Fui guardia en Guantánamo
Terry Holdbrooks
De la columna 'Tras los barrotes: Guantánamo'
25 de noviembre de 2014
"Equipo ERF, agrúpense. Bloque Tango". No obedecí esta orden porque no tenía idea de lo que significaba
"ERF". Realicé un breve entrenamiento cuando llegué, pero me había
olvidado de todo porque durante los primeros meses no tuve que utilizar nada de
ese conocimiento.
"¡Holdbrooks! ¡Sal de ahí y ven al Bloque Tango! ¡Hay un ERF!" me gritó el sargento. No sabía qué hacer, así
que salí corriendo hacia la puerta de seguridad, donde varias
personas se estaban poniendo el uniforme antidisturbios. Fue entonces cuando
recordé lo que significaba ERF. [Las siglas ERF significan "Emergency
Reaction Force" (Fuerza de Reacción de Emergencia). Los prisioneros de
Guantánamo transformaron estas siglas en un verbo. Consiste básicamente en que
un equipo de guardias con equipo antidisturbios entra a una celda e inmoviliza
a los prisioneros, normalmente para someterlos a alimentación forzada. Es algo
parecido a #8203;esto.] Yo no quería participar en una
actividad tan brutal, pero no me quedaba otra opción, ya que desde el principio
había quedado claro que el ejército no compartía mi forma de ver el mundo.
Reclutamiento
Se me ocurrió la idea de alistarme en las fuerzas armadas después de los ataques del 11 de septiembre de 2001. Pero
no lo hice por un sentimiento de venganza. Creí que la formación militar daría
un sentido a mi vida y que quizá me ayudaría a sacar a mi familia de la
polvorienta Arizona. No me inculcaron disciplina ni orden cuando era pequeño,
pero sí sentía la obligación de servir a mi país y quería contribuir a
mejorarlo. Buscaba una guía y desarrollo personal y se me ocurrió alistarme en
el ejército. Decidí hacerlo para tratar de alcanzar mi máximo potencial.
Me uní a la policía militar y de inmediato me enviaron a Guantánamo. Nos llevaron a la Zona Cero como parte de
un entrenamiento de dos semanas. Allí alguien había escrito en un muro:
"Esta es la peor tragedia de la humanidad". Me reí entre dientes y le
dije a los que estaban a mi alrededor que estábamos yendo demasiado lejos. Me
lanzaron miradas asesinas, me increparon y cuestionaron mi lealtad mientras
trataba en vano de justificar mis palabras. "¡Recuerda que no son
personas! ¡Son campesinos terroristas muertos de hambre y llenos de odio y
maldad que no van a detenerse hasta que nos maten a todos! ¡NUNCA LO OLVIDES!
¡NUNCA OLVIDES LA TRAGEDIA DEL 11 DE SEPTIEMBRE!", gritaron.
Ahí me di cuenta de que mi carrera militar no iba a estar dedicada a hacer de mí un mejor ciudadano o a mejorar
las vidas de mis compatriotas. En vez de eso, íbamos a combatir con extraños al
otro lado del océano. Nuestra misión era vengarnos por el incidente del 11 de
septiembre.
En Guantánamo, recibíamos constantemente el mensaje de venganza. Recuerdo que la banda sonora de
Terminator sonaba todos los días mientras tomábamos el desayuno. La primera vez
que lo oí, sentí que se meerizaban los vellos de la nuca y se me aceleraba el
pulso. Sentía la adrenalina correr por mis venas como si estuviera viendo el
tráiler de una película épica. Los soldados miraron a su alrededor y sonrieron
cuando empezó la siguiente canción y se escuchó un grito que parecía que iba a
romper los altavoces de las esquinas el techo de la habitación. Era el comienzo
de "Bodies", un tema de la banda nu-metal Drowning Pool. Sonaba a
todo volumen, acompañando a un vídeo militar de vuelos de reconocimiento de
aviones F-14, explosiones, imágenes de prisioneros con bolsas en la cabeza y
buques de guerra con aviones presumiendo de su poder.
Y todo mientras comíamos huevos.
Había un mensaje que aparecía de forma intermitente en el "vídeo promocional". Iba dirigido a los talibanes
de Afganistán y decía: "El ejército estadounidense os perseguirá y os
matará si no os rendís. Os mataremos, os bombardearemos y os encontraremos
dondequiera que estéis". Nadie había tocado los gofres ni la tarta de
melocotón. De pronto, vi a mis compañeros militares saltando sobre la mesa
mientras sostenían las sillas sobre sus cabezas y sacudían la cabeza cuando
oían el estribillo de la canción, que dice "Let the bodies hit the
floor" (que los cuerpos caigan al suelo). Nos ponían ese vídeo todas las
mañanas para recordarnos que ahí no había reglas y para aumentar la sed de
venganza de los soldados.
Cómo ser un buen estadounidense
Esta sed de venganza se hizo evidente cuando me preparaba para mi primer ERF. Nos reunimos fuera de la celda del
prisionero, que llevaba una toalla enrollada en la cabeza y nos dedicó una
mirada agresiva. Gritaba enfurecido, al igual que los prisioneros de las celdas
vecinas. Era un pandemónium. No había tiempo de analizar nuestros actos. Busqué
al sargento y vi que estaba preparado para atacar, al igual que los otros
guardias destinados al Bloque Tango.
El encargado de seguridad estaba hablando con el prisionero, que contaba a gritos lo que le habían hecho durante
el interrogatorio. Dijo que ya no iba a tolerarlo. Lo que ocurrió durante el
interrogatorio provocó un motín en esa sección. El encargado de seguridad le
explicó que, si no se calmaba, le iban a rociar gas pimienta. Pero el prisionero
no se calmó.
Según las reglas, los guardias tienen que rociar el gas con un movimiento en forma de "Z" en el rostro del
prisionero. Deben rociar suficiente gas para que el prisionero se debilite y se
vuelva dócil. El encargado de seguridad roció casi la mitad de la lata de gas
pimienta sobre la cara del prisionero, sobre su ropa y su Corán. Esperamos 30
segundos para que el gas hiciera efecto y, cuando se abrió la puerta, los cinco
nos abalanzamos al interior de la celda con nuestra indumentaria antimotín.
Le atamos los pies y las manos con esposas de plástico. En esta posición era muy sencillo retorcerle los brazos
hasta el punto de dislocárselos, meterle la cabeza en el inodoro, pisarle las
manos y los pies o usar su cabeza para abrir la puerta. Mientras golpeábamos y
pateábamos a los presos, los soldados gritaban frases de venganza como:
"¡Esto es por Estados Unidos!".
Cuando el sargento se enteró de que yo había participado, me dio una palmada en la espalda y me dijo: "Lo has
hecho muy bien, Holdbrooks. Tenía mis dudas con respecto a ti, pero veo que has
hecho un buen trabajo". El sargento hizo ese comentario después de leer el
informe que escribió un tercero, aunque también podía haber visto el video del
ERF. El protocolo militar en Guantánamo marcaba que todos los ERF tenían que
grabarse, por si nos demandaban o por si llegaba a haber sospechas de prácticas
injustas. Aunque solo se hacia para guardar las apariencias, puesto que el
soldado encargado de grabar a menudo olvidaba quitar la tapa del objetivo,
cargar la batería, apretar el botón de grabar o introducir una cinta en la cámara.
Me impresionó mi propio arranque de adrenalina, el haber participado en ese acto y el entusiasmo con el que los
guardias maltrataban al prisionero. Más tarde, uno de mis superiores me dijo:
"Holdbrooks, íbamos a ponerte un mono naranja y te íbamos a dejar con
todos tus amigos terroristas para que te pudrieras con ellos, pero creo que
estábamos equivocados, has resultado ser un buen estadounidense". Los demás
dijeron cosas por el estilo.
Conversión
En Guantánamo, muchos creían que los presos eran "campesinos terroristas llenos de odio y maldad". No nos
enseñaban nada sobre la cultura de Oriente Próximo ni sobre la religión
musulmana; no sabíamos nada sobre los individuos que vigilábamos, ni sobre sus
costumbres sociales o sus tradiciones. La primera noche que pasé en la cárcel
fue la primera vez que escuche el adhan: la llamada a la oración del Islam
Los que mandaban en Guantánamo no sentían mucho apego por el Islam, por lo que distorsionaban y mutilaban la
llamada a la oración intencionadamente por los altavoces. Pasaba lo mismo que
con la carne halal: el ejército estadounidense
proyectaba una imagen tolerancia con respecto al Islam, aunque en realidad se
mofaba de este credo. A los soldados también les molestaba la distorsión de la
llamada a oración por megafonía. Para ellos, el sonido era tan desagradable y
agobiante como el calor. Seguí escuchando ere misterioso "canto"
árabe durante toda la noche. Las bocinas retumbaban. A pesar de la distorsión y
lo molesto que resultaba para muchos, aquel canto me llegó al alma. Algo en él
me llamaba.
Para mí no eran "cabezas de toalla" ni "terroristas". Creía que los prisioneros eran
personas educadas y con modales, que sabían hablar varios idiomas. Con el
tiempo, comencé a hablar cada vez más con ellos, en especial con un prisionero
llamado Ahmed Errachidi, conocido como el General. Me volvía más tolerante
conforme aprendía más sobre el Islam. No me sentía presionado por las palabras
o las acciones de los prisioneros; el impulso de aceptar al Islam salía del
fondo mi corazón.
Yo no estaba encerrado en una celda, tenía toda la libertad del mundo y aun así me sentía miserable. Los
prisioneros, con su fe, eran más felices que yo. No tenían nada pero eran
felices. Su religión los mantenía vivos. Yo anhelaba esa paz que emanaba de ellos.
El General me dio su copia del Corán. Me asombró su sacrificio y leí el libro en tres noches. Todo tenía sentido, de
principio a fin. En mi opinión, el libro no se contradice. No contiene ninguna
clase de pensamiento mágico. Simplemente es un manual para guiarse en la vida.
Después de convertirme al Islam y regresar a la sociedad civil, mientras
trataba de olvidar lo que viví en Guantánamo, me di cuenta de que mi época más
feliz fue en la cárcel, cuando me comportaba como un buen musulmán.
La respuesta a la pregunta que me seguía planteado, por fin estaba clara; esa fue la razón por la que fui a
Guantánamo. Mi necesidad de tener una guía era casi tangible. Aunque pasé toda
mi vida ridiculizando la importancia que le daban a las creencias y las
prácticas religiosas; la verdad es que necesitaba una religión.
Aceptación
Incorporé poco a poco algunas practicas del Islam en mi vida. Mi cabeza mejoraba con cada cambio que hacía; por cada puerta
que se cerraba, otras muchas se abrían. Todo estaba claro en mi cabeza.
Aprovechaba el tiempo para hacer cosas más valiosas y, en general, mi
mentalidad era más positiva.La incorporación de los cambios más sutiles fue la
prueba que necesitaba para saber que mi destino era ser musulmán. Tenía una misión.
Una noche, me encontré al General y le dije (por segunda vez) que quería abrazar el Islam. La primera vez que se lo
pedí, me respondió simplemente con un "no", pero esta vez hablamos
durante horas.
"Escucha, hermano", dijo, "¿eres consciente de que toda tu vida va a cambiar si lo haces? Ya no vas
a poder tomar alcohol, fumar, comer carne de cerdo, tener sexo fuera del
matrimonio ni ver porno. Vas a tener que aprender árabe. Vas a tener que orar
tres veces al día. Tendrás que aprender la religión y esta va a convertirse en
un factor que gobierne tu vida si te comprometes a hacer la voluntad de Alá.
Tus compañeros te verán diferente. Es posible que termines encarcelado, como
nosotros. Tu familia te verá diferente. Tus amigos te van a ver diferente y tu
vida va a ser mucho más difícil".
A continuación, habló sobre las oraciones, la caridad y el Ramadán. "Si estás seguro de que quieres hacer
esto, puedo enseñarte a pronunciar la shahada y así podrás ser musulmán", me dijo. "Pero si lo haces, no hay vuelta
atrás. Cuando tu corazón acepta a Alá y te has sometido a Su Voluntad, si lo
abandonas, estarás condenado. ¿Entiendes?".
Le dije que sí y ahí mismo, a media noche, fuera de su celda y con su vecino como testigo, acepté el Islam. Algunos
soldados me complicaron la vida un tiempo. Pero los peores, los miembros del
"régimen", el grupo formado por los guardias que disfrutaban con las
operaciones ERF, fueron transferidos a otros rangos en los que desempeñaban
trabajos menos importantes durante los últimos seis meses que pasé en Guantánamo.
Un año como guardia en Guantánamo te cambia. Sería bonito creer que muchas de las historias que se cuentan del lugar
son falsas. También sería bonito creer que los EUA no aceptan el uso de tortura
o abusos a los sus prisioneros de guerra. Sería bonito creer que los EUA no
toleran la degradación de sus prisioneros para sacarles información. Sin
embargo, por lo general, la vida —y especialmente la vida en un lugar como
Guantánamo— no es bonita.
Durante años, no conseguí cerrar página sobre lo que vi en prisión, ni sobre lo que hice o no fui capaz de hacer. Me
invadían las pesadillas, comencé a beber y mi matrimonio, que comenzó justo
antes de irme a Guantánamo, se vino abajo.
En Guantánamo, defender lo que creía que era lo correcto me habría costado todo: mi carrera, mi seguridad
financiera, y cualquier cosa por la que sintiera algún aprecio. No soy un héroe
ni un patriota. Me siento un cobarde. Un héroe habría dicho, "¡Basta!"
y un patriota habría dicho, "¡Esto está mal y todos lo sabemos!" Un
cobarde es el que se deja llevar por el sistema.
Si todos hubieran dejado su odio en casa, Guantánamo podría haber sido fácil. Había playas soleadas, podías bucear
o jugar a paintball. Había un cine y un parque de skate,
pero muchos de nosotros nos emborrachábamos y nos ahogábamos en nuestro odio.
Siento un gran arrepentimiento por participar en lo que pasó en Guantánamo, y vergüenza por los otros sitios
similares que EUA utiliza para retener a inocentes. Me siento personalmente
responsable por la manera en la que el mundo ve a los EUA. Quiero decirle a
todo el mundo que no todos los estadunidenses son manzanas podridas. No
entiendo cómo o por qué se permiten las atrocidades que presencié, o qué le ha
pasado a la humanidad.
Terry Holdbrooks nació en Phoenix, Arizona, en 1983, y vive ahí con su esposa, Elena.
Formó una familia secular y se unió al ejército en 2002. Cuando lo mandaron a
Guantánamo en 2003, se convirtió al Islam. Después de regresar a Arizona, ha
lanzado muchas críticas contra Guantánamo. Terry se graduó en Psicología por la
ASU y actualmente está cursando un doctorado en teología islámica. Es el autor
del libro Traitor?, de donde se adaptó este texto. Tiene la esperanza de un
futuro mejor y más brillante para su país.
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