La Guerra Americana
Nancy Kurshan
Counterpunch
26 de octubre de 2017
Anita Hoffman y Nancy Kurshan quemando togas de jueces después del veredicto de los ocho de
Chicago, 1968.
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Tenía 23 años la primera vez que fui arrestada. Fue en el Pentágono –un acto de
desobediencia civil en protesta por la guerra estadounidense en Vietnam. Mi
novio Jerry Rubin y yo éramos organizadores del Comité de Movilización Nacional
contra la Guerra (coloquialmente llamado The Mobe).
Aquí la llamamos Guerra de Vietnam. Los vietnamitas la llaman más acertadamente la
Guerra Americana. Después de todo, Estados Unidos fue el agresor. Fueron
nuestras tropas las que aterrizaron en su territorio; nuestros aviones los que
bombardearon sus ciudades y rociaron agente naranja; nuestro ejército masacró a
su población civil, mujeres y niños incluidos. No fue al revés.
Como muchos jóvenes americanos implicados en política, yo había sido reacia a
protestar contra la guerra a pesar de que comprendíamos que era inmoral, porque
tenía miedo de que interfiriera con mi trabajo en el movimiento por los
derechos civiles. Eso cambió en 1967 cuando el reverendo Dr. Martin Luther King
Jr. y Muhammed Ali –dos destacados pero muy diferentes líderes negros–
denunciaron la guerra. Para cuando llegó el otoño el movimiento por los
derechos civiles y el antibélico estaban convergiendo y 100.000 personas
–blancos y negros, viejos y jóvenes– descendían a Washington para protestar
contra la guerra.
La Marcha al Pentágono, que cumplió 50 años este mes, condujo a las detenciones de
1000 personas, yo misma incluida. Puso al movimiento en contra de la guerra
bajo el foco de la mayoría de la sociedad. Echando mano de las enseñanzas del
movimiento por la liberación de los negros, también mostró el poder que la
gente corriente puede tener para cambiar la dirección de nuestro país. Ahora,
50 años después, América está de nuevo rota por el conflicto racial y social, y
millones como yo misma estamos de nuevo organizándonos, marchando y
resistiendo.
El reciente documental de Ken Burns y Lynn Novick sobre Vietnam, lo llaman un
error iniciado por personas con intenciones honorables. No son los únicos.
Pero todos aquellos que estábamos en el núcleo del movimiento antibélico sabíamos
que la guerra no era un error. Fue un crimen. Fue un crimen contra la humanidad
que dejó en su estela al menos dos (algunos dicen cuatro) millones de
vietnamitas muertos así como un ecosistema corrompido por agente naranja y
generaciones de niños nacidos con graves malformaciones congénitas. En los
Estados Unidos, 60.000 soldados, la mayoría de ellos reclutas forzosos,
volvieron a casa en bolsas para cadáveres o con heridas que duran toda la vida.
La convicción de que era un crimen nos condujo a construir un movimiento que
rápidamente creció más allá del núcleo de estudiantes, líderes religiosos y otros
activistas y, en última instancia, jugó un rol de importancia llevando la
guerra a su final.
Un ejemplo revelador: aquel día, mirándonos desde la azotea del Pentágono había un
joven ayudante de McNamara llamado Daniel Ellsberg. Él ya tenía dudas sobre la
guerra, pero la manifestación lo dejó marcado. Ellsberg más tarde se uniría a
nuestras filas, enfrentándose a cargos de traición por desvelar los documentos
del Pentágono que exponían la conspiración de mentiras que sostenía la guerra.
Muchos otros americanos, en diferentes posiciones que Ellsberg, tomarían la misma
decisión tras ver nuestro activismo.
Mientras tanto, cartillas de reclutamiento eran quemadas, el presidente Johnson se
rindió y los protestantes fueron acallados en Kent y Jackson State al tiempo
que nosotros (¡y no McNamara!) éramos acusados de “conspiración”.
¿Acaso interrumpimos la Convención Demócrata de 1968? Pues claro que lo hicimos, y “el
mundo entero estaba mirando”. Tuvimos una gran ventaja: una incipiente
contracultura joven desencantada con el materialismo americano, la conformidad
y el racismo. Y una generación de activistas aprendiendo del movimiento de
liberación de los negros.
La energía de los movimientos por los derechos civiles y en contra de la guerra
fueron un catalizador para otros movimientos –derechos de los
homosexuales, derechos de las mujeres, desarme nuclear, por el medioambiente.
Hoy la política de la protesta es una parte central de nuestro debate nacional.
Al mismo tiempo, los activistas han aprendido de sus errores, desarrollado
estrategias y han atacado los nuevos retos con fuerza.
El problema es que el otro bando también ha aprendido. Solo hay que ver lo que los
Maestros de la Guerra aprendieron de su derrota militar: eliminar el
reclutamiento y reducir las bajas americanas usando contratistas privados,
drones y “voluntarios”; ignorar las fronteras nacionales desde que los
“terroristas” pueden ser encontrados en cualquier lugar; confiar en los
“interrogatorios mejorados” que ganan a la tortura porque no dejan marca;
ignorar completamente las leyes de la guerra y de la Convención de Ginebra.
¡Bienvenidos a Guantánamo!
Y para ganar corazones y mentes, se acabó el acceso ilimitado a la televisión,
asignando solo a periodistas autorizados. Han orquestado una campaña de
propaganda para anular el “síndrome Vietnam”, una campaña que desdibuja quién
fue el responsable (“los dos bandos cometieron atrocidades”), glorifica el
servicio militar y denigra y trivializa el movimiento contra la guerra.
La máquina de guerra estadounidense es hoy más grande que nunca. El complejo
industrial-militar americano (en palabras de Eisenhower, no mías) es la máquina
de matar más poderosa de la historia de la humanidad, con una vasta red de
bases alrededor del mundo respaldando medio millón de personal militar
–soldados, espías y contratistas entre otros. El Secretario de defensa Robert
Gates informó: “la flota naval de los EE.UU. es más grande que las trece
siguientes marinas combinadas– once de las cuales son nuestros socios y aliados”.
En este momento nos enfrentamos a otro “arrebato afgano” –otros tantos miles de
soldados norteamericanos irán a un país que ha aguantado dieciséis años de
carnicería con 150.000 civiles asesinados.
En cualquier caso, veo una renovación de humanidad en Occupy, Black Lives Matter, en los Dreamers,
en el movimiento indio por la protección del agua y en sus aliados. Veo una renovación de la esperanza en las reuniones de los
ayuntamientos, en las marchas de mujeres y en las acciones en los aeropuertos.
Una nueva generación está estimulando y creando las conexiones.
Nuestras últimas grandes acciones contra la guerra fueron en 2003, justo después de la
invasión de Iraq. Desde entonces ambos partidos nos han dirigido hacia la
guerra –Iraq, Afganistán, Libia, Yemen y Siria. Estas guerras están ocurriendo
en nuestro nombre, sin debate y sin nuestro consentimiento. Esto es demasiado
importante como para dejárselo a los políticos. Necesitamos desesperadamente un
movimiento de la gente contra la guerra, uno que colabore con otros movimientos
actuales.
En esta ronda necesitamos tener presente que la policía está ahora más
militarizada que nunca. Transportes blindados, rifles de asalto, subfusiles y
equipos SWAT listos de inmediato aquí, en casa.
Soy reacia a dar consejos específicos a los activistas de hoy. Igual que en la
década de los sesenta detuvimos trenes de tropas, quemamos cartillas de
reclutamiento y marchamos al Pentágono, los activistas de hoy se están
inventando sus propias tácticas –acampando en Standing Rock, pirateando
aeropuertos y arrodillándose. [N. del T.: se refiere a la acción “desobediente”
–denunciada hasta por el propio Trump– de arrodillarse ante el himno nacional,
iniciada por algunos jugadores negros de la NFL en protesta contra el racismo.]
Veteranos de las movilizaciones como yo estamos inspirados por sus acciones y
nos estamos uniendo cuando sea y donde sea.
Mi consejo es simple. Cuando encuentres tu voz, se valiente al usarla. Sí en las
redes sociales, pero también cara a cara con tus amigos, familia, vecinos y
extraños, en colegios, lugares de trabajo, lugares de culto y espacios
públicos. Usa tu creatividad e imaginación para alzarte y hacer tu protesta
visible. Busca maneras de resistir, ocupar, desafiar, interrumpir y perturbar.
Así es como ayudamos a acabar con la Guerra de Vietnam. No nos permitas dejar
escapar esta oportunidad.
Nancy Kurshan: Es una activista y trabajadora social
estadounidense, fundadora del Youth National Party (Yippies) en 1967. Fue una
figura destacada de las protestas contra la Guerra de Vietnam y el movimiento
por los derechos civiles. Es autora de los ensayos sobre el sistema
penitenciario Women and Imprisonment in the United States y Out of Control.
Traducción: David Guerrero
Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/la-guerra-americana
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