Desquiciados en el Departamento de Estado y el Pentágono
¿Guerra contra Wikileaks?
Maximillian C. Forte CounterPunch 16 de agosto de 2010
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
A efectos de transparencia: soy uno de los numerosos donantes financieros de
Wikileaks. He descargado todo su Diario de la Guerra Afgana, y muchos otros
documentos, y los he compartido. Soy también uno de los críticos de algunos
aspectos del proceso de revisión de Wikileaks. Hay quien podría concluir que
este hecho coloca a individuos en mi situación en una posición difícil. No desde
nuestro punto de vista. En su lugar, las posiciones difíciles son las del
Departamento de Estado de EE.UU. y del Pentágono, cuyas comunicaciones han
estado repletas de afirmaciones absurdas, una lógica retorcida, mientras apelan
a nosotros con tanto encanto como el de un delincuente que está a punto de
cometer una violación: primero apela a nuestro lado bueno (la ética), y luego a
la amenaza de destrucción (enjuiciamiento).
La semana pasada presenció una cascada creciente de amenazas legales contra
Wikileaks, lanzada primero a través de los medios dominantes que, junto con su
Estado patrón, están obviamente resentidos por el azote de acceso incontrolado a
la información. Según se informa, un funcionario del Pentágono exclamó, con
obvia alegría: “Es sorprendente como [Julian Assange de Wikileaks] ha ido
demasiado lejos. Ahora, está molestando al tipo de gente que normalmente se
pensaría son sus principales partidarios”. En un solo paso, tres falsedades:
una, que esto tiene que ver solamente con Julian Assange, reduciendo por lo
tanto lo complejo a lo personal; segunda: que los partidarios de Wikileaks se
han vuelto antagónicos hacia lo que es un movimiento amorfo transnacional sin
fronteras claras de membresía o ubicación; y tercera: la implicación de que el
apoyo ha sido transferido al Pentágono, como si ahora lo tuviera para cometer lo
que le dé la gana contra Wikileaks. Sólo en estos grandes momentos históricos,
con tanto en juego, cuando todo parece estar en el aire, hay tantos que están
tan equivocados en tantas cosas.
Estudiemos la estrategia de la intimidación intencional. El primer paso tuvo
que ver con las amenazas de los militares contra los suyos –algo que no es
ilógico de por sí, ya que las filtraciones provienen de sus filas-. Sin embargo,
los militares amenazaron a los suyos para que no vean lo que ya es público. El
Departamento de la Armada, en un mensaje titulado “Wikileaks Website Guidance,”
[Guía para el sitio en Internet de Wikileaks] emitió la siguiente declaración
tal como se informó el 5 de agosto:
“El personal no debe abrir el portal Wikileaks para ver o bajar la
información confidencial publicada. Hacerlo introduciría información
potencialmente confidencial en redes no confidenciales. Ha habido rumores de que
la información ya no está clasificada porque reside en el dominio público. Eso
NO es verdad. Las técnicas de tecnología de la información del gobierno deben
utilizarse para capacitar a nuestros combatientes, promover que se comparta la
información en defensa de nuestra patria y para maximizar las eficiencias en
las operaciones. No deberían utilizarse como un medio para dañar la seguridad
nacional mediante la revelación no autorizada de nuestra información en portales
o salas de chateo públicamente accesibles en Internet”.
Un mensaje similar fue emitido por la Oficina de Seguridad Especial del
Departamento de Inteligencia del Cuerpo de Marines, dirigida a ALCON (a quien
corresponda), que amenaza con castigar a los infractores:
“Al acceder voluntariamente al sitio de Internet Wikileaks con el propósito
de ver el material confidencial publicado –esas acciones constituyen el
procesamiento, revelación, visión y descarga de información clasificada a un
sistema informático NO AUTORIZADO, no aprobado para el almacenamiento de
información clasificada, lo que significa que se ha cometido VOLUNTARIAMENTE una
VIOLACIÓN DE LA SEGURIDAD. No sólo son acciones ilegales, sino que justifican
que los funcionarios locales de seguridad remuevan, suspendan “CON
JUSTIFICACIÓN” todas las aprobaciones y accesos de seguridad. Los comandantes
pueden formular acusaciones según Artículo 15 ó 32, y el personal del USMC
[Cuerpo de marines de EE.UU.] podría enfrentar una dificultad financiera
mientras personal civil y de contrata será colocado en “Suspensión
Administrativa” a la espera del resultado de la investigación
[criminal]”.
La amenaza al personal militar es una cosa, pero se ha hecho de una manera
que amenaza a una amplia gama de protagonistas, que teóricamente podrían incluir
a blogueros independientes, periodistas, bibliotecarios universitarios y
eruditos. Sumit Agarwal, el ex ejecutivo de Google, quien –nótese el complejo de
militares y nuevos medios en acción– sirve ahora de zar de medios sociales del
Departamento de Defensa, informó a Danger Room de Wired de que muchos de
nosotros podríamos ser culpables de tráfico de información ilegal (como dije en
mi último artículo, ahora somos todos hackers):
“Pienso en ello como algo análogo a MP3 o a una novela protegida por
copyright en línea –la publicación generalizada no elimina las leyes que
gobiernan su uso-. Si Avatar estuviera repentinamente disponible en línea
¿sería legal descargarla? Como algo práctico, mucha gente la bajaría, pero
también como algo práctico, James Cameron probablemente perseguiría a la gente
si se establece que forma nodos para facilitar la distribución. Todavía sería
ilegal que la gente pusiera a disposición Avatar incluso si se colocara
en un sitio de torrent o su equivalente. Con cambios menores a lo que es
legal/ilegal referentes a material clasificado contra una película con
protección por copyright ¿no es válida la analogía? El que una persona lo ponga
a disposición no cambia las leyes respecto al material clasificado. Nuestra
posición es simplemente que los miembros del servicio no deberían utilizar
ordenadores del gobierno para hacer algo que sigue siendo completamente ilegal
(tráfico de material clasificado)”.
El 5 de agosto el Pentágono también emitió una exigencia estrafalaria, tan
extraña que es prácticamente imposible que alguien la considere con algo menos
que desdén. El portavoz del Pentágono, Geoff Morrell, ordenó que Wikileaks
“devuelva” todos los documentos (que no son documentos en papel, sino copias
digitales, de las cuales ya existen innumerables copias en circulación):
“Estos documentos son propiedad del gobierno de EE.UU. y contienen
información clasificada y confidencial. El Departamento de Defensa exige que
Wikileaks devuelva inmediatamente toda versión [sic] de los documentos
obtenidos… La publicación por Wikileaks de la semana pasada de una gran cantidad
de nuestros documentos ya ha amenazado la seguridad de nuestros soldados,
nuestros aliados y ciudadanos afganos… El único camino aceptable es que
Wikileaks devuelva todas las versiones de estos documentos al gobierno de EE.UU.
y los borre permanentemente de su sitio en Internet, ordenadores y
archivos”.
Al mismo tiempo esto indica una de las principales líneas de argumento que
EE.UU. comenzaría a considerar en serio contra Wikileaks, y es de lejos la más
débil: que los archivos filtrados amenazan la seguridad de sus soldados y
aliados.
Fox News se apresuró a dedicar su tiempo y energías a la busca de vacíos
legales de los cuales colgar a Wikileaks. No demostró tanta preocupación por los
puntos más delicados del derecho internacional, para no hablar de las leyes
interiores de otro país, cuando tuvo que ver con las invasiones estadounidenses
de Afganistán e Iraq. No obstante, ahí tenemos a Fox siguiendo el rastro de
Wikileaks en Suecia. El 6 de agosto Fox se complació al aparecer con este
informe: “Pero la ley [que protege la libertad de expresión y el anonimato de
las fuentes] sólo se aplica a sitios en Internet o publicaciones que poseen una
licencia editorial especial que les otorga protección constitucional, y
Wikileaks no ha adquirido los papeles necesarios”. El título de Fox fue: “Sitio
en la red Wikileaks no está protegido por la ley sueca, dicen analistas legales”
–no nombran o citan a ningún analista legal en el artículo-. El único motivo por
el cual Fox hizo pública esta información es como parte de un esfuerzo que
combina los medios antiguos, los medios sociales y el Estado de seguridad
nacional, para apretar el dogal alrededor del cuello colectivo de Wikileaks.
Mientras muchos “estadounidenses patriotas” claman públicamente para que se dé
caza a la gente de Wikileaks y se les mate, es interesante señalar que a Fox le
complace revelar el nombre, la ubicación y la fotografía de la persona que
suministra espacio al servidor de Wikileaks en Suecia.
El 9 de agosto, el Wall Street Journal afirmó que había obtenido una
carta de cinco organizaciones de derechos humanos, crítica por el hecho de que
Wikileaks no haya eliminado los nombres de informantes civiles afganos en los
archivos que se hicieron públicos. Jeanne Whalen del WSJ, en un lenguaje
sorprendentemente similar al del funcionario anónimo del Pentágono citado
anteriormente, escribió: “El intercambio muestra cómo Wikileaks y el señor
Assange arriesgan ser aislados de algunos de sus aliados más naturales después
de la publicación de los documentos”. Esto podría ser un problema para Wikileaks
en la medida en que Julian Assange ha admitido efectivamente el argumento en una
entrevista, entre otros, con The Guardian: “Si se desvela el nombre de
inocentes afganos, lo que fue nuestra preocupación, motivo por el cual retuvimos
15.000 archivos, entonces, claro está, lo tomamos en serio”. El problema es que
numerosas identidades semejantes se revelan en los archivos que ya han sido
publicados. Assange argumenta que en última instancia son los militares de
EE.UU. los que deben ser culpados por haber puesto en peligro a civiles afganos,
y por registrar identidades que podrían ser reveladas. No se equivoca al
respecto, y EE.UU. exageró su confianza en que su base de datos estaba fuera de
todo peligro de filtración, lo que es obviamente erróneo. Tal vez por no querer
involucrarse en una ironía fría y amarga, Assange prefirió no utilizar frente al
Estado las palabras que éste nos ofrece a menudo: “Se cometieron errores.
Lamentamos toda pérdida de vidas civiles inocentes. Por desgracia, el enemigo
decidió atraillarse en la población civil”. Wikileaks, a través de Twitter,
tuvo razón al señalar que ni una vez desde que las últimas filtraciones se
hicieron públicas el Pentágono ha dicho que lamenta todos los civiles afganos
que ha matado, o que dejará de hacerlo.
Ahora, el 10 de agosto, se nos dice que EE.UU. insta a todos sus aliados,
especialmente los de la OTAN y con tropas en Afganistán, a que tomen medidas
contra Wikileaks. Un diplomático estadounidense anónimo declaró:
“No sólo nuestros soldados están en peligro por esta filtración. Son soldados
británicos, son soldados alemanes, son soldados australianos –todos los soldados
de la OTAN y fuerzas extranjeras que trabajan en conjunto en Afganistán-. [Sus
gobiernos deberían] considerar si las acciones de Wikileaks podrían constituir
crímenes según sus propias leyes de seguridad nacional”.
Algunos aliados de EE.UU., como Canadá, probablemente saldrán corriendo para
ser los primeros en hacerlo. El día después de la publicación de los documentos,
el Ministro de Exteriores canadiense Lawrence Cannon insistió, al comienzo, en
que no comentaría directamente sobre los documentos filtrados, diciendo que “no
tienen nada que ver con Canadá”. Sin embargo, como si hubiera recibido
repentinamente una declaración automatizada transmitida a un implante secreto
enterrado en su cabeza, dijo: “Nuestro gobierno está preocupado, obviamente, de
que filtraciones operacionales puedan poner en peligro las vidas de nuestros
hombres y mujeres en Afganistán”. De nuevo, combina tres elementos absurdamente
contradictorios: 1) no comentamos sobre los documentos; 2) los documentos no
tienen nada que ver con Canadá; y 3) los documentos podrían poner en peligro a
nuestros soldados.
Este último punto será probablemente el camino utilizado por EE.UU. ante sus
aliados para subrayar la necesidad de colaborar en la persecución de Wikileaks.
La puesta en peligro de civiles afganos no puede, evidentemente, ser un punto
mediante el cual llevar a juicio un caso contra Wikileaks, porque la ironía
sería demasiado inmensa incluso para que EE.UU. intente mantenerla inflada y en
alto. La seguridad de los soldados no es mucho menos irónica –después de todo,
fue el Estado el que puso en peligro a esos soldados, no Wikileaks– pero tiene
mejor efecto sobre los ciudadanos que han sido suficientemente acondicionados
para que sienta sed por la sangre de “traidores” imaginarios. Los dirigentes del
mayor Estado de seguridad nacional de Occidente suenan cada vez más como
blogueros coléricos y desesperados, que prometen la ira de dios y la venganza
total, y es posible que sea porque, primero, el Estado es cada vez más impotente
para encarar fenómenos transnacionales, descentralizados, no estatales, que
pueden contraatacar en terreno cibernético (y vencer) y, segundo, porque es el
Estado el que está complaciendo a esa masa de patriotas coléricos que se creen
moralmente superiores. Sería sorprendente que EE.UU. o uno de sus aliados
llegaran a intentar un proceso contra Wikileaks con la justificación de que las
vidas de los soldados se han puesto en peligro. Sería un fiasco masivo. El
Estado tendría que demostrar –y no sólo afirmar, como hace actualmente– con
exactitud cómo algunos soldados han sido realmente puestos en peligro. ¿Qué
balas recibidas de fuego de armas cortas en Afganistán fueron balas regulares de
“insurgentes” y cuál es una bala inspirada por Wikileaks? En una zona de guerra,
¿cómo se calibran los niveles de seguridad de manera que se sepa cuándo, con
Wikileaks, el medidor de peligro pasó a un rojo oscuro? Y en vista de que los
civiles afganos ya conocen, de un modo extremadamente doloroso, el daño
infligido por las fuerzas de EE.UU. y de la OTAN, ¿cómo puede causar mayor daño
la publicación de estos archivos? ¿Necesitaban los afganos un recuerdo impreso,
en otro idioma?
Si el Estado no logra convencer –lo que no es sorprendente– es porque no
tiene la menor intención de hacerlo. El Estado recurre a algo más visceral con
toda esta pose: miedo. Quiere causar miedo en las mentes y cuerpos de los que
trabajan con Wikileaks, o cualquiera que realice un trabajo semejante, y
cualquiera que piense en filtrar algunos archivos clasificados. El miedo es un
arma mayor de destrucción psicológica, cuyo éxito en el interior del país se ha
demostrado. Y en este caso, el peligro se encuentra en el interior. El resultado
que espera el Estado es más autocensura y más autocontrol.
La intimidación de Assange, o peor todavía, efectivamente capturarlo y
encarcelarlo, sólo convertirá a Assange en un héroe internacional, el Che
Guevara de la guerra de la información. Porque todos los que puedan sentirse
molestos, o quienes expresen alguna crítica, ellos/nosotros preferirían en todo
momento a Assange por sobre el Pentágono. EE.UU. no quiere que esto se demuestre
en público en una escena mundial, de modo que nuestras respuestas a la pregunta
sobre lo que se propone EE.UU., y por qué parece haberse desquiciado de un modo
tan extremo, tienen que encontrarse en otro sitio. Afirmo que es promoción del
miedo, como parte de una campaña de contrainsurgencia global en los ámbitos
psicológico y emocional, la mejor respuesta a la cual es una combinación de más
innovación táctica, y más humor.
Maximilian C. Forte es profesor de antropología en la Universidad
Concordia, en Montreal, Canadá. Escribe en Zero
Anthropology. Para contactos, escriba a: max.forte@openanthropology.org
http://www.counterpunch.org/forte08112010.html
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