El cambio climático como Genocidio
Michael T. Klare
Common Dreams
20 de abril de 2017
No se recuerda desde la Segunda Guerra Mundial mayor cantidad de seres
humanos en riesgo de contraer enfermedades y morir de hambre. El 10 de marzo,
Stephen O’Brien, Subsecretario General de las Naciones Unidas para Asuntos
Humanitarios, informó al
Consejo de Seguridad que 20 millones de personas de tres países africanos,
Nigeria, Somalia y Sudán del Sur, así como en Yemen, morirán si no se les
proporciona comida y ayuda médica de manera urgentes. Dijo: “Nos
encontramos en un momento crítico de la Historia. Actualmente estamos
padeciendo la mayor crisis humanitaria desde la fundación de la ONU… (sin
una acción internacional coordinada) la gente morirá de hambre o de enfermedades”.
Se han producido grandes hambrunas con anterioridad, pero no se recuerda que fuese de
tales dimensiones y en cuatro lugares simultáneamente. Según O’Brien, son 7,3
millones de personas en situación de riesgo en Yemen, 5,1 millones en el área
del lago Chad, al noreste de Nigeria, 5 millones en el sur de Sudán y 2,9
millones en Somalia. En todos estos países se produce una letal combinación de
guerras, persistentes sequías e inestabilidad política, lo que está provocando
drásticos recorres en el suministro de alimentos y agua. De estos 20 millones
de personas en riesgo de muerte, se estima que 1,4 millones son niños de corta edad.
El coste de la intervención para llevar a cabo los planes de la ONU y tratar de
salvar a estos 20 millones de vidas, se estima en 4.400 millones de dólares.
¿Cuál ha sido la respuesta internacional? Pues a grandes rasgos: indiferencia,
un encogimiento de hombros.
A pesar de la potencial gravedad de la crisis, los responsables de las Naciones
Unidas siguen confiando en que muchas de las personas en situación de riesgo se
puedan salvar si se les proporcionase la suficiente comida y asistencia médica
a tiempo, y las partes beligerantes permitiesen a los trabajadores de ayuda
humanitaria llegar a los más necesitados: “Hay planes estratégicos,
coordinados y establecidos para cada país. Con un apoyo financiero suficiente y
oportuno, la ayuda humanitaria todavía podría evitar los peores escenarios”.
Pero para poder llegar a tiempo, los responsables de la ONU indicaron que el dinero
tendría que estar disponible a finales de marzo. Estamos en el mes de abril y
las donaciones internacionales sólo alcanzan los 423 millones de dólares, menos
de la décima parte de lo que se necesita. Por ejemplo: el Presidente Donald
Trump solicitó al Congreso la aprobación de un aumento del presupuesto en gasto
militar de 54.000 millones de dólares (con lo que el gasto en defensa alcanzará
este año en los Estados Unidos los 603.000 millones de dólares), o lanzó los
misiles Tomahawk contra una base aérea siria, con un coste de 89 millones de
dólares. Sin embargo, poco ha ofrecido para evitar el desastre que se avecina
en los tres países donde ha emprendido acciones militares en los últimos años.
Trump dijo
al Presidente de Nigeria, Muhammadu Buhari, que estaba dispuesto a vender a su
país 12 aviones de combate Super-Tucano, lo que podría suponer un coste de 600
millones de dólares para Nigeria, dinero que necesita urgentemente para paliar
el hambre.
Si por un lado los responsables de las Naciones Unidas están tratando de manera
infructuosa que se aumenten las cantidades destinadas a ayuda humanitaria y que
se ponga fin a los complejos conflictos de Sudán del Sur y Yemen (para permitir
que lleguen los suministros de emergencia a esos países), el Presidente Trump
anunciaba planes para reducir las contribuciones de los Estados Unidos a las
Naciones Unidas en un 40%. También se está preparando para enviar más armas a
Arabia Saudita, el país responsable de los devastadores ataques aéreos contra
las infraestructuras y las reservas de alimentos y agua de Yemen. Esto va más
allá de la indiferencia: se trata de complicidad con un exterminio de grandes
dimensiones.
Como muchas otras personas de todo el mundo, el Presidente Trump se quedó
horrorizado por las imágenes de niños asfixiados por el gas tóxico usado por el
Gobierno sirio en una incursión del pasado 4 de abril en la aldea de Khan
Sheikhoun, controlada por los rebeldes. El Presidente Trump dijo a los
periodistas: “Este ataque ha supuesto un enorme impacto. Ha sido horrible,
algo horrible. He estado observándolo, y no he visto nada peor que eso”. En
reacción a estas imágenes, ordenó al día siguiente un ataque masivo con misiles
de crucero contra una base aérea siria. Pero Trump no parece haber visto, o las
ha ignorado, las imágenes también desgarradoras de los niños pequeños que
mueren por hambre, algo que se extiende por África y Yemen. Está claro que
estos niños no merecen ninguna atención por parte de la Casa Blanca.
¿Por qué el mundo, no solamente Donald Trump, se está mostrando tan indiferentes
ante las actuales hambrunas? Puede ser por la fatiga de los donantes o que los
medios de comunicación se estén ocupando sobre todo del psicodrama que
diariamente se representa en Washington, o los crecientes temores sobre una
crisis mundial sin precedentes de refugiados, y por supuesto, del terrorismo.
Es una pregunta que vale la pena hacerse, pero quiero ocuparme de otra cuestión.
Hambrunas, sequía y cambio climático
En primer lugar, vamos a considerar si las hambrunas de este año pueden ser un indicador
válido de lo que puede ser una tierra sometida a un rápido cambio climático.
Después de todo, se han producido grandes hambrunas a lo largo de toda la
Historia. Los brutales conflictos armados que actualmente se están
desarrollando en Nigeria, Somalia, Sudán del Sur y Yemen, son, al menos en
parte, responsables de la expansión de las hambrunas. En los cuatro países hay
fuerzas (Boko Haram en Nigeria, al-Shabaab en Somalia, varias milicias y el
gobierno en Sudán del Sur, y las respaldadas por Arabia Saudita en Yemen) que
interfieren en la entrega de la ayuda humanitaria. No obstante, no cabe duda de
que la escasez generalizada de agua y la prolongada sequía (consecuencias esperadas
del calentamiento global) están contribuyendo de manera significativa a las
desastrosas condiciones en que se encuentran estos países. La probabilidad de
que se produzcan sequías tan severas en un escenario sin cambio climático es pequeña.
De hecho, los científicos están de acuerdo en que el calentamiento global supone
una disminución de las lluvias y que serán más frecuentes las sequías en gran
parte de África y de Oriente Medio. Esto hará que aumenten los conflictos de
todo tipo y pondrá en peligro la supervivencia básica de muchas maneras. En su
evaluación más reciente, del año 2014, de las tendencias mundiales, los
científicos del prestigioso Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático
(IPCC) concluyeron que:
“La agricultura en África se enfrentará a notables desafíos para adaptarse a
los cambios climáticos previstos para mediados de este siglo. Las altas
temperaturas son cada vez más frecuentes”. Incluso en el año 2014,
cuando se publicó este informe, el cambio climático ya estaba contribuyendo a
la escasez de precipitaciones y persistentes condiciones de sequía en gran
parte de África y Oriente Medio. Los estudios científicos ha revelado que se ha
producido “una expansión generalizada de los desiertos y la disminución de
las áreas de vegetación”, en ese continente. Con una disminución de
las tierras de cultivo y la escasez de los suministros de agua, las cosechas ya
estaban en franco declive en muchas zonas, mientras que las tasas de desnutrición
estaban aumentando, que son exactamente las mismas condiciones donde se están
produciendo las hambrunas actualmente.
Rara vez es posible atribuir con absoluta certeza las consecuencias específicas del
calentamiento global, tales como sequías o tormentas. Tales cosas ocurren con o
sin cambio climático. Sin embargo, los científicos ya pueden asegurar que
grandes tormentas y severas sequías (especialmente cuando se producen en tándem
en varias partes del mundo al mismo tiempo) se pueden relacionar con el cambio
climático. Si, por ejemplo, un tipo de tormenta que normalmente ocurre sólo una
vez cada 100 años se produce dos veces en una década y cuatro veces en la
década posterior, se puede decir razonablemente que hemos entrado en una nueva
era del clima.
Sin duda, será preciso más tiempo para que los científicos determinen en qué medida
las actuales hambrunas en África y Yemen están inducidas por el cambio
climático y hasta qué punto son el producto de un caos político, militar y el
desorden reinante. ¿Pero esto no nos está hablando ya del tipo de mundo en el
que estamos entrando?
El impacto selectivo del cambio climático
En algunos comentarios populares sobre los futuros estragos del cambio climático,
hay una tendencia a sugerir que sus efectos se sentirán más o menos
democráticamente en todo el mundo, es decir, que todos sufriremos en cierto
grado, si no por igual, los efectos negativos a media que suben las
temperaturas. Y es cierto que sus efectos se sentirán en toda la tierra, pero
no pensemos que los efectos más dolorosos también se distribuirán por igual,
sino que serán dispares. Ni siquiera supone una ecuación muy complicada: los
que están en los estratos más bajos de la sociedad, es decir, los pobres, los
marginados y los que viven en los países que ya están o están cerca del borde,
sufrirán mucho más (y mucho antes) que los que forman parte de los estratos
sociales más altos y se viven en los países más desarrollados y ricos.
La dinámica geofísica del cambio climático dice que los efectos más graves del
aumento de las temperaturas y la reducción de las precipitaciones se sentirán
primero en las regiones tropicales y subtropicales de África, Oriente Medio,
Asia meridional y América Latina, lugares donde viven cientos de millones de
personas que dependen de la agricultura de secano para mantenerse a sí mismos y
sus familias. Investigaciones llevadas a cabo por científicos de Nueva Zelanda,
Suiza y Gran Bretaña, encontraron que el aumento en el número de días
extremadamente calurosos ya es más intenso en las latitudes tropicales y afecta
sobre todo a los agricultores más pobres.
Viviendo en condiciones de subsistencia, estos agricultores y sus comunidades son
especialmente vulnerables a la sequía y desertificación. En un futuro en el que
los desastres causados por el cambio climático sean más comunes, sin duda se
verán obligados a elegir entre dos alternativas no deseables: el hambre o la
emigración. En otras palabras, si pensábamos que la crisis global de refugiados
ya es grave hoy en día, sólo tenemos que esperar unas pocas décadas.
El cambio climático también está intensificando los peligros a los que se
enfrentan los pobres y marginados de otra manera: a medida que las tierras de
cultivo se van desertificando, más agricultores emigran a las ciudades, especialmente
a las situadas en zonas costeras. De utilizar una analogía histórica, piense en
la gran emigración de los “Okies” provocada por
el Dust Bowl, desde el
interior de los Estados Unidos hasta la costa de California en la década de
1930. Con el cambio climático actual, las únicas viviendas disponibles para
estos emigrantes estarían en los inmensos barrios en expansión (o “asentamiento
informales” como se les llama de manera eufemística), a menudo ubicados en
llanuras aluviales y áreas costeras expuestas a las tormentas y a la subida del
nivel del mar. A medida que avanza el calentamiento global, las víctimas por la
escasez de agua y la desertificación se verán afectadas de nuevo. Estas
tormentas pueden destruir las partes más expuestas de las megaciudades costeras
en las que se agruparán. En otras palabras, los desarraigados y desesperados no
tendrán escape ante el cambio climático. Como decía el último informe del IPCC:
“Las personas que viven en asentamientos urbanos informales, de los cuales
ya hay alrededor de mil millones en todo el mundo, son particularmente
vulnerables a los efectos climáticos”.
La literatura científica sobre el cambio climático señala que la vida de los
pobres, los marginados y oprimidos, será la primera en verse afectada por los
efectos del calentamiento global: “Los que presentan desventajas sociales y
económicas y los marginados sufrirán de manera desproporcionada los efectos del
cambio climático y los fenómenos atmosféricos adversos”, se dice en el
Informe del IPCC de 2014. “La vulnerabilidad será alta entre los pueblos
indígenas, las mujeres, los niños, los ancianos y los discapacitados, que
experimentarán múltiples privaciones que les impedirán solventar los riesgos y
los problemas diarios”. Es indudable que estas personas son también
las menos responsables de las emisiones de gases de efecto invernadero que
causan el calentamiento global (lo mismo se puede decir de los países en que viven).
El no actuar nos hace responsables de su aniquilación
En este contexto, considere la responsabilidad moral por la falta de actuaciones
sobre el cambio climático. Una vez creímos que el proceso de calentamiento
global se produciría lo bastante lentamente como para permitir que las
sociedades se adaptaran a las temperaturas más altas sin afectar demasiado a su
forma de vida, y que en toda la familia humana se haría esta transición de
manera más o menos simultáneamente. Pero esto no parece ahora un cuento de
hadas. El cambio climático se está produciendo con tal rapidez que impide que
todas las sociedades humanas se adapten con éxito a él. Sólo los más ricos
tendrán éxito, pero incluso de forma moderada. A menos que se realicen grandes
esfuerzos para detener las emisiones de gases de efecto invernadero, los que
viven en las sociedades opulentas también sufrirán los efectos de grandes
inundaciones, sequías, hambre, enfermedades y muertes en un número muy elevado.
No se necesita un doctorado en Climatología para llegar a estas conclusiones. Una
amplia mayoría de los científicos de todo el mundo están de acuerdo en que
cualquier aumento en las temperaturas medias anuales que exceda de los 2 grados
centígrados por encima de la era preindustrial, algunos incluso hablan de 1,5
grados, alterará el sistema climático de manera drástica. En tal situación
muchas sociedades se desintegrarán como está ocurriendo actualmente con Sudán
del Sur, produciendo un enorme caos y miseria. Hasta ahora el mundo ha sufrido
un aumento de 1º en las temperaturas globales de esos 2º de que se habla, y a
menos que dejemos de quemar combustibles fósiles pronto alcanzaremos el nivel de 1,5º.
Pero siguiendo nuestra actual trayectoria, parece improbable que el proceso de
calentamiento se detenga ni siquiera en 2º o 3º C, lo que significa que en este
siglo muchos de los peores escenarios provocados por el cambio climático,
inundación de las ciudades costeras, desertificación de vastas regiones y el
colapso de la agricultura de secano en muchas áreas, se convertirá en una
realidad cotidiana.
En otras palabras, piense en los acontecimientos que se están produciendo en esos
tres países africanos y en Yemen como un indicador de lo que podría pasar en
otras partes del mundo en un cuatro de siglo: un mundo en el que cientos de
millones de personas estén en riesgo de aniquilación, de sufrir hambre o
enfermedades, o que tengan que emigrar cruzando fronteras, dirigiéndose a los
barrios pobres de las principales ciudades, buscando campos de refugiados y
otros lugares de supervivencia. Pues bien, todo esto parece posible. La
respuesta del mundo ante semejante catástrofe de hambruna, y los temores cada
vez mayores ante los refugiados en los países ricos, es una indicación de que
un gran número de personas pueden morir sin esperanza de que sean ayudadas.
En otras palabras, de no detener el avance del cambio climático, en la medida en
que tengamos tiempo para hacerlo, significa una complicidad con ese exterminio
de un gran número de personas. Sabemos, o deberíamos saber, que tales
escenarios ya están presentes en el horizonte. Todavía podemos, si no parar, al
menos mejorar radicalmente la situación, y nuestro fracaso en esa empresa
significaría que la situación se volvería insostenible, algo que podríamos
calificar de Genocidio Climático. ¿Cómo es posible que los países responsables
de la mayoría de las emisiones de gases de efecto invernadero escapen a tal calificativo?
Y si tal conclusión es ineludible, entonces cada uno de nosotros debe hacer todo lo posible para reducir nuestra
contribución individual, comunitaria e institucional al calentamiento global.
Incluso si ya estamos haciendo algo, es preciso hacer todavía más. Por
desgracia, los estadounidenses no sólo vivimos en en una época de crisis
climática, sino con el Presidente Donald Trump al frente, lo que significa que
el Gobierno y sus socios de la Industria de los combustibles fósiles ejercerán
su inmenso poder para obstaculizar todo intento de revertir el calentamiento global,
con lo cual serán los verdaderos responsables del genocidio climático. Como
resultado, el resto de nosotros tenemos la responsabilidad moral no sólo de
hacer lo que podamos a nivel local para frenar el cambio climático, sino
también participar en la lucha política para contrarrestar las políticas
neoliberales y de la Industria. Sólo una acción relevante y concertada en
múltiples frentes puede impedir que los desastres humanos que se están
desarrollando en Nigeria, Somalia, Sudán del Sur y Yemen se convierta en la
nueva norma que se extienda por el mundo.
Michael T. Klare es profesor de estudios por
la paz y la seguridad mundial en el Hampshire College Es autor de “The Race for What’s Left: The Global Scramble for the World’s Last Resources” (Metropolitan
Books) y en edición de bolsillo (Picador). Otros libros suyos: Rising Powers, Shrinking Planet: The New
Geopolitics of Energy and Blood and Oil: The Dangers and Consequences of
America’s Growing Dependence on Imported Petroleum
Fuente: NOTICIASDEABAJO
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