Irak, derechos inhumanos
Carlos Bonfil La Jornada 12 abril de 2009
Irak, derechos inhumanos (Standard Operating Procedure,
2008) es la parte final de la trilogía del mal del documentalista estadounidense
Errol Morris. Programada hace cinco años en el Festival Internacional de Cine
Contemporáneo de la Ciudad de México (Ficco), Mr. Death, the rise and fall
of Fred A. Leuchter (1999), primera parte del tríptico, ofrecía un retrato
entre irónico y corrosivo de Leuchter, inventor de la silla eléctrica y a la
postre negacionista del Holocausto nazi: un hombre obsesionado con la ciencia
del exterminio, que quiso demostrar la imposibilidad de que técnicamente pudiera
haberse llevado a cabo el genocidio de 7 millones de judíos.
Morris afinaría ahí y en su siguiente documental, The fog of War
(La niebla de la guerra, 2003), sus métodos de entrevistador y su
distanciamiento con el sujeto de la pesquisa, aquí Robert McNamara, secretario
de Defensa en los gobiernos de Kennedy y Johnson, es decir, pieza clave en la
guerra de Vietnam. Una vez más, el sujeto entrevistado ofrece, con suficiencia
doctoral, sus consejos sobre cómo debería llevarse a cabo una intervención
bélica exitosa, mostrando lo quetécnicamente falló en la agresión a Vietnam, sin
un asomo de autocrítica verdadera y sin arrepentimiento. Para hacer el bien, es
preciso incurrir un poco en el mal, señala en su decálogo de consejos.
En Irak, derechos inhumanos, Morris prosigue y completa su
indagación del mal, ese tema tan acuciosamente analizado por la escritora Hannah
Arendt, y lo hace nuevamente mediante entrevistas, esta vez con algunos de los
policías militares que participaron en las sesiones fotográficas de la mazmorra
iraquí de Abu Ghraib, tomándose impresiones con cadáveres de prisioneros
torturados, o formando pirámides humanas de cuerpos desnudos, en imágenes que
pronto recorrerían las redacciones de diarios de todo el mundo. de la infamia,
filtraciones incontenibles por las que algunos mandos menores fueron condenados
a algunos años de encierro y a ser dados de baja del ejército estadounidense,
sin que la jerarquía superior, desde sargentos hasta el nivel castrense más
elevado (el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld), fueran cuestionados y menos
aún castigados.
El debate que Morris no puede eludir y que de hecho convoca desde el título
mismo de la cinta es si las circunstancias pudieron disminuir la gravedad de los
hechos haciendo de la humillación y tortura a prisioneros de guerra un acto
criminal, o simplemente un procedimiento operativo de rutina, el standard
operating procedure que sólo admite una sanción reglamentaria y no una
condena severa.
El cineasta interroga a los policías militares participantes, quienes alegan
haber buscado distracción tomando fotografías que sólo eran poses, con
prisioneros jalados por cuerdas visiblemente distendidas, o amenazados por
perros que jamás pasarían a la acción, con pilas de hombres desnudos que
pretendían efectos plásticos o humorísticos, y en modo alguno propósitos de
humillación. Los prisioneros, se alega, habían sido ya torturados o ejecutados.
Lo que seguía era sólo entretenimiento para soldados sometidos a un estrés
prolongado. Una de las fotógrafas, Sabrina Harman, alega incluso haber fingido
diversión frente al horror sólo para poder dar algún día testimonio gráfico de
las injusticias que tuvo que presenciar. Una más, la célebre Lynndie England,
admite que su participación tuvo que ver con su amor por el sargento Charles
Graner (quien no da testimonio en la cinta ni tampoco recibe castigo), y con
haber, como todos los demás, acatado órdenes superiores.
Con la tortura legalizada durante el gobierno de George W. Bush, y con la
impunidad de la que hasta la fecha gozan los organizadores del sometimiento
colectivo por la humillación, los mandos menores aparecen como meros chivos
expiatorios, moralmente degradados, que patéticamente contemplan los saldos del
engaño. Sin una voz narrativa en off, con sólo las palabras de los
involucrados y la estupenda pista sonora de Danny Elfman, la cinta de Morris
cierra elocuentemente su trilogía del mal. El poder de las imágenes que
circularon profusamente por Internet y por las planas de diarios y revistas,
adquiere en esta cinta una contundencia mayor, posiblemente más perdurable.
Se exhibe esta semana en Cinépolis Diana y en Cinemex Masaryk.
carlos.bonfil@gmail.com
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