La infame Orden 17
Paul Laverty Público 18 de mayo de 2010
Todos estamos familiarizados con el ritual del retorno a casa, desde tierras
extranjeras, del cuerpo de un soldado muerto: música solemne, bandera nacional,
escoltas y saludos recogidos en detalle por la prensa mientras políticos y
generales dedican palabras de ánimo a los desconsolados familiares. No fue
exactamente así para Deely, la hermana de Robert, un ex paracaidista que sufrió
una emboscada en Irak y llegó a Glasgow en avión desde Kuwait. El empleado de la
funeraria le dijo a Deely que ese día iban diez cuerpos en el avión. El ataúd de
Robert parecía un “gran cajón naranja”. No hubo ni bombo ni platillo, ni bandera
nacional ni periodistas, ni una pregunta. Su muerte, que sepamos, no se añadió a
ninguna lista. La razón es sencilla. Robert ya no era un paracaidista, sino un
contratista privado. Hay quien los llama soldados privados, guerreros
corporativos o asesores de seguridad. Los iraquíes los llaman mercenarios.
El negocio de la guerra se ha ido privatizando lenta e intencionadamente. El
cajón naranja que sirvió de ataúd a Robert nos lo recuerda, al igual que las
estadísticas. Patrick Cockburn, un respetado comentarista, calculó que durante
el punto álgido de la ocupación hubo unos 160.000 contratistas extranjeros en
Irak y que muchos de ellos, quizá hasta 50.000, fueron personal de seguridad
dotado con todo tipo de armas. La guerra, y más tarde la ocupación, no habría
sido posible sin este apoyo. Gracias a Paul Bremer, director de la Autoridad
Provisional de la Coalición asignado por EEUU, todos los contratistas gozaron de
inmunidad ante las leyes iraquíes mediante la Orden 17, impuesta al nuevo
Parlamento de ese país. Dicha orden duró desde 2003 hasta comienzos de 2009.
A nadie le interesa contar cuántos civiles iraquíes han muerto o resultado
heridos a manos de contratistas privados, aunque la evidencia sugiere que el
abuso ha sido generalizado. La masacre de Blackwater (17 civiles muertos en
Bagdad) fue el incidente más aireado, pero hubo muchos de los que no se informó.
Un contratista veterano me contó que un sudafricano le había dicho que matar a
un iraquí era lo mismo que “disparar a un infiel”. Otros contratistas más
serios, orgullos de su profesionalidad, me dijeron que les asqueaba la violencia
de los “chapuceros”. Si un contratista se veía envuelto en un incidente que
provocase escándalo, su empresa lo sacaba rápidamente del país. Impunidad por
decreto.
Mientras los contratistas más modestos se jugaban la vida en Route Irish, los
directores generales de esas mismas empresas amasaban fortunas. David Lesar,
director general de Halliburton (donde Dick Cheney fue consejero delegado), ganó
casi 43 millones de dólares en 2004. Gene Ray, de Titan, obtuvo más de 47
millones entre 2004 y 2005. J. P. London, de CACI, ganó 22 millones. El diablo
no se pierde puntada. Los contratistas privados llegaron a cobrar al Ejército
estadounidense cien dólares por la colada individual de un soldado. En un
informe oficial de enero de 2005, el investigador general especial para la
reconstrucción de Irak, Stuart Bowen, reveló que más de 9.000 millones de
dólares habían desaparecido debido al fraude y la corrupción, y eso fue sólo
durante un periodo muy limitado de la Autoridad Provisional. Impunidad
financiera también. Como me dijo un contratista, el “lugar apestaba a dinero”.
No sorprende que tantísimos soldados mal pagados, así como la élite de las
Fuerzas Especiales, se uniesen a estas corporaciones militares privadas, ya que
se les presentaba una ocasión única de “llenarse los bolsillos”.
A estas alturas, ya estamos acostumbrados a las imágenes de matanza “allí”, a
las historias de miles de desaparecidos, de avaricia corporativa, de abuso,
tortura y cárceles secretas. La estimación de Lancet, de 654.965 muertos hasta
junio de 2006, supera la capacidad de la mente de entender. Ahora nos parece que
ocurrió a una distancia segura en el tiempo y el espacio. La “fatiga iraquí”,
nos dicen, nos está afectando. Pero “allí” vuelve de regreso a casa. Irak está
dentro de las mentes de “nuestros chicos”. Me quedé de piedra al enterarme, a
través de la ONG Combat Street, que trabaja con ex soldados con trastorno de
estrés postraumático (TEPT), de que esta enfermedad tarda un promedio de 17 años
en manifestarse. Se están preparando (también dentro del Ejército de EEUU) para
un aumento considerable en los próximos años. Norma, una enfermera a punto de
jubilarse que ha pasado años entre ex soldados, me llevó a escribir este
artículo al decirme que “muchos de estos hombres están de luto por quienes
solían ser”.
Puede que la Orden 17 se haya revocado en Irak, pero su espíritu sigue
imperando: la peste a impunidad, las mentiras, el desprecio por las leyes
internacionales, la desautorización de los Convenios de Ginebra, las cárceles
secretas, la tortura, el asesinato… los cientos de miles de muertos. Mientras me
imagino a los autores intelectuales de todo esto (Bush, Blair, Rumsfeld y
compañía), recogiendo sus millones en discursos de sobremesa y creando sus
fundaciones ecuménicas, no puedo evitar pensar en las enfermeras de Faluya
asistiendo en los nacimientos de bebés con dos cabezas y caras deformadas, una
cortesía de las bombas químicas que cayeron sobre esa ciudad. Nuestro regalo
para el futuro.
Nos preguntamos que pasará cuando la Orden 17 vuelva a casa.
Paul Laverty es escritor. Guionista de la
película ‘Route Irish’, de Ken Loach
http://blogs.publico.es/dominiopublico/2024/la-infame-orden-17/
¡Hazte voluntario para traducir al español otros artículos como este! manda un correo electrónico a espagnol@worldcantwait.net y escribe "voluntario para traducción" en la línea de memo.
E-mail:
espagnol@worldcantwait.net
|