La pesadilla del gasto militar en un
planeta sobrecalentado
Voces del Mundo 27 de septiembre de 2022
Stan Cox, TomDispatch.com, 22 septiembre 2022
Traducido del inglés por Sinfo Fernández
Stan Cox, colaborador habitual de TomDispatch, es investigador de estudios sobre la
ecosfera en el Land Institute. Es autor de “The Path to a Livable
Future: A New Politics to Fight Climate Change, Racism, and the Next Pandemic”, “The Green New Deal and
Beyond: Ending the Climate Emergency While We Still Can”, y la actual serie
climática “In Real Time” de City Lights Books.
El 1 de octubre, el ejército de Estados Unidos comenzará a gastar los más de 800.000
millones de dólares que el Congreso le va a proporcionar en el año fiscal 2023.
Y esa enorme suma será solo el principio. Según los cálculos del experto sobre el Pentágono William Hartung,
la financiación de varias agencias de inteligencia, el Departamento de
Seguridad Nacional y el trabajo en armamento nuclear del Departamento de
Energía añadirán otros 600.000 millones de dólares a lo que usted, el
contribuyente estadounidense, gastará en seguridad nacional.
Esos 1,4 billones de dólares para un solo año empequeñecen la provisión única del
Congreso de aproximadamente 300.000 millones de dólares bajo la recientemente
aprobada Ley de Reducción de la Inflación (IRA, por sus siglas en inglés) para
lo que se llama «mitigación y adaptación al clima». Y ojo, esa suma se gastará
a lo largo de varios años. A diferencia de la IRA, que era en gran medida un
proyecto de ley sobre el clima (aunque no sea la mejor versión de
uno), los proyectos de ley de gasto militar de este país son claramente
antihumanos, anticlimáticos y antiplaneta. Y cuenten con esto: Los créditos
militares del Congreso anularán, en demasiados sentidos, los beneficios que se
consigan con su nuevo gasto climático.
He aquí las tres formas más evidentes en que nuestro ejército es un enemigo de la
mitigación del clima. En primer lugar, produce enormes cantidades de gases de
efecto invernadero, al tiempo que causa otros tipos de estragos ecológicos. En
segundo lugar, cuando el Pentágono se toma en serio el cambio climático, su
atención casi nunca se centra en la reducción de las emisiones de gases de
efecto invernadero, sino en la preparación militar para un mundo que ha
cambiado el clima, incluida la próxima crisis migratoria y
los futuros conflictos armados inducidos por el clima en todo el mundo. Y, en
tercer lugar, nuestra maquinaria bélica malgasta cientos de miles de millones
de dólares anuales que deberían destinarse a la mitigación del clima, junto con
otras necesidades urgentes relacionadas con la misma.
La huella de carbono del Pentágono
El ejército estadounidense es el mayor consumidor institucional de combustibles
petrolíferos del mundo. Como resultado, produce emisiones de gases de efecto
invernadero equivalentes a unos 60 millones de toneladas métricas de
dióxido de carbono al año. Si el Pentágono fuera un país, esas cifras lo
situarían justo por debajo de Irlanda y Finlandia en una clasificación de
emisiones nacionales de carbono. O, dicho de otro modo, nuestro ejército supera
el total de las emisiones nacionales de Bulgaria, Croacia y Eslovenia juntas.
Muchos de esos gases de efecto invernadero proceden de la construcción, el
mantenimiento y el uso de sus 800 bases militares y
otras instalaciones en 110.000 kilómetros cuadrados en todo Estados Unidos y el
mundo. La mayor fuente de emisiones de las operaciones militares reales es, sin
duda, la quema de combustible para aviones. Un bombardero B-2, por ejemplo,
emite casi dos toneladas de dióxido de carbono cuando vuela apenas 80
kilómetros, mientras que el mayor derroche del
Pentágono, el astronómicamente costoso avión de combate F-35, emitirá «solo»
una tonelada por cada 80 kilómetros que vuele.
Estas cifras proceden de «Military and Conflict-Related Emissions», un informe de junio de 2022 elaborado por el Perspectives
Climate Group de Alemania. En él, los autores lamentan el optimismo que
mostraron dos décadas antes en lo que respecta a la reducción de las emisiones
militares globales de gases de efecto invernadero y al papel de los militares
en la experimentación de nuevas formas de energía limpia:
«En el proceso de redacción de este informe
y al revisar nuestro artículo escrito hace 20 años, la noción inicial de
evaluar las actividades militares… como potenciales ‘motores de progreso’ para
las nuevas tecnologías renovables se vio destrozada por la guerra de Iraq,
seguida por el horror de otra guerra terrestre a gran escala, esta vez en
Europa… Toda nuestra atención debería dirigirse a lograr el objetivo de 1,5°
[de aumento de la temperatura global por encima del nivel preindustrial fijado
en el Acuerdo Climático de París en 2015]. Si fracasamos en este empeño, las
repercusiones serán más mortíferas que todos los conflictos que hemos
presenciado en las últimas décadas.»
En marzo, el Departamento de Defensa anunció que su propuesta de presupuesto para el año fiscal 2023 incluiría unos míseros 3.100
millones de dólares para «abordar la crisis climática». Esto equivale a menos
del 0,4% del gasto total del departamento y, casualmente, dos tercios de esa
pequeña financiación no se destinarán a la mitigación del clima en sí, sino a
la protección de las instalaciones y actividades militares contra el futuro
impacto del cambio climático. Y lo que es peor, solo una pequeña parte del
resto se destinará a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero u
otros daños ambientales que las propias fuerzas armadas producirán.
En un Plan de Adaptación al Clima de
2021, el Pentágono afirmaba, aunque vagamente, que aspiraba a un futuro en el
que pudiera «operar en condiciones climáticas cambiantes, preservando la
capacidad operativa y mejorando los sistemas naturales y artificiales
esenciales para el éxito del Departamento». Proyectaba que «en el peor de los
escenarios, los impactos relacionados con el cambio climático podrían estresar
las condiciones económicas y sociales que contribuyen a eventos de migración
masiva o crisis políticas, disturbios civiles, cambios en el equilibrio
regional de poder, o incluso el fracaso del Estado. Esto puede afectar a los
intereses nacionales de EE.UU. directa o indirectamente, y los aliados o socios
de EE.UU. pueden solicitar la ayuda de EE.UU.».
Sin embargo, por desgracia, en lo que respecta al Pentágono, un mundo recalentado
solo abrirá más oportunidades para los militares. En un caso clásico de
proyección, sus analistas advierten que «los actores malignos pueden tratar de
explotar la inestabilidad regional exacerbada por los impactos del cambio
climático para ganar influencia o para obtener ventajas políticas o militares».
(Por supuesto, los estadounidenses nunca actuarían de esa manera ya que, por definición, el Pentágono es un actor benigno, pero tendrá que responder en
consecuencia).
La CIA y otras agencias de inteligencia parecen compartir la visión del Pentágono de
nuestro futuro más caluroso como una oportunidad de crecimiento. Una evaluación de los
riesgos climáticos de 2021 realizada por la Oficina del Director de la
Inteligencia Nacional (DNI, por sus siglas en inglés) prestó especial atención
a la región de más rápido calentamiento del
planeta, el Ártico. ¿Atrajo el interés de la comunidad de inteligencia por la
necesidad de evitar el derretimiento de los casquetes de hielo del planeta si
se quiere que la Tierra siga siendo un lugar habitable para la humanidad? ¿Qué
opina usted?
De hecho, sus autores escriben de forma reveladora sobre las oportunidades, desde
el punto de vista militar, que abrirá ese escenario a medida que se derrita el
Ártico:
«Es casi seguro que los Estados árticos y no
árticos aumentarán sus actividades competitivas a medida que la región sea más
accesible debido al calentamiento de las temperaturas y a la reducción del
hielo. … Es probable que la actividad militar aumente a medida que los Estados
árticos y no árticos traten de proteger sus inversiones, explotar nuevas rutas
marítimas y obtener ventajas estratégicas sobre sus rivales. Es muy probable
que la mayor presencia de China y de otros Estados no árticos amplíe la
preocupación de los Estados árticos al percibir un desafío a sus respectivos
intereses económicos y de seguridad«.
En otras palabras, en un futuro sobrecalentado, una nueva guerra «fría» ya no se
limitará a lo que antes eran las partes más templadas del planeta.
Si, en términos de cambio climático, los militares se preocupan por algo a nivel
global, es por el aumento de la migración humana desde zonas devastadas como el
actual Pakistán, asolado por las inundaciones,
y los conflictos que podrían derivarse de ello. Con frío lenguaje burocrático,
ese informe del DNI predijo que, a medida que un número cada vez mayor de
nosotros (o más bien, en términos de estado de seguridad nacional, de ellos) comience a huir del calor, las sequías, las inundaciones y los ciclones
tropicales, «las poblaciones desplazadas exigirán cada vez más cambios en el
derecho internacional de los refugiados para que se consideren sus
reclamaciones y se les proporcione protección como migrantes o refugiados
climáticos, y las poblaciones afectadas lucharán por el pago legal de las
pérdidas y los daños resultantes de los efectos del clima». Traducción: No
vamos a pagar reparaciones climáticas y no vamos a pagar para ayudar a mantener
habitables los climas de otras personas, pero estamos más que dispuestos a
gastar todo lo que sea necesario para impedir que vengan aquí, sin importar las
pesadillas humanitarias resultantes.
¿Ha llegado la hora de desinvertir en la guerra?
Además de los daños causados por sus desmesuradas emisiones de gases de efecto
invernadero y su explotación del caos climático como excusa para el
imperialismo, el Pentágono causa un daño terrible al absorber billones de
dólares en fondos gubernamentales que deberían haberse destinado a satisfacer
necesidades demasiado humanas, a mitigar el cambio climático y a reparar el
daño ecológico que el propio Pentágono ha causado en sus guerras de este siglo.
Meses antes de que Rusia invadiera Ucrania, asegurando que se bombearan aún más gases
de efecto invernadero a nuestra atmósfera, un grupo de académicos británicos
lamentó el entusiasmo de la administración Biden por la financiación militar. Escribían
que, «en lugar de reducir el gasto militar para pagar los gastos urgentes
relacionados con el clima, las solicitudes presupuestarias iniciales de
créditos militares están en realidad aumentando incluso
cuando algunas aventuras extranjeras de Estados Unidos están supuestamente
llegando a su fin». Es inútil, sugirieron, «retocar los bordes del impacto
medioambiental de la maquinaria bélica estadounidense». Los fondos que se
gastan «en la adquisición y distribución de combustible en todo el imperio estadounidense
podrían gastarse en cambio como un dividendo de paz [que] incluya una
importante transferencia de tecnología y una financiación sin ataduras para la
adaptación y la energía limpia en los países más vulnerables al cambio climático».
Washington podría permitirse fácilmente ese «dividendo de la paz», si empezara a recortar
su gasto militar. Y no hay que olvidar que, en las pasadas cumbres sobre el
clima, las naciones ricas de este planeta se comprometieron a enviar 100.000 millones de dólares anuales a
las más pobres para que pudieran desarrollar su capacidad de energías
renovables, mientras se preparaban para el cambio climático y se adaptaban a
él. Como era de esperar, los países más ricos, incluido Estados Unidos, se han
negado a cumplir esta promesa. Y, por supuesto, como sugiere la reciente
inundación monzónica sin precedentes de un tercio de Pakistán -un país responsable
de menos del 1% de los gases de efecto invernadero
históricos-, ya es notablemente tarde para esa escasa promesa de cien mil
millones de dólares; ahora se necesitan cientos de miles de millones al año. Eso sí, el Congreso
podría desviar fácilmente lo suficiente del presupuesto anual del Pentágono
para cubrir su parte de la cuenta de los preparativos climáticos globales. Y
eso debería ser solo el comienzo de un cambio total hacia el gasto en tiempos
de paz. Pero no hemos tenido tanta suerte.
Como ha señalado el Proyecto de Prioridades Nacionales (NPP, por sus siglas en
inglés), los aumentos en la financiación de la seguridad nacional en 2022
podrían haber contribuido en gran medida a apoyar el amplio proyecto de
ley Build Back Better de Joe Biden, que fracasó en el Congreso ese año. Esto ilustra una vez más cómo,
como dijo William Hartung, «casi todo lo que el gobierno quiere hacer que no
sea preparar o hacer la guerra implica una lucha por la financiación, mientras
que el Departamento de Defensa recibe un apoyo financiero prácticamente
ilimitado», a menudo, de hecho, más de lo que pide.
El proyecto de ley de los demócratas, que habría proporcionado una sólida
financiación para el desarrollo de energías renovables, para el cuidado de los
niños, la asistencia sanitaria y la ayuda a las familias con problemas
económicos, fue rechazado en el Senado por los 50 republicanos y un demócrata
(sí, el tipo ese) que alegó que el país no podía permitirse el
precio de la ley, que ascendía a 170.000 millones de dólares al año. Sin
embargo, en los seis meses siguientes, como señala el NPP, el Congreso aprobó
aumentos de la financiación militar que sumaron 143.000 millones de dólares,
¡casi lo mismo que habría costado Build Back Better al año!
Como comentaron recientemente los expertos en el Pentágono Hartung y Julia Gledhill, el Congreso siempre hace este tipo
de trucos, enviando más dinero al Departamento de Defensa de lo que incluso
solicitó. Imaginemos cuántas acciones federales cruciales en todo tipo de
asuntos podrían financiarse si el Congreso comenzara a recortar profundamente,
en lugar de inflar, el dinero que destina a la guerra y al imperialismo.
Se necesita una combinación de movimientos
Varias versiones del movimiento antiguerra de Estados Unidos han tratado de
enfrentarse al militarismo de este país desde los días de la guerra de Vietnam
con un éxito mínimo. Después de todo, los presupuestos del Pentágono,
ajustados a la inflación, son tan altos como siempre. Y, no por casualidad, las
emisiones de gases de efecto invernadero tanto del ejército como de esta
sociedad en su conjunto siguen siendo enormes. Todos estos años después, la
pregunta sigue siendo: ¿Se puede hacer algo para impedir el monstruo militar
devorador de dinero y de emisiones de carbono de este país?
Durante los últimos veinte años, CODEPINK, una organización de base liderada por
mujeres, ha sido uno de los pocos grupos nacionales profundamente involucrados
en los movimientos antiguerra y climático. Jodie Evans, una de sus cofundadoras, me dijo hace poco que ve
la necesidad de «un movimiento completamente nuevo que entrecruce el movimiento
antiguerra con el movimiento climático». Para lograr ese objetivo, dijo, CODEPINK
ha organizado un proyecto llamado Cut the Pentagon. Así es
como ella lo describe: «Es una coalición de grupos al servicio de las
necesidades de la gente y del planeta y del movimiento antibélico, porque a
todos nos interesa reducir la maquinaria bélica. La lanzamos el 12 de
septiembre del año pasado, después de veinte años de una ‘Guerra contra el
Terror’ que se llevó 21 billones de dólares del dinero de nuestros impuestos
para destruir el planeta, para destruir Oriente Medio, para destruir nuestras
comunidades, para convertir a la policía de mantenimiento de la paz en policía
belicista». Reducir el Pentágono, dice Evans, «ha estado actuando en Washington
D.C. prácticamente sin parar desde que lo lanzamos».
Lamentablemente, en 2022, tanto la lucha climática como la antibélica se enfrentan a las mayores
dificultades, al tener que enfrentarse a los más formidables bastiones de
riqueza y poder de este país. Pero CODEPINK es legendaria por encontrar formas
creativas de enfrentarse a los poderosos intereses a los que se opone y de
alterar de forma no violenta lo que es habitual. «Como activista durante los
últimos 50 años», dice Evans, «siempre he sentido que mi trabajo era incomodar
al poder y perturbarlo». Pero desde el inicio de la pandemia de la covid,
añade, «el poder nos incomoda más de lo que nosotros lo hacemos. Es más fuerte
y está más armado que nunca antes en mi vida».
Entre los peligros de esta situación, añade, los movimientos sociales que logran
crecer y ser efectivos a menudo se encuentran cooptados y, añade, en las
últimas dos décadas, «demasiados de nosotros nos volvimos perezosos… Pensamos
que el ‘activismo del click’ crea el cambio, pero no es así». En cuanto a un
proyecto de ley de educación a principios de la administración Trump,
«tuvimos 200 millones de mensajes que llegaron al Congreso
desde una vasta coalición, y perdimos. Luego, un mes más tarde, solo teníamos
2.000 personas, pero estuvimos allí mismo en los pasillos del Congreso y
salvamos el Obamacare. A los miembros del Congreso no les gusta que les hagan
sentirse incómodos».
A medida que el complejo militar-industrial y el capitalismo asesino de la Tierra
parecen ser cada vez más poderosos, Evans y CODEPINK siguen presionando para
que se actúe en Washington. Y recientemente, cree, se ha abierto una ventana:
«Por primera vez desde los años sesenta y
principios de los setenta, parece que mucha gente está viendo a través de la
propaganda y está dispuesta a crear nuevas estructuras y nuevas formas. Tenemos
que ir allí donde nuestros votos y nuestras voces importan. Crear un cambio
local: ese es nuestro trabajo. Nuestras campañas de desinversión en la guerra
son todas locales. La gente que se preocupa por el planeta tiene que descubrir
cómo hacer que el poder se sienta incómodo… No es una lucha de palabras. Es una
lucha por ser«.
Las principales crisis a las que nos enfrentamos están tan profundamente
entrelazadas que quizás los esfuerzos de base para afrontarlas puedan, al
final, unirse. La pregunta sigue siendo: Desde el barrio hasta la nación,
¿podrían los movimientos por la mitigación y la justicia climática, la
soberanía indígena, las vidas de los negros, la democracia económica y,
fundamentalmente, el fin de la forma estadounidense de militarismo fusionarse
en una sola ola colectiva? Nuestro futuro puede depender de ello.
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