero
observa”. Sí, según crece el movimiento Occupy Together, el mundo está
observando… y esperando que la gente de este país les apoye. Unámonos a las
protestas del 6 al 8 de octubre contra estos 10 años de demasiada guerra y
pidamos su final.
JIll McLaughlin es miembro del Comité directivo de World Can't Wait
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