Amenazada la fauna marina de Alaska
Juegos de guerra en el Ártico
Dahr Jamail
TomDispatch
1 de junio de 2015
Traducido del inglés para Rebelión
por Carlos Riba García.
La gran “guerra” de la Armada de EEUU en Alaska
Introducción de Tom Engelhardt
No es el mejor momento para el Ártico estadounidense, permitidme que os
explique por qué. El mundo está viviendo un exceso de oferta de petróleo. En el
último año el precio del crudo ha caído en picado; después ha habido un modesto
aumento. Un estudio reciente de la NASA acaba de advertir de que una enorme
extensión de hielo en la Antártida, de la mitad del tamaño de Rhode Island, se
desintegrará para 2020 y, no hace mucho tiempo, la revista Science informó
de que el derretimiento de las placas de hielo de esa región se está
produciendo mucho más rápidamente que lo que se esperaba. ¡Sayonara, Miami
Beach! Todo esto, por supuesto, está pasando gracias a la quema de combustibles
fósiles. En marzo, la administración Obama respondió a esta perspectiva mundial
preparando el camino para un futuro bastante conocido y levantó la prohibición
de perforar para extraer petróleo y gas en el mar frente al litoral atlántico
del sur de EEUU abriendo así esas aguas sin explotar a futuras perforaciones en
las que se obtendrían 4.000 millones de barriles de crudo y un billón de metros
cúbicos de gas. Después, hace menos de dos semanas, el Departamento del
Interior le dio luz verde a Shell Oil, una empresa con un funesto historial de
exploración y desastres en el Ártico, para que embarque a este país en un
futuro de “perforad, muchachos, perforad” en aguas del norte.
Si Shell consigue el resto de los permisos en el lugar, empezará este
verano a perforar en el mar Chukchi frente a las costas de Alaska. Esto
ocurrirá en una zona en la que se dan algunas de las peores condiciones
climáticas del planeta, una región “expuesta a tormentas huracanadas, olas de
seis metros, hielo flotante permanentemente y temperaturas gélidas”. Estamos
hablando, por supuesto, de otros 4.000 millones de barriles de crudo
potencialmente explotables en una región que es santuario de ballenas, osos
polares y otras especies que no tienen voz ni voto en esta cuestión. En el
pasado marzo, Subhankar Banerjee planteó escuetamente el problema
medioambiental en este mismo sitio en una nota certeramente titulada
“Pesadillas árticas”. Acerca de los peligros de dejar libre a Shell en esas
aguas, escribió “Solo pensad cómo la voladura de una plataforma de perforación
de BP, la Deepwater Horizon , devastó el golfo de México. Ahora imaginad lo
mismo en un lugar en el que no hay la menor ayuda disponible a la vista”. Tened
en cuenta que una perforación como esta en el lejano norte solo es posible
porque la combustión de combustibles fósiles ha contribuido a que se descongele
el hielo del Ártico y a abrir la posibilidad de explotar estas inmensas
reservas de energía. Es un poco como ver a la proverbial serpiente que se come
su propia cola.
Entonces, gracias a nuestro presidente ambientalista, las cosas pintan mal
en el mar de Alaska. Tal como nos informa Dahr Jamail, de TomDispatch, en junio pintarán aún peor. La Armada de
Estados Unidos está llegando al gran tiempo del golfo de Alaska, y no estamos
hablando del Séptimo de caballería al galope para salvar a alguien. En unas
aguas que están empezando a parecerse a la estación Gran Central, esta fuerza
está planeando el lanzamiento de unos enormes juegos de guerra con un nuevo
conjunto de posibles efectos deletéreos para ese mar y las especies que lo
habitan. Pero dejemos que Jamail nos lo explique. Sabed que este es un proyecto
conjunto de TomDispatch y Truthout, el invaluable sitio web
donde él trabaja ahora.
* * *
Los juegos de guerra que la Armada de Estados Unidos planea en el Ártico
[Este ensayo es un reportaje conjunto de TomDispatch/Truthout]
Desde hace 10 años vivo en Anchorage; he dedicado buena parte de ese tiempo
a subir y bajar las montañas de la espina dorsal de este estado, los montes de
Alaska. Tres veces he estado en lo más alto de Denali, “la grande” de los
Athabaskans. Durante esa década hice montañismo durante más de medio año en los
más altos de esos magníficos picos. Fue allí, viviendo en medio de las rocas y el
hielo, durmiendo sobre los glaciares que crujían y se quejaban mientras
descendían lentamente abriendo su camino hacia las zonas más bajas, donde tuve
conciencia de mi insignificancia.
Alaska tiene la mayor cordillera costera del mundo y el pico más alto de
América del Norte. Este estado tiene más litoral marítimo que el resto de los
48 estados vecinos y es tan extenso que en él tendrían cabida dos veces y media
el estado de Texas. En él vive la mayor población de águilas calvas americanas.
En Alaska viven 430 especies de aves y el oso pardo, el mayor mamífero
carnívoro del mundo; también otras especies que van desde la musaraña enana que
pesa menos que una moneda de un penique hasta la ballena gris, que llega a
pesar 45 toneladas. Especies que en otros sitios están clasificadas como “en
peligro de extinción”, en Alaska pueden encontrarse en abundancia.
Ahora, 12 años después de que me marche a Bagdad para empezar mi vida de
periodista y nueve años después de abandonar Alaska, estoy de regreso. Me
gustaría escalar otra montaña pero esta vez, desgraciadamente, no podrá ser ya
que cada día me siento más incapaz de escapar de la destructiva acción del
poder militar de Estados Unidos.
Aquel verano de 2003, cuando terminaba mi vida en Alaska, fue muy incómodo
para mí. Fue después de un invierno y una primavera en la que estuve
manifestándome en las calles de Anchorage en contra de la inminente invasión de
Irak. Después, fue mirar con impotencia el espectáculo televisado “conmoción y
pavor” de la administración Bush en ese país mientras ardía Bagdad y los
iraquíes eran asesinados. Mientras estaba en Denali, ese verano, escuché las
noticias acerca del comienzo de lo que sería una infernal ocupación; allí en mi
tienda, a 5.200 metros de altitud, yo me preguntaba qué diablos podría hacer.
Así, sumido en mi angustia, viajé a Irak como periodista independiente –en
un equipo de apenas uno– para encontrarme informando de las atrocidades que
eran evidentes para cualquiera que no estuviese incrustado en alguna unidad militar.
Mi primer reportaje, una parte del cual era para TomDispatch, advertía sobre los
recuentos de cadáveres en una cifra que se acercaba al millón, la tortura
desenfrenada en los centros militares de detención y el pasivo ambiental que se
había dejado en la ciudad de Fallujah debido al uso de proyectiles con uranio
empobrecido y fósforo blanco.
Así pude enterarme de que el poder militar de EEUU es una maquinaria de
asesinato a escala industrial y, además, el consumidor más importante de
combustibles fósiles del planeta; esto lo convierte en el mayor emisor de
dióxido de carbono, el gas de efecto invernadero. Tal como sucede, los países
remotos como Iraq, asentados encima de enormes reservas de petróleo y gas
natural, son el terreno donde se dirimen los conflictos que ellos provocan.
Tomad el lugar donde vivo ahora, la península Olympic, en el estado de
Washington. La Armada de EEUU ya tiene planes para hacer adiestramiento en
guerra electromagnética en una zona cercana a donde voy a buscar solaz en la
montaña: el bosque nacional Olympic y el parque nacional Olympic, junto al
anterior. Y este junio, están programados unos enormes juegos de guerra en el
golfo de Alaska en los que habrá pasadas de bombardeo en las que se detonarán
decenas de toneladas de munición tóxica y se utilizará el sonar activo en el
caladero de salmón más impoluto, económicamente valioso y sustentable del país
(hasta se podría decir del mundo). Y todo esto está por suceder justo en medio
de la temporada de pesca.
Esta vez, para decirlo de otra manera, las bombas estarán cayendo muy cerca
de mi casa. Sea en la Irak destrozada por la guerra, sea en la “pacífica”
Alaska; trátese de sunníes y chiítas o de salmones y ballenas, siento la
omnipresente “huella” del poder militar estadounidense como algo de lo que es
imposible escapar.
La guerra llega a casa
En 2013, los investigadores de la Marina de Estados Unidos pronosticaron
que en 2016 habría un verano en el que el Ártico estaría libre de hielo; todo
parece indicar que ese pronóstico puede cumplirse. Recientemente, la
Administración Nacional del Océano y la Atmósfera (NOAA, por sus siglas en
inglés) informó de que en el Ártico este invierno había menos hielo que en
cualquier otro de la era satelital. Dado que al menos desde 2001 la Armada de
EEUU tiene planes para realizar operaciones “sin hielo” en el Ártico, sus
ejercicios de junio, llamados “Borde norte” muy bien podrían ser justamente la
salva inaugural de las futuras guerras climáticas en el norte, con las
ballenas, las focas y los salmones en la primera línea del frente.
En abril de 2001, empezó a funcionar un simposio de la Armada llamado
“Operaciones navales sin hielo en el Ártico” para comenzar a preparar a esta
fuerza armada para un futuro cambio climático inducido. Avancemos rápidamente
hasta junio de 2015, hasta lo que el poder militar llama el “más importante”
ejercicio conjunto en Alaska; el comando con base en este estado, apunta a
llevar a cabo el ejercicio “Borde norte” en una zona de unas 8.500 millas
marinas cuadradas que es el hábitat de las cinco tipos de salmones de Alaska y
otras 377 especies de vida marina. Los juegos de guerra que se avecinan en el
golfo de Alaska no serán los primeros ejercicios en esa región –ya ha habido
varios en los últimos 30 años– pero serán los más vastos, de lejos. De hecho,
se espera que el uso de munición superará en un 360 por ciento el realizado
hasta ahora, según Emily Stolarcyck, encargada de la gestión de programas del
Consejo Conservacionista Eyak (EPC, por sus siglas en inglés).
El agua del golfo de Alaska está entre las más límpidas del mundo, con ella
solo rivaliza la de la Antártida, y entre las más puras y ricas en nutrientes
de cualquier sitio. “Borde norte” tendrá lugar en una “zona marina protegida”
de Alaska, también declarada “zona pesquera protegida”. Además, esos juegos de
guerra coincidirán con los periodos de cría y migración de la vida marina en la
región, cuando esta se dirige a Prince William Sound e incluso más al norte en
el Ártico.
Entre las especies afectadas, estarán la ballena azul, la de aleta, la
gris, la de joroba, la de hocico, la sei, la de esperma y la orca, la más
amenazada ahora mismo en el Pacífico norte –solo quedan unos 30 ejemplares–),
pero también los delfines y los leones marinos. No menos de una docena de
tribus originales entre las cuales los esquimales, los eyak, los athabascans,
los tlingit, los sun’aq y los aleutianos dependen de esta zona marina para su
subsistencia, por no hablar de los aspectos culturales ni de la identidad espiritual.
La Armada ya está autorizada a utilizar fuego real, incluyendo bombas,
misiles, y torpedos como también el uso del sonar, tanto activo como pasivo, en
unos juegos de guerra “reales” en los que se espera se utilicen unas 160
toneladas de “material consumible” cada año (en la lista de los numerosos
elementos incluidos en el “material consumible” confeccionada por el
departamento EIS de la Armada, que estudia el impacto ambiental de las
operaciones navales, hay misiles, bombas y torpedos). En este momento, la Marina
de EEUU está embarcada en el proceso de conseguir los permisos necesarios para
los próximos cinco años, aunque también se dice que se están haciendo planes
para los próximos 20 años. Un gran número de buques de guerra y submarinos
están en la lista de unidades que se trasladarán a la zona; la posibilidad de
contaminación que se abre tiene preocupados a los alasqueños que viven en las cercanías.
“Estamos preocupados por todo el material consumible, no solo las bombas,
el ruido de los aviones de bombardeo y el sonar”, me dice Emily Stolarcyck, del
Consejo Conservacionista Eyak, en su despacho en la ciudad de Cordova, Alaska.
El Consejo es una organización ambiental sin ánimo de lucro orientada hacia la
justicia social; su principal misión es proteger el hábitat del salmón. “El
propio comunicado de impacto ambiental de la Armada dice que la presencia allí
de cromo, plomo, tungsteno, níquel, cadmio, cianuro, perclorato de amonio es un
riesgo alto para los peces expuestos a ellos.”
El puerto de la pequeña Cordova (2.300 habitantes), alberga a la mayor
flota de pesca comercial del estado de Alaska y está entre los 10 puertos
pesqueros más activos de Estados Unidos. Desde septiembre, cuando Stolarcyk se
enteró de los planes de la Marina, ella ha estado trabajando sin descanso,
llamando a funcionarios locales, estatales y federales y alertando
prácticamente a todos los pescadores que pudo sobre lo que ella llama “la
tormenta” que amenaza en el horizonte. “Los combustibles de los misiles de la
Armada y algunos de las otras armas liberan benceno, tolueno, dimetilbenceno,
hidrocarburos aromáticos de ciclo múltiple y naftalina en el agua del 20 por
ciento de la zona de entrenamiento, según lo establece el propio comunicado del
EIS”, explica ella mientras contemplamos el puerto de Cordova, con la temporada
de pesca del salmón acercándose rápidamente. Casualmente, la mayor parte de los
productos químicos que ella menciona estuvieron presentes en el desastroso
vertido de petróleo de BP en 2010 en el golfo de México, que yo cubrí durante
años; mientras me lo decía tuve una sensación de anticipado y estremecedor déja vu.
He aquí solo un ejemplo del tipo de daños que habrán: el derrame de cianuro
de un torpedo de la Armada está en el rango de los 140-150 por cada mil
millones. El límite “permitido” por la Agencia de Protección Ambiental (EPA,
por sus siglas en inglés) para los derrames de cianuro es de una parte por cada
mil millones.
El EIS de la Marina estima que en el quinquenio en el que se realizarán
estos juegos de guerra habrá 182.000 “tomas”, eufemismo que alude a muertes
directas de mamíferos marinos o cualquier perturbación en sus comportamientos
asociados a la cría, amamantamiento o salida a superficie. No adelanta
estimación alguna relacionada con la muerte de peces. No obstante esto, la
Marina estará autorizada a utilizar por lo menos 160 toneladas de “material
consumible” en los juegos de cada año. Debido a la migración de las especies
afectadas y al régimen global de las corrientes marinas en el norte del Pacífico,
las posibles consecuencias negativas pueden abarcar una superficie mayor que la
del golfo de Alaska.
Mientras tanto, la Marina ignora los esfuerzos de Stolarcyk, exhibiendo lo
que ella llama “despreocupación total por la gente que vive de este mar”. Y agrega:
“Dicen que es por la seguridad nacional. Teóricamente, ellos nos defienden,
pero destruyen nuestra fuente de alimentos y nuestros medios de vida, mientras
contaminan el aire que respiramos y nuestra agua, ¿qué es lo que queda para defender?
A Stolarcyk le han puesto la etiqueta de “activista” y “ambientalista”,
posiblemente debido a que las mayores organizaciones que ella logró sumar a sus
esfuerzos son realmente grupos ambientalistas como el Consejo de Conservación
Marina de Alaska, el Centro por el Medioambiente de Alaska y la Primera Alianza
de Alasqueños.
“¿Por qué el querer proteger el hábitat del salmón me ha convertido en una
activista?”, Pregunta ella. “¿Porque me han puesto el rótulo de
ambientalista?”. Dado que la pesca comercial de Alaska puede desaparecer si el
icónico salmón que allí se captura empieza a tener trazas de cianuro o
cualquiera de los miles de elementos químicos que utilizará la Armada,
Stolarsyk podría muy bien ser vista como una luchadora por el buen hacer, si no
la supervivencia, de la industria pesquera de su estado.
Juegos de guerra contra la comunidad
El segundero del reloj sigue girando en Cordova y hay otros en la comunidad
de Storlacyk que empiezan a compartir su preocupación. Unos pocos, como Alexis
Cooper, directora ejecutiva de la Unión de Pescadores de Cordova (CDFU, por sus
siglas en inglés), una organización sin fines de lucro que representa a los
pescadores profesionales de la zona, ha empezado a hacerse oír. “Ya estamos
viendo que se ha reducido la captura de hipoglosos sin que la Armada ampliara
sus operaciones en el golfo de Alaska; también estamos viendo reducciones en
otras especies que recogíamos bastante.”
La CDFU representa a más de 800 trabajadores de la pesca comercial del
salmón, una industria responsable, según estimaciones, del 90 por ciento de la
economía de Cordova. Sin salmón, como la de otros muchos pueblos de la costa
suroriental de Alaska, esta industria sin duda dejará de existir.
Teal Webber, una pescadora comercial de toda la vida y vecina de la aldea
nativa de Eyak, está visiblemente disgustada con la perspectiva representada
por los planes de la Armada. “No bombardearías una tierra de labranza”, dice;
“el salmón vive en esta zona, ¿qué van a hacer ahora?” Y agrega: “Cuando los
pescadores de Cordova se enteraron del impacto que iban a tener los juegos de
guerra de la Marina, todos ellos se opusieron, fue una respuesta en masse”.
Mientras estoy en Cordova, Stolarcyk ofrece una charla pública sobre el
caso en la sala auditorio de la escuela pública para exponer su posición en
contra de “Borde norte”. Muestra una imagen del EIS de la Marina en la que se
señalan que zonas afectadas necesitarán décadas para recuperarse; varios
pescadores mueven suavemente la cabeza.
Unos de ellos, James Weiss, que también trabaja en el Departamento de Pesca
y Caza de Alaska, me aparta a un lado y me dice en voz baja: “Mi hijo está
creciendo en este lugar, comiendo todo lo que sale del mar. Yo se que los peces
están en esa zona que piensan bombardear y contaminar; por supuesto que estoy
preocupado. Esto es demasiado importante para poner en riesgo un caladero”.
Cuando llegó el turno de preguntas, Jim Kasch, alcalde de Cordova, aseguró
a Stolarcyk que él pediría al consejo de la ciudad que se involucrara en la cuestión.
“Lo que inquieta de verdad es que no se piense en los peces y la vida marina”,
me dijo más tarde. “Es una zona sensible; nosotros vivimos frente a ese mar.
Esto es lastimoso.” Veterano de la Armada de EEUU, Kasch reconoce la necesidad
que tiene la Marina de adiestrar a su personal, después hace una pausa y
agrega: “Pero utilizar munición real en un caladero sensible no es una buena
idea. Toda la costa de Alaska vive y respira gracias a los recursos que extrae
del mar.”
Esa tarde, cuando el sol todavía estaba alto en el cielo primaveral, estuve
paseando por los muelles del puerto y no pude menos que preguntarme si acaso
esta pequeña y destartalada ciudad tenía alguna esperanza de parar o modificar
los planes de “Borde norte”. En el pasado ha habido algunos ejemplos de
victorias tan poco probables. Por ejemplo, hace unos 12 años, la Marina fue al
fin obligada a dejar de utilizar la isla puertorriqueña de Vieques como coto
privado de bombardeo y campo de pruebas, pero solo después de haberla usado desde
los cuarenta del siglo pasado. Como consecuencia de seis décadas haciendo de
blanco de práctica, la población de la isla tiene los más altos índices de
cáncer y asma del Caribe, un fenómeno que la gente del lugar atribuye a las
actividades de la Marina.
En un caso similar, a principio de este año, un tribunal federal dictaminó
que los juegos de guerra de la Armada frente a la costa de California violaban
la ley. El tribunal estimó que se habían producido casi 10 millones de “daños”
a ballenas y delfines por el uso de sonar de alta intensidad y las detonaciones
submarinas que habían sido impropiamente declaradas como “insignificantes” por
el EIS de la Marina.
Como resultado del trabajo de Stolarcyk, el 6 de mayo el Consejo municipal
de Cordova aprobó una resolución por la que se opone formalmente a los
proyectados juegos de guerra. Desgraciadamente, la principal empresa de
procesamiento de frutos de mar de Cordova (y Alaska), Trident Seafoods, todavía
no han dicho esta boca es mía respecto de “Borde norte”. Sus representantes ni
siquiera cogen el teléfono cuando llamo para hablar sobre la cuestión.
Afortunadamente, Cordova no tiene un Centro Científico Príncipe William, cuya
presidenta, Katrina Hoffman, me escribió diciendo que “En este momento, como
organización, no tenemos una posición sobre la cuestión”. Esto, a pesar de su
declarado propósito de apoyar “las posibilidades que tengan las comunidades de
esta región de mantener su resiliencia socioeconómica con saludables
ecosistemas en funcionamiento” (por supuesto, es oportuno señalar que al menos
una parte de su presupuesto es aportada por la Marina).
Consultas de Gobierno a Gobierno
En la isla de Kodiak, mi próxima parada, se vive intensamente la amenaza
que se cierne sobre el horizonte –tanto en el sector de la pesca como en el de
las tribus del lugar–; hay una palpable irritación por los planes de la Armada.
Por ejemplo, J.J. Marsh, la jefa de la tribu sun’aq, la mayor de la isla. “Me
parece horrible”, dijo ella un minuto después de que me sentara en su oficina.
“Yo me crié aquí. Crecí en una economía de subsistencia. Me crié cuidando el
entorno y a los animales y pescando mientras vivía en la casa familiar y veía a
mi abuelo, que iba a pescar cada día. Por eso, es obvio que necesite cuidar
todo esto.”
–¿Qué va a hacer la tribu? –le pregunté.
–Vamos a presentar una solicitud de consulta de gobierno a gobierno, y lo
mismo harán otras tribus de Kodiak, de modo que tenemos la esperanza de que
podemos parar esto –me respondió inmediatamente.
El gobierno de Estados Unidos tiene una relación especial con las tribus
nativas de Alaska. Trata a cada una de ellas como si se tratase de un gobierno
autónomo. Si una tribu solicita una “consulta”, Washington debe responder;
Marsh espera que esta intervención podría ayudar a bloquear la operación “Borde
norte”. “Tiene que ver con las generaciones futuras. Como tribu soberana
tenemos la posibilidad de pelear esto con los federales. Si no lo hacemos
nosotros, ¿quién lo hará?”
Melissa Borton, la administradora tribal del pueblo nativo de afognak, lo
ve de la misma manera. Como sucede con la tribu de Marsh, hasta hace muy poco
tiempo, la de ella ignoraba completamente los planes de la Marina. Esto no
tiene nada de sorprendente ya que esta fuerza no ha hecho casi nada para hacer
público lo que hará. “Estamos absolutamente decididos a formar parte de esto
[el intento de detener a la Armada]”, me dice. “Estoy horrorizada.”
La razón por la cual está horrorizada es esta: en 1989, ella vivió el
monstruoso vertido de petróleo del Exxon Valdez. “Todavía estamos sufriendo sus consecuencias”, dice. “Cada vez que
deciden algo que afecta al medioambiente nos afectan a nosotros. Ya estamos
asediados por el cáncer producido por la basura que los militares dejan en
nuestra tierra o la que comen los peces y venados que nosotros comemos... Yo he
perdido algunos familiares por el cáncer; muchos de aquí los han perdido; esto
tiene que parar en algún momento.”
Cuando me encontré con Natasha Hayden, que forma parte del Concejo Tribal
de Afognak y su marido es pescador profesional, planteó el problema con toda
sencillez y claridad: “Esto es un ataque frontal de la Marina a nuestra
identidad cultural”.
Gary Knagin, pescador de toda la vida y miembro de la tribu sun’aq;
mientras hablamos está muy ocupado preparando su barco y su tripulación para la
temporada del salmón. “Si hacen esto, no podremos comer; esto es una porquería.
Será perjudicial para nosotros; el porqué es obvio. En junio, cuando estamos en
alta mar, el salmón salta [en el agua] en el mismo lugar donde quieren
bombardear. Es el momento del salmón. Entonces, ¿por qué tienen que hacerlo
justo en junio? Si nuestros peces resultan contaminados, toda la economía de
Alaska va a quedar golpeada. Aquí, la industria del pescado sostiene a todo el
mundo, y todos los demás negocios dependen de la industria pesquera. Entonces,
si eliminas el pescado, también eliminas a la ciudad.”
El desenfreno de la Marina
Hice una solicitud a la oficina del Comando Alaska de las fuerzas armadas
de Estados Unidos para que comentara esta cuestión; la respuesta de la capitana
Anastasia Wasem llegó cuando regresé a casa después de mi viaje por el Norte.
En nuestro intercambio de correos electrónicos le pregunté por qué la Marina
había elegido el golfo de Alaska, siendo que se trata de un hábitat de
importancia fundamental para el salmón del estado. Ella respondió que la zona
en la que se iban a realizar los juegos de guerra –a la que la Armada llama
Zona Temporaria para Actividades Marítimas– es “estratégicamente significativa”
y mencionó que un “estudio reciente del comando Pacífico” observó que las
posibilidades de adiestramiento naval son cada vez menores en cualquier sitio
del océano Pacífico “excepto en Alaska”, algo que constituye –según sus
palabras– un “verdadero activo nacional”.
“Las actividades de adiestramiento de la Marina”, agregó ella, “se
realizarán con un gran conjunto de medidas de mitigación diseñadas para
minimizar el potencial peligro para la fauna marina.”
Sin embargo, en su declaración sobre los planes de la Armada, el Servicio
Nacional de Pesquería Marina (NMFS, por sus siglas en inglés), una de las más
importantes agencias federales encargada de la protección de los caladeros,
discrepa con ella. “Entre los potenciales factores de estrés para las especies
y los EFH [hábitats esenciales de los peces]”, dice su informe, “están los
movimientos de barcos (molestias y colisiones), sobrevuelos de aviones
(molestias), derrames de combustible, descarga de barcos, munición explosiva,
utilización de sonar (molestias), disparo de proyectiles no explosivos
(molestias y golpes), material auxiliar (blancos, boyas sónicas y marcadores
marinos). Las actividades navales pueden afectar directa o indirectamente a
determinadas especies, alterar su hábitat o la calidad del agua.” Según la
NMFS, las consecuencias en el hábitat y las especies a partir de ‘Borde norte’
“pueden ser daños cuya recuperación podría llevar años o décadas”.
La capitana Wasem me aseguró que la Marina había hecho sus planes en
consulta con la NMFS, pero omitió decir que la agencia había estimado que esas
consultas no eran adecuadas y omitió admitir que había planteado su seria
preocupación en relación con los próximos juegos de guerra. De hecho, en 2011,
la agencia formuló cuatro recomendaciones de preservación para evitar, mitigar
e incluso compensar posibles consecuencias adversas en el hábitat de los peces.
A pesar de que esas recomendaciones no eran vinculantes, se suponía que en sus
planes la Armada tendría en cuenta el interés general.
Por ejemplo, una de las recomendaciones era que se implementara un plan
para informar sobre la mortandad de peces durante los ejercicios. La Marina
rechazó esto con el argumento de que el hecho de informar “no iba a aportar
muchos, si acaso alguno, datos valiosos”. Tal como me dijo Stolarcyk, “la
Armada desestimo tres de la cuatro recomendaciones, y la NMFS se desentendió
del asunto”.
Le pregunté a la capitana Wasem por qué la Marina optaba por realizar el
ejercicio en el medio de la temporada de pesca.
“El ejercicio ‘Borde norte’ está programado para cuando el clima es más
propicio para el adiestramiento”, me explicó sin precisar nada más, poniendo el
énfasis en que “el ejercicio significa una gran inversión del Departamento de
Defensa en cuanto a fondos, uso de equipo y de combustible, transporte
estratégico y personal”.
Pesadillas árticas
En resumidas cuentas: todo esto es muy sencillo y brutal. La Marina está
cada día más centrada en los posibles futuros conflictos relacionados con el
cambio climático y el descongelamiento del Ártico; en ese contexto, cuando se
trata de ejercicios bélicos tiene poca o ninguna intención de cuidar el
medioambiente. Además, las agencias federales cuya función es supervisar los
planes de juegos de guerra no tienen capacidad legal ni voluntad para hacer
cumplir las normas medioambientales cuando está en juego, al menos desde el
punto de vista del Pentágono, la “seguridad nacional”.
Huelga decir que, obviamente, cuando se trata de la seguridad de los
habitantes de las zonas –cada vez más extensas– de operaciones de la Marina no
hay recursos disponibles. La gente de Alaska puede acudir a la NMFS o a la EPA
o a la NOAA. Si alguien quiere que la Armada pare en su intento de lanzar
bombas reales o radiaciones de ondas electromagnéticas en bosques nacionales y
santuarios marinos, y que deje de envenenar su entorno, lo mejor que puede
hacer es pensar en cambios legislativos. Si ese alguien pertenece a una tribu
nativa, puede exigir una consulta gobierno a gobierno, y esperar que eso funcione.
En el mejor de los casos, ambos cursos de acción son posibilidades muy remotas.
Mientras tanto, mientras se calienta la carrera por las reservas de
petróleo y gas en un Ártico descongelado, que ante todo no deberían ser
extraídos ni quemados, también se calientan los juegos de guerra de la Marina.
Si el lector vive en alguna ciudad o pueblo de la costa que va desde el sur de
California hasta Alaska, es muy posible que la Marina se cruce en su camino, si
no la ha hecho ya.
No obstante, a pesar de que todas las apuestas sobre la mesa son en contra
de los esfuerzos de Stolarcyk, ella no parece estar por tirar la toalla. “Se
supone que la constitución de Estados Unidos protege el derecho de los
ciudadanos a controlar a los militares”, me dijo en nuestro último encuentro.
En un momento, hizo una pausa y preguntó: “¿Es que no hemos aprendido nada de
nuestro errores pasados en la protección del salmón? Fíjate en el salmón de
California, Oregon y Washington. Lo han diezmado. Nosotros tenemos el mejor y más
impoluto salmón que queda en el mundo, y la Marina quiere hacer esos
ejercicios: o una cosa o la otra, o salmones o ejercicios”.
Stolarsyk y yo compartimos un vínculo con el pueblo que ha vivido y vive en
este estado norteño, un sitio cuyo rasgo esencial es la naturaleza silvestre en
todo su esplendor y una belleza conmovedora. Quienes hemos vivido sus ríos y
montañas estamos sobrecogidos por las auroras boreales, el recordatorio regular
de nuestra insignificancia (aunque adquiramos una nueva apreciación de lo
preciosa que en realidad es la vida) que hace que queramos proteger el lugar
tanto como compartirlo con los demás.
“Desde el comienzo, todo el mundo me ha dicho que estoy empeñada en una
batalla perdida, que no puedo ganar”, me dice Stoarcyk cuando nuestro tiempo se
acaba. “Ninguna otra organización sin fines de lucro de Alaska se ocupará de
esto. Pero la verdad es que yo creo que podemos luchar por esta causa y que
podemos pararlos. Yo creo en el poder de las personas. Si puedo convencer a
alguien para que se una a mí, la cosa se puede extender. Para encender un fuego
hace falta una chispa; me niego a pensar que no se puede hacer nada.”
Hace 30 años, Barry López sugirió en su libro Artic Dreams (sueños árticos) que cuando llegara el
momento de resolver la ecuación “explotación del Ártico versus vida sustentable
en este lugar” debería tenerse en cuenta que los ecosistemas árticos son
demasiado vulnerables para asimilar los intentos de “conciliar ambos términos”
de la ecuación. Desde entonces, sea por obra de la Marina, de la Gran Industria
de la Energía o de los catastróficos efectos de la actividad humana en el
cambio climático, solo uno de los términos ha sido tenido en cuenta; los
resultados son deprimentes.
En los tiempos de guerra en Iraq vi de qué es capaz el poder militar de
Estados Unidos en una tierra lejana y arrasada. Este junio veré de qué es capaz
ese poder en lo que aún es tenido por un tiempo de paz y muy cerca de casa.
Mientras escribo esta nota en la península Olympic, estado de Washington, oigo
el rugido de los aviones cazabombarderos de la Armada que vuelan desde la
gigantesca base aérea de Puget Sound. No puedo dejar de pensar si acaso dentro
de unos años estaré escribiendo un trabajo titulado “Destruyendo lo que queda”,
mientras la Marina continúa sus juegos de guerra en un Ártico sin hielo en
medio de una ciudad de plataformas de perforación.
Nota del traductor
El autor de la nota se refiere al golfo de Alaska como si fuera una parte
del océano Ártico. Eso no es exactamente así: el estrecho de Behring (65-66
grados de latitud Norte) es el extremo boreal del océano Pacífico, al norte del
cual –pasado el estrecho– está el Ártico. El centro geográfico del golfo de
Alaska está aproximadamente a 58 ºN.
Dahr Jamail, colaborador habitual de TomDispatch, entre una cosa y
otra, pasó más de un año en Iraq (entre 2003 y 2014) como periodista
independiente. Por su trabajo en Iraq, ha recibido varios premios, entre ellos
el Martha Gellhorn al periodismo y el James Aronson al periodismo por la
justicia social. Es autor de dos libros: Beyond the Green Zone: Dispatches from
an Unembedded Journalist in Occupied Iraq y The Will to Resist: Soldiers Who
Refuse to Fight in Iraq and Afghanistan. Forma parte del equipo de reporteros
de Truthout. Este trabajo es un informe conjunto de TomDispatch/Truthout.
Fuente: http://www.tomdispatch.com/post/176001/
tomgram%3A_dahr_jamail%2C_the_navy%27s_great_alaskan_%22war%22/#more
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