Mis nueve meses en régimen de aislamiento fueron una
tortura "sin contacto"
Poco después de llegar a una improvisada cárcel militar en Kuwait en mayo de 2010,
me llevaron a un solitario agujero negro de confinamiento. Dos semanas después
empecé a pensar en suicidarme.
Chelsea Manning
Opinión
The
Guardian
04 de mayo de 2016
Una celda de lo que los agentes denominan "reclusión
disciplinaria" en la cárcel de alta seguridad de Rhode Island (Estados
Unidos). ASSOCIATED PRESS
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Poco después de llegar a una improvisada cárcel militar, en el campamento de Arifjan en Kuwait en mayo de 2010, me
llevaron a un solitario agujero negro de confinamiento en el primer momento.
Dos semanas después, empecé a pensar en suicidarme.
Después de un mes bajo el sistema de 'vigilancia suicida', fui transferida
de vuelta a Estados Unidos a una diminuta celda –de unos 2 x 2,5 metros– en un
lugar que me atormentará el resto de mi vida: el US Marine Corps Brig en
Quantico, Virginia. Estuve retenida allí alrededor de nueve meses bajo el
régimen de "prevención de lesiones", una designación que el Cuerpo de
Marines y la Armada usaron para aplicarme unas condiciones de extremas de
restrictiva soledad sin autorización psiquiátrica.
Durante 17 horas al día, estuve sentado frente a dos guardias de la marina
que tomaban asiento detrás de un espejo unidireccional. No se me permitía
recostarme. No se me permitía apoyar la espalda en la pared de la celda. No se
me permitía hacer ejercicio. A veces, para no volverme loca, me ponía de pie, o
bailaba, porque "bailar" no se consideraba ejercicio para los guardas.
Para pasar el tiempo, contaba los cientos de agujeros entre las barras
metálicas de una rejilla que había delante de mi celda vacía. Mi ojos seguían
los huecos de los bloques de la pared. Miraba los rugosos patrones y las
manchas sobre el suelo de hormigón –incluida una que parecía una caricatura de
un alien gris, con grandes ojos negros y sin boca que fue popular en los años
90. Podía oír el goteo de una cañería rota en algún lugar del final del
pasillo. Escuchaba el frágil zumbido de las luces fluorescentes.
Durante breves periodos, cada dos días, tres guardas me escoltaban a una
cancha de baloncesto vacía. Allí estaba esposado y caminaba en círculos o en
'ochos' durante unos 20 minutos. No se me permitía quedarme quieto, si lo
hacía, me llevaban de vuelta a la celda.
Solo se me permitían un par de horas de visitas cada mes para ver a mis
amigos, familiares y abogados. Siempre separados por un cristal grueso en una
pequeña habitación de poco más de 1 x 2 metros. Mis manos y mis pies estaban
encadenados todo el tiempo. Los agentes federales instalaron equipos de
grabación para controlar mis conversaciones, excepto las que mantenía con mis abogados.
El relator especial sobre la tortura de la ONU, Juan Méndez, condenó la
forma en que me trataron por ser "cruel, inhumana y degradante".
Criticó el "excesivo y prolongado aislamiento" al que me expusieron
durante ese tiempo. Sin embargo, no paró ahí. En la introducción de la edición
española de 2014 del Libro de Referencia sobre Aislamiento Solitario,
escrito por el propio Méndez, se opone enérgicamente a cualquier tipo de
confinamiento en solitario por más de 15 días.
"El aislamiento prolongado plantea problemas especiales, el riesgo de
causar daños graves o irreparables para la persona aumenta cuanto más
prolongado sea el aislamiento o mayor sea la incertidumbre de su duración. En
mis intervenciones públicas sobre este tema, he definido el aislamiento
solitario prolongado como todo periodo de aislamiento que supere los
15 días. Esta definición refleja el hecho de que la mayoría de estudios
científicos indican que después de 15 días de aislamiento se manifiestan
cambios en el funcionamiento cerebral y los efectos psicológicos nocivos pueden
ser irreversibles".
Lamentablemente, condiciones similares a las que yo experimenté entre los
años 2010 y 2011 no son desconocidas para los estimados 80.000 o 100.000
reclusos retenidos en esas mismas condiciones en todo Estados Unidos cada día.
Durante mi confinamiento en Quatico, la conciencia pública sobre el
aislamiento solitario ha mejorado en cuanto a magnitud. La
gente que compone el espectro político –incluidos algunos que nunca han estado
confinados o que no conozcan a nadie que lo haya estado– empiezan a preguntarse
si esta práctica es moral o ética. En junio de 2015, el juez del Tribunal
Supremo de Justicia, Anthony Kennedy, dijo que el sistema penitenciario era
"ignorante" e "incomprendido", asegurando
que daría la bienvenida a un caso que pudiera permitir al Tribunal aclarar si
el aislamiento prolongado es cruel o extraordinario bajo la constitución de
Estados Unidos.
La evidencia es tan arrolladora que debería considerarse de esta manera: el
régimen de aislamiento en Estados Unidos es arbitrario, abusivo e innecesario
en muchas situaciones. Es cruel, degradante e inhumano, y es efectivamente una
tortura "sin contacto". Deberíamos poner fin a esta práctica
rápidamente y completamente.
Traducido por Cristina Armunia Berges
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