Revolución #126, 13 de abril de
2008
Testimonio de ex combatientes
La Investigación Soldado del Invierno: Irak y Afganistán
Del 13 al 16 de marzo, en Washington, D.C., el grupo Veteranos de Irak Contra
la Guerra realizó la Investigación Soldado del Invierno: Irak y Afganistán. En
las audiencias, unos 50 ex combatientes estadounidenses dieron testimonio acerca
de lo que les hicieron a los pueblos y a la tierra de Irak y Afganistán. El
público, unas 350 personas, fueron en su mayoría ex combatientes, familiares de
soldados y padres cuyos hijos murieron en la guerra.
Las audiencias reunieron a ex combatientes de todo el país a dar testimonio
acerca de sus experiencias en Irak y Afganistán, y presentar pruebas en forma de
videos y fotos. Además, comisiones de profesores, periodistas y otros
especialistas explicaron el contexto del testimonio: de la historia del
movimiento de resistencia de los soldados a la lucha por las prestaciones para
los ex combatientes.
A continuación presentamos pasajes del testimonio de dos ex combatientes en
la audiencia sobre las “Normas de combate”. También se puede oír el testimonio
(en inglés) en: ivaw.org/wintersoldier/
Jason Lemieux
Me llamo Jason Wayne LeMieux y soy miembro de Veteranos de Irak Contra la
Guerra. Fui soldado de la Infantería de la Marina durante cuatro años y diez
meses y me dieron de baja de manera honorable como sargento. Durante mis años en
la Infantería de la Marina, me desplazaron tres veces a Irak, participé en la
invasión y, en caso de que quieren saber, prolongué voluntariamente mi contrato
diez meses para ir con mi unidad la tercera vez.
Mi primer turno empezó en enero del 2003 y terminó en septiembre del mismo
año. El segundo fue de febrero a septiembre del 2004, y el último de septiembre
del 2005 al 30 de marzo del 2006.
Las normas de combate adecuadas tienen un propósito estratégico importante,
que es legitimar el uso de la fuerza militar. Proyectando una imagen de
compostura y profesionalismo, las fuerzas armadas buscan reforzar la idea de que
van a proteger a los habitantes en vez de oprimirlos. Esas normas no solo
socavan el apoyo a la oposición; además, desvían las acusaciones de ocupación y
opresión de los países extranjeros y en algunos casos de la gente del país que
las fuerzas armadas supuestamente están ayudando…
Durante la invasión de Irak, durante la ofensiva hacia el norte a Bagdad, las
normas de combate que se desvanecieron gradualmente hasta que casi no existían.
Parecido a lo que ya han oído, cuando por primera vez cruzamos la frontera
iraquí desde Kuwait en Azubad en marzo del 2003, regían las pautas de los
Convenios de Ginebra y nos permitían disparar contra cualquiera con uniforme
militar, con excepción del personal médico y religioso, a menos que se estaban
rindiendo.
Cuando llegamos a Bagdad, sin embargo, la cadena de mando me dijo
explícitamente que podía disparar contra cualquiera que se me acercara y que me
hiciera sentir incómodo, si esa persona no se moviera inmediatamente en
respuesta a una orden, a pesar de que no hablo árabe. En general la actitud de
la cadena de mando fue “mejor ellos que nosotros” y las pautas que nos dieron
reforzaron esa actitud en todos los niveles. Esa actitud creció enormemente en
el curso de los tres turnos. Recuerdo que en enero del 2004 nos dieron nuestra
misión para el segundo turno. Estaba sentado como buen soldado con mi pluma y
papel listos para escribir las palabras cuidadosamente escogidas para justificar
mi existencia en Irak durante los próximos siete meses, y mi comandante me dijo
que nuestra misión fue, y lo cito, “matar a todos los que hay que matar y salvar
a todos los que hay que salvar”, punto. Con esas palabras marcó las pautas para
el turno.
Al comienzo del segundo turno las normas de combate fueron que solo se podía
usar la fuerza mortal si una persona demostraba intenciones hostiles y cometía
un acto hostil. No hablaré de lo absurdo que es pedirnos discernir lo que está
pasando en la mente de otro individuo, menos decir que fue la tarea de cada
marine determinar cuáles intenciones y actos son hostiles.
Sin embargo, durante la ofensiva de abril del 2004, cuando había ataques por
toda la provincia de Anbar, mi unidad participó en un tiroteo de dos días. Poco
después de que empezó, el mismo comandante que nos dio nuestra misión nos ordenó
a tratar a todos los que llevaban una distasha [prenda larga] negra y un pañuelo
rojo automáticamente como hostiles y disparar contra ellos.
Poco después nos dio otra orden, esta vez que debemos tratar a todos los que
estaban en la calle como combatientes enemigos.
Recuerdo una situación que ocurrió la tarde después de recibir esa orden.
Dimos la vuelta de la esquina y un iraquí desarmado salió de la entrada de un
edificio. Recuerdo que el marine directamente en frente levantó el rifle y le
apuntó al hombre, y creo por razones psicológicas mi mente bloqueó las imágenes
de los disparos, porque la próxima cosa que recuerdo es pasar por encima del
cadáver del hombre para vaciar el cuarto de donde salió. Recuerdo que fue un
trastero lleno de algún alimento chatarra árabe. No encontramos armas.
Unas semanas después el comandante nos dijo que más de “100 enemigos”
murieron y que yo sepa, esto incluye a todas las personas muertas nada más por
caminar en la calle en su propia ciudad. Después del tiroteo, cambiaron las
normas de combate de mi unidad para que los marines no tuvieran que discernir
una acción hostil para usar la fuerza mortal. Solo tenían que discernir
intenciones hostiles.
Las normas también decían explícitamente que cargar una pala, estar en un
techo y hablar por teléfono celular o tener binoculares, o estar afuera después
del toque de queda se debe considerar automáticamente como intenciones hostiles,
y que podíamos responder con fuerza mortal. No sé cuántos inocentes murieron
durante ese turno debido a esas órdenes.
Durante el tercer turno las normas de combate fueron más estrictas, pero en
realidad solo existían para que el mando pudiera decir que las tenían. En
realidad el oficial nos dijo explícitamente a mí y a los demás marines que si
nos sentíamos amenazados por un iraquí podíamos disparar y los oficiales “nos
cuidarían”.
En ese tiempo, muchos de los marines que estaban en su segundo o tercer turno
ya habían sufrido tanto trauma psicológico, al ver morir o perder miembros a sus
compañeros, que debido a sus experiencias mataban a personas que a mi juicio sin
duda alguna no eran combatientes.
En un incidente estalló una bomba al lado del camino y unos minutos después
vi a un marine abrir fuego contra carros que iban en la calle a centenares de
metros de donde estaba la bomba y que manejaban en dirección opuesta. Estábamos
demasiado lejos para identificar a las personas en los carros y no representaban
una amenaza, y de donde yo estaba, a unos 20 metros del marine y unos 300 metros
de los carros, solo eran automovilistas. Esto ocurrió tanto tiempo después de la
bomba y a tanta distancia que es posible que no sabían nada de lo que pasaba,
pero el marine les estaba disparando de todos modos.
Ese marine había visto morir a su mejor amigo durante nuestro último turno y
me había contado una historia acerca del tiroteo de dos días que mencioné antes,
cuando vio a un comandante que nos dio la orden de disparar contra cualquiera en
la calle matar a tiros a dos ancianas que caminaban y cargaban vegetales. Dijo
que el comandante le dijo que matara a las dos ancianas y cuando se negó a
hacerlo, el comandante las mató. Así que cuando ese marine empezó a disparar a
la gente en los carros que no amenazaban a nadie, solo seguía el ejemplo que ya
dio el comandante.
Jason Washburn
Me llamo Jason Washburn. Fui cabo de la Infantería de la Marina de Estados
Unidos durante cuatro años. Me desplazaron tres veces a Irak, los primeros dos
turnos con el Primer Batallón, Compañía Charlie y el tercero con el Tercer
Batallón, Compañía de Armas. Participé en la invasión y con el tiempo, en el
2003, nos enviaron a Ohillah. Del 2004 al 2005, estuve en Najaf, y del 2005 al
2006 en Haditha.
En el curso de mis tres turnos en Irak las normas de combate cambiaron mucho.
Parece que cada vez que nos dábamos la vuelta nos daban diferentes normas de
combate y nos decían que lo hacían porque dependía del clima de la zona en el
momento, y el nivel de la amenaza, y tanto más alta fue la amenaza más
sanguinaria fue lo que nos permitían hacer y que esperaban que hiciéramos. Por
ejemplo, durante la invasión nos dijeron que identificáramos el blanco antes de
abrir fuego, pero que si sabíamos que el pueblo o la ciudad a la que nos
acercábamos era una amenaza, si la unidad que acababa de pasar por la zona
sufrió muchas bajas, pues podíamos disparar contra lo que quisiéramos, o sea que
fue una zona de fuego libre. Entrábamos al pueblo y disparábamos contra
cualquier cosa, contra todo lo que veíamos, abríamos fuego contra todo. En
realidad no había normas sobre la cantidad de fuerza que podíamos usar durante
la invasión.
Recuerdo a una señora que nos pasó caminando y cargando una bolsa enorme.
Parecía que se estaba acercando a nosotros así que la atacamos con un Mark 19,
que es un lanzagranadas automático, y cuando había pasado la tormenta nos dimos
cuenta de que solo tenía comestibles en la bolsa y que nos llevaba comida, pero
la hicimos añicos.
Después de la invasión y de que Bush anunció la victoria, las normas
cambiaron dramáticamente. En vez de abrir fuego en muchos casos peleamos cuerpo
a cuerpo para someter a la población.
Muchas veces durante las patrullas nos ordenaban no permitir que la gente
pasara en medio de nuestra formación. Cuando los aldeanos desprevenidos trataban
de pasar en medio de la patrulla, les dábamos con la boca del rifle, o les
dábamos patadas, o lo que sea, para alejarlos de la formación. Una vez un señor
en una bicicleta con una canasta de comestibles trató de pasar en medio de la
formación y lo tumbamos al suelo y destrozamos la bicicleta. ¿Por qué? Por pasar
en medio de la formación, pero esperaban que hiciéramos eso.
En otra ocasión nos ordenaron vigilar una estación de combustible y al final
del día no había pasado nada y subimos a los camiones para irnos. En eso un
grupo de iraquíes corrió hacia los surtidores para tomar combustible y el líder
del escuadrón llamó y nos dijeron por radio: “¿Y qué piensan que se debe hacer?
A joderlos”. Obviamente con términos más despectivos. Por eso nos bajamos de los
camiones, cargamos contra los iraquíes y los golpeamos con nuestros rifles, los
puños y todo lo que estaba a nuestro alcance. Después de que corrieron o
quedaron inconscientes en el suelo, nos subimos de nuevo a los camiones y nos
fuimos. Nunca nos ordenaron arrestar o interrogar a nadie, solo joderlos.
La mayoría de los inocentes que matamos fueron choferes, especialmente
taxistas. Vi morir a casi una docena de ellos, mientras manejaban. Hasta el
tercer turno hubo una norma de que los iraquíes tienen que hacerse a un lado
para dejar pasar los convoys militares. Si no lo hacen o regresan al camino
antes de tiempo, se puede abrirles fuego. Si se acercan a un retén rápido o de
modo temerario, se les puede disparar. Además nos ordenaban andar a la caza de
bombas improvisadas, artefactos explosivos improvisados que corresponden a la
descripción de todos los taxis: “Anden a la caza de un carro con puertas
pintadas de color naranja y una capota blanca, o viceversa”. Así son todos los
taxis en Irak, así parecen. Estos son los carros que debemos buscar, que
posiblemente tienen artefactos explosivos. Así que matamos a muchos de los
choferes porque así parecen los carros.
En otro caso mataron al alcalde de un pueblo en nuestra zona cerca de
Haditha. Nuestro comandante nos mostró fotos del incidente, reunió a toda la
compañía y nos mostró fotos de la escena, y nos dijo que lo hacía para
mostrarnos el buen patrón de los tiros en el parabrisas. Anunció a la compañía
que “así deben disparar los marines”. Y fue el alcalde de un pueblo. Enviaron a
mi escuadrón a pedirle disculpas a la familia y pagar una indemnización, pero
básicamente les dimos un poco de dinero y nos fuimos, como si no fuera nada
importante. Querían oírnos pedir disculpas, pero dio risa.
Algo más que nos exhortaban a hacer con un guiño y un golpe suave con el codo
fue cargar “armas para botar” o, durante el tercer turno, “palas para botar”.
Básicamente nos decían que lleváramos esas armas o palas porque, en caso de que
matábamos a un civil accidentalmente, podíamos dejar el arma al lado del cadáver
para que pareciera un insurgente. Durante el tercer turno, como dijo mi
compañero aquí, nos decían que si llevaban una pala o una bolsa pesada, si
estaban cavando en cualquier parte, especialmente cerca de las carreteras,
podíamos dispararles. Así que cargamos esas armas o palas en los vehículos en
caso de que matábamos a un civil accidentalmente y podíamos tirarlas al lado del
cadáver y decir “estaba cavando y yo solo seguía las normas de combate”. Nos
exhortaban a hacer esto, pero solo a puertas cerradas, no lo anunciaban
públicamente. Pero fue una práctica común.
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