La tortura es un valor estadounidense aunque todos sus dirigentes, desde Bush
hasta Biden, lo nieguen
“El gobierno de
Estados Unidos debe iniciar un proceso significativo para abordar el legado de
daños de sus programas de tortura” (Foto: AFP)
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Voces del Mundo 6 de julio de 2022
Maha Bilal, Middle East Eye, 1 julio 2022
Traducido del inglés por Sinfo Fernández
Con motivo del Día Internacional de Apoyo a las Víctimas de la Tortura, celebrado el 26 de junio, tanto el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, como el
secretario de Estado, Antony Blinken, hicieron
declaraciones en las que condenaban la tortura y se comprometían a eliminar su uso.
Sin embargo, es notable la ausencia de cualquier compromiso a la hora de
responsabilizar a los funcionarios del gobierno estadounidense por sancionar,
autorizar, financiar y cometer actos de tortura.
Lo que este silencio oculta es que, desde Rikers Island y las Communication and Management Units hasta las
torturas de la policía de Chicago, pasando por la Bahía de Guantánamo, la Escuela de las Américas y los sitios negros de la CIA en todo el mundo, el
hecho fundamental es que la tortura estadounidense es una práctica sistémica y duradera. Es una táctica intencionada para doblegar a los detenidos y encarcelados dentro
y fuera del país.
Sin embargo, Biden pidió a otros Estados que rindan cuentas. «Cuando un gobierno
comete tortura, renuncia a su autoridad moral y socava su propia legitimidad.
Y, lo que es más importante, cuando la tortura se comete en nombre de la
seguridad nacional, no hace más que envalentonar y multiplicar a los enemigos,
alimentar el malestar y dejar a los gobiernos aislados internacionalmente», declaró.
Al ignorar el legado actual de la tortura en Estados Unidos y señalar con el dedo
a otros gobiernos por la misma práctica, Biden, como otros presidentes antes
que él, perpetúa la falsa narrativa de que la práctica de la tortura es
antitética a los valores de Estados Unidos, a pesar de su larga y bien documentada historia.
Es hora ya de hacer una estimación
Aunque Blinken viró ligeramente hacia el reconocimiento de la práctica de la tortura
en Estados Unidos, restó importancia a la verdadera naturaleza del asunto,
diciendo que «reconocemos que debemos afrontar nuestras propias deficiencias y
errores y defender los valores de Estados Unidos».
Sin embargo, la tortura no es una deficiencia o un error. Es, más bien, una
estrategia deliberada empleada por el Estado con el fin de ejercer poder y
control sobre sus víctimas. Como escribió George Orwell en 1984: «El objeto de
la tortura es la tortura».
Al igual que Biden, la declaración de Blinken pretendía advertir a los autores de
la tortura de que tendrían que rendir cuentas. Y, una vez más, al igual que
Biden, Blinken fracasó por completo a la hora de sostener el mismo espejo para
el gobierno de Estados Unidos, eligiendo en su lugar desviar el problema de la
tortura hacia otros países.
Los comentarios de Biden siguieron la pauta de su declaración de 2021, que
tampoco dio en el clavo al descentrar la experiencia de los supervivientes,
hacer hincapié en el impacto que la revelación de su programa de tortura tiene
en la reputación de Estados Unidos, y arraigar el problema de la tortura en
argumentos sobre la eficacia y el «reclutamiento de terroristas» en lugar de en
los derechos humanos.
Estos elementos representan una pauta en el discurso de Estados Unidos en torno a la
tortura que impide un verdadero reconocimiento de la medida en que el gobierno
estadounidense la ha perpetuado y de los daños duraderos que ha causado.
La tortura es especialmente endémica en la guerra contra el terrorismo y ha sido practicada
sistemáticamente por Estados Unidos en nombre de la seguridad nacional en Bagram, Faluya, Abu Ghraib,
innumerables centros de detención de la CIA en todo el mundo y en la prisión de Guantánamo. Si Estados Unidos está realmente
interesado en reconocer el crimen de la tortura, debe emprender la tarea de
trabajar para lograr una rendición de cuentas real y significativa, y no
conformarse con repetir la palabrería anual.
El «prisionero eterno» de Guantánamo
Por poner un solo caso, si la tortura fuera realmente una «mancha en nuestra
conciencia moral», como declaró Biden, su administración no estaría luchando
por mantener en secreto los
detalles del caso de la víctima de la tortura Abu Zubaydah, anteriormente retenido por la CIA y ahora en Guantánamo, sino que estaría tratando
activamente de abordar, y reparar, el daño que se le hizo.
Zubaydah fue capturado en 2002, supuestamente como líder de Al Qaida, y posteriormente
fue sometido a un programa sistemático de tortura que incluyó 80 simulacros de
ahogamiento y pasar más de 11 días en una caja de confinamiento del tamaño de
un ataúd.
A pesar de que los funcionarios estadounidenses reconocieron en 2006 que
Abu Zubaydah no era en realidad un miembro de Al Qaida, sigue detenido en
Guantánamo sin ninguna esperanza de liberación. Si el gobierno de Biden
estuviera realmente interesado en la rendición de cuentas por la tortura, poner
fin a la detención indefinida de Abu Zubaydah en Guantánamo -un lugar que
es sinónimo de tortura– sería un buen comienzo.
Las declaraciones vagas y evasivas de Biden no son una anomalía en lo que respecta
a los comentarios presidenciales posteriores al 11-S en el Día Internacional de
la ONU en Apoyo a las Víctimas de la Tortura.
Mientras que Trump se negó característicamente a conmemorar el día en absoluto,
tanto Barack Obama como George W Bush publicaron
declaraciones que pretendían condenar la tortura centrándose en su supuesta
incompatibilidad con los valores fundacionales de Estados Unidos,
distanciándose de los supervivientes y desviando su responsabilidad.
El legado de la tortura en Estados Unidos
Durante las dos últimas décadas de la «guerra contra el terror», las administraciones presidenciales
se han visto obligadas a abordar directamente el legado de la tortura
estadounidense. Por ejemplo, el expresidente George W. Bush tuvo que abordar
las atrocidades ocurridas en la prisión de Abu Ghraib cuando se convirtió en un
escándalo mundial.
En una declaración publicada en 2004, Bush dijo: «El pueblo estadounidense quedó horrorizado por los abusos cometidos contra los detenidos
en la prisión de Abu Ghraib, en Iraq. Estos actos fueron un error. Fueron
incoherentes con nuestras políticas y nuestros valores como nación».
En otras palabras, incluso admitiendo que se cometieron errores, el lenguaje de
Bush volvió rápidamente al marco narrativo de los «valores estadounidenses» en
lugar de centrarse en la reparación del daño.
Cabe destacar que esta declaración se produjo poco después de la publicación de la
investigación oficial del ejército estadounidense en la que se detallaban las
torturas que se produjeron en Abu Ghraib, conocida comúnmente como el informe Taguba, en el que se documentaban los abusos sexuales,
la desnudez forzada y otras formas de deshumanización deliberada, como el uso
de cadenas de perro o correas en el cuello de los prisioneros.
El 25 de agosto de 2004 se publicó otro informe gubernamental -la Investigación AR
15-6 de la prisión de Abu Ghraib y la 205ª Brigada de Inteligencia Militar,
comúnmente conocido como el informe Fay Jones-, que
corroboraba las conclusiones de la investigación anterior y detallaba otros
casos de abusos.
Activistas protestan contra el campo de detención de
Guantánamo durante una concentración en la plaza Lafayette, frente a la Casa
Blanca, en Washington, DC, el 11 de enero de 2018 (AFP)
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A pesar de las pruebas que documentan exhaustivamente el uso sistemático y atroz
de la tortura en Abu Ghraib, solo 11 soldados estadounidenses, ninguno de ellos
de alto rango, fueron finalmente condenados por tales delitos.
Los autores intelectuales y los funcionarios de alto rango que dieron las órdenes
aún no han rendido cuentas ni han afrontado las consecuencias de sus crímenes,
perpetuando una cultura de impunidad al dar luz verde tácita para seguir
utilizando las prácticas de tortura.
Resulta revelador que Bush solo se ocupara de las torturas de Abu Ghraib ante la
creciente presión pública, después de que salieran a la luz los detalles,
incluidas las fotografías, del espantoso trato que recibían los prisioneros.
Sin rendir cuentas
Obama, aun tratando de distanciarse de Bush y de su legado, siguió de hecho pautas
discursivas similares. Obama comenzó su presidencia afirmando, en relación con
la tortura: «Tenemos que mirar hacia adelante en lugar de mirar hacia atrás».
La declaración de Obama establecía su desinterés por responsabilizar a quienes
diseñaron e implementaron programas de tortura en nombre de la seguridad
nacional. Su postura se repetiría en declaraciones posteriores a lo largo de
sus dos mandatos.
En una declaración de 2015 en el Día Internacional de la ONU en Apoyo a las Víctimas
de la Tortura, por ejemplo, Obama dijo: «Ninguna nación es perfecta, y Estados
Unidos debe afrontar abiertamente nuestro pasado, incluidos nuestros errores,
si queremos estar a la altura de nuestros ideales. Por eso puse fin al programa
de detenciones e interrogatorios de la CIA como uno de mis primeros actos en el
cargo y apoyé la desclasificación de detalles clave de ese programa, tal y como
documentó el Comité Electo de Inteligencia del Senado».
Pero poner fin al programa de detenciones e interrogatorios de la CIA difícilmente
implica asumir la responsabilidad por él y por el daño duradero que dejó a su
paso, y tampoco lo hace desclasificar detalles de un programa por el que nadie
será procesado. Cuando Obama dijo que debíamos mirar hacia adelante, lo que
aparentemente quería decir era que las puertas de la rendición de cuentas se
cerrarían para siempre.
La falta de rendición de cuentas abundó durante el gobierno de Obama, desde la
decisión del entonces fiscal general Eric Holder de no presentar cargos penales
en más de 100 presuntos casos de tortura, hasta la decisión final del gobierno
de no procesar a ningún funcionario de la era Bush por su papel en la
aprobación y el apoyo a los programas de tortura.
Para sellar el acuerdo, en los últimos días del mandato de Obama, se tomó la
decisión de mantener clasificado un informe de 6.000 páginas en el que se detallaban las torturas de la CIA, una
acción que silenció efectivamente la verdad y puso un último clavo en el ataúd
de la responsabilidad.
La tortura: Un valor estadounidense
El hecho de que los representantes elegidos no acepten la responsabilidad de estos
actos de tortura sistémicos y horribles no significa que no debamos seguir
intentando que rindan cuentas, ni que deban terminar los llamamientos a la
verdad y la justicia; pero sí significa que tenemos que desbaratar de forma
proactiva, coherente y colectiva la narrativa que invisibiliza la realidad y
perpetúa la injusticia.
Además de perseguir a los responsables, el gobierno de Estados Unidos debe iniciar un
proceso significativo para abordar el legado de daños de sus programas de
tortura.
Esto implica indemnizar a los supervivientes que han sido repatriados a sus países
de origen o reasentados precariamente en terceros países, a menudo sin estatus
legal, abocados a la incapacidad de pagar el alquiler, conseguir un empleo o
buscar la atención médica y el apoyo a la salud mental necesarios a pesar de
haber soportado años de detención y tortura.
Hablar es barato, y que Estados Unidos finja preocupación por la tortura es aún más
barato. A falta de una verdadera rendición de cuentas y de medidas correctivas
tangibles, la tortura seguirá siendo un valor estadounidense.
La Dra. Maha Hilal investiga y escribe sobre la
islamofobia institucionalizada y es autora del libro& Innocent Until Proven Muslim: Islamophobia,
the War on Terror, and the Muslim Experience Since 9/11. Sus escritos han aparecido en
Vox, Al Jazeera, Middle East Eye, Newsweek, Business Insider y Truthout, entre otros.
Es la directora ejecutiva fundadora del Muslim
Counterpublics Lab, organizadora de Witness Against Torture y miembro del
consejo de la School of the Americas Watch. Obtuvo su doctorado en mayo de 2014
en el Departamento de Justicia, Derecho y Sociedad de la American University,
en Washington, DC, un máster en Asesoramiento y una licenciatura en Sociología
en la Universidad de Wisconsin-Madison.
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