Londres, 1898; Kabul, 2009
La guerra de los mundos
Tom Engelhardt Tom Dispatch 12 de octubre de 2009
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Un párrafo común y corriente en un artículo en mi periódico local me llamó la
atención hace poco. Llevaba el título “Casa Blanca cree que Karzai será
reelegido,” pero a medio camino Helene Cooper y Mark Landler del New York
Times se volvían a la “opción de redespliegue” del comandante de la Guerra
Afgana, general Stanley McChrystal. El monótono párrafo en cuestión era el
siguiente: “La opción del redespliegue requiere que se transfiera soldados de
áreas escasamente pobladas e ingobernables del campo a áreas urbanas, incluidas
Kandahar y Kabul. ‘Será mejor dejar a los Predator’ muchas áreas rurales, dijo
un funcionario del gobierno, refiriéndose a los aviones drones [sin
tripulación].”
En otras palabras, EEUU podrá ser representado ahora en el campo afgano, como
ya lo es en las áreas tribales al lado paquistaní de la frontera, sobre todo por
vehículos aéreos sin tripulación Predator y sus primos aún más poderosos, los
Reaper, nombres tomados directamente de una película de ciencia ficción sobre
implacables alienígenas. Si uno fuera un aldeano afgano en alguna parte
despoblada de ese país donde EEUU ha establecido pequeñas bases – dos de las
cuales fueron casi capturadas recientemente – éstas habrán desaparecido y
“América” estará volando por los aires. Estamos hablando de aviones sin seres
humanos en ellos, escudriñando incansablemente el suelo con sus cámaras durante
hasta 22 horas de una vez. Lanzados desde Afganistán, pero conducidos por
pilotos a miles de kilómetros de distancia en el Oeste de EEUU, están armados
con entre dos y cuatro misiles Hellfire o el equivalente en bombas de 250
kilos.
Ver la Tierra desde los cielos, es el punto de vista clásico del ser superior
o dios con el poder definitivo de vida o muerte. Zeus, el dios de los dioses
griego, utilizaba relámpagos para abatir seres humanos que lo ofendían. Nosotros
utilizamos misiles y bombas. Zeus tenía la sapiencia de un dios. Nosotros
tenemos “inteligencia,” a menudo falible (o de ajuste de cuentas). Su arma
preferida destruía a un individuo. Las nuestras eliminan a cualquiera que esté
cercano.
Él tomaba sus decisiones desde el Monte Olimpo; nosotros tomamos las nuestras
desde sitios como la Base Creech de la Fuerza Aérea en las afueras de Las Vegas,
y la Base Davis-Monthan de la Fuerza Aérea en Tucson, Arizona. Aquellos sobre
los cuales tomamos decisiones de vida o muerte, mientras se escabullen abajo o
siguen su camino lo mejor que pueden, no tienen – como los seres enfrentados a
los dioses – ni recurso ni apelación. Vistos desde las pantallas son, para
nosotros, figuras distantes, granulosas, apenas mayores que hormigas. Es lo que
significa la palabra implacable.
Calmando a los niños
Y nada de esto nos parece extraño. Al contrario, representa una política
razonable. Comentarios como el antes citado son ahora comunes. En el
Washington Post, por ejemplo, Rajiv Chandrasekaran registró recientemente
los pensamientos de un oficial estadounidense anónimo en Afganistán: “Si no
vienen más fuerzas para montar operaciones de contrainsurgencia en esas partes
de la provincia, concluyó, fracasará todo el esfuerzo de EEUU por estabilizar
Kandahar – y por extensión, el resto de Afganistán. ‘Igual podríamos hacer
nuestras maletas e irnos a casa… y dejar sólo unos pocos Predator volando para
liquidar a los sujetos de al-Qaeda que vuelvan.’”
También sabemos que, en el debate en Washington sobre qué hacer ahora en la
Guerra Afgana, el vicepresidente Joe Biden ha salido del lado del
“contraterrorismo.” Quiere poner más énfasis en esos drones y en fuerzas de
operaciones especiales, y concentrarse más en Pakistán (aunque sin reducir los
niveles de las tropas en Afganistán). Al mismo tiempo, el Pentágono ha creado un
programa de Especialistas Afganos y una Célula de Coordinación
Pakistán-Afganistán, dos unidades concentradas en la mejora del rendimiento
militar en el teatro de operaciones Af-Pak durante los próximos tres a cinco
años. Todo esto representa la norma para dirigentes militares y civiles que,
sean cuales sean sus diferencias, creen que guerras que continúan durante años
sin fin a miles de kilómetros del país son el sine qua non de la seguridad
estadounidense.
Y nada de esto nos parece menos que razonable, especialmente ante el tan
publicitado “éxito” del programa de asesinatos con drones en la eliminación de
personajes dirigentes de los talibanes y de al-Qaeda. Lo que nos parece extraño,
sin embargo, es que la gente del lugar, sea en Pakistán o Afganistán, considere
que todo esto es horroroso. Un reciente sondeo estadounidense en Pakistán
resultó en que “un 76% de los encuestados se oponían a que Pakistán se asociara
a EEUU en los ataques con misiles contra extremistas por aviones drone
estadounidenses.”
Pero entonces, de nuevo, damos por sentado que gente de semejantes países
atrasados son tipos extraños, quisquillosos. No como nosotros. En la reciente
reseña biográfica de George Packer en New Yorker sobre
Richard Holbrooke, el representante especial del presidente para Afganistán y
Pakistán, hubo algunas líneas clásicas que lo reflejan.
Packer describe a Holbrooke durante una visita relámpago a Afganistán como
sigue: “Parecía menos un emisario de visita que un procónsul inspeccionando una
vasta operación sobre la cual tiene gran parte de la autoridad.” Cuando ese
mismo procónsul sale del empobrecido y deshecho Afganistán (donde la embajada de
EE.UU. tuvo que desmentir en una ocasión que había iniciado una “discusión a
gritos” con el presidente afgano Hamid Karzai) y llega a Pakistán, un país
díscolo, perturbado, inquieto, verdaderamente importante, se guarda su procónsul
y, según Packer, se convierte en el engatusador jefe de Washington. Como escribe
Packer: “Por momentos, cuando escuché cómo hablaba con dirigentes paquistaní,
adoptó el tono solícito de alguien que reconforta a un amigo inestable. ‘Es como
tratar con niños abusados psicológicamente,’ dijo un miembro de su equipo. ‘No
hay que concentrarse en los gritos y la violencia – simplemente los abrazas más
fuerte.’”
De modo que, si los campesinos afganos y paquistaníes en las tierras
montañosas de la frontera no son más que hormigas o conejos, los dirigentes
paquistaníes son “niños.” Poco importa que Holbrooke tenga él mismo la
reputación de ser egotista y un gritón que insiste en salirse con la suya.
(Entre diplomáticos, en los años noventa, cuando estaba negociando en la antigua
Yugoslavia, el chiste era: ¿Cuál es el sitio más peligroso en los Balcanes? La
respuesta: Entre Dick Holbrooke y una cámara.)
Packard informa sobre la desilusión de Holbrooke con la cantidad de ayuda que
el Congreso está aflojando para Pakistán (7.500 millones de dólares) y, para
aumentar sus frustraciones, lo siguiente: “Debido a la sensibilidad de Pakistán
respecto a su soberanía, no pudo persuadir a sus militares de que aceptaran que
helicópteros estadounidenses llevaran ayuda a los refugiados,” quienes habían
sido desplazados del Valle Swat por los talibanes y una ofensiva militar
paquistaní.
Pensemos en eso durante un momento, especialmente ya que es un lugar común en
la información estadounidense sobre la región y por lo tanto refleja el
pensamiento oficial sobre el tema. Karen DeYoung y Pamela Constable, por
ejemplo, escriben en un artículo en Washington Post: “Los paquistaníes,
que son extremadamente sensibles en cuando a su soberanía nacional, se oponen a
permitir tropas extranjeras sobre su suelo y han protestado contra ataques
estadounidenses con misiles lanzados desde aviones sin tripulación contra
presuntos objetivos talibanes y de al-Qaeda dentro de Pakistán.” Es más,
invirtamos la situación.
Imaginemos que, después del próximo Katrina, helicópteros militares
paquistaníes basados en un portaaviones paquistaní en el Golfo de México se
estuvieran preparando para entregar suministros a Nueva Orleans, Por cierto,
también tenemos que imaginar, como mínimo, que los paquistaníes estén
construyendo una embajada-fortaleza de 750.000 millones de dólares en Washington
D.C. (que será protegida por contratistas privados paquistaníes armados), y que
drones paquistaníes estuvieran sobrevolando regularmente las montañas de la
Sierra Nevada, lanzando misiles contra residencias en las pequeñas localidades
en tierra, que los paquistaníes estuvieran ofreciendo miles de millones de
dólares de ayuda desesperadamente necesitada a un gobierno estadounidense
incapacitado y a sus fuerzas armadas, a cambio de que no se quejen demasiado de
cualquier cosa que quieran hacer en EEUU, que altos funcionarios militares y
civiles paquistaníes pasen constantemente por Washington exigiendo
“cooperación,” y finalmente que periodistas paquistaníes que cubren todo eso
informen regularmente sobre una “extrema sensibilidad estadounidense respecto a
la soberanía nacional”, tal como lo ilustra un extraña falta de disposición a
aceptar ayuda paquistaní entregada en helicópteros militares paquistaníes. Ahí
está de nuevo, ya sabes, esos estadounidenses: inflamables como niños
mimados.
Semejantes inversiones son, evidentemente, inconcebibles, y por lo tanto,
casi imposibles de imaginar. Si actualmente, un helicóptero militar paquistaní
se acercara a la costa de EEUU con cualquier cosa a bordo y se negara a volver
atrás, sería indudablemente derribado. Y después hablan de susceptibilidad
estadounidense.
Pero se nos ocurre una pregunta: “¿Por qué parece que estadounidenses como
Holbrooke se sienten tan en casa cuando están tan lejos? ¿Por qué, por ejemplo,
los portavoces militares de EEUU se refieren tan regularmente a nuestros
enemigos indígenas en Iraq como “fuerzas antiiraquíes,” y en Afganistán a
fuerzas antiafganas?” ¿Por qué hablan nuestros militares en Iraq de los vecinos
iraquíes como de “fuerzas extranjeras” sin incluir jamás a nuestras propias
fuerzas armadas en esa categoría?
Por resistente que Washington se muestre a un pensamiento semejante, lo obvio
ha estado cruzando recientemente algunas mentes influyentes. En medio del debate
sobre opciones para la guerra – más tropas, más entrenamiento de los militares y
de la policía afgana, más ataques con drones en Pakistán, y algunas versiones
que combinan todo lo mencionado, pero ciertamente no una retirada del país – se
ha hecho más común la preocupación de que el despliegue de hasta 40.000 soldados
estadounidenses más podría crear una “huella” estadounidense demasiado grande.
Como escribieron Peter Baker y Thom Shanker de New York Times en un
artículo sobre Robert Gates, el secretario de defensa “ha declarado
repetidamente su preocupación de que más tropas harían que los estadounidenses
aparecieran cada vez más como ocupantes.”
Después de casi ocho años de guerra, recién ahora sale a la superficie el
peligro de que podríamos “aparecer cada vez más como ocupantes.” Ya que
“ocupante” es un rol que los estadounidenses simplemente no pueden imaginar que
lleguen a ocupar, consideremos en su lugar una fantasía alternativa, que tal vez
sea más fácil de imaginar: ¿Y si resultara que nosotros somos los marcianos?
Aplastando a los conejos
La primera invasión marciana de este planeta – aterrizaron cerca de la ciudad
de Woking en Inglaterra y, antes de terminar su tarea, habían destruido Londres
– tuvo lugar en 1898, gracias a los tasmanianos, y si no pensáis que valga la
pena considerarlo más de un siglo después, volved a pensar. De hecho: general
McChrystal, procónsul Holbrooke del presidente Obama, mientras hacéis vuestra
reevaluación de la Guerra Afgana, tengo un libro que os puede servir.
Tal vez tenía 12 años cuando lo leí por primera vez – bajo las sábanas, con
una linterna, cuando supuestamente debía estar dormido - ¡y me dio un miedo!
Incluso ahora, cuando los argumentos sobre invasiones extraterrestres están por
doquier, tengo la idea de que podría hacer mismo en vuestro caso. Hablo, claro
está, de la Guerra de los Mundos de H.G.Wells. Si lo recordáis, el otro
Welles, Orson, lo volvió a presentar con mucho éxito en una versión por radio en
1938 en la cual los marcianos ficticios aterrizaron en Nueva Jersey, y muchos
neoyorquinos perfectamente reales se inquietaron. (La versión cinematográfica de
Steven Spielberg de 2005, la segunda película hecha del clásico de Wells, tenía
toda la pirotecnia moderna que era de esperar, pero nada del impacto del
libro.)
En los días en los que Wells escribió su libro, las novelas sobre invasiones
ya eran algo común en Inglaterra, y la parte del invasor implacable e inhumano
era normalmente interpretada por los alemanes. Wells, por otra parte, creó casi
solo el género del invasor extraterrestre, y armó sus inteligentes monstruos del
moribundo planeta Marte con gas tóxico y un rayo de calor parecido a un láser, y
luego les colocó gigantescos trípodes andantes (imaginad, tanques elevados sin
orugas) – prefigurando todo el armamento de las futuras guerras mundiales (e
incluso de guerras más allá de la nuestra).
Sin embargo, nada en el libro – ni los armamentos, ni siquiera la destrucción
– es más aterrador que la actitud de los marcianos (“intelectos vastos y fríos y
poco compasivos”), porque se trata de una de las mayores novelas de inversión de
roles de todos los tiempos. Son implacables exactamente porque ven a los
ingleses como si vieran conejos, o como los colonizadores ingleses en Australia
ciertamente veían a los tasmanianos, un pueblo al que casi exterminaron sin el
menor remordimiento. De hecho, es donde evidentemente comenzó La Guerra de
los Mundos. Parece que el hermano de Wells, Frank, mencionó un día la
exterminación de los tasmanianos y así lanzó la idea para un libro que sigue
siendo impreso 111 años después. Evidentemente, la pregunta que se hizo Wells
fue: ¿Y si alguien llegara a Inglaterra con la misma idea del inglés superior
que los ingleses habían tenido sobre los tasmanianos, y la especie de armamento
y tecnología avanzada capaz de convertir esa actitud en una funesta
realidad?
Como su anónimo personaje central comenta en las primeras páginas de la
novela: “Los tasmanianos, a pesar de su parecido humano fueron totalmente
eliminados en una guerra de exterminio librada por inmigrantes europeos, en el
espacio de cincuenta años. ¿Somos tales apóstoles de la misericordia como para
poder quejarnos si los marcianos hicieran la guerra con el mismo espíritu?”
Los marcianos (en realidad ingleses transformados) avanzan por el campo
inglés y hacia Londres, quemando todo lo que está a la vista en una versión de
lo que, en el siglo siguiente, llegaría a ser conocido como guerra total – es
decir una guerra que no es lanzada sólo contra los guerreros, sino contra la
población civil. Al mismo tiempo cosechan humanos y se alimentan de su sangre.
En el siglo siguiente, ciertamente hubo marcianos en masa en este planeta, más
que dispuestos a alimentarse de la sangre de sus habitantes.
General McChrystal, presidente Obama, procónsul Holbrooke: La Guerra de
los Mundos, por viejo que sea, ofrece un raro ejemplo de cómo imaginarnos
desde el punto de vista de ellos. Os insto a estudiarlo con la intensidad que
ahora aplicáis a las estratégicas de contrainsurgencia y de contraterrorismo.
Después de todo, a nuestro modo, podríamos ser considerados los marcianos del
Siglo XXI y (¡cuán típico!) ni siquiera lo sabemos.
A diferencia de los marcianos de Wells, que llegaron a este planeta sin un
departamento de propaganda o el menor interés por los “corazones y mentes”
ingleses, aterrizamos hablando en un juego de amistad hacia la gente, y nunca
hemos dejado de hacerlo, incluso si gran parte del palabreo ha sido hecha para
consumo interior. Y sin embargo, durante los primeros ocho años de nuestra
Guerra Afgana, como admitió recientemente el general McChrystal en su informe de
66 páginas al secretario de defensa, difícilmente podríamos haber mostrado una
ignorancia más profunda del mundo afgano, o una falta de interés más marciana
por saber algo al respecto, incluso mientras estábamos aniquilando a los
afganos.
Ahora, el Pentágono trata de corregir eso, estableciendo una nueva unidad de
inteligencia “para suministrar a los funcionarios militares y civiles en
Afganistán un análisis detallado de la dinámica tribal, política y religiosa del
país.” Sin embargo, como señala Robert Dreyfuss de Dreyfuss Report en
Nation, esta unidad estará basada en un centro en Tampa Florida; es decir
que estudiaremos a los afganos, como los antropólogos pueden haber estudiado una
vez a los isleños de Trobriand. Luego procesaremos esa información a miles de
kilómetros de distancia, tal como lo hacen nuestros “pilotos”.
En su lugar, tal vez sea hora de estudiarnos a nosotros mismos. ¿Y si desde
un punto de vista afgano, somos realmente los marcianos de Wells? Entonces, no
es asunto de contrainsurgencia contra contraterrorismo, o de más tropas
estadounidenses contra más tropas afganas entrenadas por EEUU, o incluso de
construcción de la nación contra estabilización. ¿Y si – y es un pensamiento
no-estadounidense – no hubiera una solución estadounidense para Afganistán? ¿Y
si ninguna alternativa, o combinación de alternativas, funciona? ¿Y si lo único
que los marcianos pueden hacer efectivamente es destruir – o irse? (Hay que
recordar que incluso los extraterrestres de Wells terminaron por abandonar su
ocupación de Inglaterra final e involuntariamente. Murieron, gracias a bacterias
contra las cuales no poseían inmunidad.)
¿Qué pasará si los afganos nunca llegan a ver a esos Predator – nuestro
equivalente combinado de los “trípodes” y los rayos de la muerte marcianos –
como sus protectores? Después de todo, nuestros drones representan lo
tecnológicamente avanzado, lo alienígena y lo mortífero junto con, como
escribiera recientemente el columnista del Toronto Sun, Eric Margolis,
toda la panoplia de nuestros “bombarderos pesados B-1, los F-15, F-16, F-18, los
helicópteros artillados Apache y AC-130, la artillería pesada, los tanques,
radares, drones asesinos, bombas de racimo, fósforo blanco, cohetes, y
vigilancia espacial.” Incluso nuestra propaganda, lanzada desde el aire (como si
viniera de otro universo), puede matar. Recientemente, una niña afgana murió,
después de ser golpeada por una caja de panfletos propagandísticos, lanzada
desde un avión británico, que “no se abrió a tiempo.” Su corazón y su mente
habrán sido silenciados, pero indudablemente ni los de sus padres, sus parientes
y otros que la conocieron, lo han sido.
Lo que sigue es un breve intercambio de palabras, como informara un blog del
New York Times sobre un “encuentro” alienígena en otro país. Un mayor del
ejército de EE.UU., Guy Parmeter, lo tuvo cerca de Samara en la provincia
Salahuddin de Iraq en 2004 (“Me hizo pensar: ¿cómo nos perciben, quiénes somos
para ellos?”):
Mayor Guy Parmeter: “¿Ha visto a algún combatiente extranjero?”
Campesino iraquí: “Sí, a usted.”
A veces se necesitan 66 páginas para informar sobre una guerra. A veces una
novela de hace un siglo puede lograrlo. A veces puedes escribir tomos enteros
sobre los “errores” cometidos en, y la “tragedia” de una guerra estadounidense
de contrainsurgencia en un país distante. A veces bastará un simple “sí, a
usted”.
………..
Tom Engelhardt dirige Tomdispatch.com del Nation Institute. Es
cofundador del American Empire Project (http://www.americanempireproject.com/). Es autor de The End
of Victory Culture (University of Massachussetts Press), una historia de la
Guerra Fría y después, así como una novela The Last Days of Publishing.
También editó The World According to TomDispatch: America in the New Age of
Empire (Verso, 2008), una colección de algunos de los mejores artículos de
su sitio y una historia alternativa de los demenciales años de Bush.
[Nota sobre fuentes y recursos: Pensé que valdría la pena mencionar varios
sitios en la red que leo ávidamente y en los que me baso para escribir artículos
como éste, comenzando con el invaluable trabajo de Robert Dreyfuss en su blog
Dreyfuss Report en la revista Nation. Sobre Irán, Afganistán e Iraq no
hay que perdérselo. Además existen mis antiguos favoritos: Antiwar.com (y
los resúmenes regulares de noticias de Jason Ditz en ese sitio). El sitio en
Internet Informed Comment de Juan Cole – una lectura obligatoria, pero
últimamente ha estado produciendo columnas notables día tras día; y War in
Context, otro sitio indispensable en Internet. También considero de interés
especial en asuntos militares el blog de Noah Shachtman en http://www.wired.com/dangerroom/Danger Room en Wired
magazine. Sobre la Guerra Afgana, hay que ver Rethink Afghanistan de
Robert Greenwald (y su impresionante nueva película del mismo nombre, así como
el Af-Pak Channel y su boletín de noticias "daily brief". Finalmente, un
pequeño saludo a Michael Maddox, quien en una carta al New York Times,
atrajo a mi atención la conversación del mayor Parmeter.]
Copyright 2009 Tom Engelhardt
Fuente: http://www.tomdispatch.com/post/175124/are_we_the_martians_of_the_twenty_first_century_
¡Hazte voluntario para traducir al español otros artículos como este! manda un correo electrónico a espagnol@worldcantwait.net y escribe "voluntario para traducción" en la línea de memo.
E-mail:
espagnol@worldcantwait.net
|