Los indocumentados surcan los campos de California
Salario mínimo, sin prestaciones, bajo el sol, y se creen afortunados
- Araceli Martínez Ortega / Corresponsal de La Opinión |
- 2010-09-26
En el Norte del Valle de San Joaquín.— No hay que adentrarse mucho al área de
Stockton, al norte del valle de San Joaquín para encontrarlos. En cualquier
predio donde se levante una cosecha o donde se requiera alguna tarea agrícola,
ahí están las cuadrillas de trabajadores.
En su mayoría son mexicanos. Vienen de Puebla, Guanajuato, Guerrero, Chiapas
y Michoacán, según ellos mismos reconocen en el español, el idioma oficial en el
campo de California. Todos los trabajadores lo hablan.
Ganan el salario mínimo, viven con miedo a hablar, no tienen seguro médico ni
apoyo para su jubilación. Además, el trabajo escasea por estos días. Apenas un
5% de ellos está sindicalizado, de acuerdo con María Machuca, vocera del
Sindicato de Trabajadores Unidos del Campo (UFW), creado por el líder César
Chávez. De acuerdo con testimonios, más del 90% son indocumentados, agrega.
Estimaciones del UFW indican que hay entre 400,000 y 500,000 trabajadores del
campo en el estado.
Las limitadas condiciones de vida de los trabajadores del campo se
contraponen con la riqueza agrícola del estado.
El único productor
California no es sólo el estado donde se produce casi la mitad de las frutas
y vegetales de todo el país, sino que también es el único productor (en un 99%)
de nada menos que almendras, dátiles, uvas, pasas, nueces, alcachofas, granadas,
ciruelas, higos, pistachos y duraznos. Nueve de los diez condados más
productivos del país están en California: Fresno, Tulare, Kern, Monterey,
Merced, Stanislaus, San Joaquin, Kings, Imperial y Ventura.
Don Rosendo Pérez, un ex bracero de casi 90 años, originario de Acuitzeramo,
Michoacán quien al terminar el programa Bracero se legalizó y emigró a toda su
familia, rememora los tiempos aquellos en que vino al campo en California.
"Trabajábamos diez horas sin parar. Usábamos un azadón muy cortito y el agua
para tomar que nos daban la ponían en tambos de lámina. ¡Estaba bien
caliente!".
Desde entonces las condiciones de trabajo no han cambiado mucho.
Ya es mediodía y a pesar de que comenzaron la jornada alrededor de las seis
de la mañana, los campesinos en los campos del Valle de San Joaquín parecen
incansables. A todos se le ve agachados, encorvados, doblados cortando los
vegetales y llenando baldes y cajas. El cansancio y el dolor ya no lo sienten,
dicen.
"Ya nos acostumbramos", señala Nicolás, quien prefiere omitir su apellido, un
trabajador con cara de niño quien asegura tener 21 años, aunque parece menor de
18, como muchos de sus compañeros de labor en un predio de pepinos en el área de
Stockon.
Su capataz, Fernando Moncada, asegura que todos son mayores de edad y
respalda sus palabras en el acta de nacimiento que dice le muestran los
trabajadores para poder ser contratados. "No se les permite trabajar si son
menores de edad", afirma, aunque las facciones y los cuerpos aún no
desarrollados de algunos trabajadores delatan que están en el tránsito entre la
niñez y la juventud.
Mucha desconfianza
Muchos campesinos no quieren hablar, tienen desconfianza, prefieren no dar
sus apellidos. Se sienten vigilados por los supervisores.
En California, la edad permitida para trabajar en el campo es a partir de los
12 años, siempre y cuando no falten a la escuela y trabajen medio tiempo, aunque
esto no siempre es así, dice Brandon Louie, del programa de Niños en el campo de
la Asociación de Oportunidades para los Trabajadores en el Campo (AFOP). El año
pasado encontraron menores de diez años cortando duraznos en el Norte de
California, recuerda.
No muy lejos de ahí, en 2008, María Isabel Vázquez, una joven indígena de
apenas 17 años y con embarazo de dos meses, murió en el campo, sucumbiendo a una
temperatura de casi 100 grados y la falta de protecciones contra el calor.
Mientras nadan entre los surcos, los campesinos usan gorras, mangas largas y
sudaderas. "Es para no quemarme tanto con el sol", señala tímidamente Estefanía,
una campesina.
Apenas se alcanza a ver sus rostros pese a que la temperatura es agradable
este martes de septiembre con 80 grados. Nadie podría imaginar que la semana
pasada el termómetro marcó por arriba de los 95 grados.
Desde que las regulaciones para prevenir muertes por el calor entraron en
vigor en California en 2006 han muerto diez trabajadores del campo y cinco más
este año, decesos que son investigados por la División de Salud y Seguridad
Ocupacional de California (Cal-OSHA) para constatar si aún son atribuibles a las
altas temperaturas.
Nicolás, originario de Guerrero, dice bajo la mirada vigilante del mayordomo
y sin dejar de cortar pepino mientras habla, que trae su propia agua en una
hielera.
Fernando Moncada, originario de Puebla, se muestra desconfiado ante la
presencia de la reportera en el predio donde trabaja Nicolás y explica que
cuando el calor arrecia y sube los 92 grados, el trabajo se hace difícil, por lo
que paran de trabajar más temprano. Pero este día ni la sombra ni el agua a los
que por ley tienen derecho los trabajadores se ven disponibles por los
alrededores.
Sin dejar de observar a los campesinos, José Martínez, otro de los
supervisores en el mismo predio de pepinos, dice que no contratan afroamericanos
ni americanos porque no tienen la misma capacidad para el trabajo. "Ellos
quieren otros trabajos menos pesados como conductor del tractor", explica.
Leticia, quien también omite su apellido, vino de Chiapas hace cinco años y
asegura que tiene 23, aunque no aparenta esa edad. Está casada con otro
trabajador del campo y tienen un niño de tres años. Es de las pocas trabajadoras
que tiene acceso a una guardería subsidiada por el estado y apoyada por una
organización sin fines de lucro de San Luis Obispo.
"Mi esposo y yo trabajamos en el chile, el chabacano, la manzana y vamos a
Oregon a la fresa", dice con el cansancio reflejado en su cara enrojecida por el
esfuerzo del trabajo mientras bebe un cono de agua de un garrafón que viene
pegado al tractor. El supervisor no les quita la vista de encima mientras ella
platica con la reportera. Cada vez que dice algo, voltea los ojos con temor para
ver al mayordomo, que vigila cada palabra que dice.
Millas adelante, en otro predio, una carpa de lona ofrece sombra, pero está
ocupada por las cajas de tomates recién cortados para que el sol no los madure
antes de tiempo y los arruine, según explican ahí los capataces. Sólo cuando se
sientan a comer, los trabajadores y el mayordomo arman una carpa adicional para
refugiarse del sol.
En un campo de unas sandías gigantescas, Fernando Segura, un hombre de más de
50 años, con los dientes amarillos y picados por la falta de cuidado dental,
está al frente de una cuadrilla de hombres que ponen en su sitio los frutos que
se han salido de las hileras de hojas y follaje. "Es para que al momento de
pasar la máquina trilladora se las lleve completas y no las machaque y eche a
perder", explica el capataz.
La "máquina" ha reemplazado la labor que antes hacían muchísimos
trabajadores. A los campesinos se les paga un promedio de ocho dólares por hora.
Según el UFW, los salarios en el campo varían de acuerdo al cultivo. Los mejores
pagados son los trabajadores que cortan champiñones: entre $25,000 y $30,000 por
año.
Es por eso que algunos prefieren ir a buscar trabajo a las empacadoras
cercas. Aunque la diferencia de salario no es mucha, las condiciones del trabajo
sí, o por lo menos trabajan bajo la sombra.
En los últimos 15 años, Hilda Cabrera, una inmigrante de Mexicali ha
trabajado una parte del año en un empaque colocando las verduras en cajas.
Cuando no hay trabajo en el empaque, recolecta espárragos en el campo.
Pero dice que los tiempos están cada vez más difíciles, sobre todo en los
últimos tres y cuatro años. Antes le iba a mejor, "uno ganaba más dinero hasta
nueve dólares la hora. Ahorita sólo ganó ocho dólares y sólo hay trabajo seis
meses al año, ocho y siete horas. Antes trabajaba hasta 10, 12 horas por día.
Creo que se debe a que hay menos siembras", considera.
A sus 50 años, con lo que gana, Cabrera sólo gana "para irla pasando" en el
campamento del condado para trabajadores temporales donde vive. Paga $380 al mes
-incluyendo el pago de luz y el agua- por una vivienda que tiene que desocupar
tres meses al año, periodo en el que opta por regresar a México, con sus
familiares, para ahorrar dinero.
María García, de Michoacán, trabaja de noche en una planta de enlatado de
verduras –desde las 10 de la noche hasta las seis de la mañana- por un salario
mínimo, pero aún así se considera "con suerte" porque, pese a que han recortado
a mucha gente, ella ha logrado mantenerse en este trabajo seleccionando tomates
para el enlatado desde 2002.
Ni Cabrera ni García ni ningún otro campesino entrevistado tiene
prestaciones. No hay seguro médico ni retiro, sólo el salario. "Bueno, si
sufrimos un accidente en el trabajo, si nos ayudan", puntualiza Cabrera.
Luis Hurtado de 52 años quien tiene desde 1976 trabajando en el campo
pizcando frutas: ciruelas, duraznos, nectarines, cuenta que la otra vez que se
enfermó de un ojo gastó $300
"De la pura consulta fueron $160", afirma Hurtado, quien trabaja desde las
6:30 a.m. hasta las 2:30 de la tarde por un salario de $9.50 la hora, a la
semana, le quedan $356 libres de impuestos.
Su esposa, dice Hurtado, a los 54 años de edad tuvo que volver al trabajo del
campo porque este año en la empacadora en la que trabajada "ya no la
llamaron".
No cabe duda, sostiene Hurtado: "2010 ha sido un año muy difícil en el
campo".
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