Hay que llamar a los centros de detención de inmigrantes
como lo que realmente son: campos de concentración
Los
Angeles Times en Español
10 de junio de 2019
Literas dentro de un centro de detención para niños migrantes en Homestead, Florida.
(U.S. DHHS) (U.S.DHHS)
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Quienes prestaron mucha atención la semana pasada, es posible que hayan notado un
patrón en las noticias. Asomando por detrás de la imparable cobertura del
elegante viaje de la familia Trump a Londres, hubo una serie de muertes de
inmigrantes bajo custodia de Estados Unidos: Johana Medina Léon, una
solicitante de asilo transgénero de 25 años; un hombre salvadoreño de 33 años, no
identificado, y una mujer de 40 años, hondureña.
Fotos de un centro de procesamiento de la Patrulla Fronteriza en El Paso mostraron a
individuos agrupados con tanta fuerza en las celdas que debían pararse en los
inodoros para respirar.
Los memos dados a conocer por el periodista Ken Klippenstein revelaron que el hecho
de que Inmigración y Aduanas no brindara atención médica fue responsable de
suicidios y otras muertes de detenidos. A esto le siguió otro informe, que
mostró que miles de detenidos permanecen brutalmente en celdas de aislamiento
sólo por ser transgénero, o padecer trastornos mentales.
También la semana pasada, la administración Trump recortó los fondos para las clases,
recreación y asistencia legal en los centros de detención de menores de edad
-que fueron comparados con "campamentos de verano" por un alto
funcionario de ICE, el año pasado-. Se conoció, además, que meses después de
ser arrancados de los brazos de sus padres, 37 menores permanecieron encerrados
en camionetas por hasta 39 horas en el estacionamiento de un centro de
detención en las afueras de Port Isabel, Texas. En el último año, al menos
siete chicos migrantes murieron bajo custodia federal.
Prevenir la indignación masiva en un sistema como este requiere trabajo. Ciertamente, es
útil que los medios noticiosos cubran estos horrores de manera intermitente en
lugar de como una prueba agravada de una administración racista y anárquica.
Pero, sobre todo, las autoridades prevalecen cuando los lugares donde se
tortura y se deja morir a las personas permanecen ocultos, tienen
denominaciones engañosas y siguen lejos de las miradas indiscretas.
Hay un nombre para ese tipo de sistema: se llaman campos de concentración. Algunos
podrían rechazar mi uso del término. Eso es bueno; es algo que debe rechazarse.
El objetivo de los campos de concentración siempre ha sido ignorado. La teórica
política germano-judía Hannah Arendt, quien fue encarcelada por la Gestapo e
internada en un campamento francés, escribió unos años después sobre los
diferentes niveles de los campos de concentración. Los campos de exterminio
eran los más extremos; otros sólo trataban de poner a aquellos "elementos
indeseables... fuera del camino". Todos tenían algo en común: "Las
masas humanas encerradas en ellos eran tratadas como si ya no existieran, como
si lo que les sucedía ya no fuera interesante para nadie, como si ya estuvieran muertos".
Los eufemismos juegan un papel importante en ese olvido. El término "campo de
concentración" es en sí mismo uno. Fue inventado por un funcionario
español para ocultar la reubicación de millones de familias rurales a
escuálidas ciudades cuarteles, donde morirían de hambre durante la guerra de la
independencia de Cuba, en 1895. Cuando el presidente Franklin D. Roosevelt
ordenó apresar a los estadounidenses de origen japonés durante la Segunda
Guerra Mundial, inicialmente se llamó a esos sitios campos de concentración.
Los estadounidenses terminaron usando nombres más benignos, como "Centro
de reubicación Manzanar".
Incluso los campamentos de los nazis empezaron como sitios pequeños, donde se
encarcelaba a criminales, comunistas y opositores al régimen. Llevó cinco años
iniciar la detención masiva de judíos. Se necesitaron ocho, y el estallido de
una guerra mundial, para abrir los primeros campos de exterminio. Incluso
entonces, los nazis tenían que seguir mintiendo para distraer la atención,
afirmando que los judíos simplemente estaban siendo reasentados en lugares de
trabajo remotos. De eso se trataban los famosos letreros: Arbeit Macht Frei o "El trabajo te hará libre".
Pero los subterfugios no siempre funcionan. Hace un año, los estadounidenses se
dieron cuenta accidentalmente de que el gobierno de Trump había adoptado una
política para separar a las familias en la frontera (y mentido al respecto). La
ráfaga de atención ocurrió gracias a la combinación viral de dos historias
separadas, pero relacionadas: el decreto de separación familiar y el
reconocimiento de los burócratas de que no habían podido localizar a miles de
niños migrantes que habían sido ubicados con patrocinadores después de cruzar
la frontera solos.
Trump arrojó eso fácilmente por el agujero de la memoria. Holgazaneó un poco y luego
aceptó una nueva política: juntar a familias enteras en los campamentos. Los
periodistas políticos plantearon preguntas irrelevantes, como si el presidente
Obama había sido tan malvado, y lo que ello significaba para las elecciones de
mitad de mandato. Luego siguieron adelante.
Es importante tener en cuenta que los asistentes de Trump construyeron este
sistema de terror racista sobre algo que ha existido durante mucho tiempo.
Varios campos se inauguraron durante el mandato de Obama, quien durante su
presidencia deportó a millones de personas.
Pero el juego de Trump es distinto. Ciertamente, no se trata de negociar una reforma
migratoria con el Congreso. Trump ha dejado en claro que quiere sofocar toda la
inmigración no blanca, y punto. Sus arrestos en masa, las 'congeladoras' y
jaulas para perros son parte de un proyecto explícitamente nacionalista para
poner al país bajo el control del tipo correcto de gente blanca.
Como lo señaló un informe del Comité Nacional Republicano en 2013: "Los cambios
demográficos de la nación se suman a la urgencia de reconocer lo precaria que
se ha convertido nuestra posición". El intento de la administración Trump
de formular una pregunta de ciudadanía en el censo de 2020 también se reveló
como una conspiración para poner en desventaja a los opositores políticos e
impulsar a la vez a los "republicanos y blancos no hispanos".
Es por eso que esto no es sólo una crisis que enfrentan los inmigrantes. Cuando un
líder pone a las personas en los campamentos para mantenerse en el poder, la
historia muestra que ello no suele detenerse con el primer grupo encerrado.
Ahora hay al menos 48.000 detenidos en las instalaciones de ICE, que según le dijo a BuzzFeed News un ex funcionario
"podría aumentar indefinidamente". Los funcionarios de Aduanas y
Protección Fronteriza capturaron a más de 144.000 personas en la frontera del
suroeste el mes pasado (el New York Times informó debidamente esto como
evidencia de un "aumento dramático en los cruces fronterizos", en
lugar de lo que en verdad es: la administración utiliza su propio aumento de
arrestos para justificar el resto de sus políticas).
Si los llamáramos por lo que son (un sistema creciente de los campos de concentración
estadounidenses), probablemente le prestaríamos la atención que merecen.
Necesitamos saber sus nombres: Port Isabel, Dilley, Adelanto, Hutto y así
sucesivamente. Con una atención constante e implacable, es posible que podamos
aliviar la difícil situación de la gente que está dentro, y evitar que la
crisis empeore. Tal vez así las personas no puedan desaparecer tan fácilmente
en las congeladoras; tal vez sea más difícil para las autoridades mentir sobre
las muertes de niños. Tal vez los primeros campos de concentración de Trump
sean lo primero en lo que pensemos cuando lo veamos con el ceño fruncido en la
televisión.
La única otra opción es dejar que los que están en el poder decidan qué es lo que
sigue. Eso es un riesgo calculado. Como señaló Andrea Pitzer, autora de
"One Long Night" (Una larga noche), uno de los libros más
completos sobre la historia de los campos de concentración: "Todos los
países han dicho que sus campos son humanos y que serán diferentes. Trump es
instintivamente autoritario. Los llevará tan lejos como le sea permitido".
Jonathan M. Katz es periodista y becario nacional en New America. Esta
columna fue adaptada de su boletín, The Long Version, disponible en
katz.substack.com
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