EI: las bombas no son solución
La Jornada
Editorial
16 de noviembre de 2015
Tras los atroces ataques perpetrados en París el viernes
pasado por el Estado islámico (EI), que causaron la muerte de 129 personas y
dejaron 352 heridos, ayer el presidente francés, François Hollande, empezó a
cumplir su amenaza de retaliación y de emprender un combate
despiadado en contra de esa organización fundamentalista musulmana: el ejército del aire
francés atacó con una docena de aviones un puesto de mando y un campo de
entrenamiento en Raqa, en el oriente de Siria. Por lo demás, los atentados de
París han contribuido a limar las diferencias entre las potencias occidentales
que intervienen militarmente en ese país árabe para combatir por igual al EI y
al gobierno de Bashar al Assad, y Rusia, que ataca al primero a pedido expreso
de las autoridades de Damasco.
Por desgracia, el consenso que puede gestarse a raíz de lo ocurrido en la capital
francesa es de índole militarista. Con o sin un acuerdo marco, Francia, Estados
Unidos, Rusia y los otros países que participan en esa confusa guerra contra el
EI intensificarán sus bombardeos en territorio sirio. Se incrementará, de esa
forma, el sufrimiento de la población y se sembrarán nuevos motivos de
resentimiento en contra de las fuerzas extranjeras, como ha ocurrido en
Afganistán e Irak. En suma, la escalada de violencia causará más muertes y
destrucción, pero no podrá terminar con las expresiones terroristas del
integrismo islámico; por el contrario, las multiplicará.
Basta con ver el encadenamiento de sucesos en Afganistán en las tres últimas décadas,
y en Irak de 2003 a la fecha, para percibir el círculo vicioso entre las
injerencias militares y el fortalecimiento de grupos y corrientes armadas
fundamentalistas cada vez más brutales y mejor pertrechadas. Al calor de la
invasión de la extinta Unión Soviética al primero de esos países se gestaron
grupos integristas en un principio patrocinados por Washington que derivaron en
el surgimiento de Al Qaeda; luego, la incursión estadounidense en Irak
fortaleció a esa organización y sembró las semillas del actual EI, el cual
cobró un nuevo impulso cuando Occidente desestabilizó a los gobiernos de Libia
y Siria. En cuanto a los ataques en la capital francesa, son una consecuencia
inequívoca de las intromisiones militares ordenadas por Hollande en la propia
Siria, Mauritania, Malí, Níger, Chad y Burkina Faso.
Por otra parte, las reacciones de Estados Unidos y Europa a los atentados de París
hacen temer un recrudecimiento de la paranoia policial en la cual el gobierno
de George W. Bush sumió al mundo tras el 11 de septiembre de 2001, y que se
tradujo en una grave reducción de las libertades individuales y en violaciones
masivas a los derechos humanos en cuatro continentes, con atrocidades
tristemente célebres como la red de desapariciones forzadas orquestada por los
servicios de inteligencia de Washington, la cárcel de Abu Ghraib en Irak y el
campo de concentración de Guantánamo, el cual sigue en funciones hasta la
fecha. Para colmo, el estruendoso discurso antiterrorista ha empezado a
empeorar la situación en Europa –de suyo exasperante– de los refugiados de
Medio Oriente y África.
En suma, la respuesta de los gobiernos occidentales –el de Francia, en primer lugar– a la
atrocidad perpetrada en París hace unos días compite en barbarie con los
atacantes. Cabe demandar que Europa, Estados Unidos y Rusia sean capaces de
entender las raíces históricas, económicas, políticas y sociales del terrorismo
islámico y empiecen a hacerle frente con acciones en esos ámbitos. Porque está
suficientemente y dolorosamente demostrado que la vía bélica, en lugar de
debilitar el terrorismo, lo fortalece y lo multiplica.
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