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La cifra de víctimas afganas

Vijay Prashad
Counterpunch
31 de mayo de 2017

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

La guerra de EEUU en Afganistán va a entrar pronto en su decimosexto año. A lo largo de este período, EEUU y sus aliados han perdido alrededor de 3.000 soldados, aunque se desconoce el número de afganos que han muerto en esa guerra. La cifra oficial de víctimas afganas, alrededor de 150.000, es irrisoria. Cada año, como atestigua la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas en Afganistán (UNAMA, por sus siglas en inglés), el porcentaje de mujeres y niños aumenta entre la cifra oficial de muertos como consecuencia, en gran medida, de los bombardeos aéreos.

Fuentes afganas declaran que la cifra de muertos en la guerra debe estar próxima al hito de un millón. El coste humano es formidable. En 2016, cerca de medio millón de personas huyeron de sus hogares a causa del conflicto. Es el mayor número de desplazamientos desde 2008. De la población afgana, estimada en 32 millones, casi dos millones están desplazados por la guerra; y en los casi 40 años de guerra en el país, alrededor de tres millones de seres se han convertido en refugiados. En los cinco primeros meses del año, UNAMA ha averiguado que se ha producido el desplazamiento de 90.000 personas más.

La “ofensiva de primavera” de los talibán empezó con un estallido. El 22 de abril, un puñado de combatientes talibán se infiltró en la base del 209º cuerpo del ejército nacional afgano en Balkh, una provincia al norte de Afganistán. Mataron a 140 soldados afganos. Fue un ataque devastador, que se produjo una semana después de que EEUU arrojara la Madre de Todas las Bombas (9.798 kilos), la mayor bomba no nuclear del mundo, sobre Nangarhar, en Afganistán. La bomba cayó sobre el pueblo de Asadkhel. El ejército estadounidense dijo que habían muerto 94 combatientes del Estado Islámico. No permitieron que ningún periodista pudiera acceder a la zona, aunque debe decirse que el distrito es el hogar de 1,5 millones de personas. Fue como si los talibán no prestaran atención a la decisión del presidente estadounidense Donald Trump de arrojar la “Madar-e-Bamb-ha”, la traducción al dari del monstruoso artefacto. El ataque a Balkh parecía casi un claro corte de mangas. Los talibán controlan ahora alrededor del 40% de Afganistán y están fuertemente implantados en el noreste de la provincia de Helmand, en el noroeste de la provincia de Kandahar, en el noroeste de la provincia de Zabul y en la provincia de Uruzgan. Sus fuerzas podrían estar pronto controlando todo el sur de Afganistán, lo que podría facilitarles el dominio de toda la franja de territorio fronterizo con Pakistán. El asesinato de los dirigentes talibán no parece haber causado mucha mella en su capacidad para hostigar al ejército afgano y a sus aliados del ejército de la OTAN.

Dan Coats, el director de la inteligencia nacional de EEUU, dijo en el Senado estadounidense que, con independencia de cualquier actuación de EEUU, “es casi seguro que la situación política y de seguridad en Afganistán se deteriore a lo largo de 2018”. Lo que quería decir era que los intereses estadounidenses no iban a conseguirse con el gobierno de Ashraf Ghani y con la seguridad que pudiera ofrecer el ejército nacional afgano. Que era probable que los talibán continuarán avanzando. Que se esperaba que se apoderaran de otra ciudad en esta “ofensiva de primavera” y consolidaran su posición a través de esa victoria táctica. El comandante estadounidense en Afganistán, el general John Nicolson, ha pedido un incremento de varios miles de soldados. Petición a la que siguió rápidamente una sugerencia filtrada desde la Casa Blanca de enviar entre 3.000 y 5.000 soldados de EEUU y otros países de la OTAN. Esta filtración se produjo un mes antes de que Trump se dirigiera directamente a la OTAN, hecho que tuvo lugar el 25 de mayo. El primer ministro australiano Malcolm Turnbull dijo a Trump que estaba “abierto” a enviar más tropas a Afganistán. Formalmente, la OTAN terminó con sus misiones de combate en el país en 2014. Hay dudas entre sus Estados miembros, aparte de EEUU, de la conveniencia de ampliar su presencia en Afganistán. La alemana Angela Merkel y la británica Theresa May se sienten contrariadas ante esa perspectiva. Ambas se enfrentan a elecciones este año y ambas saben que la guerra de EEUU en Afganistán es impopular en sus países.

Silencio en EEUU

Durante las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016, ni Trump ni Hillary Clinton plantearon la cuestión de la guerra de EEUU en Afganistán. La guerra le cuesta al país al menos 23.000 millones de dólares al año, más 117.000 millones de dólares en reconstrucción. De ese dinero para reconstrucción, el 61%, 71.000 millones, se han gastado en la creación del ejército nacional afgano. El incremento estadounidense de 2010, que puso más de 100.000 soldados en el país, no consiguió detener el ímpetu talibán. En 2014, esa estrategia fue silenciosamente abandonada con pocas discusiones. Con grandes pérdidas de vida por todas partes, derroche de recursos y la inutilidad de los objetivos de guerra estadounidense, uno hubiera pensado que la cuestión de Afganistán hubiera debido abordarse en los debates o en los discursos. Pero el silencio fue total.

El Inspector General Especial para la Reconstrucción en Afganistán (SIGAR, por sus siglas en inglés), un órgano estadounidense para controlar el gasto del dinero, ha publicado 35 informes de mérito considerable. Pero su contenido hace que su lectura sea horripilante. Muestran que la corrupción ha sido endémica en todo el proceso de reconstrucción. Pocas cosas pueden verse que sean un reflejo de los miles de millones gastados para reconstruir Afganistán. Las carreteras siguen siendo nefastas y las escuelas y clínicas médicas prometidos no aparecen por ningún lado. En la provincia de Balkh, donde los talibán atacaron la base del ejército, el personal de SIGAR halló que sólo el 30% de los estudiantes que al parecer se habían matriculado fueron vistos en algún momento en las escuelas. Los profesores brillaban por su ausencia. Los edificios levantados con hormigón se “deshacían con la lluvia” o tenían paredes y techos que se venían abajo.

EEUU ha gastado al menos 8.500 millones de dólares en su campaña contra el narcotráfico para poner fin, de manera efectiva, a la producción de opio. Pero ese dinero ha sido completamente desperdiciado. El narcotráfico alcanza un valor aproximado de 1.560 millones de dólares y contribuye casi al 7,4 del PIB afgano. El informe de SIGAR publicado en abril mostraba que la producción de la droga había aumentado en un 43% en 2016, y que su erradicación era “casi imperceptible”. El cultivo del opio ha aumentado en un 10%, habiéndose registrado el crecimiento mayor en las regiones donde los talibán tienen el control (Helmand, Kandahar, Uruzgan y Zabul). EEUU dice que el 60% de la financiación de los talibán proviene del comercio del opio. En estos momentos, el 80% de la heroína mundial procede del opio afgano. No hay una estrategia eficaz para reducir ese comercio. Sorprendentemente, SIGAR señala que esta corrupción está profundamente arraigada en el ejército afgano. El 28 de marzo de 2017, el ministerio afgano de Defensa despidió a 1.394 funcionarios por corrupción. En 2016, el 35% de las fuerzas de seguridad afganas murieron asesinadas: 6.800 soldados y policías. SIGAR señala que “cada año, alrededor del 35% de las fuerzas no vuelven a alistarse”. Los problemas en el ejército afgano son profundos: “bajas insostenibles, pérdidas temporales de centros provinciales y de distrito, debilidad logística y de otro tipo, analfabetismo en las filas, liderazgo a menudo corrupto e ineficiente y dependencia excesiva en fuerzas especiales altamente entrenadas para misiones rutinarias”.

No sorprende que los talibanes hayan conseguido rápidos avances en los últimos años. Su adversario no está preparado para contener su avance.

El incremento de Trump

Las cosas están tan mal que el gobierno afgano ha tenido que acoger con toda calidez al viejo perro de la guerra Gulbuddin Hekmatyar, del Hizb-e-Islami, conocido como el “carnicero de Kabul” por su asedio de Kabul entre 1992 y 1996. Considerado como un violador en serie de los derechos humanos, Hekmatyar está ahora de vuelta en Kabul como principal actor del escenario político. El 13 de mayo, Hekmatyar se reunió con el expresidente afgano Hamid Karzai para hablar acerca del aumento de civiles muertos. Karzai empezó a mostrarse crítico al final de su presidencia con la forma estadounidense de hacer la guerra en Afganistán, sosteniendo que los ataques nocturnos y los ataques aéreos mataban más civiles inocentes que combatientes. Karzai se ha vuelto más audaz en sus declaraciones y es uno de los detractores más firmes del uso de la “madre de todas las bombas” sobre su país. Dijo que “es un acto brutal contra gente inocente… Una bomba de esa magnitud tiene consecuencias muy graves sobre el medio ambiente, nuestras vidas, nuestras plantas, nuestras aguas, nuestro suelo: es veneno”. La reunión de Karzai y Hekmatyar sugiere la formación de un nuevo eje antiestadounidense dentro de la clase política de Kabul.

Es en este contexto en el que la Casa Blanca de Trump ha sugerido un incremento en las tropas estadounidenses en el país. H.R. McMaster, el asesor de seguridad nacional de Trump, advirtió apresuradamente que no había aún decisión alguna de aumentar los niveles de tropas. McMaster, que fue pieza clave en el incremento de 2007 en Iraq, es consciente de que en la Casa Blanca se está llamando ya al potencial incremento de tropas “la guerra de McMaster”. Si fracasa, toda la culpa será suya. Si triunfa, Trump se adjudicará todo el mérito con seguridad.

Es bastante improbable que incluso con un aumento de 5.000 soldados estadounidenses se logre impedir la carrera de los talibán hacia Kabul. Es probable que el estilo bélico de EEUU aumente las muertes de civiles, y el deterioro del ejército nacional afgano no va a conseguir que la población sienta más confianza. Los talibán, que habían quedado deslegitimados por su cruel gobierno de hace veinte años, se han posicionado ahora una vez más como la única fuerza viable para llevar estabilidad al país. Esta realidad es muy clara para gran parte de la inteligencia de EEUU. La vuelta de los talibán sería un golpe duro para el prestigio estadounidense, la peor derrota militar desde Vietnam. Para impedir ese resultado, son capaces de adoptar cualquier decisión, incluso aquellas que puedan implicar la destrucción de Afganistán.

Vijay Prashad es director de Estudios Internacionales en el Trinity College y editor de “Letters to Palestine” (Verso). Vive en Northampton. Entre sus libros más recientes figuran “No Free Left: The Futures of Indian Communism” (New Delhi: LeftWord Books, 2015) y “The Death of a Nation and the Future of Arab Revolucion” (University of California Press, 2016).

Fuente: http://www.counterpunch.org/2017/05/29/the-afghan-toll/


 

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