La palabra de ocho letras que desapareció de la crisis de Irán
El prolongado ascendiente del petróleo en la política
estadounidense hacia Oriente Medio
Michael T. Klare
TomDispatch.com
17 de julio de 2019
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Siempre es el petróleo. Mientras el presidente Trump estaba codeándose con el príncipe
heredero de la corona de Arabia Saudí, Mohammed bin Salman, en la cumbre del
G-20 en Japón y se restaba importancia a un reciente informe de la ONU sobre el
papel del príncipe en el asesinato del columnista del Washington
Post Jamal Khashoggi, el secretario de Estado Mike Pompeo se desplazaba a Asia y Oriente Medio para suplicar a los líderes
extranjeros que apoyaran el plan "Sentinel". El objetivo de este plan
de la administración: proteger el tráfico marítimo por el estrecho de Ormuz y
el golfo Pérsico. Tanto Trump como Pompeo insistieron en que sus esfuerzos
estaban motivados por la preocupación ante las maldades de Irán en la región y
la necesidad de garantizar la seguridad del comercio marítimo. Sin embargo, ninguno
de ellos mencionó una palabra inconveniente de ocho letras: P-E-T-R-Ó-L-E-O,
que estaba detrás de sus maniobras respecto a Irán (y que ha impulsado todas
las demás incursiones estadounidenses en Oriente Medio desde la II Guerra Mundial).
Ahora bien, es cierto que Estados Unidos ya no depende del petróleo importado para
gran parte de sus necesidades energéticas. Gracias a la revolución del fracking, el país obtiene ahora la
mayor parte de su petróleo, aproximadamente el 75%, de fuentes nacionales.
(En 2008, esa proporción estaba más próxima al 35%). Sin embargo, aliados clave
en la OTAN y rivales como China continúan dependiendo del petróleo de Oriente
Medio para una proporción significativa de sus necesidades energéticas. Da la
casualidad que la economía mundial, de la que Estados Unidos es el principal
beneficiario (a pesar de las autodestructivas guerras comerciales del
Presidente Trump), se basa en un flujo ininterrumpido de petróleo del golfo
Pérsico que mantenga bajos los precios de la energía. Al seguir actuando como
supervisor principal de ese flujo, Washington disfruta de sorprendentes
ventajas geopolíticas a las que sus elites de la política exterior no
renunciarían más de lo que lo harían respecto a la supremacía nuclear de su país.
El presidente Barack Obama explicó claramente esta lógica en un discurso de
septiembre de 2013 ante la Asamblea General de la ONU en el que declaró que:
"Los Estados Unidos de América están preparados para utilizar todos los
elementos de nuestro poder, incluida la fuerza militar, para asegurar nuestros
intereses vitales" en Oriente Medio. Seguidamente señaló que, si bien EE.
UU. estaba reduciendo constantemente su dependencia del petróleo importado,
"el mundo todavía depende del suministro de energía de esa región, y una
interrupción grave podría desestabilizar toda la economía mundial". En
consecuencia, concluyó: "Vamos a garantizar el libre de energía de la
región hacia el mundo".
A algunos estadounidenses, ese dictamen, y la continuada adhesión al mismo por
parte del presidente Trump y el secretario de Estado de Pompeo, puede
parecerles anacrónico. Es cierto que Washington instigó guerras en Oriente
Medio cuando la economía estadounidense era aún profundamente vulnerable a
cualquier interrupción en el flujo de petróleo importado. En 1990, fue esta la
razón clave por la que el presidente George H.W. Bush decidió desalojar a las
tropas iraquíes de Kuwait tras la invasión de ese país por parte de Saddam
Hussein. "Nuestro país importa ahora casi la mitad del petróleo que
consume y podría tener que enfrentarse a una amenaza importante para su
independencia económica", dijo ante una audiencia de televisión a toda la
nación. Pero el petróleo desapareció pronto de sus comentarios en lo que se
convirtió en la primera guerra del Golfo de Washington (aunque no así la
última) después de que su declaración provocara una indignación pública
generalizada. ("No Blood for Oil" ["No más sangre por
petróleo"] se convirtió en un signo de protesta muy utilizado en aquel
entonces). Su hijo, el segundo presidente Bush, ni siquiera mencionó esa
palabra de ocho letras cuando anunció su invasión de Iraq en 2003. Sin embargo,
como quedó claro en el discurso de Obama en Estados Unidos, la cuestión
alrededor del petróleo se mantuvo, y así sigue, en el centro de la política
exterior de Estados Unidos. Una revisión rápida de las tendencias energéticas
globales ayuda a explicar por qué esto ha seguido siendo así.
La confianza irreductible del mundo en el petróleo
A pesar de todo lo que se ha dicho acerca del cambio climático y el papel del
petróleo entre sus causas -y del enorme progreso conseguido al hacer funcionar
la energía solar y eólica en la red- seguimos atrapados en un mundo
notablemente dependiente del petróleo. Para comprender esta realidad, todo lo
que hay que hacer es leer la edición más reciente de
"Statistical Review of World Energy" del gigante petrolero BP,
publicada el pasado junio. En 2018, según ese informe, el petróleo aún
representaba, con mucho, la mayor parte del consumo mundial de energía, como ha
venido sucediendo todos los años durante décadas. En total, el 33,6% del
consumo mundial de energía del año pasado estaba compuesto por petróleo, el
27,2% por carbón (en sí mismo, una desgracia mundial), el 23,9% por gas
natural, el 6,8% por hidroelectricidad, el 4,4% por energía nuclear y un mero
4% por energías renovables.
La mayoría de los analistas de la energía creen que la dependencia mundial del
petróleo, como porción en el uso mundial de la energía, disminuirá en las
próximas décadas a medida que más gobiernos impongan restricciones a las
emisiones de carbono, y si los consumidores, especialmente en el mundo
desarrollado, cambian de vehículos impulsados por petróleo a eléctricos. Pero
es improbable que esas disminuciones prevalezcan en todas las regiones del
mundo y es posible que el consumo total de petróleo ni siquiera disminuya.
Según las proyecciones de la Agencia Internacional de Energía (AIE) en su
"New Policies Scenario" (que
asume los importantes, aunque no drásticos, esfuerzos gubernamentales para
reducir las emisiones de carbono a nivel mundial), Asia, África y Oriente Medio
probablemente experimentarán una demanda sustancialmente mayor de petróleo en
los próximos años, lo cual, muy grave ya de por sí, significa que el consumo
mundial de petróleo va a seguir aumentando.
Al concluir que el aumento de la demanda de petróleo, en particular en Asia,
superará la reducción de la demanda en otros lugares, la AIE calculó en
su World Energy Outlook 2017que el petróleo seguirá siendo
la fuente de energía dominante en el mundo en 2040, lo que representa
aproximadamente el 27,5% del total mundial del consumo de energía. De hecho,
será una participación menor que en 2018, pero como se espera que el consumo
global de energía en general crezca sustancialmente durante esas décadas, la
producción neta de petróleo aún podría aumentar de aproximadamente 100 millones
de barriles diarios en 2018 a aproximadamente 105 millones de barriles en 2040.
Por supuesto, nadie, incluidos los expertos de la AIE, puede estar seguro de cómo
futuras manifestaciones extremas del calentamiento global, como las severas
olas de calor que recientemente atormentaron a Europa y el sur de Asia, podrían cambiar tales
proyecciones. Es posible que la creciente indignación pública genere
restricciones mucho más duras sobre las emisiones de carbono de aquí a 2040. Un
desarrollo inesperado en el campo de la producción de energía alternativa
también podría desempeñar un papel en el cambio de esas proyecciones. En otras
palabras, el dominio continuo del petróleo todavía podría verse frenado de una
manera que es impredecible en estos momentos.
Mientras tanto, desde una perspectiva geopolítica, se está produciendo un cambio
profundo en la demanda mundial de petróleo. En el año 2000, según la AIE, las
naciones industrializadas más antiguas -la mayoría de ellas miembros de la
Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE)-
representaban alrededor de dos tercios del consumo mundial de petróleo; solo
alrededor de un tercio fue a parar a países en desarrollo. Para 2040, los
expertos de la AIE creen que la ratio se revertirá, que la OCDE
consumirá aproximadamente un tercio del petróleo del mundo y las naciones no
pertenecientes a la OCDE el resto. Más preocupante aún es la creciente
importancia de la región de Asia y el Pacífico para el flujo global de
petróleo. En el año 2000, esa región representó solo el 28% del consumo
mundial; en 2040, se espera que su participación sea del 44% gracias al
crecimiento de China, la India y otros países asiáticos, cuyos consumidores
recientemente enriquecidos están ya comprando automóviles, camiones,
motocicletas y otros productos impulsados por petróleo.
¿De dónde obtendrá Asia su petróleo? Hay pocas dudas al respecto entre los expertos en
energía. Al carecer de reservas propias importantes, los principales
consumidores asiáticos recurrirán al único lugar con capacidad suficiente para
satisfacer sus crecientes necesidades: el golfo Pérsico. Según BP, en 2018,
Japón ya obtuvo el 87% de sus importaciones de petróleo de Oriente Medio, la
India el 64% y China el 44%. La mayoría de los analistas asumen que estos
porcentajes no harán sino crecer en los próximos años a medida que la
producción en otras áreas disminuya.
Esto, a su vez, otorgará una importancia estratégica aún mayor a la región del golfo
Pérsico, que ahora posee más del 60% de las reservas de petróleo sin explotar
del mundo, y al estrecho de Ormuz, el angosto pasaje a través del cual pasa a
diario aproximadamente un tercio del transporte de petróleo mundial. Limitado
por Irán, Omán y los Emiratos Árabes Unidos, el estrecho es quizás la ubicación
geoestratégica más importante -y más disputada- del planeta en la actualidad.
Controlando la espita
Cuando la Unión Soviética invadió Afganistán en 1979, el mismo año en que los
militantes chiíes derrocaban al Shah de Irán respaldado por Estados
Unidos, los políticos estadounidenses decidieron que su acceso a los
suministros de petróleo del golfo estaba en peligro y que era necesaria la presencia
militar de su país para garantizar dicho acceso. Como diría el presidente Jimmy Carter en
su discurso sobre el Estado de la Unión el
23 de enero de 1980: "La región, amenazada ahora por las tropas soviéticas
en Afganistán, tiene una gran importancia estratégica al contener más de dos
tercios del petróleo exportable del mundo... El esfuerzo soviético por dominar
Afganistán ha llevado a las fuerzas militares soviéticas a 500 kilómetros del
océano Índico y cerca del estrecho de Ormuz, una vía a través de la cual debe
fluir la mayor parte del petróleo del mundo... Dejemos absolutamente clara
nuestra posición: un intento por parte de cualquier fuerza externa para obtener
el control de la región del golfo Pérsico se considerará un ataque a los
intereses vitales de los Estados Unidos de América, y ese ataque será repelido
por cualquier medio necesario, incluida la fuerza militar".
Para reforzar lo que pronto se llamaría la "Doctrina Carter", el
presidente creó una nueva organización militar estadounidense, la Fuerza
Conjunta de Despliegue Rápido (RDJTF, por sus siglas en inglés), consiguiendo
instalaciones de apoyo para la misma en la región del golfo Pérsico. Ronald
Reagan, que sucedió a Carter como presidente en 1981, convirtió la
RDJTF en un "mando combatiente geográfico" a gran escala, denominado
Mando Central o CENTCOM, que sigue teniendo la tarea de garantizar en la
actualidad el acceso estadounidense al golfo (así como la supervisión de las
guerras interminables del país en el Gran Oriente Medio). Reagan fue el primer
presidente en activar la Doctrina Carter en 1987 cuando ordenó a los buques de
guerra de la Armada que escoltaran a los petroleros kuwaitíes, "reabanderados" con las barras y
estrellas, mientras viajaban a través del estrecho de Ormuz. De vez en cuando,
esos buques eran atacados por cañoneras iraníes, como parte de la "guerra de petroleros" en curso,
integrada a su vez en la guerra Irán-Iraq de aquellos años. Los ataques iraníes
contra esos petroleros estaban destinados a castigar a los países árabes suníes
por respaldar al autócrata iraquí Saddam Hussein en ese conflicto.
La respuesta estadounidense, llamada Operación Earnest Will, ofreció un
modelo precoz de lo que el secretario de Estado Pompeo está tratando de
establecer hoy con su programa Sentinel.
La Operación Earnest Will fue seguida dos años después por una implementación
masiva de la Doctrina Carter: la decisión del presidente Bush en 1990 de
expulsar a las fuerzas iraquíes de Kuwait. Aunque habló de la necesidad de
proteger el acceso de EE. UU. a los campos petrolíferos del golfo Pérsico, era
evidente que garantizar un flujo seguro de las importaciones de petróleo no era
el único motivo de ese despliegue militar. Igual de importante entonces (y
mucho más ahora): la ventaja geopolítica que le daba a Washington controlar la
gran espita de petróleo del mundo.
Al ordenar a las fuerzas estadounidenses que combatieran en el golfo Pérsico, los
presidentes estadounidenses insistieron siempre en que actuaban en interés de
todo Occidente. Al abogar por la misión de "cambio de
pabellón/bandera" de 1987, por ejemplo, el secretario de Defensa Caspar
Weinberger argumentó (como recordaría más adelante en su memorias Fighting for Peace): "Lo
principal era proteger el derecho de los inocentes, de los no beligerantes y el
comercio extremadamente importante para moverse libremente en aguas abiertas
internacionales y, al ofrecer nuestra protección, evitar que esa misión se le
concediera a los soviéticos". Aunque rara vez se reconoce tan
abiertamente, el mismo principio ha secundado la estrategia de Washington en la
región desde entonces: solo Estados Unidos debe ser el máximo garante del
comercio de petróleo sin obstáculos en el golfo Pérsico.
Examinen detenidamente y podrán encontrar este principio en cada declaración política
importante de Estados Unidos relacionada con esa región y entre la élite de
Washington en general. Mi favorita personal, en lo que se refiere a brevedad,
es una oración en un informe sobre geopolítica de la energía emitido en 2000
por el Center for Strategic and International Studies, un think
tank con sede en Washington superpoblado de exfuncionarios del gobierno
(varios de ellos colaboraron en el informe): "Como única superpotencia del
mundo, [Estados Unidos] debe aceptar sus especiales responsabilidades para preservar
el acceso al suministro mundial de la energía". No se puede ser mucho más explícito.
Desde luego, junto con esta "responsabilidad especial" viene una ventaja
geopolítica: al proporcionar este servicio, Estados Unidos consolida su estatus
como única superpotencia mundial y coloca a cualquier otra nación importadora
de petróleo -y al mundo en general- en una condición de dependencia en su
desempeño continuo de esta función vital.
Originalmente, los países dependientes clave en esta ecuación estratégica eran los de Europa y
Japón, que, a cambio de un acceso seguro al petróleo de Oriente Medio, debían
subordinarse a Washington. Recuerden, por ejemplo, cómo ayudaron a pagar la guerra de Iraq de
Bush padre (llamada Operación Tormenta del Desierto). Sin embargo, hoy en día,
muchos de esos países, profundamente preocupados por los efectos del cambio
climático, intentan rebajar el papel del petróleo en sus mezclas nacionales de
combustibles. Como resultado, en 2019, los países potencialmente más a merced
de Washington en lo que respecta a acceder al petróleo del Golfo, como China y
la India, se están expandiendo económicamente, por lo que sus necesidades de
petróleo no puede hacer sino crecer. Eso, a su vez, mejorará aún más la ventaja
geopolítica de la que Washington disfrutará mientras siga siendo el principal
guardián del flujo de petróleo del golfo Pérsico. La forma en que puede buscar
explotar esta ventaja aún está por ver, pero no hay duda de que todas las
partes involucradas, incluyendo a los chinos, son muy conscientes de esta
ecuación asimétrica, que podría dar a la frase "guerra comercial" un
significado mucho más profundo y siniestro.
El desafío iraní y el espectro de la guerra
Desde la perspectiva de Washington, el principal rival del estatus privilegiado de
Estados Unidos en el Golfo es Irán. Debido a su geografía, ese país posee una
posición potencialmente dominante a
lo largo de la zona norte del golfo Pérsico y el estrecho de Ormuz, como
aprendió la administración Reagan en 1987-1988 cuando el dominio estadounidense
sobre el petróleo se vio allí amenazado. Sobre esta realidad, el presidente
Reagan no pudo haber sido más claro. "Apunten bien este detalle: no serán
nunca los iraníes quienes dicten el uso de las rutas marítimas del qolfo
Pérsico", declaró en 1987, y el enfoque de
Washington sobre la situación nunca ha cambiado.
En tiempos más recientes, en respuesta a las amenazas estadounidenses e israelíes
de bombardear sus instalaciones nucleares o, como ha hecho la administración
Trump, imponer sanciones económicas a su país, los iraníes han amenazado en
numerosas ocasiones con bloquear el tráfico de petróleo por el estrecho de
Ormuz, restringir los suministros mundiales de energía y precipitar una crisis
internacional. En 2011, por ejemplo, el vicepresidente iraní Mohammad Reza
Rahimi advirtió que, si Occidente imponía
sanciones al petróleo iraní, "no va a poder pasar a través del estrecho de
Ormuz ni una sola gota de petróleo". En respuesta, los funcionarios
estadounidenses vienen prometiendo desde entonces que no dejaran que eso
suceda, tal como hizo el secretario de Defensa Leon Panetta en respuesta a
Rahimi en aquel momento. "Hemos dejado muy claro",dijo, "que Estados Unidos no
tolerará el bloqueo del estrecho de Ormuz". Eso, agregó, "es una
línea roja para nosotros".
Así sigue sucediendo hoy en día. De ahí la actual crisis en curso en el golfo
Pérsico, con sanciones feroces de Estados Unidos a las ventas de petróleo iraní
y gestos iraníes de amenaza hacia el flujo regional de petróleo en respuesta.
"Haremos que el enemigo entienda que nadie puede utilizar el estrecho de
Ormuz", dijo Mohammad Ali Jafari, comandante
de la Guardia Revolucionaria de élite de Irán, en julio de 2018. Y los ataques contra dos petroleros en el
golfo de Omán, cerca del la entrada al estrecho de Ormuz del 13 de junio,
podrían haber sido una expresión de esa política, si, según cuenta Estados
Unidos, fueron los miembros de la Guardia Revolucionaria quienes los llevaron a
cabo. Es probable que cualquier ataque futuro solo estimule la acción militar
de Estados Unidos contra Irán en seguimiento de la Doctrina Carter. Como expresó el portavoz del Pentágono,
Bill Urban, en respuesta a la declaración de Jafari: "Estamos dispuestos a
garantizar la libertad de navegación y el libre flujo del comercio allá donde
lo permita el derecho internacional".
Tal como están las cosas hoy, cualquier movimiento iraní en el estrecho de Ormuz
que pueda presentarse como una amenaza al "libre flujo de comercio"
(es decir, el comercio del petróleo) representa el disparador más probable para
la acción militar directa de los Estados Unidos. Sí, la búsqueda de armas
nucleares por parte de Teherán y su apoyo a los movimientos chiíes radicales en
todo Oriente Medio se citarán como evidencia de la malevolencia de su
liderazgo, pero su verdadera amenaza será al dominio estadounidense de las
rutas petroleras, un peligro que Washington considerará la madre de todos los
ataques y que deberá erradicar a cualquier coste.
Si Estados Unidos va a la guerra con Irán, es poco probable que escuchen la
palabra "petróleo" en labios de los funcionarios de la administración
de Trump, pero no se equivoquen: esa palabra de ocho letras se encuentra en la
raíz de la crisis actual, por no hablar del destino del mundo a largo plazo.
Michael T. Klare es profesor de estudios por la paz y la seguridad mundial en el
Hampshire College y colaborador habitual de TomDispatch.com.
Es autor de "The Race for What's Left: The Global Scramble for the World's
Last Resources" (Metropolitan Books) y en edición de bolsillo (Picador).
La versión documental de su libro "Blood and Oil" está disponible
en Media Education Foundation. Su
próximo libro, que se publicará en noviembre, llevará el título de "All Hell Breaking Loose: The Pentagon’s Perspective
on Climate Change" (Metropolitan Books). Contactos: michaelklare.com.
Fuente: http://www.tomdispatch.com/post/176584/tomgram%3A_michael_klare%2C_it%27s_always_the_oil/#more
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